Scotta y Benítez se demuestran afecto jugando a los topes ante la sorpresa de Bolaño.
Antes del Cali-Sharp ya Bavaria había patrocinado al Junior en los 50, Aguardiente Cristal al Once y Avianca al América. Sin embargo, muchos colombianos recuerdan a esta casa japonesa famosa por sus calculadoras como el primer patrocinador de un equipo local. Esto seguramente debido a que a los otros equipos poco se les vio por la televisión, mientras que a este Cali de Bilardo, Zape, el «Pecoso» Castro, ídolo bestiarista, y el gran Diego Umaña (cuando aún estaba más cerca de la cultura rasta que del movimiento emo y por lo tanto aún no era Di-emo) por su existosa participación en Copa Libertadores de ese año en la que perdió en la final contra Boca Juniors.
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Para destacar de este sponsor, el descomunal tamaño del anuncio en la parte trasera del uniforme, visible, según expertos de la época, desde el cerro de las tres cruces.
Diego Umaña. Fuentes aseguran que en su afro llevaba escondidos audífonos de un radio Sharp.
Se extrañan las renuncias repetidas, su versión moderna sin bigote, los malos remates físicos del equipo en los últimos 20 minutos de cada juego, las lecciones de micciones ergonómicas y sin salpicaduras, pero si hay alguien que añora el regreso de «Bolillo» al camerino sur es la bella modelo de la cerveza voladora. Ella fue quien más sufrió al enterarse de que Hernán Darío no iba a estar más en el club cardenal.
La beldad se enteró en los bajos del barrio San Miguel, donde queda ubicada la
sede santafereña, que en próximos eventos rojos su parejo de baile iba a ser Germán «Basílico» González, de quien dicen en los corredores de occidental, no sabe bailar.
Cansada de que en años anteriores sus juanetes fueran pisoteados por Armando Farfán (rápido bailarín de rumba criolla pero flojo pa la salsa), y de que Dragan Miranovic alguna vez se hubiera disgustado con ella porque le dio un número falso de celular (Miranovic la llamó para invitarla a un bon ice y el que contestó el teléfono fue Hilmer Lozano), decidió que no aparecerá en más eventos y que no bailará nunca más a menos que su parejo sea «Bolillo».
Corría el segundo semestre de 1985. En Medellín, Lorenzo Carrabs guardaba celosamente las llaves del arco verdolaga respaldado por el cariño de buena parte de la afición. Así las cosas, al joven Higuita –que venía de despuntar en el suramericano juvenil de Asunción– se le advirtió que todavía debía esperar si quería llegar al arco del Nacional. Mientras tanto, en Bogotá, el arco azul andaba algo desguarecido por la lesión de Alberto Pedro Vivalda. Mario Jiménez, suplente de carrera, no desentonó y como buen suplente se lesionó apenas recibió su esperada oportunidad. Detrás de Jiménez estaba el gran Ruben Cuevas para quien tres partidos al año ya eran demasiado. Esta serie de acontecimientos obligaron a los directivos azules a proveerse de urgencia de un cancerbero adicional siendo Higuita el elegido.
Higuita de azul (bueno, rojo Adidas, en realidad).
Gracias al suramericano de ese año Higuita no era ningún desconocido para la fanaticada. Tanto que aun tratándose de un arquero suplente su llegada ameritó portada –con puesta en escena incluída– de la revista del club. René debutó, casualmente, contra Nacional en Bogotá en un partido que se saldó con empate a un gol. Víctor Lugo, a los ocho minutos del primer tiempo tuvo la fortuna de inaugurarlo. Después disputó dos partidos más, contra Pereira en la querendona morena y trasnochadora y contra Unión en Bogotá. En el primero recibió dos goles (2-2 terminó el partido) en el segundo salió con su arco invicto (2-0 ganaron los azules). Para ese momento Vivalda ya se había recuperado y regresó a la titular. Higuita permanecería en Millonarios hasta el final de esa temporada. La inesperada muerte del mayor accionista azul, Edmer Tamayo, impidió que siguiera en el plantel para 1986 y René regresó a Medellín. Lo esperaba la gloria.
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N. de la R. Una nueva categoría llega al Bestiario del balón (encomendada a san Miguel Ángel de las Bermudas para que esta sí prospere). En «lugar equivocado» reseñaremos pasos fugaces, deslices o porfuerazos en otros clubes de jugadores tradicionalmente identificados con los colores de un equipo.
El encargado de inaugurarla es Víctor Aristizábal con su desembarco a comienzos de 2001 en el que quizás ha sido el Deportivo Cali más publicitado y que más expectativas ha generado en los últimos años. Bajo la dirección de Luis Fernando Suárez (que llegó luego de un extraño cambiazo que puso a «Cheché» Hernández en Nacional), la
directiva azucarera armó un equipo con nombres de peso como Iván René Valenciano y otros no tan de peso pero sí con algo de talento y recorrido como Arley Dinas, Giovanni Hernández, Elkin Murillo y el ya citado Víctor Hugo Aristizábal.
