Especiales del bestiario: Hans Schomberger

Desde donde se le mire era un bicho raro. De nombre y apellido foráneo (su familia paterna provenía de Austria), su origen no era humilde. Su interés por la ingenieria electrónica y los sistemas tampoco le permitían encajar en el estereotipo de los futblistas con apariencia de modelos y provenientes de la clase media, media-alta (Mondragón, «Gato» Perez, Juan Carlos Jaramillo, Juan Pablo Ángel). Su estampa era la de un exótico ñoño al que la providencia lo había bendecido otorgandole la misma dosis de talento en la cabeza y en los pies. Además de bogotano, era también hincha reconocido de Millonarios (se rumoraba incluso que su hermano pertenecía a la barra «Comandos azules»): personificaba el sueño del hincha. Era el redentor, «uno como yo», que había bajado de las gradas para ponerse los cortos y redimir al equipo. Un caso único. Un himno a la esperanza. Demasiado bueno para ser verdad.

Todos estos rasgos le permitieron sobresalir desde temparana edad. Muchos hinchas aberrados, de esos que no se pierden partido de la sub-9 en busca siempre del advenimiento de una jóven figura en el equipo, habían anunciado ya su llegada de la mano con uno que si cuajó: Andrés Chitiva. Pero, no podría ser de otra forma, los ojos estaban todos puestos en el «alemán» y no en el «chino». El rumor de la aparición de una exótica estrella juvenil no tardó en esparcirse por los corredores del Campín. Dos años antes de su debut ya se hablaba de «un chino con apellido raro que dizque juega como un hijueputa».

Hans, en su faceta más ñoña.

En efecto, su ascenso fue meteórico. Muy jóven ya había tenido sus primeros roces con el plantel profesional. Después de algunos tímidos acercamientos al plantel profesional con Maturana, a comienzos de 1999 Jorge Luis Pinto lo tuvo entre las novedades juveniles de la pretemporada. Tenía para ese entonces 18 años y era la edad justa para cumplir con la naciente norma que obligaba a que un jugador menor de 20 años estuviera así fuera un minuto en el campo de juego. Orgullosos, y con la soberbia propia de quien ve convertirse en una bella adolescente a la niña que todos los demás consideraban fea, los mismos hinchas que hacía unos años habían anunciado su alumbramiento veían cerca, por fin, la llegada del llamado a salvar a la institución.

El día esperado finalmente llegó. Fue, otra vez, en un anodino partido contra el Atlético Huila que Millonarios empataba faltando pocos minutos. Había, sin embargo, en la tribuna muchos que no lo conocían creyeron que la voz oficial del Campín había sido presa de un súbito y peculiar ataque esquizoide que lo había llevado a sentirse por unos segundos en el olímpico de Munich cuando anunció que a la cancha ingresaba Hans Schomberger. Su cabellera rubia, lacia y abundante en forma de hongo concentró todas las miradas. Hay que decir que fue un debut más bien modesto y que en algunos pasajes dejó ver algunas leves pinceladas de su talento.

No obstante, no hay que olvidar que este es un país lobo, chauvinista, eurocentrista y acomplejado. Caldo de cultivo ideal para que un «monito» con apellido raro recibiera la maldición gitana que trae consigo la atención del periodismo nacional. En efecto, el titular de El Tiempo el lunes siguiente fue: «Un tal Hans Schomberger». Muchos noticieros le atribuyeron a él la jugada del gol de la victoria azul (en honor a la verdad, el balón pasó por sus pies varios minutos antes de penetrar el arco opita). Los reportajes estuvieron a la orden del día; su origen Austríaco salió a relucir y no fueron pocas las desfachateces que si dijeron al respecto:»el niño cantor de Viena», «el nuevo Mozart del balón», se cuentan entre las menos atroces.

