Enrique Simón Esterilla

Como su apellido, sus movimientos eran como los de una silla de mimbre. Defensa central durante muchos años en el América de Cali, tuvo que vivir a la sobra de Luis Eduardo Reyes “El hombre de hierro” y, cuando tuvo chance de jugar, siempre fue con un equipo satélite donde compartía plantel con Ceferino Peña, John Edison Castaño y Reinel Ruiz entre otros.

Protagonizó una de las más extrañas historias del famoso equipo de América que perdió tres finales de Copa Libertadores de manera consecutiva: En el tercer partido de la final contra Peñarol, el médico Gabriel Ochoa Uribe lo envió en los últimos minutos de juego a defender y luego a jugar como centrodelantero para aprovechar su altura en el cabezazo. Esa misma estrategia fue utilizada varias veces por Norberto Peluffo con Belmer Aguilar cuando lo dirigió en Bucaramanga, Junior y Millonarios.

En uno de esos ataques, Esterilla no pudo regresar y Peñarol armó el contragolpe ideal, que concluyó con el mítico gol de Diego Aguirre que le dio la copa a los uruguayos cuando faltaban pocos segundos para el final del encuentro.

Esterilla también estuvo en Cali, Sporting, Bucaramanga y Pereira. .

Dorian Zuluaga

Hoy la vida le dio un porvenir mejor, producto de los ahorros que supo hacer en el fútbol y tiene un par de locales en Sanandresito, uno de los lugares de comercio más grandes de Bogotá.

Sin embargo el oriundo de Santa Rosa de Cabal siempre fue un atrasado en temas de fútbol. Por su facha pudo haber sido el doble de William Katt en las escenas de peligro de la serie Superhéroe Americano, pero prefirió ponerse la camiseta número 10, esa que habla de cracks y genios incontrolables dentro de un campo de fútbol.

Pero melancólico, con las medias abajo, al igual que su fervor, fue un oscuro volante que militó en el Deportivo Pereira e Independiente Santa Fe, sin trascender demasiado. Solamente su pinta (que por el 10 y por la melena encrespada y mona hace recordar a uno de los tantos falsos imitadores de Carlos Valderrama) hizo que su imagen trascendiera por los siglos de los siglos.

Hoy comparte con Dorian Gray, tocayo de marras, esa extraña capacidad de no envejecer.
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Peter Ramiro Méndez

Llegó a Millonarios a comienzos de 1992 cuando en la memoria del hincha todavía estaba fresco el recuerdo del gol que le había marcado a Higuita en la Copa América de Chile 1991. De entrada tuvo que cargar con el karma de haber debutado (junto a Cuffaro Russo) en el fatídico 7-3 contra Santa Fe, partido en el que marcó uno de los tres goles azules. Después de este encuentro sufrió una lesión que lo obligó a residenciarse en el departamento médico del equipo capitalino buena parte de la temporada y regresó en el segundo semestre marcando algunos goles. Esta intermitencia goleadora se ratificó en 1993, temporada en la que ocasionalmente apareció en el marcador. Peter quiso deslumbrar a Colombia, pero ocurrió todo lo contrario: Colombia lo deslumbró a él. Fue presa fácil de la pernicie bogotana y esta no tardó en pasarle factura.

En 1994 al no ser tenido en cuenta por el nuevo timonel azul, Karol Wojtila, Peter decidió «pegarse la rodadita» a Neiva para disfrutar del encanto de la tierra del sanjuanero y de paso engrosar las filas del Atlético Huila. En este equipo, quizás sobre decirlo, tampoco logró reeditar el cuarto de hora vivido en el invierno chileno de 1991. Su hoja de vida dice que pese a haber sido el primero en la fila del primer día de entrenamientos de Millonarios en 1995 una vez más fue marginado. Ante este panorama decidió incursionar en tierras peruanas en donde es gratamente recordado: «de Uruguay destaca Techera, el ratón Silva, Asteggiano y otros innombrables como Peter Méndez y el defensa Castro». Regresó a Colombia y recaló en el Unión Magdalena -puerta trasera por excelencia del fútbol colombiano- equipo de la cálida y turística Santa Marta. Sobra decir que una vez más el fútbol quizas no estuvo entre las prioridades de Peter.

