Una monita difícil esta. A la hora de hacer la antología de los grandes bigotes de nuestro fútbol vienen a la mente poderosos y frondosos mostachos como los de un «Polaco» Escobar, un Álex Comas o un Gabriel Quimbaya jugador de bigote tan poderoso que lograba dejar en segundo plano lo que hacía con los pies, pero nunca nadie pensaría en el «Coloso de Buenaventura».
Y lo peor es que fue un bigote tardío. Que se lo haya dejado en Italia´90 cuando tener bigote era más que la norma, era un compromiso moral y ético con los integrantes de un plantel al que más que su juego lírico lo caracterizaba la diversidad de vellos labiales era algo comprensible. Rincón, recordemos, fue de los pocos integrantes de ese equipo que no le caminó al tema. Pero no. Este bigote data de 1996, cuando sólo un par de tercos y anacrónicos insistían en no afeitárselo. Quizás fue fruto de una apuesta, tal vez fue que en un atardecer frente al pacífico reflexionó y muy para sus adentros pensó «ya le hice un gol a Alemania en un Mundial, ya le hice gol a Argentina en el Monumental, hasta jugué en el Real Madrid, pero me estoy volviendo viejo, ya pronto me retiro y todavía no sé lo que se siente echarme un pique con bigote, como todos mis parceros».
Habría que ver qué pasó después. Expertos consultados sostienen que es harto probable que Rincón careciera del todo de vellosidad facial. ¿Se habrá puesto injertos? ¿Habrá recurrido a una casa de disfraces? ¿Le habrá pedido que compartiera mostacho a un compañero? ¿Habrá recurrido al milenario truco de frotarse esa zona con papel higiénico? Juzguen ustedes.