Cuando Ormeño casi se vuelve Ospina

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Ormeño entra al campo con gesto de desconfianza. Zape tampoco se sentía seguro de su reemplazo

Estaba resignado hasta la médula. Su posición en la Seleción Colombia siempre había sido la de cumplido suplente de Pedro Zape y se conformaba con eso. No había poder humano que mandara al banco –ni siquiera para hacer consignaciones o transferencias- al buen Zape. Luis Octavio “Ormeño” Gómez ocupaba esa zona de incómodo confort del que tiene el número 12 en la espalda.

Pero un día le tocó salir al campo. Zape se lesionó en el Colombia-Argentina de Bogotá y se notó, porque Argentina, sin ser gran cosa, derrotó 1-3 a los de Gabriel Ochoa. “Bueno –pensaba Ormeño- qué carajo, vuelvo a la banca en Buenos Aires y como si nada”. Mientras el arquero que en ese entonces atajaba para el Medellín imaginaba qué souvenirs comprar en Lavalle, Ochoa le puso un camión compactador de la administración Petro en la espalda: iba a ser inicialista en el Monumental.

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Piernas temblorosas antes, manos firmes al detener el balonazo de Maradona.

Justo ese estadio que sigue siendo protagonista de los bombardeos más crueles sobre nuestras porterías –incluso el día del 5-0- lo iba a tener a él como blanco adecuado. Prefirió no usar la 12, sino la 22 y decidió esperar a ser derretido por la lluvia ácida que escupirían Maradona, Burruchaga y Pasculli. Cuando agarró la primera, se sintió bien; después atajaba todo lo que le mandaban, incluso una jugada de Maradona –similar a la que le haría a los ingleses un año después- la paró con las palmas y las rodillas. “Ormeño” se dio cuenta de todo el tiempo desperdiciado en el banquillo resolviendo preguntas como “río francés de dos letras” en los crucigramas que podía llenar con tanto tiempo libre.

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Jorge Valdano celebra mientras que Ormeño se revuelca por los aires. Ganaba Argentina 1-0

Hasta que llegó Jorge Valdano con un cabezazo que lo devolvió a la realidad. No importaba lo que había parado esa noche: igual Colombia perdía 1-0. Ni siquiera El Gráfico lo dio como figura. El honor se lo llevó Ubaldo Fillol por detener –un paradón, a decir verdad- un mano a mano claro de Carlos Ricaurte.

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Síntesis de la Revista El Gráfico. Fillol sacó 8. Ormeño 7

En el partido siguiente contra Perú regresó Zape y después vino Navarro Montoya… de nuevo era suplente. No valió mucho su actuación en la cancha de River. Al contrario: es como si por haberlo hecho bien le hubiera tocado ponerse el 33 en la espalda el resto de su vida.

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Javier Dussan

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Para los lectores que no lo conocen, este joven arquero -no sabemos bien por qué, pero los eternos suplentes, salvo la «Gallina» Calle tienden a conservar, así pasen los años, un cierto aire juvenil, como si el arranque de su proceso de maduración dependiera de su esquiva consolidación como titulares-. Retomamos: para los que no lo conocen, este joven arquero nacido en Flandes (Tolima) viene siendo como el Álvaro Anzola del occidente colombiano.

Formado en las inferiores del América, Dussan, como Anzola, se hizo a un nombre como suplente abnegado gracias a los largos años (cuatro, entre 2001 y 2006) en los que alternó juicioso entre la tribuna y el banco del Pascual mientras veía a Diego Gómez, «Rufay» Zapata y Julián Viáfara percudir sus uniformes. De nada le sirvió haber sido campeón, como titular, con el Real Cartagena en el 2000: para su desgracia los técnicos rojos siempre vieron en él al tipo ideal para tener en el banco y hacer más soportable un América-Pasto un miércoles por la noche.

Con ganas de saber lo que era llegar cansado a casa un domingo por la noche, buscó nuevos aires. Fue titular del Depor de Jamundí en el 2006, de ahí el salto a Huracán de Argentina en donde tampoco pudo instalarse como titular. Regresó a Colombia a comienzos de 2008 para ser incialista de Academia Compensar en donde algo mostró pues el Deportes Melipilla de Chile se fijó en él como refuerzo para el segundo semestre.

En Chile protagonizó un peculiar episodio: Melipilla enfrentaba a un rival directo en la lucha por evitar el descenso, Santiago Morning. El equipo en la cancha no se encontró y para el final del primer tiempo ya perdía 0-5. Ofuscado, Dussan decidió empacar sus corotos y abandonar raudo y sin mediar explicación el estadio, obligando al técnico a recurrir al arquero suplente para la segunda parte. El partido finalmente terminó 1-5 y nadie del club salió a buscarlo.

Con información de La Rompieron. Imagen cortesía de Melipilla Deportes. .

