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Con el vistobueno de nuestros popes del fútbol y en la flor de la euforia de aquel aciago 1994 circuló el álbum de Max Caimán. Seguramente estaban en el tercer tiempo de uno de tantos partidos contra arrejuntados africanos cuando algún funcionario de mediano perfil les pidió el favor de darle su aprobación final a los contenidos del producto editorial. Una de dos: o no lo leyeron lo que les llevaron por andar pendientes de que llegara el correo de la noche de la época o hacían parte de alguna oscura conspiración para poner fin al reinado de Nicolás Leoz en la Conmebol.
Sólo así se puede explicar que un producto avalado por la Federación y su patrocinador ponga a Nikolai Lios en la categoría de «payaso frustrado», «ex empresario de circo» recordado por sus «tontos chistes lunáticos». Pero más demente aun, todo esto en una historia en la que el destino de los buenos está en manos de la sabiduría de Pacho Maturana y de la claridad de Antanas Mockus.
Genial aporte de @alvaro_caste