Un reconocido medio que se ha develado como émulo del Bestiario del balón recordaba la semana pasada en un artículo sobre los más sonoros fracasos de los colombianos en el exterior que pese a las constantes humillaciones de Jesús Gil y Gil, Adolfo Valencia conserva un buen recuerdo de su paso por el Atlético de Madrid. La Unidad Investigativa, que tiene entre sus tareas el monitoreo de quienes optan por nuestra línea, quedó con la duda y no durmió hasta encontrar la respuesta.
El hallazgo es revelador. Mucho se ha hablado de la presencia nazi en Colombia a comienzos de siglo XX: que pasaron por Barranquilla, que la en la elite paisa cosecharon simpatías, que en Bogotá se reunían en el sector de Germania. Pero hasta ahora nadie había hablado de los admiradores con los que Adolfo y sus muchachos contaban en Buenaventura. Pues bien, hemos establecido, gracias a este recorte de prensa de 1997 que los señores padres de Adolfo Valencia lideraban una secreta célula nacionalsocialista en el puerto. Rigurosos en su militancia, en el hogar de los Valencia Mosquera se inculcaron valores que le permitieron a Adolfo sentirse identificado con el sistema de valores del polémico y difunto directivo.
Para las verdades el tiempo. Cuántos días con sus noches no desperdiciaron los hinchas azules tratando de encontrar el porqué del paupérrimo rendimiento de sus ídolos. Años después, la comisión de verdad histórica, reconciliación y reparación del Bestiario del balón está en condiciones de aportar algunas pistas. Primero fue el caso de Harry Castillo, ahora el que se aclara es el de otro hijo de Tumaco: Mauricio Casierra. Como pasó con «Churta», el videoclip que hoy les presentamos demuestra que para Casierra el fútbol ocupaba un triste tercer o cuarto reglón en su lista de prioridades. Puede que de cuerpo estuviera en la banda derecha del Campín, pero no hay duda que su alma levitaba entre bling blines y acordes de reggeaton.
Y de nuevo, la Programación Neuro Lingüística. Así, mientras en pleno partido Casierra recitaba mentalmente la letra de «Culo llegue» no había balón al que no llegara de culo.
El 4 de diciembre de 1986 podría ejemplificar de perfecta manera la colombianidad en todos sus aspectos: en un período menor a las 24 horas puede haber tragedia, celebración y humor.
En Chile, un gol de Ceferino Peña le daba esperanza a Colombia para llegar a la final de los juegos Odesur. El lateral, que arrancó en el América de Cali y años después jugaría en Caldas, Santa Fe, Quindío, Huila y tantos más era la figura de una formación que finalmente debió conformarse con el segundo lugar de la competencia al perder 2-0 en la final con Argentina.
Colombia se enfrentó en la semifinal del torneo a Brasil, que entre otras, ya tenía a Dunga en nómina. Los dirigidos por Jorge Luis Bernal formaron con Hernán Torres; la zaga «familiar» compuesta por Alfredo González, Miguel “Fercho” González, Víctor González Scott y Ceferino Peña; en el medio Néstor Pizza, Wilson Rodríguez, David Gruesso, César Calero (reemplazado por el gran Dorian Zuluaga); Adelante Armando “Pollo” Díaz (quien fue reemplazado por otro nombre granado: Hernán “La Chichigüa” García) y Orlando Maturana.
El encuentro en los 90´había quedado 1-1 y por penales fue que Colombia pudo encontrar la final de fútbol de los Odesur
Ese mismo día Campo Elías Delgado, ex combatiente de Vietnam hacía un recorrido sangriento por Bogotá acabando con la vida de 29 personas, entre ellas la de su propia madre, e inmortalizando el nombre del Restaurante Pozzetto. Fue esa noche, la del gol de Ceferino que el nacido en Chinácota (Norte de Santander) gestó una de las tragedias más escabrosas de la ciudad.
¿Y el humor? Mientras Ceferino gritaba victoria y Pozzetto se convertía en un campo de batalla, se emitió una de las tantas ediciones del Show de Jimmy. Y justo, el sketch elegido para esta jornada tan variable fue “Debajo de mi camión», parodia de “El Higuerón”, canción del Binomio de Oro con fecha del 4 de diciembre.
Fue una fecha que encerró todo lo que a veces somos capaces de ser.