Andrés "Roque" López

Más conocido como «Roque Santeiro» por su parecido con el galán de franja maldita brasilero, este caleño terminó en Millonarios por accidente. Un buen día de vacaciones acompañó a un amigo del barrio a probarse y ante la falta de voluntarios para pararse bajo los tres palos terminó de arquero voluntario recibiendo, sin querer queriendo, el vistobueno para quedarse en las inferiores del club azul. En ellas permanecería hasta que fue incluido en el paquete de jóvenes promesas que viajaron a comienzos de 1993 Florencia, Caquetá, a reforzar a la Fiorentina criolla.

En Florencia no permaneció mucho tiempo el buen «Roque». Para 1994 ya estaba de regreso en Bogotá con un vistoso “22” a sus espaldas que lo acreditaba como tercer arquero del Millonarios de Wojtila con Eddy Villarraga y John Freddy Van Stahlen por delante en su posición. El subtítulo obtenido en diciembre en una época en la que el subcampeón era premiado con un cupo a Copa Libertadores, facilitó su debut al año siguiente en el arco del equipo satélite que protagonizó un sonoro descalabro en el torneo nivelación 1995.

Para el segundo semestre, la lesión de Eddy Villarraga y la inesperada partida de Fabian Cancelarich obligaron a Andrés a abandonar su lugar en las gradas para ser el suplente durante seis meses de Luis Fernando Sánchez. La espera en el banco sería recompensada al año siguiente cuando el regreso de Villarraga le permitió a “Roque” a su vez regresar a la tribuna para festejar desde ahí el subtítulo de 1996. Salvo por una que otra fugaz paloma en el arco –una de ellas cortesía de Ángel Castelnoble en una de tantas derrotas de Millonarios ante el Cali en Bogotá-, “Roque” permaneció opacado por Villarraga y Luis Fernando Sánchez hasta mediados de 1997 cuando ambos decidieron buscar nuevos y mejores horizontes. La partida del titular y el suplente no significó el ascenso del tercer arquero, López en este caso, sino la llegada de un desconocido uruguayo de nariz aguileña y apellido desconocido que muchos creyeron sería materia de burla: “Héctor Burguer, viene de México y es el nuevo arquero de Millonarios”, dijeron los cronistas recién conocida la noticia. El “tal Burguer” llegó y al cabo de dos partidos ya era ídolo de la fanaticada. “Roque”, por su parte, comenzaba su carrera de eterno y reconocido suplente, con episodios tan desafortunados y tan comunes en los de su estirpe como aquella vez en que estaba listo para reemplazar a Burguez en un partido contra América en Bogotá y una lesión en un dedo a menos de 24 horas precipitó el debut del tercer arquero de entonces, Rafael Escobar.

Después de seis meses en el Deportivo Pasto, a finales de 1999 regresó a Millonarios para disputar la posición con otro suplente de dilatada trayectoria: Eduardo Niño, quien arrancó con ventaja por ser de los afectos de Jaime”El flaco” Rodríguez y de los directivos de aquel entonces. Pese a demostrar con creces ser incompatible con la titularidad, hizo falta todo un año para convencer al cuerpo técnico. “Roque”, paciente, mientras tanto se entretenía atajando en la Merconorte. Fue sólo hasta comienzos del 2001 que por fin pareció haber llegado el ansiado momento de decirle adiós de una vez por todas al frío banco. Todo iba de la mejor manera hasta un partido en Bogotá contra el Pasto cuando un balón traicionero proveniente del botín derecho de Carlos Rendón sorprendió mal parado al recién estrenado como titular y fue a dar al fondo de las piolas. Este gol sirvió para que el Pasto se llevara los tres puntos y para que Roque perdiera su recién estrenada titularidad. A este difícil episodio se le sumó días después una desafortunada declaración en la que recurrió a la hinchada de Medellín como ejemplo de fidelidad y perseverancia. Sus palabras, como era de esperarse, fue inmediatamente malinterpretadas por un sector de la crónica deportiva que se encargó de hacer del buen “Roque” el villano de turno invitándolo constantemente a continuar su carrera en la “Bella villa”.

Desencantado, López decidió suspender actividades por un semestre para regresar al año siguiente como suplente de “La moña” Galvis en su segundo hogar, el Deportivo Pasto. Constante como siempre, coincidió un paso suyo por la titular con la histórica clasificación del equipo de los Cuyigans a la final del Finalización 2002. Así, mientras que en el partido de ida concedió el rebote para el primer gol del DIM y nada pudo hacer para atajar el remate de su compañero Julio Valencia para el 2-0 final, en el de vuelta le atajó un penalty a David Montoya que de todas formas no alcanzó para que Pasto diera su primera vuelta. «Roque”,sereno como siempre, aceptó la derrota con la satisfacción de haber sido de cualquier forma protagonista de una final, algo que su ingrato Millonarios, alérgico últimamente a estas instancias, no estaba en condiciones de ofrecerle. En Pasto permaneció hasta el primer semestre de 2003 cuando decidió dedicarse a otras actividades menos ingratas y, sobretodo, más activas..

