Lewis Hamilton, haciendo sus primeros pinitos como arquero
Por todos es bien conocido que el Tercer Mundo es el lugar ideal para que figuras de renombre mundial se echen su canita al aire de cuando en vez dando rienda suelta a sus pasiones que por verdaderas son siempre reprimidas. Así, hemos visto en esta sección como el carismático actor Wesley Snipes fue el tormento de más de una hinchada por cuenta de sus zurdas y desatinadas proyecciones al ataque. También descubrimos la verdadera razón por la que el gran «Lucho» Herrera nunca militó en un equipo europeo y nos sorprendimos al enterarnos de que un sumo pontífice impartió doctrina futbolística desde los banquillos del país. Con todos estos datos a cuestas, no tendría por qué sorprendernos que la más reciente figura en surgir en el siempre competido mundo de la Fórmula Uno haya escogido a nuestro rentado para, él también, no dejar morir la que es su verdadera pasión: los tres palos. En efecto, bajo la falsa identidad de José Fernando Cuadrado, el británico Lewis Hamilton ha demostrado en repetidas ocasiones que los reflejos que en las pistas del mundo utiliza para sus arreisgados adelantos, también le sirven para lograr en los estadios colombianos espectaculares atajadas y magistrales salidas que abortan gritos de gol.
Para sorpresa de muchos, el artífice de esta historia tiene nombre propio: Juan Pablo Montoya. Fue al malogrado piloto bogotano a quien, en una conversación casual esperando turno para entrar al baño en el circuito de Valencia, el entonces piloto de pruebas de McLaren le reveló que su vida sin el fútbol carecía de sentido, que de nada servía la adrenalina de los circuitos si esta no estaba acompañada del barullo y la tensión de las canchas.
En un gesto a todas luces inusual en él, Juan Pablo recogió la preocupación de su compañero y recordó que un día de noviembre de 1997, siendo él todavía un ignoto piloto de fórmula 3000, había sido invitado por la directiva de Millonarios a saludar al plantel profesional minutos antes de saltar a la cancha para enfrentar un partido más del torneo adecuación de ese año. Montoya se puso entonces en la tarea de escarbar entre sus papeles viejos con la buena suerte de encontrar el teléfono de la persona que lo contactó para esa ocasión. Conmovido, el piloto bogotano compró una tarjeta de llamadas que lo puso en contacto con las antiguas oficinas de los embajadores, en donde un celador, segundo milagro, le proporcionó los teléfonos actualizados de la sede administrativa azul. Una vez entró la llamada, el revuelo en las oficinas de Millonarios fue absoluto. En un primer momento todos, desde la encargada de los tintos hasta Martín Perezlindo (que pasaba por su liquidación), le advirtieron a quien tomó la llamada que se trataba de una broma de mal gusto. Sin embargo, la conversación fue avanzando y aunque difícil de creer, la cosa parecía cada vez más real: Juan Pablo Montoya, piloto estrella de la escudería McLaren llamaba al equipo bogotano a solicitar una prueba en el puesto de arquero para su piloto de pruebas.
José Cuadrado, en vísperas de un Gran Premio
Todavía perplejos, directivos, funcionarios y miembros del cuerpo técnico decidieron acceder a la petición de «Monty». Días después desembarcó, con pasaporte colombiano a nombre de José Cuadrado y haciendo gala de un impecable español vallenato -preferimos, por petición de la fuente, no revelar los detalles de cómo se hizo a este documento-, el buen Lewis. Una vez instalado y vestido de cortos, en menos de media hora Hamilton demostró que su talento y reflejos eran igualmente aptos para los arcos que para las pistas. Para dicha de su mentor, Juan Pablo Montoya, el hábil moreno fue inmediatamente contratado como tercer arquero embajador. Tan contento estaba el bogotano, que en un acto de desprendimiento, le prometió a Hamilton que todos los pasajes para visitar su tierra a los que tenía derecho en su contrato, se los cedería a él para que tuviera más oportunidades de, por lo menos, sentarse en el frío cemento de El Campín.
Fue en uno de esos viajes que una inesperada lesión de Héctor Burgues le abrió las puertas del fútbol profesional, tercermundista, pero profesional, a Hamilton. El inglés, que por esa época poca atención recibía en la «gran carpa» se concentró en la identidad que había sembrado del otro lado del Atlántico y rápidamente demostró ser un arquero con inmenso futuro. Tanto, que al año siguiente, con la anuencia del team McLaren y su capo Ron Dennis -desde el comienzo enterado de toda la situación- Lewis optó por tener de base a Bogotá, en donde las oportunidades de saltar a la cancha como titular «embajador» se fueron multiplicando. Ocasionalmente, y sólo cuando era estrictamente necesario, «cruzaba el charco» entre semana para fugaces sesiones de prueba en circuitos como Valencia, Jerez de la Frontera y Estoril (como dato curioso, su carisma le sirvió para ser elegido «pasajero simpatía del año» por las azafatas de Air Comet Plus).
Para el 2007 el panorama cambió drásticamente para nuestro íntegro deportista. La escudería, ahora germana, lo puso en una grave encrucijada ofreciéndole el puesto de piloto titular con la condición de que redujera al mínimo sus escapadas a estadios tropicales. Para fortuna de Lewis, en Millonarios apareció la figura de Eduardo Blandón, otro joven y talentoso arquero con pinta de titular. Bastó una llamada desde Woking, sede de la escudería, a Bogotá para aclarar el futuro de Hamilton. En esta comunicación se acordó, con el visto bueno de la directiva azul, que Blandón atajaría los partidos que tuvieran lugar en fines de semana de Gran Premio mientras que Hamilton tendría a cargo el arco en partidos a disputarse los miércoles y los fines de semana en los que no se disputaran competencias del calendario de la Fórmula Uno. El acuerdo funcionó y sin duda el mejor librado fue Lewis, quien ha logrado, de forma magistral, consolidarse de forma simultánea como la gran revelación de la «Gran Carpa» y del «Coloso de la 57».
Con la colaboración de Aníbal Palomino..