Postales de fútbol y emprendimiento

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Todo el mundo sabe que Millonarios en los 80 estuvo en manos de quien hoy calificaría como un «polémico emprendedor». Lo que hasta ahora poco se había ventilado es que tal espíritu contagió al resto del plantel. Y no. No malpiensen. Aquí no hay contabilidades paralelas, cuentas en las Islas Caymán ni dedos de guantes de cirugía involucrados.  Dicho ánimo se concretó, por fortuna, en pequeños negocios que varios de los integrantes del plantel echaron a andar en tiempos en los que todavía no se hablaba de PYMES.

Desde jugueterías hasta panaderías, muchos de los jugadores azules de entonces dividían su tiempo entre los entrenamientos y la sumadora, entre los viajes y las concentraciones y las filas para pagar impuesto de avisos y tableros.  Eran, nunca mejor dicho, verdaderos «futbolistas y empresarios», inspiración, sin duda, de las actuales «modelos y empresarias».

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El papá de todos los videos de Eduardo Pimentel

Incluso más que el fútbol, los videos son la gran pasión de Eduardo Pimentel. Y en todas sus expresiones. Desde la tangible hasta la figurada. En cuanto a la primera, en sus años mozos se convirtió en el zar del Beta bogotano gracias a Batiamax I, su negocio de alquiler. Tiempo después, aprovechó su manía de grabar, en video, todos los partidos del Chicó para debutar como presentador de un programa en Canal Uno dedicado exclusivamente a analizar los errores de los de negro que perjudicaban a su equipo. Esto nos lleva a  la segunda, que tiene que ver sus bien conocidas maquinaciones, a veces fabulaciones, sobre conspiraciones, sociedades secretas y todo tipo de fuerzas que conspiran en su contra.

Consciente de esto, a Eduardo le asaltó una preocupación -es decir, se metió un video más- por allá a finales de 1988. Duró noches en vela preguntándose: ¿será que por andar en tantos videos me quedaré sin amigos? Precavido, quiso mandarle un mensaje contundente a sus carnales y esa es la razón que explica este aviso publicado en la Revista Millos.

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Eduardo y sus videos (II)

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Dicen los que estuvieron con él que un buen día de 1986 Eduardo se levantó asustado y esto le dijo a su compañero de habitación, Luis Norberto «el Huevito» Gil: «Lucho hermano, no sé, siento que en cualquier momento me pasan el preaviso y tu sabes que eso es bombeada fija…y yo qué hago hermano, me voy a casar y no sé hacer nada más». De nada sirvió que Gil, viejo zorro, le insistiera una y mil veces que tranquilo, que era joven y talentoso y que dos malos partidos no iban a acabar con su prometedora carrera. Eduardo, envideado, decidió que no estaba por demás capacitarse en un oficio alterno, así fuera de embolador. «Porque uno nunca sabe», se le volvió a escuchar. .

Eduardo y sus videos

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Cuando era jugador, «que «el Mecato» nos robó», «que «Chucho» Díaz me persigue», «que Armando Pérez no me entiende». Después, como técnico, «que el «Cacharrito» nos tiene en la mira», «que la comisión arbitral nos acosa», «que el mundo del fútbol gira en contra de los intereses del Chicó». Finalmente, ya de directivo, «que el alcalde de Tunja me incumplió», «que el del Gremio se poposeó», «que al Chicó nunca lo van a dejar ser campeón». Bien sea como jugador, técnico o directivo el caso es que Eduardo Pimentel siempre ha vivido entre videos. Más que el fútbol, su verdadera vocación en la vida son los videos, tal y como lo prueba esta imagen, que data de 1986 cuando el joven Eduardo combinaba entrenamientos y partidos con la atención de «Batiamax», su negocio, de videos, por supuesto, en el norte de Bogotá. Allí, dicen los que saben, solía quejarse de que los clientes no rebobinaban los casetes, de que se los entregaban tarde, de que se hacían los pendejos con las multas e, incluso, insistía que algunos santurrones le grababan fragmentos de Silvestre y Piolín sobre escenas de soft porn.

Por último, si se observa con atención, se podrá ver como, temiendo una conspiración en su contra por parte de la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá, dispuso ubicar una lámpara Coleman en un punto estratégico del local. «Uno nunca sabe, yo sé que a esa gente no le caigo bien», dicen que le oyeron decir.

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Detalle de la lámpara Coleman que mandó instalar Eduardo.