Rubén Cuevas

Arquero bogotano, ingeniero industrial de profesión, que fuera pilar del titulo de la zona centro del campeonato nacional de segunda división conquistado por Millonarios en 1985. Ese mismo año (su año sin lugar a dudas) tuvo también la suerte de atajar algunos partidos con el plantel profesional ante sendas lesiones de Alberto Pedro Vivalda y Mario Jiménez, titular y suplente de la época. Su cuarto de hora se dividió en tres partidos –todos ellos disputados con un vistoso número 30 en su buzo– entre agosto y septiembre. El primero contra el Cúcuta en Bogotá que se saldó con empate a uno; el segundo, otro un empate a un gol también en Bogotá contra América y el tercero la tradicional derrota azul 2-1 contra Tolima en Ibagué. En actitud algo severa, los cuatro goles encajados en tres partidos hicieron que Eduardo Luján Manera desistiera de mantener a Rubén a cargo de la cueva azul y se decidiera a darle la oportunidad para el siguiente partido –contra Nacional en Bogotá– a un recién llegado joven antioqueño de cabello ensortijado que venía de sorprender en el suramericano juvenil de Asunción y que aún no debutaba como profesional. Seguramente desconcertado, Rubén no alcanzó a dimensionar el logro que había alcanzado en tan poco tiempo como profesional: ser el primer suplente de René Higuita.

Terminado este año, no se volvió a ver a Rubén ni en el banco, ni en la tribuna ni mucho menos en la cancha. Con el tiempo, y a medida que «El loco» se daba a conocer como uno de los grandes del mundo en esta posición, la satisfacción de Rubén de la mano con la fama de José René. Sereno, y tras un breve paso por la suplencia cardenal, se retiró de la actividad para, suponemos, retomar la ingenieria. Recientemente reapareció en USA como arquero del equipo colombiano en la bestiarísima World Masters Cup junto a estandartes de este espacio como Dorian Zuluaga y Roberto Vidales.

Para que su nombre quede inscrito entre los más grandes que pisaron una cancha, hay que añandir que en un preliminar en El Campín entre las inferiores de Millonarios y Santa Fe, previo a un clásico de 1984, Cuevas atajó con el mismo atuendo de la foto y con tenis Croydon Pisahuevos. Toda una pinta de hombre de micro metido en el rectángulo de 70 X 110..

Luis Fernando Sánchez

Regla es del fútbol que los llamados a ser arqueros titulares generalmente hacen el salto de la tercería a la titularidad sin previa escala en el frío banco. A lo sumo, un breve período de transición de unos pocos meses en la suplencia antecede su llegada a la titular. Sin embargo, y para gloria de mentes retorcidas como las nuestras, hay otra senda, y es aquella que suelen recorrer aquellos que nacieron con un «12» tatuado en la espalda. Esta por lo general comprende una o más temporadas como cuarto arquero para depués si dar el gran salto a la suplencia, posición que termina, vaya uno a saber por qué, en convertir a sus detentores en seres plenos, radiantes, muy conformes con su lugar en el mundo. Si no nos creen pregúntenle a Eduardo Niño.

Pues bien, Luis Fernando Sánchez pertenece a esta estirpe de los Niños, de los Chimás, de los Anzolas. Producto de la cantera azul, tuvo su primera experiencia profesional en el recién renacido Real Cartagena de 1992 a donde llegó –harto ya de ser el cuarto arquero de Millonarios– de la mano de Juan Enrique De Brigard, adiestrador también proveniente huestes embajadores. Haciéndole un breve quite a su destino, Luis Fernando alcanzó a disputar unos pocos partidos como titular en el Real hasta que en una negra tarde (la primera de cuatro que marcaron su carrera) un gol de media cancha en un 3-0 contra el Quindío lo obligó a retomar la senda del suplente. Después de pasar el resto de la temporada protegiéndose del bravo sol de nuestro caribe en la cálida sombra que el banco cartagenero le supo proporcionar, regresó a su casa matriz para la temporada de 1993 después de arduas negociaciones con la directiva –sin ironía: Luis Fernando siempre se caracterizó por pararse fuerte ante las condiciones impuestas por los directivos, tanto que en un comienzo de temporada en esos días cuando todo es color de rosa en un artículo del Diario Deportivo en el que se presentaba uno por uno a los integrantes del plantel azul, llegado el turno de Sánchez en lugar de un comentario tipo «arquero prometedor, esperemos que este año tenga su ansiada oportunidad «el periodista sentenció: «jugador caracterizado por sus constantes problemas con la institución»–.Una vez se concretó su regreso, Sánchez se hizo cargo del puesto de tercer arquero, detrás de Eddy Villarraga y de Hernán Torres. Promediando el segundo semestre de ese año, una expulsión de Villarraga y una lesión de Torres abrieron las puertas para su ansiado debut con el buzo azul: en un anodino partido de mitad de campeonato en Bogotá contra el Unión, Luis Ferndando tuvo la oportunidad dorada de dar el gran salto de la tercería a la titularidad. Para decepción de su fanaticada, su desempeño sin ser un desastre no fue tampoco espectacular (el partido se saldó con un lánguido 1-1) y nadie lo extrañó cuando Eddy Villarraga (dos años menor que él) retomó para el partido siguiente la posición. Cada vez parecía más claro que lo suyo no era ni iba a ser tampoco la titularidad.

