No es común eso de los europeos en el fútbol del tercer mundo –exceptuando, cómo no, el caso mexicano-. Toparse con un pálido rubio en un campo de entrenamiento suramericano puede llegar a ser tan exótico como que una mujer holandesa de vida díscola ofrezca sus servicios en el barrio Santafé en Bogotá. Nuestro homenajeado de hoy, Zoran Draguisevic hace parte de ese exclusivo club de gente con espíritu emprendedor que al igual que el próximamente homenajeado Tomic creyeron que un apellido extraño, unos ojos claros y el recordar a su llegada a su paisano Sekularac les garantizaría por lo menos seis meses de vacaciones remuneradas en medio del trópico y sus encantos.
Así las cosas, en un reportaje que sobre las nuevas caras del América hizo el Diario Deportivo aseguró que su carrera había comenzado en el Estrella roja de Belgrado y que había continuado en Italia con sendos pasos por el Torino y el Foggia. Aseguró también haber sido víctima de la “ley Bosman” impidiéndole continuar una trayectoria que, a juzgar por su carpeta de presentación, lo llevaría en pocos años al Milan en el peor de los casos. Nos imaginamos la escena en un café de Belgrado: un oscuro traficante de especies exóticas, diamantes, uranio y harina convenciendo a Zoran, por ese entonces albañil desempleado: “tu ir a Cali allá yo conocer socios decirles que jugar Italia y que ley Bosman no te dejó mostrar más talento y condiciones. Con eso pagar pasajes poder conocer Cali mujeres bonitas, hermosas, muy hermosas”. Obediente, Zoran siguió al pie de la letra las instrucciones de su mentor y, hay que decirlo, estuvo cerca, muy cerca de lograrlo. Quizás incidió en que no coronara la mosletia que se tomó algún directivo del América por investigar sobre ese cuento de la “ley” Bosman descubriendo que si bien esta beneficiaba a los jugadores comunitarios poco o nada incidía sobre la situación de los no comunitarios.
Descubierta en parte su estrategia y temiendo una rabieta de ciertos personajes insignes de la ciudad de la que podría salir mal librado, o mejor, no salir del todo Zoran huyó pronto de Cali. Llegó a Bogotá, ciudad que le fue referenciada por propios y extraños como paraíso por excelencia del jugador extranjero no profesional. Confiando en el bagaje de la ciudad y en el color de su cabello, Zoran se presentó una mañana al entrenamiento del Santa Fe que por ese entonces era dirigido, como gran novedad, por el inefable Arturo Boyacá. Boyacá, un tipo de mundo, viajado, no se dejó meter los dedos en la boca e inmediatamente se percató de las artimañas del balcánico. Viejo zorro, Boyacá invitó más bien a Draguisevic a que le hiciera algunos arreglitos a su apartamento que tenía pendientes desde hace tiempo. Terminados esos trabajos, Boyacá le aconsejó probar suerte, como futbolista, en El Salvador no sin antes convencerlo de estampar su firma en lo que él mismo llamó: “unos papelitos que no hace falta leerlos con mucha atención”.
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