Juventud de las Piedras y Porongos de Flores fueron las últimas escalas del franco y lamentable declive de Peter Ramiro. Unos dicen que era un buen elemento que en Colombia encontró la perdición. Otros aseguran que fue otro más que nunca superó el 7-3 (como Fernando «Bombillito» Castro) . Perdición, maldición o falta de fundamentación de todas formas Peter ingresó con creces a a lista de Uruguayos deslumbrados y frustrados por culpa del «sueño colombiano».

Con la valiosa colaboración de Seducidos y Abandonados..

Fernando Alvez

La leyenda lo condena: Cuando llegó por primera vez a Colombia para jugar con Santa Fe, dicen que en pleno entrenamiento con Jorge Luis Pinto sintió irresistibles ganas de orinar y el tipo, que atajaba en el equipo titular, dejó el arco vacío para mear. Pinto, furioso, lo recluyó en el ocaso futbolístico y no contó más con él, pero Alvez, siguió robando impunemente en cuanto club tuvo la oportunidad de jugar.

Referente (que no se confunda referente con figura) de Peñarol en los ochenta, fue protagonista de una de las más vergonzosas caídas de la selección de Uruguay en todos los tiempos. Él fue el arquero del 6-1 que le clavó Dinamarca en el mundial de México 1986.

Pero su representante parecía tenerla clarísima en esto de meter embuchados a dirigentes inocentes y Alvez tuvo la oportunidad de estar en Argentina defendiendo los colores de Mandiyú de Corrientes y San Lorenzo de Almagro. A Colombia volvió y estuvo en el Independiente Medellín en 1992, donde fue un completo fracaso y en 1994 en el Junior de Barranquilla, con resultados y actuaciones fatales. Pregunta: ¿Por qué si el tipo era un malazo de aquí a Pekín, lo seguían contratando en Colombia?

Pero todo pícaro tiene suerte: Gordo, fofo y ya retirado, fue convocado para jugar con Uruguay la Copa América de 1995 y fue campeón y figura de la final al atajarle un penal en la definición al brasileño Savio..

Angel Castelnoble

Guaraní y Olimpia de Paraguay, Wanderers, River Plate, Danubio, Huracán Buceo en Uruguay, EMELEC en Ecuador y Millonarios en Colombia es la hoja de vida de uno de los entrenadores con mayor capacidad de engrupir para conseguir un puesto.

A Colombia llegó en 1997 como entrenador de Millonarios, que iba a jugar Copa Libertadores contra los uruguayos Peñarol, Nacional y Deportivo Cali. Más allá de que sus antecedentes como D.T eran más que cuestionables, la dirigencia azul, en uno de sus tantos desaciertos en las últimas décadas contrató al charrúa que, mate bajo el brazo y caradurismo en todas sus actitudes, uno de sus primeros partidos fue la recordada derrota 2-1 en El Campín contra Peñarol, en la noche del gol estúpido de Pablo Bengoechea a Eddy Villarraga y los guayos blancos (untados de griffin) de John Mario Ramírez.

Castelnoble no duró mucho en el país y aunque sus conocimientos tácticos se destacaban por absurdos, el plantel con el que contaba tampoco le ayudó mucho: Guillermo Castrillón, Hilmer Lozano, Gustavo Quijano y otros granados nombres hacían que los desastrosos planteamientos del uruguayo se cumplieran a cabalidad gracias a aquellos jumentos que alguna vez osaron ponerse la camiseta del club más importante de Colombia.

El tipo tiene un mérito: fue quien hizo debutar a Enzo Francescoli en primera división con el Wanderers, aunque cualquiera se hubiera dado cuenta que Francescoli era un crack. No era necesario ser Castelnoble para eso..

