Ofrézcome

¿Qué va a pasar con Pacho y Bolillo desempleados?
Regresarán a sus orígenes: Nacional y DIM – 127
Se la van a pasar en línea – 17
Seleccionarán un curso de cajones en el SENA – 56
Probarán suerte en el inexplorado mercado de Oceanía – 176
No saber qué va a pasar es pasar un poco – 225
Total de votos: 601

¿Qué va a pasar con Pacho y Bolillo desempleados?

Regresarán a sus orígenes: Nacional y DIM – 127

Se la van a pasar en línea – 17

Seleccionarán un curso de cajones en el SENA – 56

Probarán suerte en el inexplorado mercado de Oceanía – 176

No saber qué va a pasar es pasar un poco – 225

Total de votos: 601

Exclusivo: Jimi Hendrix en el Erasmo Meoz

Feliz por estar de incógnito [a Jimi Hendrix] se le dificultaron las cosas cuando tuvo que hablar para firmar su primer contrato con los motilones. Pensó en contar sus peripecias, su fama mundial y revelar la verdad en un balbuceante inglés. Pero se aterró cuando vio una bolsa de hormigas culonas (traídas por un bumangués amigo de la mesa directiva). Cuando el presidente del equipo se echó una bocanada de insectos dorados y los saboreaba como si fuera maná caído del cielo gritó como poseído “I want ants”.

Amante de los excesos como era, Jimi no se midió. Sin recato se entregó a las hormigas culonas, exceso que no tardó en pasarle factura: a las dos horas un mal de estómago tropical se había apoderado de su frágil aparato intestinal prendiendo las alarmas entre la directiva motilona. «¿Qué hacemoshermano, decime qué hacemos?», le preguntó, angustiado, el presidente a su tesorero al encontrar a Jimmi inconsciente en el water. «No sé hermano, el niche como que no estaba acostumbrado a tanta hormiga, quién le manda a ponerse de garoso, dejalo que evacúe y mañana le damos harta agua de orégano, y si no se mejora, coca cola con limón», respondió. «No hermanolo, yo a este lo veo grave, llamate al Erasmo Meoz, que ya vamos para allá».

En el Erasmo Meoz, atendieron al recién llegado refuerzo motilón sin que nadie notara en realidad de quién se trataba. Nadie salvo Rubiela Beltrán, enfermera jefe del piso en el que estaba ubicada la habitación en la que el ídolo norteamericano se reponía a punta de jugo de guayaba y, sobre todo, mucho pedyalite. Nadie lo sabía, pero Rubiela cultivaba en secreto su pasión por el rock y al ver al recién ingresado paciente muy en el fondo de su corazón supo que se trataba del supuestamente fallecido guitarrista.

Fue así como esa misma noche, una vez confirmó que no quedaba nadie más del personal se arrimó a la camilla de Hendrix para decirle en un rústico inglés: «ai nou ju yu ar…» Nervioso, Hendrix no tuvo más remedio que revelarle, en precario español, la verdad de por qué había ido a dar a esa fría camilla tercemundista, no sin antes implorarle que no se lo dijera a nadie». «Ok, mai darlin, but plis uan foto». Y hela aquí.
.

Esteban González

Parece como si se tratara de un negocio, de un oscuro tráfico de certificados de «yo pasé por las reservas de Boca y hasta debuté o al menos estuve a punto». El hecho es que cada vez son más los jugadores que aterrizan en Colombia esgrimiendo este dudoso pergamino. En la lista encontramos jugadores como Raúl Andrés César, Jorge Ramoa, Luis Abdeneve, Angel Guillermo Hoyos, más contemporáneos a Jonathan Fabbro, Gastón Sangoy, Carlos Marinelli y a nuestro homenajeado de hoy: Esteban González.

