Las dos pasiones de Hendrix en la pista del Campín

Hendrix simula prestar atención a oficial mientras se deleita con riff.
Hendrix simula prestar atención mientras se deleita con un riff.

Tiempo después de su periplo cucuteño y con el paso de los años reflejado en un afro más lacio y discreto, Hendrix encontró la estabilidad que tanto añoró a 2.6000 metros y a miles de kilómetros de su Washington natal.

Enterrado el acoso de la gran prensa -convencida hasta hoy que era él el quien yacía bajo tierra en una tumba del Greenwood Memorial Park de Renton- y hace rato enganchado en el siempre cautivante pero nunca bien valorado rentado colombiano, Hendrix, con el tema de los papeles resuelto y con la promesa de silencio eterno de la enfermera que lo descubrió durante su convalecencia en el Erasmo Meoz, pudo concentrarse en su segunda gran pasión: el fútbol. Como es bien sabido, enfundado en la azul de Millonarios y también en la tricolor reeditó en los estadios los momentos de euforia, de masas a sus pies que años antes había vivido trepado en el escenario.

Una sola cosa conservó Hendrix de su faceta anterior y fue, como lo demuestra la foto, su gusto por la música. En el tiempo que permaneció como futbolista activo siempre se las arregló para que al terminar los partidos (que ganaba su equipo, por supuesto) en la pista atlética lo estuvieran esperando unos audífonos de alta definición. Lo de menos era que tuviera que cumplir luego con breves ceremonias como la de recibir un trofeo, tal vez patrocinado por Asadero Llano Mío y elaborado por A. Rodríguez B., al mejor jugador de la cancha. No importaba. Para Hendrix estaba claro que la cereza en el pastel de sus triunfos tenía que ir por cuenta de una fender estratocaster.

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