Eduardo y sus videos (II)

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Dicen los que estuvieron con él que un buen día de 1986 Eduardo se levantó asustado y esto le dijo a su compañero de habitación, Luis Norberto «el Huevito» Gil: «Lucho hermano, no sé, siento que en cualquier momento me pasan el preaviso y tu sabes que eso es bombeada fija…y yo qué hago hermano, me voy a casar y no sé hacer nada más». De nada sirvió que Gil, viejo zorro, le insistiera una y mil veces que tranquilo, que era joven y talentoso y que dos malos partidos no iban a acabar con su prometedora carrera. Eduardo, envideado, decidió que no estaba por demás capacitarse en un oficio alterno, así fuera de embolador. «Porque uno nunca sabe», se le volvió a escuchar. .

Gustavo Villa

Más que Fanny Mikey, o que su primo el payaso Mikey y su circo de los muchachos, si existe un hijo del cono sur que conozca palmo a palmo, hueco a hueco nuestra geografía nacional ese es Gustavo Villa.

Volante argentino, después de algunos años en El Porvenir de la primera C de su país, Villa llegó a Colombia como refuerzo del Unicosta en 1995 cuando este equipo apenas daba sus primeros pasos en la entonces Copa Concasa. Contrario al 98.34% de los foráneos que llegan al torneo de ascenso colombiano, Villa no huyó despavorido meses después de su desembarco espantado por ese eterno reality de supervivencia (pero sin sintonía) que es la primera B colombiana. Al contrario, dice una fuente, todo indica que Gustavo aseguraba que no había mejor lente para acercarse a nuestro país, sus gentes y paisajes que el polarizado de un thermoking. Dicen también que, aun pese a las burlas de sus compañeros, más de una vez se declaró fanático de la sazón de los paradores rojos.

Así, entre flotas, peajes y camerinos con duchas sin agua, Villa permaneció dos años hasta mediados de 1997 cuando el Unicosta logró en Tunja el ascenso a la primera división. En la Copa Mustang el argentino se sintió algo despistado por la rapidez de los desplazamientos en avión, aburrido con lo insípido de los sánduches de jamón y queso de Avianca, nada que ver con las delicias que nuestras carreteras ofrecen a quienes las recorren y más de una vez, asegura otra fuente, estuvo al borde de terminar en una UPJ por tratar a las azafatas con la misma confianza con la que ya se había acostumbrado a departir con los ayudantes de flota. Aun así, su talento pudo más y para 1998 logró su propio ascenso: pasó del Unicosta al Junior, equipo en donde tuvo su mejor momento cuando en 1999 ingresó al no tan selecto club de jugadores que le han hecho un gol de media cancha a Héctor Burguez.

En busca de aires más turísticos, Villa partió a Cartagena, previo paso breve por su casa a mostrar fotos y lavar ropa. En «la Heróica» permaneció como volante del Real entre el 2000 y el 2001. Para el 2002 parece que no soportó más el aire acondicionado de los aeropuertos y el agua caliente de la mayoría de nuestros estadios de primera división y aconsejado por su niño interior que le exigía volver por la senda del héroe, gustoso aceptó un modesto contrato que le ofreció el siempre exótico Johann de Barranquilla, ese año con equipo en la primera B. Entre Expresos Brasilia, retenes de muchachos (pero no los de Mikey, los otros), paradores rojos y recorridos nocturnos por zonas rojas, Villa vivió dos años de pura adrenalina en la segunda división colombiana defendiendo los colores del más bestiarista de los equipos de nuestra región Caribe.

Pero todo tiene su límite y tanta adrenalina terminó por cansar a Villa, que gustoso aceptó la oferta que le hiciera el recién ascendido Chicó en 2004 para instalarse en la «nevera» en donde poco jugó, pero mucho descansó; subió a Monserrate, fue un domingo que no concentró a Guatavita, paseó por la Candelaria y conoció, desde el gramado, un monumento nacional: el estadio Alfonso López de la ciudad universitaria, domicilio ese año del Chicó.

Para el año siguiente, 2005, apareció en la nómina del ahora Boyacá Chicó, más no en la cancha. Con tanto kilometraje a cuestas pedirle que cada ocho días viajara a Tunja era, a todas luces, un irrespeto a su trayectoria.
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Debut y despedida


Arriba, arriba de izquierda a derecha: Farid Mondragón, Luis Carlos Perea, Hermann Gaviria (Q.E.P.D), Adolfo Valencia, Gabriel Jaime Gómez, Alexis Mendoza, popular «Cole». Abajo, mismo orden: Carlos Valderrama, Alexis García, Arnoldo Iguarán, Luis Fernando «Chonto» Herrera, Diego León Osorio.