Como suele suceder con todos los equipos sobre los que recae el incómodo mote de «dream team», no logró nunca hilvanar del todo y tampoco conquistar títulos o logro importante alguno. Aristizábal, por su parte, con la 10 a su espalda pese a que tampoco se sintió del todo cómodo con un verde que no era el de su Nacional, logró una campaña bastante aceptable con 18 goles en el torneo local más uno que le hizo a Boca Juniors por Copa Libertadores.
Terminado el 2001, Aristizábal regresó a Brasil, a las filas del Vitória tal vez sintiéndose sucio por culpa de este pequeño desliz.
Curramba, uno de nuestros más eximios visitantes y Paparazzi de marras (de él es la foto de Faustino Asprilla con modelo y Ron en la mano) se encontró con esta joya del Nilo. Gonzalo «Chalo» González hacía realidad el «Sueño del pibe» O mejor, dormía como un bebé dentro de un Mercedes Benz convertido en bus rojo que va por troncales.
Aunque en la imagen «Chalo» está desarticulado, Curramba nos contó que el periodista tomó el articulado en la Caracas con 37, ahí al lado de RCN Radio y que después de pelear contra Morfeo durante un largo trayecto, catyó noqueado -como si el «Gringo» Palacios le hubiera metido un suelazo-
Por eso queremos que usted, fiel usuario (de Transmilenio y del Bestiario) nos ayude a pensar en el sueño de «Chalo». Alguna medium nos dijo que estaba soñando que cambiaba su lugar como comentarista en la básica de RCN para ocupar un lugar en el micrófono en el programa «La tienda ganadora» de Antena 2.
Un taita amazónico nos dijo que es una posición que adoptan algunos que tienen la selvática enfermedad del «parpadeo colibrí» que acosa a Memo Orozco, pero no quedamos satisfechos.
¿Qué se estaba soñando «Chalo» González»? Concurse adivinando los pensamientos del comentarista número 1 de RCN. Quien acierte será ganador de un llavero con el nombre «Cerveleón», dos cábanos y una sesión de nebulizaciones ejecutadas por Pablo Chaverra.
Una vez recuperado de sus dolencias, a Hendrix, que también cultivaba un secreto interés por los asuntos de estado, se le metió en la cabeza que no podía irse de Colombia sin antes conocer el corazón del poder político de la nación: el Palacio de Nariño.
Amigos intimos en Cúcuta, conocedores de su verdadera identidad, le sugirieron que en cualquier ida a Bogotá se volara de la concentración, tomara un taxi y le pidiera que lo llevara a Palacio. Allí podría pedirle el favor a cualquier transeúnte que le tomara una foto frente a la casa presidencial, eso sí teniendo cuidado de a quién le pedía el favor, «porque uno nunca sabe», «you never know, Jim».
Pero no. A Hendrix se le metió en la cabeza (o en el afro, como quieran) que tenía que conocer Palacio, pero por dentro, Nada que por fuera, nada que asomándose, no. Al fin y al cabo, y sin importar que no lo pudiera hacer público, él seguía siendo una personalidad mundial y no estaba acorde con su trayectoria asumir el comportamiento de un turista raso.
única alternativa que le quedaba a Jimi era empezar de cero y volver a ser una celebridad, pero ahora como futbolista. Era la única forma de lograr su objetivo. Trabajó duro, entrenó fuerte, sobresalió en el Cúcuta, después fue a dar al Tolima donde también se destacó. De ahí al Santa Fe y luego a Millonarios en donde recibió el llamado a la selección Colombia que disputaría la eliminatoria a México'86. Solucionados, no queremos saber cómo, los problemas de pasaporte, Hendrix se integró al seleccionado del médico Ochoa. Conocedor ya de los rituales político-deportivos criollos, Hendrix sabía visita a Palacio era ya cuestión de tiempo, de saber esperar y no desesperar.
Y tenía razón. Al poco tiempo de estar concentrado llegó la invitación de rigor a Palacio para recibir el tricolor nacional de manos del entonces presidente Belisario Betancur. Pletórico, Hendrix al entrar sintió que ya podía abandonar esta segunda identidad, que podía irse en cualquier momento del país con la satisfacción del reto que se cumple. Entró al salón donde los esperaba Belisario, cantó el himno, se aguantó el discurso sin dormirse, esculcó con su mirada cada rincón, cada cuadro, cada objeto. Cuando se acercó Belisario a darle la mano escuchó la pregunta a la que ya estaba acostumbrado. Esta vez el presidente se la susurró al oido al edecán: «¿y a este de dónde más lo conocemos?».
Por fortuna, los gustos musicales del edecán estaban más cerca de Silva y Villalba que de Jimi Hendrix y no supo dar razón.
Más que por su dominio del balón, sus pases o el número de balones que pueda recuperar por partido, el país futbolístico conoce a Maxi Flotta por su explosivo temperamento. Jueces, rivales e incluso compañeros que han compartido gramado con el volante colombo-argen
tino dan fe de cómo en la cancha por momentos parece una versión beta de Eduardo Pimentel. Preocupados, en el Bestiario del balón nos pusimos en la tarea de averiguar por las razones del difícil perfil emocional del muchacho. Por fortuna, encontramos la respuesta en este testimonio. Habla su señor padre, Rubén.