En medio de tanto despliegue sobresale un artículo de «Deporte gráfico» titulado «fútbol de pilos» sobre los jugadores que combinaban fútbol y estudios. Este artículo se esforzaba por mostrar la faceta más ñoña de Schomberger: aparecía en una foto frente a un computador, con sus gafas puestas. En otra se veía departiendo con sus compañeros como si estuvieran en una reunión de un trabajo en grupo.

Después de su debut, el desempeño de Hans fue más bien intermitente. Fue titular en el partido siguiente contra Santa Fe sin que pudiera demostrar más de sus condiciones. Después, solía ingresar al terminar los partidos y en varias ocasiones, mostró con fútbol el porque de tanta expectativa.Parecía que ya iba cuajar. Desafortunadamente, una pubalgia lo alejó un buen tiempo de las canchas. Tiempo durante el cual su compañero de camada, Andrés Chitiva, le dio buen uso al cupo que Hans dejaba libre como sub-20 para así también también ocupar su rincón en el corazón de la hinchada. Hans regresó meses después y siguió con su desempeño intermitente. A comienzos de 2000, cuando aún no se consolidaba, el nefasto presidente de Millonarios de ese entonces lo incluyó en una extraña y turbia negociación, como todo en él, que lo transfería a la filial del Racing de Santander. Conociendo al personaje, no fueron pocos los que sospecharon que en realidad el tierno Hans había sido vendido a una red de trata de blancos. Finalmente no fue así. Sin embargo, afirman quienes conocen, que lo oscuro y torcido de la negociación hizo que Hans viviera días que en poco se diferenciaban con los que deben vivir las víctimas de este atroz delito. Decepcionado, Hans regresó a Colombia y tomó la decisión de abandonar el fútbol y dedicarse de lleno a sus estudios de ingeniería electrónica en la Universidad Javeriana.

Finalmente se puede decir que a Schomberger lo traicionó su origen. De no haber sido por su sonoro apellido y su cabellera, ahí si de niño cantor de Viena, su debut hubiera pasado tan desapercibido como el de Deibis Palacios, el otro sub20 del equipo. A esto hay que añadirle la perversa figura del presidente azul que aseguró el futuro de su familia gracias a él y a Chitiva en detrimento de las ya muy saqueadas arcas azules. Sin él y sin su afán por transferirlo para quedarse con su tajada, «el comandito» hubiera seguramente gozado del tiempo necesario para consolidarse como ídolo de la hinchada.

Hoy en día despliega su talento en los torneos interuniversitarios como figura del equipo de fútbol de la facultad de Ingeniería de la Pontificia Universidad Javeriana. .

Festus Aggú

Entre esas grandes ridiculeces que tiene el fútbol, la mayor de todas la intentó, porque ni siquiera la concretó, el Deportivo Independiente Medellín. Con bombos, platillos y tambores africanos, en 1995 el Poderoso anunció la contratación de ¡un nigeriano! Se trataba de Festus Aggú, un jovencito con 20 años, ex seleccionado de su país sub-17 y que llegaba con todos los pergaminos para ser titular en el Poderoso (Ojo, los titulares en esa campaña era Wilson Cano y Hugo Gallo, ser inicialista era fácil, hasta para un nigeriano). Hasta el comunicador del DIM, embelesado con las condiciones del morocho dijo «es más rápido que la flecha Gómez». Pues claro, quién no es más veloz que un jugador de 1.70 de estatura y 80 kilos de peso. Pero la desgracia llegó. En la primera práctica de fútbol el nigeriano se «lesionó» y nunca pudo debutar.
Un mes después, Aggú se fue de Medellín, según las malas lenguas, porque el hombre que lo había traído (el nefasto Jorge Castillo, ahora preso en Costa Rica) nunca dejó el dinero estipulado. Así, el nigeriano se largó para la segunda división del fútbol español, donde robó cámara jugando para la SD Compostela en primera división y para el CD Ourense en segunda.
Ahora el primer africano que se puso una camiseta (porque decir que jugó es un despropósito) en Colombia, se dedicó a robar en las segundas divisiones de Alemania, en clubes de poco o ningún nombre como el Fortuna Schweinfurt, Aalen, Wacker Burghausen y la segunda escuadra del medio conocido St. Pauli.
Un dato no menos importante… sus compañeros decían que «el negro huele maluco». Palabras sobran.
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Allan Valderrama

