Santa Fe subcampeón de la Copa Conmebol


Plantel de Santa Fe que disputó el partido de vuelta de la final contra Lanús.

Esta fue la oportunidad en la que Colombia estuvo más cerca de llevarse esta especie de Copa Uefa suramericana, creada por la Confederación Sudamericana de Fútbol a principios de los noventa y por la que desfilaron toda suerte de extraños clubes como Huila, Quindío, Deportivo Español (Argentina), Porongos (Uruguay), Independiente Petrolero (Bolivia), Sportivo Alagonao (Brasil), Sampaio Correia (Brasil), Huracán Buceo (Uruguay) y Deportivo Sipesa (Perú).

Era común que estas nobles instituciones tomaran los cupos de clubes con más historia y que se negaban a atiborrar su calendario de partidos con esta competición. Esa renuncia de los equipos más importantes a disputar el torneo fue la daga que terminó acuchillando un torneo que, de haberse hecho con la seriedad necesaria, hubiera sido muy atractivo.

De hecho Santa Fe logró su cupo para participar en la Conmebol gracias a un extraño método de clasificación: en el torneo colombiano 1995/1996 se dio un incentivo para aquellas instituciones eliminadas del octogonal. Aquellos que habían quedado ubicados del noveno al duodécimo puesto se iban a luchar la clasificación a la perrateada Conmebol y los cardenales se ganaron el cupo al vencer a Medellín, Huila y Tulúa, sus adversarios de ocasión.


Upegui y Villamizar luchan contra Gonzalo «El Pejerrey» Belloso en la final

Ya en disputa del torneo, Santa Fe arrancó su camino hacia la final enfrentando al Táchira de Venezuela, con el que empató 2-2 en Venezuela y venció 3-0 en Bogotá. El siguiente escollo fue el Bragantino de Brasil, al que se le ganó 1-0 en El Campín y se eliminó con un sufrido empate a cero como visitantes.

Las semifinales ya trajeron más emoción: el Vasco Da Gama peloteó a los rojos en Río de Janeiro pero apenas pudo sacar una escasa diferencia de 2-1. En Bogotá el rojo ganó 1-0 con gol de cabeza de Robert Villamizar y la definición por penales fue la manera de dirimir el clasificado a la final: un súbito apagón de luz que retrasó el juego media hora y el yerro de Edmundo ante Rafael Dudamel en el punto blanco dejó a los hombres dirigidos por Pablo Centrone listos para chocar con Lanús, el otro finalista, que había sacado del camino a Rosario Central.

En el sur del gran Buenos Aires los granates de Héctor Cúper ganaron 2-0 (Mena e Ibagaza) y en Bogotá, en un marco impresionante (al estadio no le cabía un alfiler) las cosas parecían tomar un rumbo diferente cuando Pacho Wittingham, a los dos minutos de juego, convertía un penal claro a favor de los rojos.


Cúper celebra la obtención de la Conmebol en el camerino norte del Campín

Los 88 minutos restantes los habilidosísimos Gustavo Díaz y Farley Hoyos, los sanguíneos Roberto Vidales y Jorge Salcedo y el incomprendido goleador Silverio Ramón Penayo, chocaron contra la muralla de Carlos Ángel Roa, portero de Lanús y quien fuera arquero de Argentina en el Mundial de 1998, gran figura del juego.

¿Y es que Santa Fe cómo pretendía ser campeón con Penayo, Díaz y Farley Hoyos en ataque? Fue una de las formaciones menos brillantes del rojo en su historia, pero su enjundia los tuvo ad portas de la hazaña.


Síntesis de la Revista El Gráfico de la final.

Especiales del Bestiario: Estadio Romelio Martínez

Una muestra de la bella arquitectura del Romelio Martínez

Contribución: Abra
Escenario predilecto en la ciudad de Barranquilla para el popular “carrusel»: procedimiento poco ortodoxo que por años ha mantenido familias enteras, pagado universidades, cancelado culebras, sostenido amantes y generado algunos numeros rojos en la contabilidad del municipio, es considerado una de las obras maestras más antiguas del rebusque costeño con alcance nacional.

Del escenario de esta práctica -patrimonio inmaterial de la nación- es bueno decir que hasta 1986 era el principal escenario deportivo de la ciudad, el resto eran mangas para la practica del béisbol y el fútbol con cocos y a pie limpio.

