Bestiario Jr.

En 1985 ya lucía la azul. Más de veinte años después la sigue luciendo. ¿De quién se trata?.

Carlos Rodas

Delantero de la cantera del Cortuluá. Hizo parte de la nómina del equipo que en 1993 se coronó campeón de la Copa Concasa. Después de algunas temporadas sin mayor suceso en el «equipo corazón», Rodas recaló en el Pereira, equipo en el que a finales de 1997 y pese al descenso del equipo sus ocho goles le permitieron proyectarse como la gran revelación del rentado colombiano y el jugador pretendido por todos. Nacional, América y Millonarios, todos preguntaron por él. Fue tanto el escándalo que se generó en torno a él (fenómeno que rara vez se da en nuestro fútbol) que el “Bolillo” decidió no quedarse atrás y premió su desempeño con sendas convocatorias que aumentaron aun más su cotización.

Como suele suceder en estos casos, las agallas de sus empresarios pudieron más que la chequera de los directivos rojos, verdes y azules, y bien entrado 1998, la revelación de 1997 todavía entrenaba en el parque de su barrio. Finalmente, se le pudo encontrar un campito en el Quindío pensando en que la copa Conmebol que ese año disputaría el equipo cafetero contra Italchacao de Venezuela y Sampaio Correa de Brasil podía llegar a ser algún tipo de vitrina para la joven promesa. Su rendimiento en el Quindío le aportó más argumentos a quienes insistían que lo suyo no iba a ser flor de un día. En consecuencia, una buena producción goleadora en el cuadro cuyabro le representó un ascenso en la escala del eje cafetero y algo un poco mejor que un contrato con el Sampaio Correa: ser uno de los refuerzos del once para la temporada 1999. En Manizales, no obstante, poco se vió de aquel habilidoso delantero que deslumbrara en el Hernán y en el Centenario. En esta ciudad permaneció dos temporadas para luego recalar en el “Poderoso”. Los cuatro goles que marcó con el rojo de la montaña le permitieron retomar la ruta del café y desembarcar para el segundo semestre en el Tolima, equipo en el que dos goles no fueron suficiente para borrar su imagen de flor de un día que para esa época ya comenzaba a hacer carrera. Después del Tolima y fiel a su tendencia de probar toda la oferta laboral futbolística de una región, el Huila fue su siguiente empleador. Su paso por el cuadro opita fue poco menos que discreto; al parecer , lo suyo, más que el fútbol, era una extraña fijación que lo motivaba a recorrer la misma senda que “Tirofijo” recorriera por el viejo Caldas y el Tolima Grande. Después del Huila, sólo le faltaban Marquetalia F.C., Deportes Guayabero, y Atlético El Pato. Deducimos que militó en estos equipos entre 2002 y 2004 pues ningún resgistro se tiene de su actividad durante estos años.

Reapareció en 2004 reforzando las filas de los Pumas de Casanare. A mediados de 2005, como el hijo pródigo, regresó al Tuluá, equipo en el que hacía más de una década había debutado y al que hoy lo encontraba nuevamente en la B. Un rendimiento bastante aceptable en el equipo tulueño le significó a sus 31 años una nueva, y última, oportunidad en el profesionalismo con el Deportivo Pasto, equipo que lo incluyó en su lista de altas para la temporada 2006. Al pie del Galeras, casi diez años después de su irrupción en el fútbol profesional, a duras penas se ven destellos del fútbol con el que deslumbró en su momento al eje cafetero.

Dato adicional: en medio de tantos ires y venires, Rodas se hizo acreedor a una distinción. En el 2000 fue el ganado de una votación promovida por “Tribuna caliente” para elegir al jugador más “piscinero” del torneo. Peor es nada.
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Alberto Zamora

Insípido lateral derecho costeño de la cantera del Unión Magdalena. Estaba destinado a no salir jamás en su vida del Eduardo Santos de no ser por Jorge Luis Pinto que a mediados de 1998, en un arrebato tan propio de los técnicos, le dio la gran oportunidad de su vida regalandole la banda derecha de Millonarios para que hiciera y deshaciera a su antojo con ella. Obviamente, fue más lo que deshizo que lo que hizo.