Hasta que llegó el día en que todas las puertas de todos los equipos de todas las ligas del mundo se le cerraron al andariego y emprendedor Hamilton Ricard. El dueño del bar de un hostal bogotano quiso saldar cuentas con el chocoano y logró que su nombre fuera incluido en una circular roja que de forma conjunta elaboran la FIFA y Datacrédito.
Angustiado, el delantero y reconocido coleccionista de contratos a término fijo optó por pedir consejo. Algún compadre entonces le dijo: «reinvéntate, Hamilton, reinvéntate». Una lástima, como vemos, que el ingenio que le ha sobrado para hacerle el quite al desempleo le haya faltado a la hora de construir un nuevo perfil profesional.
Es uno de los riesgos más graves que corre un ser humano. Sentir el poder salino de esas extrañas fuerzas que no pueden ser combatidas con eficacia ni con rezos, ni con escobas detrás de la puerta para que la mala racha concluya pronto su incómoda visita. Aún no se han inventado una póliza eficiente que sea capaz de cubrir esta eventualidad, que no deja de ser latente ante ciertas presencias. De hecho, el granítico equipo de La Equidad y su plantel está pensando hablar con la dirigencia para empezar a hacer válido el ítem de cubrimiento ante «Eventos relacionados con salmuera» y de esta manera, sacar rédito económico de una mala racha que puede tener explicaciones comprobables a través de este documento.
Es que ninguno de los jugadores puede dormir bien, luego de que un «efecto Poltergeist» cayera sobre aquellos que salen en esta imagen. Aunados en torno a la inauguración de las torres de iluminación del Estadio de Techo, los futbolistas y el presidente de la institución Clemente Jaimes aparecen radiantes y sonrientes sin saber el peligro que corren al inmortalizarse en este encuadre tradicional, pero al que le sobra un protagonista.
Luego de tomada esta foto pasaron cosas que todavía no pueden ser explicadas ni por los inventores de la Patasola, el Chupacabras o DMG:
Ariel Carreño sufrió conmoción cerebral y una fuerte fractura de cráneo.
Alexis García fue suspendido un mes por pelearse con Eduardo Pimentel en medio de un anodino Equidad-Chicó. Como si esto fuera poco, debió pagar una multa cercana a los 3 millones de pesos.
Germán Caffa, arquero argentino, sufrió una lesión que lo tiene todavía en barrena.
El Cali le metió cinco goles en Techo.
Renzo Sheput no es el de antes.
De estar segundo del torneo, hoy no está clasificado a las finales.
Dawhlin Leudo, hombre de bestiarista identidad, se desmayó súbitamente contra el Tolima, haciendo gemir de miedo a jugadores, técnico y aquellos que no son beneficiarios de su seguro.
De no recibir expulsiones a pesar de abusar del juego fuerte, la tarjeta roja es amiga de las quincenas de varios integrantes del equipo, antes impunes en sus entradas.
No solamente Bogotá está en ruinas. La Equidad supo sufrir el «Efecto Poltergeist». Por eso, averigüe con su vendedor de confianza sobre los seguros para llevar una vida sin sal. Podría necesitarlo.
Las cosas que se le ocurren a nuestros directivos. Entre pentagonales regionales, bonificaciones retroactivas de 0.34 (al cuadrado) y triangulares fantasma brilla con luz propia una innovación introducida a mediados de 1997: prohibir los empates.
Sí. Tal como lo lee. La medida, que consistía en otorgar un punto extra mediante una definición desde los doce pasos en caso de empate (algo del nivel de mandar agrandar los arcos u obligar a que a los centrales de cada equipo se les aplicara vick vaporub en los ojos antes de saltar a la cancha), tenía, como todas las ideas originales de nuestros directivos, su pasado en Argentina, donde demostró con lujo de detalles sus falencias. Pero esto, como siempre, no fue tenido en cuenta. Se argumentó en su momento que con ella «se obligaría a los equipos a ser más ofensivos y si no, pues ahí estaba la emoción palpitante de la lotería de los cobros desde los doce pasos». No les importó que con ella se creara un boquete no sólo en la reglamentación, sino en la vivencia misma del deporte pues además de los tradicionales ganadores y perdedores habría una zona gris con medioganadores y seudoperdedores.