Fue construido en el año de 1934 con motivo de los Juegos Atléticos Nacionales de 1935 y respondía al nombre de “Estadio Municipal”. Su capacidad inicial era de 10.000 espectadores. Antes de la construcción de este estadio se utilizaba la cancha del estadio Moderno para la práctica del fútbol en la ciudad. Se dio a conocer en el plano internacional con motivo de los los V Juegos Centroamericanos y del Caribe realizados en 1946, evento en el que Colombia se descachó y fue campeón, invicto, de fútbol ganando los 6 partidos que disputó.


Fritos y demás viandas se consiguen en las afueras del mítico escenario

La hoja de vida del querido «Romelio» no fue ajena a los procesos de contratación que tan atareada mantienen a la Contraloría General de la Nación.Fue a comienzos de la década de 1970 cuando las frecuentes romerías de hinchas junioristas obligaron a la administración municipal a pensar en una ampliación del escenario con la construcción de nuevas graderías. Sin embargo, un ligero error de cálculo en los diseños, resultado seguramente de un Tres Esquinas de más la noche antes de entregar la licitación, obligaba a reducir el ancho de la calle 72 (aledaña al estadio) para poder concluir las obras. Después de muchas deliberaciones, también con Tres Esquinas de por medio, cómo no, se decidió demoler la tribuna nueva aún inconclusa. Esta decisión fue motivo de de fuertes críticas y la prensa local pronto la bautizó «tribuna de la vergüenza». Vergüenza que no se le vio a los contratistas cuando meses después se les vio ingresar con carretillas a la sucursal bancaria donde les fue consignado el dinero del contrato.Después de este incidente se decidió construir el estadio Metropolitano, cuyas obras terminaron en 1986.

Entre las gestas de las cuales ha sido espectador el «viejo y querido», sobresale la del 31 de marzo de 1981, cuando Junior y River plate empataron a cero goles. El mismo día en que el arquero del Júnior, Juan Carlos Delménico, le atajó un penal a Daniel Passarella y el árbitro le anuló un gol a Tutino. Al terminar, el técnico del club de la banda cruzada, Ángel Labruna, le dijo a los periodistas que había recopilado abundante información sobre su rival gracias a sus “enviados especiales”. Con una sonrisa picarona en el rostro, después explicó que éstos no eran sino los técnicos argentinos que trabajaban en ese entonces en Colombia.


Esta fue una de las últimas formaciones del Junior que jugara en el Romelio Martínez

Este partido debemos traerlo a colación, pues fue también escenario de todo tipo de artimañas con el fin de indisponer al equipo contrario en su concentración. Sucedió aquella vez que los riverplatenses, de entrada, se quejaron por el excesivo calor de Barranquilla. Su idea, una vez llegaran al hotel, era tomar un refrescante baño, pero tarde se percataron de que no había servicio de agua en los alrededores, a duras penas un feroz arroyo en el que ni el más valiente de los riverplatenses se atrevió a chapotear. Dicen las malas lenguas que para algunos jugadores del Junior esta terminó siendo un arma de doble filo si tenemos en cuenta que el fétido hedor que invadió los predios del arquero visitante (el gran Ubaldo Matildo Fillol)mantuvo a raya a la delantera tiburona.


Fotografía del Romelio tomada con el «Kokorikóptero» del Bestiario del Balón

También hay que hablar del domingo 25 de Agosto de 1968, cuando se enfrentaron Atlético Júnior e Independiente Santa Fe en un «Romelio» lleno hasta las banderas. La razón fundamental de aquel lleno a reventar en la «Arenosa» se debió, en buena parte, al estreno en las filas del equipo barranquillero del bicampeón mundial, Manuel Francisco do Santos, más conocido como ‘Garrincha’.


En el pasto pelado del escenario barranquillero, Garrincha estuvo defendiendo en una ocasión la camiseta del Junior.

Pero no todo lo ocurrido en el que fuera el máximo escenario de los barranquilleros fue color de rosas. A Eduardo Julián Retat le debe producir urticaria cualquier alusión al Romelio Martínez.En este escenario, un 12 de mayo de 1968 en un partido en el que Junior derrotó dos goles por uno al Independiente Santa Fe, el argentino al servicio del equipo «Tiburón», Oswaldo Pérez, supo propinarle un violento guayazo en la rodilla. El impacto en un primer diagnóstico lo mantuvo alejado de las canchas por varios meses. Más adelante sería el detonante de su retiro definitivo de la actividad.

