
Basta ver su expresión para entender que su amargura no la podía paliar ni siquiera cuando le “sacaba la leche” a los jugadores de fútbol cuando hacía las funciones de preparador físico. Ese tal vez era su gran error: le pedía tanto a los jugadores en las prácticas y calentamientos, que cuando los conjuntos que él preparaba físicamente salían al campo, lo hacían fundidos cual motor de SIMCA 1204.
Recordar el pésimo estado fìsico de la Selección Colombia en las eliminatorias hacia el 2006 cuando en el primer partido contra Brasil, el equipo se quedó sin piernas a los 45 minutos y después en Bolivia, nadie dio pie con bola en el 4-0 ante los bolivianos. No tiene nada de raro que haya hecho correr a los futbolistas los 20 pisos del hotel sheraton de La Paz, con el fin de que los pupilos estuvieran bien físicamente para jugar en el suplicio del Hernando Siles Suazo.
Fue el profesor de educación física que todos odiamos en tiempos de colegio: gesto adusto, más amargo que el mate uruguayo (lugar de su nacimiento) y con una increíble suerte para conseguir “coloca”, el nefando P.F. logró, con sus extraños métodos, pasarle una aplanadora a cualquier conjunto de atletas.
Con Luis Cubilla y Ángel Castelnoble como entrenadores, estuvo con Olimpia de Paraguay, ganador de la Libertadores del 90. Ese fue su único gran mérito, porque de resto, sus futbolistas, esos a los que le gustaba maltratar con quince tandas más de piques cortos a pleno rayo de sol, eran casi cadáveres cuando les tocaba jugar.
Francisco Maturana lo tuvo en Millonarios (herencia de Ángel Castelnoble, nada más y nada menos), y era de esperarse que esta conjunción iba a ser tan desastrosa como efectivamente lo fue: sumados los yerros de planeación del filósofo de Yondó, estaba la desastrosa preparación física de los jugadores azules, cortesía de Richino. Y con Selección Colombia los resultados en eliminatorias tanto de 2002, como de 2006, así como su gestión de P.F. en Perú y Costa Rica demuestra su capacidad para, como diría Pablo Morillo de Simón Bolívar “destruir en tres horas el esfuerzo de cinco años”.
Los jugadores lo detestaban, la prensa lo aborrecía pero él seguía ahí, como el Destroyer de “Qué nos pasa” acabando hasta con la vitalidad de un Sequoia.
Su marchita cara se fue de este país y con ella, la fuerza vital de todos los futbolistas que pasaron por sus entecadas manos. Una lástima. Toda una generación de jugadores que prometía dejó sus músculos en los entrenamientos y no en la cancha, por las exigencias de Richino, un maestro en esto de ser capataz despiadado.
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