Con su paso por las inferiores de Boca escrito en negrilla en su hoja de vida y después de una vuelta por Europa donde pasó sin ningún suceso por el Chievo Verona (en el registro aparece un rechoncho «0» en la casilla correspondiente a partidos jugados) y por el Lugano de Suiza (22 partidos, 6 goles), González llegó a Ibagué como flamante refuerzo del Deportes Tolima a comienzos del 2003. En el feudo del indio pijao nunca pudo desmostrar las condiciones que le permitieron hacer parte de la reserva de Boca y por ese motivo nadie se inmutó cuando anunció a mitad de año que había decidido subir a Bogotá a militar en un club hoy más famoso por no negarle jamás la oportunidad de vestir su camiseta a jugadores portadores de pasaportes no vinotinto que por las 13 estrellas que adornan su escudo desde hace ya 21 años.

En Millonarios (adivinaron) tuvo una historia llamémosla «complicada». Espontáneos brotes de talento no lograban ahuyentar el tedio que producía su desempeño como volante «10». Jugó de titular casi todo el semestre sin convencer jamás del todo a la parcial. Situación que por poco toma otro rumbo cuando en su penúltimo partido estuvo a un paso de despejar dudas y recibirse de ídolo azul contemporáneo (sitial no muy difícil de coronar y que todavía hoy es patrimonio de Gabriel Fernández).

Era la penúltima fecha del cuadrangular semifinal; a Millonarios le bastaba un empate en su partido de local contra el Cali para asegurar su paso a la gran final. Después de terminar el primer tiempo con un 0-2 en contra, para el segundo tiempo los de Norberto Peluffo mostraron otra cara y con un golazo del argentino, impecable remate de fuera del área, apretaron el marcador. Poco después Julián Téllez consiguió un empate que mucho se celebró pero de poco sirvió porque un cabezazo de Milton Rodríguez faltando minutos para el final dejó a Millonarios lejos de la final y a Esteban González con las ganas de instalarse en el devaluado parnaso azul.

Para el año siguiente, encontró refugio en Pasto, donde tuvo nueve partidos para marcar un gol. De ahí, unos meses de reflexión en la primera C de su país con el Villa Dalmine de Campana. Después: la ruta Azteca que comenzó por en 2005 por Estudiantes de Santender, después Indios de Juárez, de ahí salto a Tampico Madero, y de ahí corra al Correcaminos para recalar finalmente en el Querétaro, club en el que ya acumula 4 partidos jugados. En sus cuatro años en México acumula un aceptable saldo de 32 goles, goles que seguramente cambiaría gustoso por unito más esa noche lluviosa de 2003. .

Walter Darío Ribonetto

El fracaso, el dejarse añejar en un banco de suplentes o el tener una carrera de no más de cinco minutos como profesional no son los únicos caminos que conducen al Bestiario. Marcar un gol definitivo en una final después de una temporada sin mayores conquistas para después desaparecer también es una buena forma de hacerse a un lugar en este vademécum de las raras excepciones (y también en el del «Bocha» Jiménez).

Walter Darío Ribonetto parecía ser uno más entre los miles de refuerzos que del sur del continente han llegado al Junior de Barranquilla en las últimas dos décadas. Cuando faltaban pocos minutos para terminar el partido de vuelta de la final del 2004 y Nacional le ganaba a un Junior de amarillo quemado 5-1 su apellido parecía ya condenado a figurar junto a los de Fantini, Selenzo, Docabo y Rentera en la interminable lista de refuerzos foráneos que sin ton ni son han aprovechado una temporada en Barranquilla para «cuadrar caja» sin tener que sudarla demasiado.

A esta altura de nada le había servido a los del «Zurdo» el 3-0 conseguido en el Metropolitano. Los cinco que le había encajado esa tarde el Nacional le daba el título a los de Juan José Peláez. Así estaban las cosas hasta que en el último minuto, Milton Patiño, arquero de Nacional, atajó a medias un remate dejandole servido el balón para que, con la derecha, este defensa central argentino lograra el descuento empatando así la serie y llevándola a la definición desde los 12 pasos. En esta instancia el Junior tuvo más suerte y con un estadio repleto de hinchas verdes logró su quinta estrella. De esta forma Ribonetto, que antes había militado en Lanús y Querétaro de México, fue por una noche Gardel en Barranquilla para, a la mañana siguiente, ser, diga usted, Sabú.