Por último, no podemos dejar de recordar algunos datos curiosos del «Romelio». Por ejemplo, que igual que su hermano mayor, también fue una vez «casa de la seleccción» durante la eliminatoria del campeonato mundial de Inglaterra 1966. Fue también fortín de los tiburones en las campañas que le dieron al Junior sus primeros dos títulos profesionales en 1977 y 1980 y testigo de su participación de las Copas Libertadores de 1971, 1978, 1981 y 1984. Y no fue estadio «de un sólo local». En él supieron ser locales en diferentes momentos del campeonato profesional de fútbol de Colombia, equipos como Deportivo Barranquilla, Sporting, Libertad y más recientemente el Unicosta de Barranquilla. En la actualidad alberga los partidos de local del equipo Barranquilla Fútbol Club de la primera B profesional.

El nombre del estadio es un homenaje a un reconocido futbolista barranquillero de las décadas de 1930 y 1940 que murió en un accidente aéreo el 15 de febrero de 1947. Romelio Martínez hizo parte de la selección Atlántico que participó en los juegos nacionales de 1932 y 1935, del Sporting de Barranquilla, del Juventud Júnior y de la Selección Colombia de 1938.

Fue declarado monumento nacional por medio del Decreto 1802 del 19-Oct-1995. Un poco opacado por el Metropolitano, el «Romelio» pese a todo se las ha sabido arreglar para seguir siendo escenario de gestas memorables. En efecto, el año pasado en una olla gigante instalada en su gramilla se cocinó sancocho más grande del mundo. El evento contó con el aval de los representantes del libro Guiness para Latinoamérica y el Caribe. También es utilizado como sede para veladas boxísticas, conciertos y eventos del Carnaval de Barranquilla.
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Especiales del Bestiario: "El fortín de Libaré"

Contribución: Abra

Más conocido como el “Fortín de Libaré”, el estadio Mora Mora de la «Querendona, trasnochadora y morena», se encuentra ubicado en el sector del Barrio Kennedy y cuenta con una capacidad para 10.000 personas.

Como su remoquete lo indica, el Alberto Mora Mora fue durante mucho tiempo el fortín del Deportivo Pereira. Su parcial, especialmente los ya entrados en años, recuerda con mucha nostalgia las goleadas memorables que en ése sagrado césped protagonizó el “Grande matecaña”. Sobresalen el nueve a cero que en 1951 se le propinó al ya extino Huracán y un seis cero con el que en 1962 se atendió al Atlético Nacional.

Pero no todos fueron gozosos en el “Fortín”. Corre con fuerza un rumor según el cual la culpa de las malas campañas del onceno pereirano proviene de una suerte de maldición consecuencia de la derrota que sufriera el equipo en el primer partido que disputó en este estadio apenas un mes después de su fundadación. Todo ocurrió cuando el recién nacido Deportivo Pereira, fruto de la unión del Deportivo Otún (el equipo de los ricos en ése entonces, nacido en 1935) y Vidriocol (el equipo de los que no lo eran tanto, nacido en 1940), recibió el 12 de Marzo de 1944 en esta cancha al Guadalajara de Buga. Un seis a cinco a favor de los bugueños dio a luz al supuesto malefecio.


Una vista de la inauguración del Mora Mora encabezada por las señoras elegantes de la ciudad.

Después de éste partido, el Deportivo Pereira se demoró cuatro meses para volver a jugar allí. En su regreso, y de la mano del dominicano John López como técnico y jugador, un 2 de Julio el Pereira goleó en el Libaré al Sporting de Tuluá 5-1. En este primer año disputó 12 partidos en esta cancha.

Pareciera que el Mora Mora se resistiera después a sobrellevar ese karma de mala suerte que trajo el primer partido, pues fue también testigo por esos días de un triunfo de talla internacional cuando en 1946 derrotó tres a uno al Sucre peruano que venía invicto en su travesía futbolística por Colombia sin haber recibido ni un sólo gol en contra. La valla del Sucre fue inaugurada por Gabriel Cardona (fallecido recientemente) de una manera humillante: el balón le pasó al arquero por entre las piernas. En el mismo gramado, cinco años más tarde el once local aplastó al campeón peruano Sport Boys por cinco goles a uno. El equipo peruano era el del legendario rodillo negro con Barbadillo y Valeriano López.