Cristian Reinieri Santamaría

Siguiendo con la serie «flor de un día» nuestro invitado es este volante Hondureño. Llegó a Millonarios a comienzos de 1997 y fue sensación. Figura en varios partidos, entre sus goles se destaca el que le hizo al Cali en el Pascual Guerrero en el primer partido de la Libertadores de 1997. Al cabo de unos meses, el nivel de Santamaria decayó notablemente. Al parecer, cayó en las tentaciones de la noche bogotana y poco a poco se fue apagando. Para mediados de 1997 ya era suplente y fue finalmente licenciado en el segundo semestre de ese mismo año. Su salida de Millonarios marcó el comienzo de su trasegar por el fútbol centroamericano: Sapprisa y Cartaginés de Costa Rica, Olimpia de Honduras y más recientemente Municipal Limeño de El Salvador han sido sus escalas.

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Gabriel García

Uruguayo, llegó a Colombia al Cóndor de la primera B en 2000. Su buen desempeño en la que en esa época era la filial de Santa Fe le permitió ser inscrito en el plantel profesional de la escuadra capitalina para el segundo semestre. Su irrupción en el rentado colombiano fue sorprendente, sostuvo un prolongado romance con las redes que le permitió también sostener un intenso, pero breve idilio con la hinchada. Su condición de homónimo del nobel colombiano dio pie para todo tipo de excesos; «El nóbel del gol» fue el menos sonoro de los apodos con los que se le conoció. Durante varios partidos consecutivos se reportó en los minutos finales consiguiendo valiosos puntos para el Santa Fe del «Pecoso», del Guigo, Leider, el Chigüiro, Julio, Ivan López y cia. No obstante, y como ocurre con todos los romances furtivos, la eferverscencia de los primeros días dio rápidamente paso al tedio y Gabriel desapareció lentamente de las redes adversarias. Emigró al Huila en donde no logró consolidarse. Dejó de ser el «nóbel del gol» para pasar a ser «Gabriel García, flor de un día». Años más tarde se volvió a saber de él cuando apareció como gran refuerzo de la Liga Deportiva Universitaria de Quito. La parcial santafereña no salía de su asombro no solo por la reaparición de quien se creía ya marchito sino por los motivos que motivaron su contratación por parte del club quiteño: con su anterior club, el Melgar de Arequipa convirtió 43 goles en una temporada consagrandose como el máximo goleador de liga en todo el mundo. Con este antecedente llegó a un club en el que ahora busca consolidarse, para comprobar, de una vez y para siempre, que no es flor de un día.

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Alex Daza

Delantero de amplia recordación por parte de la fanaticada albiazul. Bogotano, comenzó su carrera en el célebre Fiorentina de Florencia, Caquetá en 1994. Al terminar ese año jugó el tradicional torneo del Olaya para Nacional de Eléctricos consagrandose como goleador del evento y llevando a su equipo al título. Su buen papel en el torneo del suroriente bogotano le representó un cupo en el plantel profesional de Millonarios para la temporada 1995, año que fue sin duda el mejor de su carrera. Comenzó marcando algunos goles en el equipo «satelite» que afrontó el torneo local mientras el equipo titular disputaba la libertadores durante el primer semestre. Para el segundo semestre se había ganado ya un cupo en el primer plantel y por lo visto en los primeros partidos, dificilmente lo cedería. Le convirtió en esos primeros meses sendos golazos al Bucaramanga y al Santa Fe, haciendo gala de una excelente fundamentación. Sin saberlo, había llegado a la cúspide de su carrera: el comentarista de los ojos verdes, Carlos Julio Guzmán, se atrevió a bautizarlo «el goleador de la década», mientras que otros más recatados se referían a él como «la amenaza». Pasó el tiempo y Álex nunca volvió a ser el de esos primeros partidos de la temporada 95-96. Pese a esto, su apodo se consolidó, pero con una ligera variación; de la década, porque hacía un gol cada década. Al año ya era objeto de todo tipo de bromas pesadas, insultos y de un rechazo generalizado de la parcial albiazul. Esto sin embargo no fue óbice (nunca lo ha sido, todo lo contrario) para que Daza permaneciera tres temporadas más en el plantel. Se marchó años más tarde para el Caldas, donde ratificó su condición de goleador decaanual.