La veda se aprobó a pupitrazo limpio acompañado de, dicen, vaya uno a saber, sendos disparos al aire, ¡taz!, ¡taz!, ¡taz! y entró en vigencia en el marco de otro adefesio normativo: el torneo adecuación 1997. Recordemos que para 1995, y con la excusa de «sintonizarnos con las grandes ligas europeas», el campeonato colombiano dejó de jugarse de febrero a diciembre para pasar a ser disputado de agosto a junio. El invento sólo duró una temporada (95/96). Para finales de 1996 la Dimayor echó reversa y decidió volver al anterior calendario, «porque estaba más a tono con la idiosincrasia del pueblo colombiano acostumbrado a acompañar la novena de aguinaldos con octogonal». Esto hizo que en el segundo semestre de 1997 se disputara un curioso torneo llamado «adecuación», cuyo ganador (Bucaramanga, a la postre) disputaría una gran hipermegafinal contra el campeón del torneo 96/97 (América de Cali).
Importante decir que esta es la hora en que no se sabe con certeza si la noticia de esta genialidad llegó a oidos de la sacrosanta International Board. Fuentes que se negaron a revelar su nombre sostienen que el encargado en esa época de informar a la IB de esperpentos como este era, adivinen, el siempre carismático Jack Warner. Otras versiones hablan de una comisión de caducos delegados británicos que para esos días instalaron su cambuche en el bar del hotel Capilla del Mar.
También hay que señalar que la prohibición, como todas, tuvo damificados. Las más afectadas fueron las madres de los aficionados que, acostumbradas a preguntar, no con auténtico interés, sino como gesto de maternal afecto «¿Y cuánto quedaron?» al regresar su retoño del estadio, debían enfrentarse a un desconcertante: «no mamá, ni ganamos ni perdimos, otro día sacamos una tarde y te explico».
Ahora, también hubo beneficiados. Y entre ellos se destaca uno: Héctor Walter Burguez, el arquero uruguayo que había llegado a Millonarios justo para cuando se estrenó la medida, se cansó de darle «punticos» extra el equipo entonces dirigido por «Diemo» Umaña cuando este todavía era Diego. Lo aportado por el uruguayo dejó a su equipo muy cerca de la final, instancia de la que fue apeado tras una extraña goleada 0-4 que el Bucaramanga le propinó al Junior en el hasta ese momento inexpugnable Metropolitano. Se trató de un episodio tan oscuro como la derrota de local de Millonarios en ese mismo torneo contra Unicosta, resultado que mandó al Pereira a la B y a un cura a proferir una maldición contra los azules que si bien en su momento no fue tomada en serio, hoy es motivo de investigación y , sobre todo, de preocupación.
La medida tuvo, seamos justos, su lado bueno. Produjo electrizantes definiciones como la de aquel 8 de mayo de 1998 en que Huila medioderrotó a Tolima 10-9 después de empatar 2-2. También le dio a muchos futbolistas de equipos de media tabla para abajo sin posibilidades de llegar a una copa Libertadores o a una Conmebol, una vivencia que de otra forma nunca experimentarían. El gremio de los matemáticos también aplaudió la innovación pues a ellos tuvieron que recurrir los equipos para hacerse a una idea, así fuera parcial, de su ubicación en la tabla .
Finalmente el sentido común triunfó y a finales de 1998 se desmontó la prohibición. Como siempre, no estamos en condiciones de garantizar que no habrá un nuevo intento por implementarla. De algo sí estamos seguros y es que jamás se les ocurrirá prohibir el del cobro de tiros de esquina en corto o el tradicional cambio de frente bogotano.
Si nunca lo vio jugar, es hora de que empiece a llorar. No hay hoy en el fútbol colombiano un jugador como él. Una tarde de sol de 1989 contra el Sporting de Barranquilla recibió un saque de banda con la cabeza y se puso a hacer la “21”. Los rivales y la tribuna lo aplaudieron. No fue como en 1988, que haciendo la misma jugada –incluso más compleja porque durmió el balón en su inmensa calva- le hizo un gol a René Higuita en Medellín y le regalaron un monedazo en el ojo.
Fue a hacer una prueba en el Stuttgart y no quedó, menos mal por los que siempre quisieron tenerlo ahí, ridiculizando defensas de leña, seguirían pagando la entrada con gusto solo para verlo. Crack en Cali, ídolo irrepetible en Millonarios, y genio con el Medellín subcampeón de 1993 Carlos Enrique Estrada no tuvo nada de bestiarista. Ni sus dientes –unos desordenados granos de maíz peto- , ni su calvicie –propia de empleado bancario de vieja data- ni su paradójico corazón santafereño, que no le dolía cuando con Millonarios le hacía golazos, son merecedoras de una designación a las categorías del oprobio que otros sí se han granjeado con mérito en este espacio.