Poco recursivo en marca y tremendamente limitado en ataque, fue el Garré de Pinto (por aquello de que “todo Bilardo tiene su Garré”) en su segunda temporada en Millonarios. Ido Pinto de Millonarios a mediados de 1999, Alberto entendió que su cuarto de hora había terminado. Regresó a su Unión Magadalena en dónde puso su granito de arena en el descenso del cuadro samario a la primera B. En la B, Zamora se sintió valorado y bien acogido, nada que ver con la ingrata primera división. Su querido ciclón fue sólo la primera estación de su trasegar por el gran ascenso. Después de Santa Marta, bajó por el Magdalena y se detuvo en Girardot. Con su cotización al alza, de la ciudad de las acacias partió a Villavo al por ese entonces recién descendido Centauros a comienzos de 2004. Después de Centauros, de regreso al altiplano esta vez al Patriotas; equipo en el que, a cuentagotas, y a punta de entrega y uno que otro gol ha recibido algo del cariño que durante toda su trayectoria siempre le fue negado..

José "El boricua" Zárate

Contribución de YoSoyElCarlos

Recio defensa central barranquillero que fuera una institución en la zaga del Medellín de finales de los setenta y principios de los ochenta. Paso obligado de casi todo central costeño (tronco o calidoso) que se respete, el agreste mulato hizo sus primeros pinitos en el Junior, equipo en el cual comenzó a desarrollar todo el arsenal que haría historia años después. En aquellos pretéritos tiempos, lejanos aún de los Andrés Escobares, Iván Córdobas e incluso de los Luis Carlos Pereas, el Boricua resultó un obstáculo temible en todo el sentido de la palabra para la delantera rival. El caimán Sánchez, viejo zorro él, lo convocó y lo mantuvo como titular fijo para la exitosa selección subcampeona de América en el 75 donde hizo pareja con el histórico guerrero Miguel Escobar.

Fue entonces cuando el Medellín, con la particular sapiencia que siempre ha demostrado en sus contrataciones estelares, puso sus ojos en él. Hechas las gestiones, el “Boricua” debutó en el Poderoso en el 76, dando inicio a una historia de sinsabores que sólo terminaría en 1983. Por ganas, enjundia, entrega y amor a la camiseta el hincha rojo cogió con cariño al pedernal zaguero en esos años de sólo derrotas. Hay que decir, eso si, que técnicamente era tan dúctil como el papá de Jorge Bermúdez. Lento y torpe con el balón, aunque en realidad inteligente para jugar, era un martirio verlo salir jugando con el esférico. Más que un martirio, era un auténtico parto.

Sin embargo, lo que lo marcó de por vida fue su proverbial habilidad para el autogol y para generar penales. Precursor insigne de Álvaro Aponte en ese rubro, no fueron pocos los goles recibidos por el DIM en donde era directo culpable el popular “Boricua”. Partido que se respetara debía tener un gol en contra del Boricua o un penalti provocado por nuestro homenajeado. Lo curioso del hecho es que, a pesar de las puteadas, al día siguiente el fanático rojo comentaba entre risas «la que hizo el “Boricua” ayer». Sinónimo del tronco por excelencia, aportó al argot futbolístico paisa el remoquete de «Boricua» a aquel que demostraba pocas condiciones en los partidos de barrio o en los picados de los paseos de olla (su otro aporte al lenguaje futbolero criollo fue el bautizo de «Bolillo» a Hernán Darío Gómez, cuando el entonces jugador llegó un día rapado al entrenamiento del Medellín). No obstante, es necesario aclarar que no hay hincha rojo de entonces que lo recuerde con odio, más bien se le recuerda con aquella mezcla de cariño y angustia en dosis iguales. A Zárate se le quiere como se quiere al primo o al hermano díscolo.

