En un reciente consejo de redacción, Juan Carlos Bodoque, asistente de divulgación, planteó el interrogante de si los oyentes más jóvenes que han tenido el valor civil de superar el minuto 30 de las más recientes ediciones del Radiobestiario conocían la historia del personaje que dio vida a nuestra algún día estelar sección «El Wilfredo Rincón del recuerdo». La pregunta de Juan Carlos tuvo acogida y se decidió que era una buena idea rendirle un justo y merecido homenaje a este talentoso pero incomprendido futbolista bogotano de la década de 1980.
Hubo consenso en que la importancia de comenzar por recordar que la década de los 80 no fue la más generosa con el talento nacional y peor si este despuntaba en la capital de la república. Fueron muchos los jóvenes valores que se perdieron por esos años en que a los equipos bogotanos, Millonarios en este caso, les sobraban los recursos para recorrer el país y el continente en busca de figuras. Para los talentos locales, esos que crecían silvestres en la finca de la Autopista Norte, no había muchos ojos ni oportunidades. Sólamente lugares, estos sí de sobra, en el equipo de reservas o, en el mejor de los casos, en el Deportes Quindío, escuadra que en esa época fue una especie de subsidiaria de los azules, situación que llevada al presente, sería como la del Deportivo Cali y el Atlético Huila, el Centauros y, nuevamente, triste y de ninguna manera milagrosa historia, la del «Deportes Atlético» Quindío.
Volviendo a la Autopista Norte, hay que decir que una de estas promesas que se cansó de esperar su turno en el plantel profesional azul, de cruzar La Línea cada que había tres días para visitar a la familia en Bogotá y de dar la vuelta olímpica en tenis y sudadera cuando los compañeros del plantel lo hacían en guayos y sin camiseta fue Wilfredo Rincón. Bogotano, formado en las inferiores azules, mientras esperaba una oportunidad de mostrar su talento y consolidarse en la primera embajadora, estuvo no sólo en Armenia (1986) sino también en Manizales con el Once (1984) y, para cerrar la experiencia cafetera, en el Pereira (1988). Cansado de las oportunidades que no le daban, terminando la década colgó los guayos. Pocos meses después, las puertas de plantel profesional azul se abrirían de par en par para los jóvenes talentos formados en casa. Demasiado tarde..