Después de un 1994 en donde se alejó nuevamente de la disciplina azul para una breve “terceriada” en el Huila, regresó a Millonarios en 1995 cuando la participación en Copa Libertadores obligó al club a echar mano de todos los jugadores de su propiedad. Titular del equipo alterno –posición que, en plata blanca, sigue teniendo un importante tufillo de suplencia–, Sánchez tuvo su cuarto de hora cuando supo estar en el banco azul el día en que Villarraga se rompió el ligamento cruzado anterior en un partido por la Copa Libertadores ante Nacional en Bogotá. Rebosante de ganas y ante la incredulidad de buena parte de la afición que desconocía del todo su currículum, logró mantener el arco en cero, con brillantes atajadas de por medio, constituyéndose en pilar del triunfo 2-0 que esa noche lograron los hombres de Wojtila. A la buena actuación de esa noche le siguieron otras tantas que, sin embargo, no le alcanzaron para borrarle ese «inri» de eterno suplente que ya lucía en la frente. Tanto fue así que la lesión de Villarraga en lugar de confirmar a Sánchez como su sustituto natural precipitó la llegada de Óscar Fabián Cancelarich, meta argentino que sin haber salido de inmigración ya había desbancado de la titularidad a un abnegado Sánchez que sin remilgos retomó la titularidad del equipo satélite. En estas andaba cuando terminando el primer semestre de 1995 fue requerido para ser titular en un clásico amistoso que a beneficio del narrador Carlos Arturo Rueda se disputó en el Campín, partido que habría quedado en el más cruel de los olvidos de no haber mediado una jugada de la Sánchez fue su protagonista. Fue en el último minuto del primer tiempo, un balón que no representaba mayo amenaza llegó a sus predios. Con la intención de no detener el juego, Sánchez decidió evacuar el balón con un fuerte remate, un despeje más. Sin embargo, algo falló y en lugar de impactar el manso balón, el empeine siguió derecho llevándose consigo el equilibrio y buena parte de la honra del artista quien desde el suelo vio como el otrora inofensivo balón traspasaba la raya del arco que defendía. Tan amargo fue el trago que para el segundo tiempo fue relevado por Andrés «Roque» López (si amable lector, pronto tendrá su espacio).

Superado el cómico, casi circense, impasse, Luis Fernando se alistó para una nueva temporada en lo suyo como suplente de Cancelarich. Fue él el primer sorprendido con la inesperado viaje del gaucho rumbo a Huracán después del primer partido de la temporada 95-96, dejando al garete el arco albiazul. Así, una nueva oportunidad de abandonar el camino del suplente surgía para Luis Fernando, primero nuevamente en la línea de sucesión. Sin abandonar en ningún momento su número 12, Luis Fernando pudo entonces adueñarse del arco azul por un semestre. Se pasaron rápido esos seis meses y pronto llegaría la hora de medirse con Eddy Villarraga cuando este regresó de su lesión a comienzos de 1996. De nada sirvieron llegado el momento los partidos acumulados y las dos o tres tardes de gloria: debía abandonar la posición. Obediente, a Luis Fernando le correspondió ver desde el banco como los muchachos de Prince sorprendían llevándose un subcampeonato que no estaba en las cuentas de nadie. Amañado en su puesto natural, la siguiente oportunidad le llegaría al año siguiente cuando un mal momento de Eddy Villarraga en plena Copa Libertadores (incluido un vulgar yerro, muy del estilo del protagonizado por nuestro homenajeado en el clásico amistoso) trajo consigo otra oportunidad para Sánchez. Después de responder con lujo de detalles en los primeros partidos en que tuvo en sus manos la titular, tuvo la mala fortuna de toparse con otro pésimo chiste de la Diosa fortuna para con él. Sucedió en el partido de vuelta de la segunda fase de la Copa Libertadores de ese año. En el Centenario de Montevideo Millonarios buscaba ante el siempre aguerrido Peñarol conservar los dos goles de ventaja que había alcanzado en el partido en Bogotá. Los azules se acercaban al objetivo hasta que un centro al corazón del área motivó una salida a cazar mariposas de Sánchez . Suponemos que conciente de su error, Luis Fernando trató de enmendarlo simulando una lesión. El árbitro, un tal Robert Troxler de Paraguay, no tragó entero y dejó que la jugada continuara. Con el arco desprotegido, el «Pato» Aguilera sólo tuvo que empujarla para poner a ganar al equipo mirasol. La decisión de Troxler de no parar el partido, motivó una feroz protesta de los jugadores azules que desembocaría en la expulsión de Marcio Cruz y de John Mario Ramírez dando pie a una debacle que continuaría con dos goles más del cuadro manya. Sin embargo, gracias a un agónico penalty provocado y convertido por Ricardo»Gato» Pérez que puso el partido 3-1, la serie se definió por cobros desde los doce pasos. En la definición, Sánchez enmendó en parte su error atajando uno de los cobros. De poco sirvió, pues la mala puntería de los cobradores azules terminaría por servirle en bandeja de plata a Peñarol su clasificación a tercera ronda. Este difícil momento terminaría siendo el epílogo de la tormentosa y no menos trágica historia de Luis Fernando en Millonarios. Poco tiempo después llegaría Héctor Burguez y al puesto de Sánchez sería asumido por el popular «Roque santeiro».