Otro más que cuando llamaban a su casa preguntaban siempre por «el hermano del Pibe». Pobre Allan. No queremos ni imagirnarnos como se le revolvían las tripas cuando impajaritablemente en cada una de las pocas entrevistas que concedió el entrevistador de turno recurría a cualquier eufemismo más o menos elaborado para preguntarle, en relación con su hermano, qué fue lo que salió mal con él. Y de alguna manera, tenía razón en hacerlo pues es evidente que Allan Valderrama podría ser un interesantisimo objeto de estudio para cualquier interesado en el enigmatico y, en casos como este, erratico comportamiento de los genes.

En efecto, si se hiciera una lista de las virtudes del Pibe esta serviría sin problema como lista de las carencias de Allan. Él era un jugador de fuerza, enjundia y temperamento. Sin duda, la musa de la técnica y de la filigrana que iluminó a su hermano en una noche samaria iba de afán y prefirió pasar de largo por el lecho del buen Allan. Así las cosas, si el «Pibe» se dio a conocer por sus pases cortos y milimetricos, Allan aún es recordado por sus célebres taponazos y «ollazos» que remataron los pocos bombillos que aún quedaban en los vetustos marcadores electrónicos del país. Y si el Pibe fue un visitante poco asiduo de los boletines de penas y castigos de la comisión arbitral hay que decir que en esa época los formatos de los informes los mandaban a hacer con el nombre de Allan ya impreso.

Pero la madre naturaleza es sabia y, parcialmente, justa y hay que reconocer que Allan gozaba de una virtud (una, al menos) de la que carecía su hermano: así como era capaz de derribar sin problemas un pato migratorio que se cruzara en la trayectoria de un bartolazo suyo, de cuando en vez le sonaba la flauta y su media distancia y sus tiros libres llegaron a ser un arma que algo de inquietud generaba en el técnico rival.

Allan tuvo también una misión encomendada por su hermano: reivindicar la estirpe ante la fanaticada albiazul. Hay que recordar antes el breve y desafortunado paso del Pibe por Millonarios, cuando apenas comenzaba su carrera. El aún tierno Pibe, incomprendido en una ciudad fría y hóstil, no fue de los afectos de Jorge Luis Pinto quien terminó echandolo, entre otros motivos, por haberse presentado a un entrenamiento con un guayo en un pie y un «tenis» en el otro. Con la misión entonces de limpiar el apellido llegó Allan a Millonarios en 1992. Al respecto hay que decir que la fanaticada albiazul sentía al ver el apellido Valderrama en la alineación y en los pocos partidos en los que utilizó la «10» algo parecido a lo que la teleaudiencia experimentó cuando Don Román llegó a la vecindad en reemplazo de Don Ramón. No era lo mismo ni era igual. Aun así, se puede decir que Allan vivió el tope de su carrera en 1994 cuando fue subcampeón con Millonarios siendo titular inamovible.

Además de un breve paso por el América, militó también en Junior, Caracas F.C., Unión Magdalena, y Unicosta, club en el que le dijo adiós al fútbol activo. Rumores aún sin confirmar insisten en una reciente y fugaz reaparición suya en un club de la primera B.

Allan, celebrando la permanencia del Unicosta en primera división. 1997.

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Pequeños, pero sencillos agradecimientos

Desde esta humilde tribuna enviamos un sincero agradecimiento a la gente de «Fútbol Total» por el espacio que nos dedicaron en su última edición. Que sea la oportunidad para agradecer también al «Hincha azul» autor del blog de Millonarios en El Tiempo.com, al Diario Deportivo y al Colombiano de Medellín por las líneas que nos han dedicado..