Esta es la única imagen “Bestiarista” de este superdotado. Nunca jugó en el Junior. De hecho en el octogonal de 1988 Lorenzo Carrabs, el uruguayo invencible, lo sufrió una tarde en la que Estrada lo hizo comer grama con tres golazos muy de la cosecha de la “Gambeta”. Pero en la foto está viviendo una de las alegrías más grandes de su carrera, aunque con la camiseta tiburona. En el camerino del entonces Metropolitano que aún olía a recién pintado, gritó campeón. Con Millonarios, claro. Pero en el desorden del camerino y luego de un intercambio con algún rival, quedó esta postal inédita guardada para siempre.
El rumor corrió en mayo: se preparaba una nueva versión de Rambo, la quinta. El revuelo duró hasta que el mismo Stallone salió a desmentirlo. «Que cómo se les ocurre, que olvídenlo, que jamás ha estado ni en proyecto y que yo ya estoy muy viejo, no sigan insistiendo comenzando porque la ARP ya no me cubre escenas de riesgo o que involucren elementos pirotécnicos». Eso fue lo que se supo.
Lo que no se reveló fue la verdadera historia detrás del fallido Rambo V. La verdad, según lo pudo establecer nuestra renovada unidad investigativa, es que la historia estuvo de un cacho. Su trama iba a estar inspirada en esta foto de 1992 a la que un día, por accidente, tuvieron acceso los productores de los largometrajes anteriores. Tras constatar que el señor de amarillo y cabellera «a lo Rambo» no era Stallone en alguna escapada al caribe colombiano sino el goleador argentino Héctor Ramón Sosa, decidieron aprovechar el good will que el gaucho ya tenía en nuestro medio para proponer una historia en la que Rambo, Stallone, no Sosa, vendría al fútbol colombiano a luchar con y sin balón para lograr la permanencia en la primera división del modesto Royal Cartagening. En la película, por ejemplo, se vería al actor parapetándose detrás de los famosos morritos que abundan en nuestros campos. Su aliado en la lucha sería Mondáface, un simpático niño que, con un traje de super héroe y una guitarra se encargaría de incitar a la pernicie a los arqueros y defensas rivales.
Cuando ya estaba todo listo, con Salvo Basile, faltaba más, a la cabeza de la producción en Colombia, surgió un obstáculo insalvable: nadie estaba dispuesto a pagarle ARP a Stallone. El argumento era contundente: ¿acaso alguna vez se la pagaron a Sosa?
Se criticó tanto la Copa América 2001 que Colombia ganó… Largos bigotes de Fina y largos bigotes de Pastrana aparecían en los medios para dar tranquilidad, para decir que un par de bombas –y no Sempertex- no iban a dañar la fiesta del torneo más antiguo de selecciones. La voz que siempre se oía, la frase típica era: “estamos haciendo todo muy bien. No hay fallas de nada”. Parecía en efecto, no había un solo error, hasta que aparecieron que aparecieron Vasquel y Haziri.
En una edición de álbumes que salieron para tan magno evento y que hoy se consigue a bajos precios en cacharrerías de Chapinero (venden también las monas, para los interesados) cometieron este error. A Edigson Velásquez lo llamaron “Edison Vasquel” y a Foad Maziri, le cambiaron su apellido a un “Haziri” más temerario.
No solamente aparecieron ellos, que no fueron convocados en el equipo campeón: también salían Orlando Ballesteros, Agustín Julio, Jhonier Montaño, Gustavo “Misil” Restrepo, Pedro Portocarrero, Jersson González y ¡Gustavo Del Toro!
Todo parecería indicar que las delegaciones, al ver esta bestiarista convocatoria colombiana y al leer los nombres de Velásquez y Máziri, imaginaron que esta dupla eran dos reggaetoneros destemplados; con estas extrañas apariciones autoadhesivas se dieron cuenta que el torneo no iba a tener mucha seriedad y mandaron lo primero que se encontraron: a Guilherme, Denilson, Fernando Menegazzo y Roger los brasileños, a Mauricio Aros y un Christian Montecinos de 36 años los chilenos, a Tavarelli, Massi y Robles los paraguayos. Los argentinos y canadienses bostezaron y en medio de varias monas repetidas de Héctor Hurtado –otro de nuestros incluidos- decidieron mejor no pegarse semejante viaje.
Colombia al final fue con su mejor arsenal. Ellos jamás se enteraron de ese álbum, al parecer.