Otra capítulo que parece ir en contravía de la citada maldición ocurrió el 23 de julio de 1953 cuando el Pereira enfrentó al Millonarios de D’Stéfano, Pedernera, Cozzi y Mosquera. En los primeros 16 minutos el local se puso arriba tres a cero. Los doce mil aficionados, según registra la prensa de la época, gritaron a todo pulmón los goles de Saulo Flórez (10’) y Casimiro Avalos (13’ y 16’). Pero el visitante reaccionó con goles de D’Stéfano (18’) y Latuada (28’); y en el segundo tiempo empató con gol de Mosquera (65´). A diez minutos del final, Millonarios se puso en ventaja con gol de Pedernera, pero fue pasajera esta dicha pues el Pereira empató 4-4 a cinco del pitazo, por intermedio de Carmelo Enrique Colombo. A juzgar por el talante del rival y los resultados que venía cosechando en las diferentes plazas del país, todo un triunfo para los del Otún.


Así lucía el «Fortín» en 1952.

Al lleno completo en Libaré y al vibrante partido debemos sumarle una anécdota a cargo de Casimiro Avalos. El goleador estaba hospitalizado por una dolencia y se voló de la Clínica para ir a jugar: hizo dos goles y acabado el partido lo tuvieron que volver a internar. Lo transportaron en una volqueta.

Algugunas décadas más tarde, en 1966, el Mora Mora fue el escenario de la vez que que más cerca estuvo el Pereira de dar su primera vuelta olímpica. Ese año el equipo terminó tercero con 61 puntos, por debajo de Santa Fe que se coronó campeón con 64 y Medellín, subcampeón con 63. En la recta final se atravesaron los fantasmas del pasado y el Once Caldas lo derrotó 2 a 1 jugando, cómo no, en el mismísimo Mora Mora. Al año siguiente, 1967, el Atlético Nacional, colero del torneo, le aplicó la misma medicina y un mortal tres a cero en contra dejó al “Matecaña” con la pintura comprada para adornar el escudo de la institución con la todavía anhelada primera estrella.

Más recientemente, y cuando el Hernán Ramírez Villegas era ya la casa del “Grande matecaña”, en más de una oportunidad el Mora Mora debido oficiar como hogar sustituto del equipo matecaña. Por ejemplo, en Mayo de 2001 cuando los arreglos que se le estaban haciendo al Ramírez Villegas con motivo de la Copa América obligaron al Pereira a disputar algunos partidos en su antiguo hogar. En su regreso al viejo escenario venció al Real Cartagena 2 – 0. Se cuenta también una derrota uno a cero contra Millonarios con soberbio gol de chilena de Carlos Castro.

Un año después, en el 2002, el “Fortín” le sirvió como cancha de entrenamiento al Tuluá debió recurrir al Hernán Ramírez como sede para sus juegos de Copa Libertadores . Dicen también las malas lenguas que algo de culpa tuvo en la eliminación del equipo corazón del Valle su paso previo por el malquerido Mora Mora.

En los anales del Fortín encontramos que en junio de 2005 se le invirtieron $53.000.000 por parte de la alcaldía Municipal para su adecuación con motivo de los Juegos Bolivarianos que por esos días se disputaron en la Perla del Otún y alrededores. En Septiembre de 2006 se iniciaron las obras de pintura en las estructuras y se cambió el techo de la gradería occidental. Esto le dio un nuevo aire a un escenario que se resiste a correr la misma suerte de su vecino, el hoy malogrado San José de Armenia.Para mantenerse activo, la Corporación Centenario de Pereira le ha encomendado ser sede de partidos de primera C, torneos infantiles, entrenamientos de equipos profesionales y, cada año, del partido del glorioso equipo de Sábados felices contra un combinado de rodillones locales.

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Especiales del Bestiario: el Veracruz de los colombianos

En el ramillete de equipos bautizados por nuestros cronistas, por lo general los más juveniles, como «de los colombianos» (en alusión no a nuestros coterráneos que los conforman sino a la gran masa de fieles connacionales que los apoya) hay tantas espinas como rosas. Junto a proyectos con final feliz como el Boca de Bermúdez, Córdoba y Serna, coexisten traumas en el incosciente colectivo de la nación como el recordado Valladolid de los colombianos y el no tan recordado pero no menos desvencijado Veracruz, también de los colombianos.