Después de este desafortunado final, recalaría nuevamente en el Huila en donde, nuevamente como suplente, alcanzó a disputar ocho partidos. Finalizad su rodadita a Neiva, el siguiente registro que se tiene de su trasegar nos remite a su aparición defendiendo el arco del que fuera el primero de los Chicós en el 2001. En ese equipo, patrocinado por Prostatrón, estaba conformado por leyendas de la talla de Gustavo Quijano, Álvaro Aponte,Fredy León,Álex Daza,Raúl Ramírez y Wilmer Cabrera. Del Chicó pasaría en el 2003 al siempre exótico Pumas de Casanare. Ya de salida, seguramente no se imaginó que aún faltaba una estación en su vía crucis de tardes y noches negras. Estaba en Yopal, en las postrimerías de un hasta esa altura anodino Pumas-Bajo Cauca, con René Higuita en el arco de los antioqueños. Fiel a su estilo, promediando el segundo tiempo el «Loco» vio salido a su colega y con un globo desde su arco marcó un gol para la posteridad. Nuestro homenajeado, por su parte, volvió a las primeras planas de tabloides y noticieros despertando, nuevamente, la compasión de madres y abuelas. Superado este difícil momento (de algo le tuvieron que haber servido los viejos papelones) defendió por un año más el arco de Pumas. Hoy se le ve desfilar por diferentes torneos aficionados de la capital como delantero muy lejos del ingrato arco.¿Hace falta una explicación?
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Armando "Muralla" Navarrete

Más que una agobiante sequía de títulos, si algo ha caracterizado a los equipos bogotanos en los lustros más recientes ha sido la gran cantidad de arqueros que, con sello de eternos suplentes, han nutrido la historia reciente de los clubes capitalinos. Por el azul no sobra recordar a «Roque» Lopez, Álvaro Anzola y Luis Fernando Sanchez mientras que por el rojo la cuota ha estado a cargo de Carlos Baquero (el arquero dentista), Fernando Hernández, Eulín Fabian Carabalí (por estos días afianzandose en su posición natural) y Armando Navarrete, aunque de este último, si vamos a ser rigurosos, habría que decir que más que suplente, lo suyo fue el frío cemento del puesto que en la tribuna se le reserva al tercero de los arqueros.

Como a todos los de su estirpe, a Navarrete siempre se le calificó como «un hombre de la casa»; varias temporadas en el Cóndor, filial roja por ese entonces, le valieron ser admitido en el plantel profesional de Santa Fe en calidad de tercer arquero a finales de la década de 1990. Su condición de tercer arquero le representó un puesto fijo en la tribuna, algunas esporádicas apariciones en el banco, una en la cancha en 1998 y algunas tardes en la sede administrativa atendiendo llamadas ante la ausencia inesperada de la secretaria. Era, al fin y al cabo, un tipo de la casa y como tal debía estar dispuesto a llenar cualquier vacante.

Cansado del frío cemento de occidental general, supo lo que se sentía ser titular gracias a la oportunidad que en el 2000 le brindara el ULA de Venezuela. No sólo supo lo que era ser titular, también supo lo que se sentía hacer un gol: un cabezazo suyo le dio el empate al ULA en las postrimerías de un anodino partido contra el Caracas. Terceron y segundón empedernido, a Navarrete se le había hecho realidad el sueño del arquero. Esto le daría energía suficiente para algunas temporadas más entre el banco y la tribuna: poco tiempo después, regresaría a Santa Fe.