Sergio Navarro

Además de caracterizarse por tener año tras año excelentes nóminas, generosos presupuestos y magros resultados deportivos, ha sido también una virtud del Deportivo Cali y de sus divisiones inferiores formar grandes arqueros. Se puede decir que tres de los mejores arqueros que ha producido el fútbol colombiano en los últimos quince años (Calero, Córdoba y Mondragón) han pasado todos por la escuela de formación del equipo vallecaucano o en su defecto, por la Sarmiento Lora cuando esta era una filial suya.

No obstante esto, una breve mirada a las formaciones caleñas de los últimos años permite afirmar con toda seguridad que «en casa de herrero, azadón de palo» (quizás la única excepción sean los años que Calero fue titular). El destino ha querido que los tres palos del Cali sean un destino muy apetecido por los guardametas del continente deseosos de pasar una temporada de salsa,manjar (y aguardiente) blanco y bellas mujeres. Han sido tantos los arqueros que han fracaso en el arco verdiblanco que el comité editorial del Bestiario ha decidido establecer una nueva categoría que hoy inaugura Sergio Navarro: «Venga a Cali, tape en el Cali».

La llegada del «Loco» Navarro fue reseñada por el Diario Deportivo en una página contigua a la que reseñaba la llegada de Héctor Burgues a Millonarios. Ambos venían para el exótico torneo «adecuación» de 1997. Navarro llegó al Cali después de pasar por Danubio (1987-1991), Basañez (1992-93), River de Uruguay (1994), Danubio nuevamente (1995) y Peñarol (1996).Un campeonato obtenido en 1996 con Peñarol era el único item en la sección «títulos obtenidos» de su hoja de vida. Venía a alternar al puesto con Miguel Calero quien ya estaba por esos días de salida. Su paso por tierras colombianas fue breve e intrascendente. Pareciera como si el ponerse el buzo del Cali no hubiera estado entre las actividades escogidas por Sergio en su periplo de seis meses, todo incluido, por el Valle del Cauca.»No vengo a disputar el puesto con nadie, vengo a disputarlo conmigo mismo», dijo Navarro al llegar. El problema radicaba en que no logró ser suplente de él mismo. Calero, gustoso, solucionó el problema.

Una vez regresó a Uruguay militó en Wanderers (1998) y River Plate(1999). Tentado otra vez por las agencias turísticas incursionó el el fútbol peruano en Sporting Cristal en 2000. Tal y como sucedió en Cali, Sergio tuvo otras prioridades; tapó solo siete partidos y fue rápidamente opacado por Leao Butrón. Continuó su carrera en Olimpia de Paraguay (2001), otra vez en River de Uruguay (2002), en Central Español (2003), en Plaza Colonia (2004)y en Miramar Misiones (2005) club que, asi no lo crean, le sirvió de trampolín para llegar a la selección uruguaya. Fossati, viejo compadre suyo, fue fiel a la reciente tradición de llevar al arco de la celeste a arqueros veteranos al borde del retiro suponemos que para el deleite de sus nietos, no hay otra explicación (Alvez ,005; Barbat, 2004).

Con la valiosa colaboración de Muerte al julgo y Seducidos y abandonados.
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Especiales del Bestiario: Millos en la selección,1995.

Pedir hoy que en una convocatoria de la selección aparezcan Omar Rodríguez o Jaime Andrés Bustamante suena a chiste flojo, muy flojo. Hoy en día es casi una utopía pensar que una convocatoria de cualquier selección incluya jugadores de Millonarios. Sin embargo, en la década de 1990 el panorama era diferente.Sin contar ya con las grandes estrellas de la década de 1980 y con una crisis incubandose que más adelante terminaría por reventar, por el plantel azul pasaron en esa década varios jugadores destacados que merecían probarse la amarilla. Muchos de ellos eran, además, salidos de las divisiones inferiores.