Fue a comienzos de 1997 cuando la directiva del equipo insignia del popular puerto mexicano decidió fijar su mirada en el país que en ese momento encabezaba la clasificación de la eliminatoria suramericana a Francia 1998. En su búsqueda debieron haberse topado con algún sagaz empresario que habrá sabido como embaucarlos asegurandoles que un colombiano sólo era sinónimo de fracaso, dos lo eran de escándalos y primeras planas de tabloides mientras que tres eran la fórmula del éxito. Fruto de esta gestión fue el fichaje simultáneo de Alexis Mendoza, Leonel Álvarez e Iván René Valenciano quienes atracaron (nunca mejor dicho) en el puerto mexicano en enero de ese año para reforzar a los «Tiburones». A ellos se les unió el fichaje bomba de la temporada: el español Jose Mari Bakero.

Todo estaba dispuesto entonces para una campaña memorable de los «Tiburones rojos». Sin embargo, olvidaban sus directivos aquella Ley Natural del fútbol que condena a fracasos rotundos y aparatosos a nueve de cada diez equipos que con sus arriesgadas movidas son sensación en el mercado de pases que antecede a una temporada. Veracruz no tenía porque ser la excepción y al terminar el torneo estaba cómodamente instalado en el último lugar de la tabla con apenas diez puntos. Esta dífcil ubicación provocó una poda en el equipo de la que no se salvaron los créditos criollos, cuyo desempeño, hay que decirlo, estuvo entre los menos paupérrimos de la temporada. Mientras Mendoza y Leonel fueron titulares inamovibles, Valenciano por su parte se encargó de convertir buena parte de los goles (siempre los de descuento) del equipo hasta que una lesión lo sacó de carrera a mitad de torneo. Uno por uno por uno, se salvan, en conjunto nos remitimos a un vocero de la Policía del puerto quien confirmó el hallazgo de entre tres y cuatro bultos de sal en el equipaje que traían al llegar a la ciudad.

Para el semestre siguiente, el Veracruz dejó de ser el de los colombianos para ser el «del arquero paisa René Higuita», flamante refuerzo que llegó para abanderar la causa con la que no pudieron sus paisanos. René, sin embargo, poco pudo hacer para evitar un descenso que se cocinó en el semestre en que el equipo cargó con el sanbenito, cortesía de nuestra prensa deportiva, de ser el de «los colombianos»..

Especiales del Bestiario: final colombiana, Copa Libertadores 2003 (reloaded)

Contribución: Maximus

A nadie le gustan las falsas esperanzas. Mi abuelo, sabio como él, cada vez que los contrarios acechaban nuestro arco, visiblemente resignado decía: “este partido se perdió”. El sabía que generar falsas esperanzas era de pésima educación. Es mejor fracasar desde un principio. Al final casi siempre uno se reencuentra con la estúpida realidad y queda como queda uno después de las conversaciones que empiezan “si me ganara el baloto yo haría muchas cosas. Por ejemplo…”.

Corría el primer semestre de 2003. Las eliminatorias para el mundial de 2006 no empezaban aún, –no hay que olvidar que nuestra selección había sido prácticamente eliminada de antemano en el momento en que se escogió a Francisco Maturana como director técnico, sin más meritos que una seguidilla de fracasos por todo el continente y una oscura pero diciente aparición en ‘Condorito’–. Así, con la selección dando tumbos, la afición pudo, sin mayor problema, concentrarse en el rentado local y en la Copa Libertadores de América. Sin distracciones. Excepto el llanto de Daniel en Protagonistas de Novela y las vicisitudes de guarichas que hoy son presentadoras y lobazos que hoy son lobazos.

Por su parte, la Copa Mustang I de ese 2003 rompía fuegos a principios de febrero, cuando el certamen “continental” se encontraría ya en pleno desarrollo. Así, a nadie le sorprendió ver salir al América de Cali visiblemente fuera de forma a jugar contra el Santos ese 5 de febrero. El primer rival de los escarlatas era el Santos Diego, Robinho y Ricardo Oliveira, entre otros. El marcador final fue un 5-1 en el Pascual Guerrero con un proverbial baile de Robinho a un Iván López que todavía es visitado por el volante gaucho en sus pesadillas. Pasaron las semanas y el rojo vallecaucano empezó a mejorar su juego. Después de la derrota en Cali vino un empate a uno en la visita a Nacional de Ecuador y luego, con un hat trick de Julián Vasquez, el rojo derrotó 4-1 a 12 de Octubre de Paraguay, campeón de la competitivísima liga guaraní en el Clausura 2002 derrotando al todopoderoso Libertad. En resumen, y con el perdón de los más fanáticos, un equipo malo. No obstante, la prensa, y no sólo la colombiana, parecía gratamente impresionada; los locutores de Fox Sports Américas se refirieron en más de una ocasión al América como “candidato”.