Militó también sin éxito en el Quindío y regresó a Millonarios en 1999. Permaneció (se padeció) dos temporadas más hasta que partió para el Bucaramanga a comienzos del 2001 siendo esta la última camiseta que vistió.

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Freddy Castañeda

Apodado «El pirri» (no, no es el mismo) fue la promesa del equipo albiazul en la época de Miguel Augusto Prince. En una encuesta hecha a los jugadores en la que se les preguntaba por cuál de los jugadores jóvenes del plantel mostraba las mejores condiciones, Castañeda fue el escogido. Jugó algunos minutos siempre en las postrimerías del partido. Estas breves oportunidades, teniendo en cuenta que ya tenía esa maldita aura de futura promesa, siempre resultaban insuficientes pues dificilmente tocaba el balón más de una vez. Desapareció del panorama al terminar la temporada de 1996.

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Álvaro Aponte

Sería imperdonable no dedicarle un espacio del bestiario al máximo autogoleador del fútbol colombiano. Este defensor central vallecaucano ha militado en (tome aire): América, Unión, Santa Fe, Cortuluá, Tolima, Cúcuta, Millonarios, Chicó, Pumas, Centauros y otra vez Cortuluá, club en el que se espera, no es seguro, termine su carrera habiendo ya ascendido al cuarto piso. Sobre sus condiciones se puede decir que es un defensor central con buen cabeceo y aceptable velocidad. Sin embargo, esto pasa a segundo plano a la hora de hablar de la virtud que lo hizo acreedor a un sitial de honor en los anales de nuestro balonpié: su increíble capacidad autogoleadora. Obviamente, cada autogol tiene su historia entre trágica y cómica y Aponte es toda una antología andante del autogoleo. Para este espacio rescataremos solo una de sus autoejecutorias, que compartimos a continuación.
Álvaro Aponte llegó a Millonarios a mediados de 1997 en medio del escepticismo sobre su nivel (venía del Cúcuta, colero del campeonato) y alguna prevención en relación con su ya conocida habilidad. Pasaron los partidos y Aponte fue despejando las dudas que se tenían sobre su nivel mostrando un nivel aceptable que le permitió consolidarse en la titular del onceno capitalino. La hinchada poco a poco fue olvidando el asunto y se acostumbró a ver a Aponte liderando la zaga albiazul. Sin embargo, no eran pocos los hinchas que aun guardaban un macabro temor pues habían transcurrido más de dos meses y Aponte no se había hecho autopresente en el marcador. Avanzó el campeonato (adecuación, se llamó ese segundo semestre de 1997) y Millonarios llegó a una instancia definitiva en la que definía ante el Cali el ganador del primer torneo que tendría como premio un punto de bonificación que se haría efectiva en los cuadrangulares finales. Millonarios con la victoria, lograría el primer lugar de su grupo y la consabida bonificación. A pocos minutos del final, Millonarios ganaba 1-0 en una noche lluviosa (como siempre que juega el Cali en Bogotá) y se aseguraba la preciada bonificación. Faltando pocos minutos un lateral del Cali incursionó por su banda y envió un balón rasante al corazón del área. La suerte de ese balón no podía ser otra que las piernas de Aponte. El sino trágico de su destino volvía a aparecer en forma de autogol. El temor que la hinchada venía albergando se hizo realidad: el autogol de Aponte no fue el descuento de una cómoda victoria 3-0 como locales, ni el que enviaría por el retrete una guerreada victoria en campo ajeno. No, llegó en el único momento en que no podía llegar, cuando más dolió. Con ese punto de bonificación la historia habría podido ser otra y a Millonarios no le habría tocado ese cuadrangular en el que Bucaramanga goleó a Junior en Barranquilla en un partido que aún no se sabe si en efecto se disputó y que privó al equipo azul de disputar el título.
La vida siguió, Aponte militó varias temporadas más en Millonarios y no volvió a marcar autogoles. De nada sirvió, refrendó su fama cuando menos debía hacerlo y eso fue suficiente.
Con información de códigof.

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