Lobinho

Llegó en 1999 a Millonarios sin la parafernalia que suele acompañar a los refuerzos de su supuesta tierra. Jugó sólo algunos minutos en los que no quedó claro si se trataba de un futbolista profesional o de algún intérprete de reggae sanandresano venido a menos que con su grupo encalló en Bogotá engañados por un empresario de mocasín blanco. «Mire, agarre este pasaporte, diga que es brasilero y que viene del Sao Raimundo de Rio das petras y presentese a Millonarios, allá no ponen mucho problema para la contratación. Me paga con la primera quincena», aseguran que le aconsejaron.

A los sueldos que alcanzó a cobrar en los cinco meses que su nombre figuró en la nómina azul se le suma, para efectos del botín, una portada del Diario Deportivo siete años más tarde como símbolo de los desaciertos de la directiva azul en materia de contrataciones. Hoy, no ha aparecido quien le dispute el sitial. Ya quisiera cualquiera de nosotros instalarse en cualquier sitial y figurar en cualquier portada. Sin duda, otro ejemplo. .

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