Después de otra debacle ante el Santos, le correspondió al cuadro caleño despachar al Racing de Gerardo Bedoya –con amonestación, cómo no, para el de Ebejico, quien siempre veía la disciplinaria en los clásicos vallecaucanos– por la vía de los penales. Después de Racing, la recordada serie contra River en la que el “Pecoso” Castro –como siempre un hombre recto, buen competidor y nada mañoso– fue expulsado en Cali después de intentar un alargue extra rápido de cabello a Hussain en plena pista atlética del Pascual. Esa fue la noche del 4-1 que sigue siendo, a la fecha, el último gran recuerdo del hincha rojo (sólo comparable con la partida de Manuel Galarcio). En las otras series, el Medellín había también se las había arreglado para llegar a las semifinales a costillas de Cerro Porteño y el encopetado Gremiode Porto Alegre. Las llaves de las semifinales terminaron confeccionadas de la siguiente forma: Boca-América y Santos-Medellín.

Tal panorama hizo que la moderada prensa colombiana se deleitaba con lo que podía ser una “final colombiana”. El “Pecoso”, cauteloso como sólo él lo es, decía que era “lógico” desde el punto de vista arbitral y comercial que la final fuera Santos-Boca. Sólo por temas arbitrales y comerciales, por supuesto. No había necesidad de recurrir al manido “X es colombia en la Copa Libertadores” porque eran dos los equipos colombianos en esta instancia definitiva. Todo un motivo para volver a inflar el orgullo nacional. En medio de la expectativas, las preguntas de siempre: ¿Sería esta la quinta final del América? ¿ Se volvería a asomar la maldición de ‘Garabato’? ¿Impediría don Garabato que el América esta vez si se llevara la Copa?

El resto es historia. Partido de ida en la Bombonera y un lapidario 2-0 en contra. “Vamos a los penales” decían los hinchas y la prensa. “En el Pascual los llenamos”, “ese Tévez no es gran cosa”.

En efecto, ocho días después hubo penales. Schiavi y Delgado fueron los encargados de rubricar desde el punto fatídico el 4-0 que hizo rodar por el retrete a la tan anhelada final colombiana. Al vergonzoso 3-0 con que terminó la primera mitad hay que añadirle que la defensa americana sencillamente no vio a Carlos Tévez. Tanto así, que fue sustituido en el minuto 50 por la obvia ventaja que su presencia suponía. A Cangele, su reemplazo, tampoco es que lo hubieran visto de a mucho. El “Pecoso” en el banquillo esta vez no tuvo oportunidad de aplicar su revolucionario tratamiento a ningún contrincante. Nadie iba a quedar incluido en la Lista Clinton. Nadie hablaba la de la maldición de Garabato. El resultado hablaba por sí solo.

Sin embargo, no todo fue negativo. Julián Vásquez fue uno de los máximos anotadores del torneo con ocho tantos. Con nueve se situaron Marcelo Delgado (que anotó tres en la serie de la final) y Ricardo Oliveira, el mismo que después fracasaría en el Valencia.

Medellín, por su parte, batalló hasta el gol de Leo que sentenció el 2-3 a los 87 minutos del partido de vuelta. En el de ida Santos se había impuesto 1-0 con mucha dificultad. El campeonato sería de Boca, y contrario a lo que después se insinuó, Santos recibió medalla de subcampeón en las narices de Carlos Bianchi.

Así, el destino tuvo a bien decidir que la final colombiana no iba a ser en ese 2003. Tenía, sin embargo, reservadas mejores cosas para Colombia en el 2004. Sólo en el 2004.

