
El fracaso, el dejarse añejar en un banco de suplentes o el tener una carrera de no más de cinco minutos como profesional no son los únicos caminos que conducen al Bestiario. Marcar un gol definitivo en una final después de una temporada sin mayores conquistas para después desaparecer también es una buena forma de hacerse a un lugar en este vademécum de las raras excepciones (y también en el del «Bocha» Jiménez).
Walter Darío Ribonetto parecía ser uno más entre los miles de refuerzos que del sur del continente han llegado al Junior de Barranquilla en las últimas dos décadas. Cuando faltaban pocos minutos para terminar el partido de vuelta de la final del 2004 y Nacional le ganaba a un Junior de amarillo quemado 5-1 su apellido parecía ya condenado a figurar junto a los de Fantini, Selenzo, Docabo y Rentera en la interminable lista de refuerzos foráneos que sin ton ni son han aprovechado una temporada en Barranquilla para «cuadrar caja» sin tener que sudarla demasiado.
A esta altura de nada le había servido a los del «Zurdo» el 3-0 conseguido en el Metropolitano. Los cinco que le había encajado esa tarde el Nacional le daba el título a los de Juan José Peláez. Así estaban las cosas hasta que en el último minuto, Milton Patiño, arquero de Nacional, atajó a medias un remate dejandole servido el balón para que, con la derecha, este defensa central argentino lograra el descuento empatando así la serie y llevándola a la definición desde los 12 pasos. En esta instancia el Junior tuvo más suerte y con un estadio repleto de hinchas verdes logró su quinta estrella. De esta forma Ribonetto, que antes había militado en Lanús y Querétaro de México, fue por una noche Gardel en Barranquilla para, a la mañana siguiente, ser, diga usted, Sabú.
Al año siguiente fue a dar a Paraguay como refuerzo del Olimpia. Después volvió a su natal Lanús en donde dio otra vuelta olímpica, la del apertura 2007. Hoy sueña con un que un gol suyo en el último minuto salve del descenso a Rosario Central.
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