
Dicen las malas lenguas que en lugar de una modesta lámpara con bombillo de 60 vatios, Carlos Julio Guzmán tenía en su mesa de noche una poderosa luz Arri de más de 800. Mito o realidad, lo cierto es que las luces, el telepronter y la base para atenuar el perverso brillo facial, eran el ambiente natural de este periodista bogotano a quien 9,8 de cada diez televidentes lo recuerdan cómodamente apoltronado en un estudio mientras sus compañeros sufrían los ajetreos y tensiones propias de una transmisión en vivo y en directo.
Su tarea, a simple vista, no era muy complicada: le correspondía abrir y cerrar la transmisión y estar siempre listo para contrarrestar cualquier fallo inesperado de la microonda con improvisados parlamentos que con el tiempo parecían cada vez más elaborados libretos. Fue justo esa capacidad que con el tiempo desarrolló y que le permitía llenar eternos minutos con elaboradas disertaciones sobre el discurrir del partido hasta el momento de la falla, siempre de origen, lo que lo convirtió también en connotado improvisador.
Es por esto que no fueron pocas, dicen nuestras fuentes, las invitaciones que a su nombre llegaron a las oficinas de Caracol Televisión provenientes de festivales de teatro de todo el mundo que incluyen como parte de su programación olimpiadas de improvisación. Sin embargo, tanto a estas invitaciones como a aquellas escasas solicitudes de la gerencia para que saliera del estudio y fuera a cubrir, digamos, unos Juegos Bolivarianos o un amistoso de una selección juvenil en Guatemala, Carlos Julio sistemáticamente las rechazó. Argumentó que lo suyo era el estudio, que allí se sentía como pez en el agua y que fuera de él no valía un peso, que sería inmediatamente presa de los nervios y protagonista de un ridículo que acabaría de tajo con su carrera. Otras voces, en cambio, aseguraban que esto no era sino excusa para ocultar un muy enconado temor a los aviones. Temor que, según parece, se hacía extensivos a los desplazamientos en automotor por la ciudad, pues, como lo demuestra la foto, ni siquiera cuando el partido a transmitir era en Bogotá el también llamado “comentarista de los ojos verdes” abandonaba su trinchera.
Una vez cerrado el ciclo en su casa de siempre, los estudios de Caracol Televisión –dicen, no nos consta, que entabló entrañable amistad con tres o cuatro celadores nocturnos del lugar y que un pequeño catre con su nombre se podía observar en una mansarda que con el tiempo acondicionó para él–, Carlos Julio fue acogido por Canal Capital. Hoy, su carrera ha tomado un segundo aire y en compañía de la siempre picante Amparo Peláez la teleaudiencia ha conocido su faceta de showman al mejor estilo de David Letterman, Marcelo Tinelli y José Gabriel Ortiz.
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