Al año siguiente fue a dar a Paraguay como refuerzo del Olimpia. Después volvió a su natal Lanús en donde dio otra vuelta olímpica, la del apertura 2007. Hoy sueña con un que un gol suyo en el último minuto salve del descenso a Rosario Central.
.

Colección primavera-repechaje


Alfredo «Pirata» Ferrer y Gilberto «Memín» Granados, elegantes pero casuales con los colores de la selección de 1985.

¿Qué opina de la nueva camiseta Lotto de la selección Colombia?
¿Cuál camiseta? ¿No era un disfraz de power rangers? (cortesía @Jormanks) – 197
La condecoración con las banderitas debió haber sido después del partido – 49
Me da miedo que los jugadores se chucen con los alfileres que sostienen las banderitas – 77
Al final del partido no hubo intercambio. Si no le gustamos a Bolivia no le gustamos a nadie. – 123
Que vuelva el paño, pero no el de lágrimas, sino el de la foto. – 28
Ahí están pintados los del Bestiario, siempre destruyendo. – 48
A mi si me gustó. – 118
Total de votos: 640

¿Qué opina de la nueva camiseta Lotto de la selección Colombia?

¿Cuál camiseta? ¿No era un disfraz de power rangers? (cortesía @Jormanks) – 197

La condecoración con las banderitas debió haber sido después del partido – 49

Me da miedo que los jugadores se chucen con los alfileres que sostienen las banderitas – 77

Al final del partido no hubo intercambio. Si no le gustamos a Bolivia no le gustamos a nadie. – 123

Que vuelva el paño, pero no el de lágrimas, sino el de la foto. – 28

Ahí están pintados los del Bestiario, siempre destruyendo. – 48

A mi si me gustó. – 118

Total de votos: 640

Eduardo y sus videos (II)

[singlepic id=1082 w=320 h=240 float=]

Dicen los que estuvieron con él que un buen día de 1986 Eduardo se levantó asustado y esto le dijo a su compañero de habitación, Luis Norberto «el Huevito» Gil: «Lucho hermano, no sé, siento que en cualquier momento me pasan el preaviso y tu sabes que eso es bombeada fija…y yo qué hago hermano, me voy a casar y no sé hacer nada más». De nada sirvió que Gil, viejo zorro, le insistiera una y mil veces que tranquilo, que era joven y talentoso y que dos malos partidos no iban a acabar con su prometedora carrera. Eduardo, envideado, decidió que no estaba por demás capacitarse en un oficio alterno, así fuera de embolador. «Porque uno nunca sabe», se le volvió a escuchar. .

Gustavo Villa

Más que Fanny Mikey, o que su primo el payaso Mikey y su circo de los muchachos, si existe un hijo del cono sur que conozca palmo a palmo, hueco a hueco nuestra geografía nacional ese es Gustavo Villa.

Volante argentino, después de algunos años en El Porvenir de la primera C de su país, Villa llegó a Colombia como refuerzo del Unicosta en 1995 cuando este equipo apenas daba sus primeros pasos en la entonces Copa Concasa. Contrario al 98.34% de los foráneos que llegan al torneo de ascenso colombiano, Villa no huyó despavorido meses después de su desembarco espantado por ese eterno reality de supervivencia (pero sin sintonía) que es la primera B colombiana. Al contrario, dice una fuente, todo indica que Gustavo aseguraba que no había mejor lente para acercarse a nuestro país, sus gentes y paisajes que el polarizado de un thermoking. Dicen también que, aun pese a las burlas de sus compañeros, más de una vez se declaró fanático de la sazón de los paradores rojos.

Así, entre flotas, peajes y camerinos con duchas sin agua, Villa permaneció dos años hasta mediados de 1997 cuando el Unicosta logró en Tunja el ascenso a la primera división. En la Copa Mustang el argentino se sintió algo despistado por la rapidez de los desplazamientos en avión, aburrido con lo insípido de los sánduches de jamón y queso de Avianca, nada que ver con las delicias que nuestras carreteras ofrecen a quienes las recorren y más de una vez, asegura otra fuente, estuvo al borde de terminar en una UPJ por tratar a las azafatas con la misma confianza con la que ya se había acostumbrado a departir con los ayudantes de flota. Aun así, su talento pudo más y para 1998 logró su propio ascenso: pasó del Unicosta al Junior, equipo en donde tuvo su mejor momento cuando en 1999 ingresó al no tan selecto club de jugadores que le han hecho un gol de media cancha a Héctor Burguez.