Navarrete volvería a tener una oportunidad de renovar sus credenciales cuando ayudó desde el arco a empujar al Chicó FC a la división de honor del fútbol colombiano. Nuevamente titular en primera, en los pocos partidos que tuvo Armando con el Chicó no hubo goles de cabeza ni tardes memorables; hubo en cambio todo tipo de salidas a destiempo, barreras mal confeccionadas y cacerías de mariposas por doquier. Quedaba claro que titular de segunda es un buen suplente de primera. Terminada esta nueva incursión, se le perdió el rastro hasta comienzos de este año cuando se informó su vinculación al varias veces legendario Plaza Amador de Panamá. Recién llegado, Armando aseguró tener en sus arcas «más de 300 partidos profesionales» además de dos títulos con el «Chicot»(sic) de la primera B. No importaba exagerar las cuentas. Nadie que no fuera de nuestro equipo de redacción iba a revisar la prensa deportiva panameña. Además, necesitaba el dinero.

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Álvaro Anzola

La primera vez que se le vio en el banco azul fue en el segundo semestre de 1998 en un partido contra América en Bogotá cuando fue llamado de urgencia como suplente de Rafael Escobar quien a su vez había asumido la defensa del arco azul en medio de la crisis de arqueros generada por las lesiones de Héctor Burguez y Andrés “Roque” Lopez. Dando muestras de una paciencia y abnegación admirables, “Anzolita”, como se le conoció, fue en sus inicios amo y señor del buzo 22 que tradicionalmente ha identificado al tercer arquero del cuadro embajador. Tanto, que tuvo a bien llevárselo como parte de su equipaje durante una breve temporada e la que defendió el arco del Girardot F.C.

No obstante su perenne presencia entre los suplentes azules , a Anzola no le faltaron oportunidades para abandonar de una buena vez su sempiterna condición de emergente. Cuatro años después de su debut en el banco embajador, comenzando el torneo finalización de 2002 una nueva temporada de lesiones en el arco azul (defendido para el época por Héctor Burguez y Eduardo Niño) dio pie para pensar que finalmente había llegado la tan esperada hora de Anzola. El debut no podría tener mejor marco: clásico contra Santa Fe. Para pesar de su fanaticada, el tan ansiado momento de ver a “Anzolita” cantando el himno aún debía esperar. Desilusionado, Anzola vio como el “Cheché” Hernández mandó traer de urgencia a Breiner Castillo de Cali para que se instalara en el arco azul mientras Burguez se recuperaba. Anzola, sin musitar palabra, continuó en su tarea de brindarle calor al banco norte del Campín.

Un año después, llegaría por fin la oportunidad para el paciente arquero bogotano. Una lesión de Héctor Burguez contra Centauros de Villavicencio le abrió las puertas a Anzola para que fuera al arco en el partido siguiente contra Pereira en el Hernán Ramírez. Un golazo de tiro libre del su coterráneo “El rolo” Flórez fue su bautizo en primera división. Después de este partido, Anzola fue titular en los cuatro partidos restantes del cuadrangular que finalmente ganaría Junior de Barranquilla. Después de esta breve temporada en el arco embajador, las oportunidades para Anzola se pueden contar con los dedos de la mano. La mayoría de estas fueron en el partido final de la temporada cuando, ya cocinada la eliminación azul, se aprovechaba este partido para recompensar a Álvaro por la paciencia y el compañerismo demostrados durante la temporada.

Una nueva oportunidad llegaría para Anzola dos años después cuando una nueva lesión del arquero uruguayo dejó vacante una vez más el arco azul esta vez el problema fue que Anzola no estuvo ahí para responder: una lesión no le permitió estar ese día en el arco azul. José Cuadrado, un novel e ignoto arquero costeño fue el encargado de reemplazar esa tarde al uruguayo. No fue esta la única tarde que se vería a “Cuadradito” en El Campín: más adelante en el campeonato sería él el llamado a ocupar el arco azul ante las constantes expulsiones del turista argentino Juan Francisco Hirigoyen. Anzola, por su parte, pronto regresaría a su lugar en el banco como suplente del argentino o del colombiano.

Con el 2005 terminó también el ciclo de Anzola en Millonarios o mejor, en el banco de Millonarios. Contrario a lo que se creía, “Anzolita” demostró que hasta su paciencia tiene límites y decidió partir rumbo a Yopal para defender allí el arco del tradicional Pumas dejando un vacío en el banco azul al que durante años le supo brindar calor..

Eduardo Niño

El decano de los suplentes colombianos. Un suplente a carta cabal. Si se hiciera un sondeo rápido entre 100 aficionados y se les pidiera que escribieran lo primero que se les viene a la cabeza al escuchar la palabra arquero suplente, 98 responderían Eduardo Niño.

