Ya instalado el tradicional santo y seña que era casi una comunión entre los jugadores de Millonarios, parecía que no iba a existir ningún sobresalto en las costumbres de este clan hasta que el argentino Daniel Tilger apareció. Debutó en Boca y al país llegó para el Sporting de Barranquilla en 1991, destacándose por sus dotes goleadoras en infinidad de equipos. También demostró su valía en Millonarios a finales de los noventa y tal vez entusiasmado por tanto cariño recibido, decidió hacer público el código que distinguía a la secreta logia.
En el Palogrande -qué mejor lugar para hacerlo, pensó Tilger- y tras marcar un gol al Caldas, pensó que Juan Carlos Henao, a pesar de no ser del mismo equipo, podía ser parte de este club de los cortapalos. Lo invitó cortésmente a hacer parte de esta cofradía haciéndole el santo y seña y fue Troya. Fue como si hubiera traicionado a todo el consejo manoverguista. El portero no supo qué hacer y los demás «miembros» se sintieron ofendidos por la generosidad de Tilger por convidar a alguien ajeno. La controversia no se detuvo y además de que el delantero argentino recibiera una larga sanción de la Dimayor por su hecho, el cónclave manoverguista decidió su expulsión inmediata de tal membresía.
Tilger se fue a su país y las levantadas carpas embajadoras guardaron silencio, hasta que la unidad investigativa del Bestiario del Balón recuperara el testimonio de sa noche de cisma interno en Manizales.