La anécdota que resume de alguna manera su historia tuvo lugar en un juego DIM-América en el Atanasio cuando le tocó perseguir a Juan Manuel Bataglia en un contragolpe que nació en el área del América y en el que sólo el arquero se interponía entre el paraguayo y el gol. El público, angustiado de ver a Battaglia “proyectándose en velocidad”, con el Boricua persiguiéndolo, comenzó agritar: «¡tumbalo! ,¡tumbalo!, ¡tumbalo!…¡Pero no ahí!» El último grito coincidió con la falta que finalmente hizo el “Boricua” al ariete guaranì .dentro del área del Medellín. Obviamente, después del bufido de decepción general vino la unánime carcajada de resignación: ¿Y qué esperaban? Si se trata del buen Boricua, de alguna manera símbolo de aquellos años de sequías eternas, de decepciones y fracasos con nóminas rutilantes signados por la desgracia que le impedía al “poderoso” impedía ganar cualquier competición en la que hubiera algún trofeo de por medio.

El “Boricua”, por su parte, finalizó su carrera en el Cúcuta Deportivo a mediados de los 80.
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Discuta como un León

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Tunja, la ciudad despreciada por el fútbol profesional


(imagen cortesía www.patriotasfc.com)

Contribución: Link

El fútbol colombiano de primera división ha estado presente en muchos lugares de la geografía colombiana y extranjera: desde Barranquilla hasta Bogotá, en dos estadios al tiempo, pasando por lugares como Itagüi, Palmira, Jardín (Antioquia), Ocaña, Soacha e incluso Sincelejo. Pero ninguno ha tenido tan triste fortuna en su paso como hospedero de la máxima divisa del fútbol nacional como la ciudad de Tunja, capital del Departamento de Boyacá. En efecto, no ha habido intento de los dirigentes de “la tierrita” para que esta ciudad estuviese a la altura de urbes como Bogotá, Cali, Armenia o Pasto -ciudad gemela perdida de Tunja- que no haya terminado en un rotundo y a veces ridículo fracaso.

Con el surgimiento del gran ascenso, la Primera B, una serie de dirigentes boyacenses -entre ellos el empresario avícola Gabriel Camargo, sogamoseño de cuna- asumieron el deber de brindarle a los tunjanos un equipo competitivo en la B que luchara para hacerse a un lugar en la primera división. Este proyecto, denominado –cómo no- Lanceros Boyacá, se constituyó en la punta de lanza del fútbol boyacense a pesar que su nómina era más bien una colcha de retazos de jugadores prestados por equipos de todas partes del país.

El equipo estaba confeccionado y listo para debutar a comienzos de 1993. Hay que decir que pese a haber brindado espectáculo hasta el final, no despuntó gran cosa. En la final fue derrotado por el que sería el ganador de esa temporada, el Cortuluá. Ese año Lanceros terminó quinto detrás de auténticos deanes de la segunda división como la Fiorentina del Caquetá, el Palmira Fútbol Club y el Real Cartagena. Para la temporada siguiente, Lanceros sería tercero detrás de potencias como el Tolima o el hoy difunto Deportivo Antioquia. El progreso del equipo boyacense no se detuvo en 1995 cuando perdió el ascenso contra el Bucaramanga. Dado el buen rendimiento del cuadro boyacense se decidió darle más recursos y más oportunidad al deportista… de afuera del departamento. Uno tras otro, llegarían al cuadro lancero referentes como la Moña Galvis, Jorge Sandoval o el brasilero Evandro Schmidt, entre otros referentes dignos de homenaje bestial.


Evandro Schmidt, disfrutando los encantos termales de Paipa.

Sin embargo, las posibilidades de que Tunja fuera parte importante de la primera división se esfumaron ante el desastroso séptimo puesto logrado en la temporada 1995/96. Aun así, el senador Camargo siguió apoyando al equipo pese a que, fiel a su costumbre, al comienzo de cada temporada aseguraba no contar con recursos suficientes.

Fue en 1997 cuando Lanceros tuvo la gran oportunidad de ascender a la Primera y codearse con los grandes. Uno a uno, el cuadro de Boyacá destronó a Cooperamos Tolima, Atlético Huila, entre otros titanes, para llegar a competir a un cuadrangular final ante el Unicosta, el Pasto y el Atlético Córdoba de Cereté.