No obstante el talento mostrado por los jugadores azules, cada que salía una convocatoria estos brillaban por su ausencia. No fueron pocos los episodios en los que el hincha azul, ilusionado por el reciente buen desempeño de Osman López, Bonner Mosquera o Freddy León esperaba ansioso que saliera la lista con la nómina para disputar el sempiterno amistoso contra Honduras y, decepcionado, se encontraba nombres como Gustavo Restrepo, Alex Fernandez o Jhon Jaime Gomez. Parecía que definitivamente Hernan Darío se sentía más cómodo con sus viejos amigos de tertulia allá en Sabaneta, Envigado y La Estrella y que no estaba de ninguna manera interesado en siquiera probar a los nuevos valores provenientes de la capital. En el hincha azul, mientras tanto, crecía cada vez más una semilla de distanciamiento e incluso, de resentimiento con una selección que cada vez era menos «nacional».

Y es que para un hincha de cualquier equipo el que una joven promesa de su club reciba una oportunidad en la selección genera una emoción similar a la que debe sentir un padre cuando ve a su hijo graduarse de la universidad, o conseguir su primer empleo. Esto explica en parte el porque del desencanto. Con el tiempo, y más a manera de «contentillo», de uno en uno algunos jugadores tuvieron su oportunidad (de ser convocados, pues fueron pocos los que pudieron jugar más de cinco minutos). Fue así como Cortés, «El Gato» Pérez y Bonner Mosquera tuvieron todos una breve palomita.

Esa era la situación cuando en 1995 Millonarios tuvo un comienzo fulgurante en la Copa Libertadores. Empató el primer partido en Medellín, contra Nacional. Los siguientes dos partidos fueron dos sendas victorias contra Universidad Católica y Universidad de Chile 5-1 y 1-0 respectivamente. En el siguiente partido derrotó a Nacional 2-0 en Bogotá asegurando por anticipado su paso a la segunda ronda. Quizo la suerte que por esos mismos días la selección de mayores tuviera programado un amistoso contra Independiente de Avellaneda en Cali. El hincha azul, conociendo ya las gustos de Bolillo no se hizo ilusiones. Por eso no creyó cuando salió la lista y en ella figuraban seis jugadores, si, seis jugadores de Millonarios: el arquero Eddy Villarraga, el lateral Edison Dominguez, el central Osman López, el volante Bonner Mosquera y el delantero Freddy León. La prensa inmediatamente se percató de lo extraordinario del suceso. Deporte Gráfico mandó parar las rotativas y de afán, cambió la portada por una en la que aparecían los seis jugadores con la amarilla de la selección.

La euforia era total. Y esta aumentó con las declaraciones de Bolillo en un rueda de prensa por esos mismos días: «si la Copa América fuera hoy (se refería a la copa de Uruguay`95) la base sería Millonarios». A eso le añadió una frase que parecía ser fruto de un momento de extraño delirio del técnico paisa: «si antes se hablaba de la rosca paisa, si, ahora podemos hablar de la rosca azul». Incluso hoy en día si se dice que esa frase es del Bolillo se corre el riesgo de ser tomado por desequilibrado.

Llegó el partido y este terminó con un intrascendente 1-1. El funcionamiento del equipo no fue para nada sobresaliente y ninguno de los jugadores azules tuvo un desempeño fuera de lo común. Con el tiempo, las cosas regresaron a su cauce natural: el periplo azul por Chile (con una nómina mixta) fue un desastre apenas similar al desempeño del equipo «satélite» en el torneo local. Por los lados de la selección, en la siguiente convocatoria volvieron los Santas, los Misiles Restrepos, los Arley Dinas y demás jugadores paisas y vallecaucanos. Con el tiempo también, volverían otra vez de a cuentagotas los azules a la selección: Bonner Mosquera y Freddy León hicieron parte de la nómina de la Copa América de Uruguay. Obviamente, entre los dos no jugaron más de diez minutos.
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Victor Álvarez, "Batey"