Varias curiosidades alrededor de esta formación que empató 1-1 contra Venezuela en el Campín la misma noche de mayo de 1993 en que nos robaron por tercera vez consecutiva en Miss Universo (esta vez con el crédito del Amazonas, Paula Andrea Betancourt).

La primera es que en ella hay un debut y una despedida, pero no de un mismo jugador. Debut de Farid Mondragón con la selección mayor y despedida, también de la selección, de Arnoldo Iguarán. Era la primera y, hasta ahora, única vez que se recurría a la figura de convocar a un partido aunque amistoso oficial a un jugador, el «Guajiro» en este caso, con el único propósito de rendirle un homenaje. Para la época, y pese a seguir activo y haciendo goles con Millonarios, ya hacía rato que se había marginado de la selección; su último partido oficial había sido dos años antes contra Chile por la Copa América disputada en ese país. A los 14 minutos del primer tiempo lo reemplazó JJ Tréllez y el Campín lo ovacionó.

Como segunda curiosidad, tenemos, adivinaron, el patrocinio de Bavaria en la camiseta, tema que, como ya vimos, se tradujo meses después en un jugoso cheque que la Federación tuvo que girarle a la FIFA por concepto de multa por uso de patrocinios en partidos oficiales. También se alcanza a ver en la imagen una publicidad de Cola & Pola, bebedizo que por esos días lanzaba Bavaria aprovechando este y el siguiente partido, contra Chile, ambos en Bogotá.

Por último, imposible ignorarlo, tenemos la pesadilla en que, por culpa del eterno afán de protagonismo de alias «Cole», se convirtió el sueño que tenía el único niño presente en la imagen de aparecer en una foto oficial con la selección mayor. .

Carlos Alejandro Leone, historia de un precursor

Parados, de izquierda a derecha: Roberto Rogel, Rafael “Tortuga” Otero, Fernando “Pecoso” Castro, Carlos Alejandro Leone, Luis Montúfar, Alberto “Frijolito” Gómez. Abajo en el mismo orden: Angel María Torres, Angel Antonio Landucci, Alberto “Tigre” Benítez, Néstor Leonel Scotta, Jorge Humberto Cruz.

Contribución de MarioMiami

-¡Papá!,¡papá! ¿A qué horas pasan el partido contra Boca?
– 8:45, mijo, por el canal 1.

Era la antesala del esperado partido del Cali ante el Boca de Gatti en 1977, por allá a finales de la década de 1970 cuando solo había dos canales de TV y un año antes de que el Cali disputara la final también contra Boca.

-¿Y quién es el arquero nuevo?
-Un tal Leone que jugó en Racing y Estudiantes… Le dicen el ciego.
-¿El ciego?
-Sí, dicen que no ve de noche, que es miope…

Comentario fatal de mi papa, furibundo hincha del verde antes del encuentro. Me quedó dando vueltas en la cabeza pero sin inquietarme, pues pensaba: «si tenemos a la mejor delantera del mundo, la popular Torres Scotta y Benitez, ¿qué miedo va a haber?”

Empezó el partido con un Cali dominando. El sueño de ganarle al temible Boca estaba ahí latente y comenzó a hacerse realidad con el gol de Scotta. Pero este no fue sino el abrebocas de la hecatombe que llegaría minutos después en la persona del desconocido guardavallas instalado esa noche bajo el arco verdiblanco. Disparo de Pancho Sá de media distancia y empate fatídico en casa. Todas las miradas apuntaron a Leone, precursor de los arqueros-veraneantes que había llegado a “reemplazar” al inolvidable Zape con problemas en el hombro que venían desde su incidente con el uruguayo Morena en la Copa América de 1975. El caso es que lo que la gente pensaba pero que nadie quería hacer publico se hizo evidente. El arquero, no nos metamos mentiras, simplemente no vio el disparo de Sá.

Sobra decir que Don Alex Gorayeb no tuvo la paciencia para dejarlo en el Cali y lo devolvió a su natal Argentina no sin antes, hacerle la caridad de pedirle una cita en Bogotá en la clínica del afamado doctor Barraquer en donde, todo indica, alcanzó el estatus de leyenda que le fue esquivo en el Pascual.

-Papá, ¿cuánto tiempo le dieron a Zape por su lesión en el hombro?

– “Un par de meses…” A rezar se dijo….