El primero de Junio de 1997, día de romería por la procesiones en Tunja, se vieron las caras en un estadio la Independencia el cuadro tunjano y el Unicosta. Ocho mil boyacenses agolpados en un escenario para con capacidad para cinco mil se unieron en una sola voz para alentar a Lanceros quien logró mantener la victoria por un buen tiempo hasta que un gol del ya homenajeado equipo de Kike Chapmann dejó claró nuevamente que Tunja y la primera A seguían caminos muy opuestos.

Después de ello, vendría la debacle: un décimo puesto en el Adecuación 1997 y un discretísimo sexto puesto en el torneo siguiente fueron los argumentos de peso para que el senador Camargo dijera no más, vendiera la ficha del equipo y se dedicara de lleno a su labor como Primer Caballero de la entonces Gobernadora Leonor Serrano. La ficha fue vendida a la Esuela de Fútbol Fair Play que dirigida por el técnico-jugador-pastor evangélico Silvano Espíndola, mostró un errático desempeño en las temporadas de 1999 y 2000. De la era «Fair Play» sólo quedó el fugaz paso por el equipo tunjano de un habilidoso jóven de apenas 14 años -estableciendo de paso un nuevo record- llamado Radamel Falcao García. Para la temporada 2001, los tunjanos se quedarían sin fútbol, gracias la partida de Fair Play a tierras chienses (de Chía), lo que generaría una larga temporada sin fútbol en el estadio La Independencia.

Sólo hasta 2003 un grupo de empresarios boyacenses liderados por la cadena de ferreterías G&J vieron de nuevo una gran oportunidad para el fútbol de ascenso en Tunja e inscribieron a Patriotas como el nuevo referente del fútbol boyacense en la primera B. Con figuras recicladas como Oyié Flavié o Eric Cantillo, entre otros astros, el nuevo cuadro de “la tierrita” consiguió colarse en el tercer lugar de la tabla general lo que le permitió disputar el cuadrangular final. En esta instancia, pese a haber luchado hasta el final fue precisamente en el minuto final del último partido contra Chicó que un gol de Luis Yanez despedazó las ilusiones boyacenses. Un año más tarde se repetiría la historia: pese a ser favorito de todos, Patriotas perdería con el expreso rojo de Cartagena en la Heróica, frustrandose –una vez más- la llegada de Tunja a la A.

Para 2005 soplarían nuevos vientos: con el incondicional apoyo de la Gobernación, el Chicó FC se iría a jugar a Tunja sus partidos convirtiéndose en el Boyacá Chicó FC (nombre que en si mismo constituye una grosera falacia). La mala campaña del cuadro ajedrezado generaría el disgusto de los boyacenses quienes se volcaron en masa a apoyar a Patriotas en la B (en el altiplano un grupo de cien personas bien puede ser considerado una horda). La campaña del 2005 se destacaría entonces por las bajas asistencias para ver a ambos equipos. Ese año, Patriotas vio como se esfumaba su posibilidad de entrar a la lucha final por el ascenso –por enésima vez-, gracias a un gol del Bajo Cauca, faltando quince minutos para terminar la fecha.

Hoy en día, los dos equipos andan en campañas tristes, con un Chicó “liderando” el descenso y un Patriotas que tiene más ganas que fútbol a pesar de ostentar un interesante invicto de 3 años sin perder en el césped de La independencia. De ésta manera, se cierra el capítulo de una de las plazas más desesperadas en buscar el tiquete a la Primera: la Noble, Hidalga y Señorial Ciudad de Tunja, Ciudad Universitaria, Cuna y Taller de la Libertad.
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Henry "Bocha" Jiménez

N de la R:El Bestiario del balón, siempre conciente de su responsabilidad social en estos aciagos días de Tutos y Casales, ha decido abrir este nuevo espacio en el que se homenajearán todos aquellos cronistas deportivos que ejercen todavía su oficio con el rigor y la seriedad de la que tanto carecen los nuevos ricos del dial.

Fue siempre bueno y sencillo, trabajador como un buey

Corta se queda la letra de este tango a la hora de dar cuenta de las virtudes de nuestro homenajeado de hoy. Noble, laborioso y despojado de las pretensiones que atormentan a otros mortales, asume su trabajo con una especie de abnegación mística, como la de aquel que ha escogido el trabajo como forma de purificación del alma: como tiquete para una reencarnación más cercana al Nirvana.