De la cantera de «Los Gatos», el país entero supo de sus condiciones en los clásicos que domingo tras domingo disputaba el onceno del «Gato» Aguirre contra la temible Furia Latina, dirigida en ese entonces por Emilio Iriarte. Una vez salió del aire «De pies a cabeza», Batey olvidó la frontera entre la ficción y la realidad y Santa Fe, equipo que lo acogió en sus divisiones inferiores, también. Creyó entonces Batey que todos los partidos de su vida serían como los de la serie (que pasara lo que pasara tenían siempre un final feliz) y que todos los rivales serían del talante de Furia Latina. Después de un rápido ascenso (que, insistimos, habla muy mal de los procesos de selección de talentos de las inferiores rojas) a Víctor le llegó el día de su debut como profesional en 1999 en un anodino partido contra el Huila. No fueron pocas las caras de asombro y tampoco faltaron las risas socarronas cuando por los altavoces del Nemesio se anunció la presencia en el banco de suplentes de un tal «Víctor Álvarez». La prensa, atenta como siempre, ya se había percatado del suceso y se había encargado de generar algo de expectativa. Esto permitió que los hinchas más informados le informaran al resto que se trataba del célebre actor juvenil.

Ingresó al campo faltando pocos minutos y a duras penas tocó el balón. Delante suyo ya no estaba un arrejuntado de extras sin parlamento, no. Ahora la cosa era a otro precio, delante suyo estaban jugadores no solo reales, sino con el bagaje de un Edú Aponzá o de un Arley Mancilla, por poner dos ejemplos. Un par de minutos en dos o tres partidos más le sirvieron a Batey, y a Santa Fe, para darse cuenta que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Los hinchas de Millonarios, mientras tanto, agradecían que Manuel José Chávez si tenía clara esta distinción.

Aseguran haberlo visto hace poco en la Academia Compensar de la primera B..

Freddy Valencia

Es poco realmente lo que se puede decir del hermano menor del «Tren» Valencia. Jugó en el extinto Condor de Bogotá a comienzos de la década de 1990 (la foto es de 1993) y no trascendió. Su incursión en el fútbol coincidió con el mejor momento de su hermano y ese fue un karma demasiado fuerte para Freddy. Dicen que cuando lo solicitaban al telefono preguntaban: «Gracias, con el hermano del tren Valencia por favor». Así no se puede. O sino, que le pregunten a Hugo Maradona..

Oscar Bolaño

Con un semblante parecido al de su hermano Jorge, Oscar es casi el arquetipo de nuestra categoría «la genética se equivocó». Llegó a Millonarios muy jóven a finales de 1995 gracias a las estrechas y extrañas relaciones que el gerente deportivo azul de aquel entonces sostenía con el presidente del efímero Unicosta (cualquier hincha del Pereira puede documentar esta conexión). La hinchada azul esperó pacientemente durante varias temporadas el debut del hermano de Jorge con la ilusión que tuviera por lo menos la mitad de las condiciones de su hermano o de su padre. Pasó el tiempo y el debut nunca llegó. En una de las tantas «podas» que se han hecho en Millonarios en los últimos años, Oscar (sin haber estado siquiera concentrado) Oscar fue uno de los damnificados. Debutó finalmente en el Unicosta en donde comenzó una intrascendente trayectoria que lo llevó también al Quindio y al Unión comprobando que, sin duda, él le salió a la mamá y Jorge al papá..

Fútbol colombiano, chamo

De todo le ha pasado al glorioso Cúcuta Deportivo. A finales de los 80 y comienzos de los 90 anduvo errante por diferentes plazas buscando calor y abrigo. El calor, sin duda, lo encontró en Girardot (Cundinamarca) donde jugó algunos partidos, pero no halló abrigo. Sólo y desamparado decidió, en un acto de desespero, buscar fortuna más allá de las fronteras. Fue entonces cuando decidió, a comienzos de 1991, instalarse en San Antonio del Tachira, Venezuela. Esto permitió el hermano país fue sede de algunos partidos del torneo profesional colombiano, como lo demuestra este recorte de la Revista Millos de febrero-marzo de ese año escribiendose así una página más de las excentricidades de nuestro querido rentado..