En busca de aires más turísticos, Villa partió a Cartagena, previo paso breve por su casa a mostrar fotos y lavar ropa. En «la Heróica» permaneció como volante del Real entre el 2000 y el 2001. Para el 2002 parece que no soportó más el aire acondicionado de los aeropuertos y el agua caliente de la mayoría de nuestros estadios de primera división y aconsejado por su niño interior que le exigía volver por la senda del héroe, gustoso aceptó un modesto contrato que le ofreció el siempre exótico Johann de Barranquilla, ese año con equipo en la primera B. Entre Expresos Brasilia, retenes de muchachos (pero no los de Mikey, los otros), paradores rojos y recorridos nocturnos por zonas rojas, Villa vivió dos años de pura adrenalina en la segunda división colombiana defendiendo los colores del más bestiarista de los equipos de nuestra región Caribe.

Pero todo tiene su límite y tanta adrenalina terminó por cansar a Villa, que gustoso aceptó la oferta que le hiciera el recién ascendido Chicó en 2004 para instalarse en la «nevera» en donde poco jugó, pero mucho descansó; subió a Monserrate, fue un domingo que no concentró a Guatavita, paseó por la Candelaria y conoció, desde el gramado, un monumento nacional: el estadio Alfonso López de la ciudad universitaria, domicilio ese año del Chicó.

Para el año siguiente, 2005, apareció en la nómina del ahora Boyacá Chicó, más no en la cancha. Con tanto kilometraje a cuestas pedirle que cada ocho días viajara a Tunja era, a todas luces, un irrespeto a su trayectoria.
.

Debut y despedida


Arriba, arriba de izquierda a derecha: Farid Mondragón, Luis Carlos Perea, Hermann Gaviria (Q.E.P.D), Adolfo Valencia, Gabriel Jaime Gómez, Alexis Mendoza, popular «Cole». Abajo, mismo orden: Carlos Valderrama, Alexis García, Arnoldo Iguarán, Luis Fernando «Chonto» Herrera, Diego León Osorio.

Varias curiosidades alrededor de esta formación que empató 1-1 contra Venezuela en el Campín la misma noche de mayo de 1993 en que nos robaron por tercera vez consecutiva en Miss Universo (esta vez con el crédito del Amazonas, Paula Andrea Betancourt).

La primera es que en ella hay un debut y una despedida, pero no de un mismo jugador. Debut de Farid Mondragón con la selección mayor y despedida, también de la selección, de Arnoldo Iguarán. Era la primera y, hasta ahora, única vez que se recurría a la figura de convocar a un partido aunque amistoso oficial a un jugador, el «Guajiro» en este caso, con el único propósito de rendirle un homenaje. Para la época, y pese a seguir activo y haciendo goles con Millonarios, ya hacía rato que se había marginado de la selección; su último partido oficial había sido dos años antes contra Chile por la Copa América disputada en ese país. A los 14 minutos del primer tiempo lo reemplazó JJ Tréllez y el Campín lo ovacionó.

Como segunda curiosidad, tenemos, adivinaron, el patrocinio de Bavaria en la camiseta, tema que, como ya vimos, se tradujo meses después en un jugoso cheque que la Federación tuvo que girarle a la FIFA por concepto de multa por uso de patrocinios en partidos oficiales. También se alcanza a ver en la imagen una publicidad de Cola & Pola, bebedizo que por esos días lanzaba Bavaria aprovechando este y el siguiente partido, contra Chile, ambos en Bogotá.

Por último, imposible ignorarlo, tenemos la pesadilla en que, por culpa del eterno afán de protagonismo de alias «Cole», se convirtió el sueño que tenía el único niño presente en la imagen de aparecer en una foto oficial con la selección mayor. .