Eduardo y sus videos

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Cuando era jugador, «que «el Mecato» nos robó», «que «Chucho» Díaz me persigue», «que Armando Pérez no me entiende». Después, como técnico, «que el «Cacharrito» nos tiene en la mira», «que la comisión arbitral nos acosa», «que el mundo del fútbol gira en contra de los intereses del Chicó». Finalmente, ya de directivo, «que el alcalde de Tunja me incumplió», «que el del Gremio se poposeó», «que al Chicó nunca lo van a dejar ser campeón». Bien sea como jugador, técnico o directivo el caso es que Eduardo Pimentel siempre ha vivido entre videos. Más que el fútbol, su verdadera vocación en la vida son los videos, tal y como lo prueba esta imagen, que data de 1986 cuando el joven Eduardo combinaba entrenamientos y partidos con la atención de «Batiamax», su negocio, de videos, por supuesto, en el norte de Bogotá. Allí, dicen los que saben, solía quejarse de que los clientes no rebobinaban los casetes, de que se los entregaban tarde, de que se hacían los pendejos con las multas e, incluso, insistía que algunos santurrones le grababan fragmentos de Silvestre y Piolín sobre escenas de soft porn.

Por último, si se observa con atención, se podrá ver como, temiendo una conspiración en su contra por parte de la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá, dispuso ubicar una lámpara Coleman en un punto estratégico del local. «Uno nunca sabe, yo sé que a esa gente no le caigo bien», dicen que le oyeron decir.

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Detalle de la lámpara Coleman que mandó instalar Eduardo.

Joani Cornejo

Delantero nacido en Bucaramanga que debutara como profesional a la temprana edad de 24 años desviando un remate con el arco vacío en los minutos finales de un clásico capitalino en julio de 1998. Poco después tendría una segunda oportunidad en el fútbol como inicialista en el partido de vuelta por la semifinal de la Merconorte contra Nacional en Medellín. Jugó todo el primer tiempo, padeció una entrada violenta por parte del popular «Campero» Álvarez y listo, hasta ahí su historia en el fútbol profesional. Reapareció meses después en la delantera del equipo de Caterpillar Motor que disputó el hexagonal del Olaya versión 2000.

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Leonardo Martins

Detrás de todo gran bestiarista siempre se esconde… otro gran bestiarista. Esta máxima se cumple a la perfección en el caso de este volante uruguayo que por haber permanecido a la sombra del carismático paisano suyo Óscar Quagliatta no había podido recibir un homenaje merecido por donde se le mire.

Procedente de River Plate (de Montevideo), llegó a Cali para reforzar al equipo del «Pecoso» para la temporada 1995-1996. Al llegar, no sólo se encontró con su compatriota Quagliatta, también con que Martín Zapata y Andrés Estrada se venían desempeñando con lujo de detalles justamente en el puesto al que el «yorugua» aspiraba. Al ver que eran mínimas sus posibilidades de actuar, Martins, suponemos, pidió el favor en la sede administrativa de que se le emitiera un certificado laboral en el que apareciera como arquero sólo para poder acceder a la porción terrestre del reputado plan turístico «venga a Cali, tape en el Cali«. Entre Juanchito, el zoológico y visitas cada vez más frecuentes a la casa de los Quagliatta, a Martins le alcanzó el tiempo para jugar algunos partidos en los que llegó incluso a marcar goles. Se recuerda uno, de buena factura, contra el Huila y otro contra Millonarios. Goles que no le sirvieron para dar en junio la vuelta olímpica con el resto del plantel: para mayo su nombre desapareció de la nómina azucarera privándolo de ser parte activa de los festejos por la sexta estrella.

Sobre su repentina desaparición, asegura una fuente que esta se debió a que su gol contra el Huila fue incluido en un compacto con los mejores goles de la semana en un noticiero uruguayo. Noticiero que fue visto por un alto directivo de la agencia de viajes quien así se dio cuenta de que su más reciente cliente claramente no era el arquero que decía ser. Ofuscado, pidió que lo comunicaran con Martins para decirle que en su agencia hacían fila por lo menos 15 arqueros de verdad ansiosos de comprar el paquete completo, no sólo la porción terrestre.

Ya de regreso en Uruguay volvió a salir del país (con otra agencia) rumbo a Asunción, donde reforzó a Cerro Porteño. Poco después regresó para engrosar las filas del legendario Tanque Sisley, club en el que puso fin a sus días (como futbolista). .

Dos de nosotros no son como los otros


Arriba, de izquierda a derecha: Bernardo Redín, Leonel Álvarez, Luis Carlos Perea, Carlos Mario Hoyos, Nolberto Molina y René Higuita. Abajo: Mario Alberto Coll, Gabriel Jaime Gómez, Luis Fernando «Chonto» Herrera, Juan Jairo «Andino» Galeano y Carlos Valderrama.