A diferencia de otros que ahora cautivan incautos del dial, el “Bocha” es un auténtico animal de fútbol. Lo suyo no es ni el FM, ni la tele, ni los lugares de esparcimiento bogotanos. Mientras otros advenedizos que han aparecido con la firme intención de desplazar con su impresionante repertorio de sandeces a la querida vieja guardia de la prensa deportiva nacional dedican el sábado al desenguayabe después de una noche de excesos en Danzatoria, Lola o similares, no hay sábado en que el buen Bocha no lleve su micrófono a cualquiera sea la cancha bogotana en donde este programado un partido de la B, la C o en la que tenga lugar cualquier cita del fútbol aficionado capitalino. Al respecto se ha llegado a afirmar que posee el don de la ubicuidad: expertos aseguran haberlo visto en una misma tarde, a la misma hora, en el Campincito y en el Luis Carlos Galán de Soacha. Sobre este tema aún hay dudas, pero hay otro que no admite discusión: lo suyo no es el descanso, el esparcimiento. Es claro que no se conoce aún el día en que su voz no haya sido transportada por las ondas hertzianas del a.m. bogotano.

Fútbol aficionado o de primera B los sábados, preámbulo, partido y post-partido profesional el domingo para el lunes muy a las cinco de la mañana estar dispuesto a asumir su sempiterno rol de áulico, de “Smithers” del tiránico Mr. Burns manizalita que todos conocemos. Su dura jornada sólo termina entrada la noche cuando finaliza “fanáticos de la noche”, programa que sirvió para reunirlo con uno de su estirpe, con el Bocha Jiménez del ciclimo: Hector Palau Saldarriaga.


Vélez posando y el Bocha laborando. Sobran las palabras.

Modesto, sin más aspiración que continuar recorriendo el camino de la purificación que el mismo eligió, no tiene problemas en cederle todo el protagonismo a sus compañeros de programa y de transmisión. Sin rechistar, asiente todo lo que su jefe afirma, en una actitud de total desprendimiento, de renuncia al ego, tan visible e irritante en el caso de su alopécico superior. Paciente, sólo interviene cuando es necesario y siempre para aportar el dato preciso que hacía falta o el concepto acertado que la lógica grecocaldense de su compañero de transmisión no logra acuñar.

En estos días aciagos de Tutos, Casales y Marocos, el Bocha Jiménez se erige como todo un referente, como un ejemplo de profesionalismo, seriedad y rigor. Un faro que brilla con luz propia en un mar de chabacanería.
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César Alejandro Rodríguez

Buen tipo, orgullo de su barrio en Chía, cumplió su sueño de ponerse la azul. ¿Qué más se puede decir de César? Sin mucho ruido y manejando un bajo perfil propio de un Eugenio Uribe este modesto lateral derecho debutó con la 16 de Millonarios en un célebre encuentro en el parque estadio en el que Burguez tuvo que sacar el balón de su arco tres veces en menos de diez minutos. Comenzó con el pie izquierdo, no hay duda.

Con el sino trágico de tan tormentoso debut, César debió descansar varios meses antes de volver a oler la titular. La llegada de García en el segundo semestre de ese mismo año le significó una que otra oportunidad de saltar a la cancha.

Callado, sin ningún bombo César saldría de Millonarios de la misma forma como llegó a finales de 1999. Años más tarde, en 2003, sin mucho ruido volvería a aparecer en el Chicó que ese año conseguiría el ascenso a la primera A. En el Chicó se mantuvo dos temporadas en las que logró acumular hasta seis o siete partido consecutivos como titular por la banda derecha del equipo ajedrezado. A la hora de los balances y de buscar el mejor o el más regular, César supo pasar de agache. Nunca se vio siquiera un cuarto de página del Diario Deportivo con su foto y tres o cuatro respuestas de cajón. Se rumora que una vez fue el último en salir del camerino y que un habitual reportero se compadeció del buen César y con una rápida entrevista lo despachó.

Despachado saldría del Chicó a finales del año pasado cuando su nombre fue uno más entre los que aparecieron bajo la siempre lúgubre cochada de “los que salen”. Nadie lo notó, nadie lo extrañó.
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