Carlos Alejandro Leone, historia de un precursor

Parados, de izquierda a derecha: Roberto Rogel, Rafael “Tortuga” Otero, Fernando “Pecoso” Castro, Carlos Alejandro Leone, Luis Montúfar, Alberto “Frijolito” Gómez. Abajo en el mismo orden: Angel María Torres, Angel Antonio Landucci, Alberto “Tigre” Benítez, Néstor Leonel Scotta, Jorge Humberto Cruz.

Contribución de MarioMiami

-¡Papá!,¡papá! ¿A qué horas pasan el partido contra Boca?
– 8:45, mijo, por el canal 1.

Era la antesala del esperado partido del Cali ante el Boca de Gatti en 1977, por allá a finales de la década de 1970 cuando solo había dos canales de TV y un año antes de que el Cali disputara la final también contra Boca.

-¿Y quién es el arquero nuevo?
-Un tal Leone que jugó en Racing y Estudiantes… Le dicen el ciego.
-¿El ciego?
-Sí, dicen que no ve de noche, que es miope…

Comentario fatal de mi papa, furibundo hincha del verde antes del encuentro. Me quedó dando vueltas en la cabeza pero sin inquietarme, pues pensaba: «si tenemos a la mejor delantera del mundo, la popular Torres Scotta y Benitez, ¿qué miedo va a haber?”

Empezó el partido con un Cali dominando. El sueño de ganarle al temible Boca estaba ahí latente y comenzó a hacerse realidad con el gol de Scotta. Pero este no fue sino el abrebocas de la hecatombe que llegaría minutos después en la persona del desconocido guardavallas instalado esa noche bajo el arco verdiblanco. Disparo de Pancho Sá de media distancia y empate fatídico en casa. Todas las miradas apuntaron a Leone, precursor de los arqueros-veraneantes que había llegado a “reemplazar” al inolvidable Zape con problemas en el hombro que venían desde su incidente con el uruguayo Morena en la Copa América de 1975. El caso es que lo que la gente pensaba pero que nadie quería hacer publico se hizo evidente. El arquero, no nos metamos mentiras, simplemente no vio el disparo de Sá.

Sobra decir que Don Alex Gorayeb no tuvo la paciencia para dejarlo en el Cali y lo devolvió a su natal Argentina no sin antes, hacerle la caridad de pedirle una cita en Bogotá en la clínica del afamado doctor Barraquer en donde, todo indica, alcanzó el estatus de leyenda que le fue esquivo en el Pascual.

-Papá, ¿cuánto tiempo le dieron a Zape por su lesión en el hombro?

– “Un par de meses…” A rezar se dijo….

Eduardo y sus videos

[singlepic id=1049 w=420 h=340 float=]

Cuando era jugador, «que «el Mecato» nos robó», «que «Chucho» Díaz me persigue», «que Armando Pérez no me entiende». Después, como técnico, «que el «Cacharrito» nos tiene en la mira», «que la comisión arbitral nos acosa», «que el mundo del fútbol gira en contra de los intereses del Chicó». Finalmente, ya de directivo, «que el alcalde de Tunja me incumplió», «que el del Gremio se poposeó», «que al Chicó nunca lo van a dejar ser campeón». Bien sea como jugador, técnico o directivo el caso es que Eduardo Pimentel siempre ha vivido entre videos. Más que el fútbol, su verdadera vocación en la vida son los videos, tal y como lo prueba esta imagen, que data de 1986 cuando el joven Eduardo combinaba entrenamientos y partidos con la atención de «Batiamax», su negocio, de videos, por supuesto, en el norte de Bogotá. Allí, dicen los que saben, solía quejarse de que los clientes no rebobinaban los casetes, de que se los entregaban tarde, de que se hacían los pendejos con las multas e, incluso, insistía que algunos santurrones le grababan fragmentos de Silvestre y Piolín sobre escenas de soft porn.

Por último, si se observa con atención, se podrá ver como, temiendo una conspiración en su contra por parte de la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá, dispuso ubicar una lámpara Coleman en un punto estratégico del local. «Uno nunca sabe, yo sé que a esa gente no le caigo bien», dicen que le oyeron decir.

[singlepic id=1054 w=320 h=240 float=]

Detalle de la lámpara Coleman que mandó instalar Eduardo.