La foto es del partido por el tercer puesto de la Copa América 1987 que Colombia le ganó a Argentina 2-1 en el Monumental de Buenos Aires. Pero como es bien sabido, lo nuestro no son los triunfos, sino las raras excepciones y en la foto hay dos que sobresalen (además del uniforme Puma y del logo de la marca estampado en dos colores diferentes).

Se trata, primero, de Nolberto Molina. En una selección de caras nuevas, este veterano defensa central era (junto con Arnoldo Iguarán) sobreviviente de la desventurada selección del médico Ochoa que no logró clasificar a México’86. Este partido terminaría siendo el último suyo con la selección, pues para la gira por Europa del año siguiente Pacho Maturana decidió reemplazarlo por Andrés Escobar, joven defensa de Nacional.

La otra corre por cuenta de Mario Alberto Coll, para la época jugador del Junior y, también para la época, hijo del «Olímpico» Marcos Coll. Igual que Molina, este volante de marca tampoco volvió a aparecer por las convocatorias de Maturana. Poco después sería transferido al América en donde corrió la misma suerte de muchos jóvenes valores de la época: tener que resignarse a ver como les salía óxido y les crecía maleza sentados en la tribuna del Pascual. .

El fallido truco playero de Rubén Cuevas

Habría que ser el inspector Ruanini -inmortalizado en «Sábados Felices por Carlos «Mocho» Sánchez»- para poder revelar el misterio que envuelve esta imagen en la que nuestro mítico y apreciado Rubén Cuevas tiene atrapado en el caucho de su pantaloneta su documento de identidad.

Dicen los que conocen los pasillos húmedos de los camerinos del estadio Olaya Herrera que un día Cuevas se fue a jugar un partido importante con su «Olaya-Millonarios» enfrentando a «Lácteos Montaña y Fandiño» en uno de esos lindos clásicos que se ve en el suroriente entre diciembre y enero.

Ese día Rubén olvidó llevar su tula deportiva para guardar sus implementos personales y a falta de lockers y casilleros en los vestidores del Olaya, tuvo una brillante idea: le pidió de urgencia unos guayos a un compañero y acudiendo a un truco playero, usó sus inseparables tenis «pisahuevos» para guardar tres billetes de quinientos pesos, las llaves de la casa y su cédula en la punta del zapato. Ahí ningún ladrón iba a buscar, eso era seguro.

Todo fue negro esa tarde: como Cuevas acostumbraba atajar con sus «Pisahuevos» jamás se pudo acostumbrar a los guayos adidas Beckenbauer talla 36 que le prestaron. Calzando 42, no podía saltar ni caminar el área; le metieron cinco. Triste, regresó al camerino y se dio cuenta que sus amados Croydon habían desaparecido y con ellos, los 1500 pesos, las llaves que tenían el llavero con la leyenda «¿Dónde dejé las hijueputas llaves?» y sus papeles.

Por eso nunca más volvió a dejar su cédula abandonada. Y mucho menos sus pisahuevos. Y cuando iba al Rodadero dejaba sus pertenencias en el hotel o llevaba colgado al cuello el tubo-monedero color flúor, ese que no deja mojar los billetes..

Édgar Ramos

Lateral izquierdo, también conocido, vaya uno a saber por qué, como «el Apachurrado». Tuvo su cuarto de hora en el 2002 gracias a los 10 goles, la mayoría tiros libres de gran factura, que marcó en el año que fue el de su consolidación en el profesionalismo con la camiseta de Santa Fe (había debutado en 2001). Su precisión y efectividad en los cobros a distancia lograron que más de un fanático lo ubicara de primero en la línea de sucesión de Mao Molina, en una época en la que todavía se especulaba sobre el posible regreso a las toldas cardenales del volante paisa. El gran nivel mostrado en el 2002 le alcanzó para ser llamado a la selección que, dirigida por Pacho Maturana, disputó con más pena que gloria la Copa Confederaciones al año siguiente en territorio francés. Muy impactante debió haber sido su contacto con la cultura gala, pues lo cierto fue que al regresar nunca volvió a ser el mismo.

Su contrato no fue renovado comenzando el 2004, situación que lo obligó a tocar las puertas del Deportivo Pasto, luego las del Quindío, después las del Chicó, también las del Patriotas y por último las de Academia Compensar, club en el que se le volvieron a ver chispazos del talento mostrado en sus inicios, destellos que le sirvieron incluso para sonar como posible incorporación de Millonarios. Finalmente no concretó su paso a los azules de Bogotá, más sí a otros azules, los de Quilmes, el equipo argentino de segunda división. Allí permaneció todo el segundo semestre de 2008 para regresar a comienzos de este año como refuerzo del Bucaramanga. .