El país supo de él en el suramericano juvenil de 1985 en el que comenzó su trasegar por los bancos de Suramérica y el mundo como suplente de Higuita. Más adelante, en el mundial de la Unión Soviética tendría una de las contadas oportunidades en su carrera de aparecer en la foto de los titulares: por disposición de Marroquín, Niño fue el titular en ese certamen siendo autor de uno de los madrazos de mayor recordación entre la teleaudiencia colombiana. Fue en la goleada 6-0 contra Brasil después del cuarto gol. Al año siguiente, 1986, Niño comenzaría su dilatada trayectoria en el calentamiento de sillas siendo suplente de Navarro Montoya en Santa Fe. Después, un paréntesis para ser titular de la selección juvenil campeona del suramericano de 1987 repitiendo titularidad en el mundial de Chile del mismo año. Para 1987 ya se había consolidado como titular de Santa Fe y como suplente de Higuita en la selección. Desde el banco fue testigo del preolímpico de Bolivia, de las Copas América de Argentina y Brasil, de la eliminatoria a Italia 90 y de Italia 90. Una sóla oportunidad tuvo Eduardo de saltar a la cancha con la selección; fue en un bizarro partido contra Canadá en Armenia en 1988. 3-0 el resultado final y muy pocas oportunidades para el lucimiento de Eduardo para quien el partido fue uno más de los vistos con la paciencia del santo Job desde el banco sólo que de cortos y recostado contra uno de los verticales.

En el segundo semestre de 1990 vendría el América, cementerio por excelencia de jóvenes promesas. Para esa época Eduardo aún no había definido su vocación bajo el arco: sempiterno suplente en la selección pero titular en Santa Fe y después en América. En 1991 se acentuó esta disyuntiva. Titular todo el año con América y suplente, otra vez, de Higuita en la Copa América de Chile. El dilema para el buen “Yayo” solo se vendría a resolver en 1992 cuando la llegada de Angel David Comizzo al América motivada por una grave lesión suya en la espalda lo enviaría primero a la clínica, después a la cama y finalmente a la banca. En 1992 se acabaría la selección para Eduardo con lo que su marcada vocación como eterno suplente vendría a consolidarse únicamente en el América (con una brevísima incursión en el Botafogo a donde fue con el único interés de comprobar de primera mano la tan mentada comodidad de los bancos de suplentes del país carioca) Primero de Comizzo, después de Córdoba, más delante de Diego Gómez. Eduardo pronto se acostumbraría a ver llegar nuevos cancerberos al arco rojo “sería un honor ser suplente de x o y arquero”, se le escuchó decir siempre con la tranquilidad del que ha encontrado su misión en la vida. Cuando se anunció la traída de Córdoba los directivos algo apenados tantearon a Eduardo y sorprendidos recibieron esta respuesta “todo bien, yo estoy feliz donde estoy”. Sobra decir que en las siguientes consultas a Niño la pregunta fue otra: “¿Eduardo, de quién siempre ha soñado ser suplente?”. Esta excentricidad dio para todo tipo de mitos urbanos. Los encargados del mantenimiento del Pascual aseguran que durante esos años directivos del América, en franca señal de agradecimiento, habían instalado en el banco americano una cómoda silla ergonomica, masajeadora y con control de temperatura marca Pikolin sólo para Eduardo. Otras fuentes aseguran haber sido testigos en más de una ocasión este peculiar diálogo entre Niño y el técnico del momento: “Eduardo, el titular anda como mal. Usted va a tapar el domingo”. A lo que Niño respondía: “ay no profe, deje así, yo como estoy estoy bien, más bien dele otra oportunidad, va a ver que no lo hace quedar mal”.

La suplencia del América le duraría a Eduardo hasta mediados de 1999. Para el segundo semestre de ese año aportaría su falta de ritmo de competencia para el descenso del Unión Magdalena. Como premio, cosas que sólo pasan en nuestro rentado, Niño llegaría al año siguiente a Millonarios como arquero titular. Mostrando un evidente desconocimiento de la posición, Eduardo hizo hasta lo imposible para regresar a su lugar en el mundo: el banco de suplentes. No contaba, no obstante, con que detrás suyo estaba otro suplentazo: Andrés “Roque” Lopez. Lo que padeció la parcial embajadora con los desatinos de sus porteros ese año no tiene nombre. Ambos parecían enfrascados en una tenaz batalla por la suplencia que finalmente ganaría “Roque” Lopez. Para el 2001 Eduardo reclamaría antigüedad y exigió volver al banco y que López asumiera una titularidad que pronto se le acabaría gracias a sendos y vergonzosos yerros. En el segundo semestre llegaría Rafael Dudamel para dicha de Eduardo quien siempre había expresado su deseo de ser su suplente. Dudamel partiría después del primer partido de ese fatídico semestre de Kosanovic, Franco y Gutiérrez de Piñeres. Sin más alternativas a la mano, Niño debió regresar a la titular del oscuro equipo que terminaría siendo dirigido por Germán Gutiérrez de Piñeres. El buen corazón de Eduardo terminaría siendo el chivo expiatorio de la mala energía acumulada durante ese fatídico semestre y a mediados 2002 estuvo cerca de sucumbir. Advertido, Niño decidió alejarse de una buena vez del mar de angustia que es un banco de suplentes. Millonarios lo acogería entonces como entrenador de arqueros.
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Saulo Hernández

«Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no vio nada: así que, llevándole por la mano, metiéronle en Damasco».

Hechos de los Apóstoles 9, 4.

Otro de la gran colección de arqueros que se quedaron más tiempo en su carrera sentados en un banquillo, cual oficinista público en una casilla de reclamos en cualquier CADE o similar. Pero Saulo, que no es el de los relatos bíblicos, sino el carnal Hernández, nunca tuvo la suerte de que las escamas que cubrían sus ojos cayeran al suelo para que pudiera ver.

Como en este versículo, Hernández se la pasaba en el piso, al ser víctima de cuanto delantero le provocara vencerlo y al levantarse, con el saque de su equipo, seguía sin ver. Por eso fue víctima de varias goleadas en contra.

Criado en el Deportivo Cali, fue tercer arquero detrás de «Tribilin» Valencia y Pedro Zape. Despues, Hernández caminó Colombia con un pastor alemán llamado constancia. Vistió, entre otros, la casaca de Santa Fe (suplentazo de Heber Armando Ríos), Pereira, Bucaramanga, Unión La Cartagenera, Cúcuta y Unión Magdalena, donde tuvo una noche de gloria en el Atanasio Girardot al atajar cuatro disparos en una definición desde el punto penal contra Nacional, en un juego que tuvo este desenlace para definir un 0,50 de bonificación.

Lo mejor de su carrera: la vez que en Bogotá, estando en el Cúcuta, entró a la cancha con el buzo de arquero demarcado con el número cero. Algo a todas luces irreglamentario, pero que finalmente no afectó en el escritorio a su club, pues su mala actuación propició la victoria de Santa Fe 3-1, incluido un gol infantil de cabeza de Rubén Darío Bedoya. Saulo, sin mucha visión, pensó que en el centro del “Cheo” Romero previo al tanto, el balón había salido del perímetro del campo.

Hoy tiene una escuela de fútbol llamada “Escuela Deportiva Municipal Saulo Hernández”.
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Omar Franco

Pocos, muy pocos, pueden contar una historia como la de Franco. Comenzó como tercer arquero de Millonarios a finales de la década de 1980. Un buen día, seguramente mientras planchaba el buzo número 22, le dijeron que tenía que ir esa noche al Campín a tapar contra Wanderers por la copa de 1988 ante la ida de Cousillas y la lesión del ya homenajeado Fabio «La Gallina» Calle. Omar debutó esa noche e inmediatamente se vio favorecido por esa ley natural del fútbol que dice que un suplente siempre será suplente, pero que a un tercer arquero el día que se le da la oportunidad siempre responderá. Su buen desempeño le permitió a Franco encargarse del arco azul durante el resto de la oscura temprada de 1988 que terminaría coronando al equipo albiazul, con Franco en el arco, campeón. El ícono de ese título fue justo la imagen de Omar arrodillado en la gramilla del metropolitano esperando a que terminara el partido en Bogotá. Dato adicional: para esa época era el arquero más jóven en salir campeón en Colombia.

Su descollante debut -al título se le añade que en sus 30 primeros partidos com profesional Millonarios no perdió- fue premiado con un puesto en la banca para 1989 año en que llegó Sergio Goycoechea a cuidar el arco azul. Suplente en 1989, retomó la titular en 1990 año en el que Millonarios no clasificó por primera vez en mucho tiempo a las finales. Al año siguiente fue a dar al banco del Nacional como suplente de Jose Fernando Castañeda. Al equipo verde llegó ante la ida de Higuita al Valladolid en donde debutó el el 18 de agosto contra el Once Philips cuando la titular jugaba en España un partido amistoso contra el Valladolid. En el equipo verde repetiría la performance que había mostrado en Millonarios: un día se le dio la oportunidad, la aprovechó y al final de año estaba dando la vuelta olímpica en el Atanasio con un 22 estampado en la espalda de su vistoso buzo violeta intenso. Su buen desempeño fue otra vez premiado con un cómo butaco en la banca del Atanasio para la temporada siguiente. Higuita había vuelto y no había Franco ni buzo violeta que valiera. De nada sirvió el chispazo que experimentó el 11 de abril de 1993 cuando le atajó un penal a Ricardo Chicho Pérez en un clásico montañero, cuando el partido iba 4-3 en favor de los verdes en tanto que el 21 de julio del mismo año, luego de una tunda 4-0 del Junior en Barranquilla, Omar perdió una vez más la titular con «Chepe» Castañeda, para no volver jamás.

Dos decepciones tan fuertes, tan seguidas y tan iguales habían minado ya irreversiblemente el espíritu de Franco. Deambuló después sin mayor suceso por el Tolima y el Santa Fe. Equipo en el que, luciendo un buzo a colorinches con el 30 en la espalda, tuvo su última y malograda oportunidad como profesional.

Con la colaboración de fusilero..