La gesta roja

Contribución de «Anónimo»

Después de haber conseguido en 2002 su anhelada tercera estrella, al «Poderoso» le correspondió medirse en la primera fase con Boca Juniors de Argentina, el Colo Colo chileno y el Barcelona de Ecuador. En su debut ante boca en la mitica bombonera, todo permitía presagiar una masacre digna del libro Guinness. Pero no fue así. Medellin salió a jugarle a Boca de tu a tu, perdiendo sólo por 2 goles a 0 y con penal desperdiciado por Tressor Moreno cuando el partido estaba 1 a 0. Para el siguiente partido, contra Barcelona de local, con dificultad y gracias a un golazo de «Choronta» Restrepo, Medellín vencía a los vecinos por 1-0. Animados por esta victoria, Medellín viajó a Santiagoa jugar contra Colo Colo. A pesar de buen juego exhibido, el partido terminó con una derrota por 2 goles a 1. En el siguiente partido, contra Boca en Medellín, un gol en la agonía del partido de David Montoya le dio el triunfo al rojo y aumentó las esperanza de clasificar a la siguiente estancia. Con este panorama viajó el DIM a Guayaquil donde goleó al Barcelona por 4 goles a 2. Este resultado, unido a un empate entre Colo Colo y Boca en «La Bombonera» le permitió al «Milancito» clasificar a octavos. Faltaba un partido, de trámite claro está, ante Colo Colo. Este terminó con victoria cómoda del DIM 2 goles a 0.

En los octavos el rival fue el Cerro Porteño. En el partido de ida jugado en territorio paraguayo, los rojos se escaparon con la victoria por la mínima diferencia, otra vez gracias a David Montoya. Por su parte, en la vuelta, Medellín se complicó más de lo que debia y perdió por 1-0. En la definición por penalties, David González empujó al «Rojo» a la siguiente fase igualando de paso su mejor actuación en copa conseguida en 1994. El siguiente rival fue Gremio de Porto Alegre, en Brasil. Mostrando un juego excelente, Medellín sacaba un valioso empate 2 a 2 que le permitía llegar tranquilo a la definición en casa. En la vuelta, un gol del «Camello» Serna le daba la ventaja al «Poderoso», pero un gol de Gremio sobre la hora hizo pensar que la serie se definiría por la vía de los fatídicos penales. Sin embargo, el minutos de dios cuando ya todo terminaba William Vasquez Chacon le daba la clasifcicación a Medellín a semifinales.

La ilusión era evidente. Incluso este servidor, hincha del rival de patio, quería que Medellin lograra la Copa. El rival en la semifinal era el otrora equipo de Pelé: El Santos de Brasil. En la ida, en tierras cariocas, Medellín perdió 1-0, resultado que ilusionaba a la sufrida parcialidad roja. En el partido de vuelta, con casa llena, a los 13 minutos Tressor Moreno empata la serie y parecia que Medellín se llevaria por delante al Santos. Pero dice un dicho que cuando el pobre saca a secar lo ropa, fijo empieza a llover. Fue así como una falta que era casi un tiro de esquina la cobra el rival y el balón le pega sin querer al grandulon defensa de Santos, Alex y se transforma en la ventaja transitoria. Medellín sin embargo siguió peleando, pero otro duro golpe para la causa se produjo cuando Fabiano pone el partido 2-0. Con este panorama, se necesitaban ahora 2 goles para ir a los penales. Faltando 10 minutos «Mao» Molina empató el partido y sólo faltaba un gol para ir a la lotería de los cobros desde los doce pasos.El público, hasta ese instante apagado, comenzó a alentar al equipo con el clásico «si se puede». Al final, no se pudo. La estocada final llegó a los 87 minutos con gol de Leo y el sueño lastimosamente terminó. Nuevamente faltaron los 5 centavos para el peso.

Como consecuencia de esta gran actuación, se vendieron jugadores a diestra y siniestra. Algunos triunfan en el exterior y a otros les tocó regresar. Lo cierto es que los directivos se lucraron. Y de qué manera.
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Especiales del Bestiario: Estadio "Ditaires" de Itagüí

Contribución: Abra

Ubicado en el sur de Itagüí, , su nombre se debe a que está ubicado en la otrora hacienda Ditaires (antigua finca de Diego Echavarría, industrial Antioqueño.

La historia del máximo escenario deportivo de los Itagüiseños se remonta a 1992, año en que comenzó la construcción del parque recreativo de Ditaires, complejo en cuyos predio está ubicado el estadio. En 1994 se inaugura con el pomposo nombre de “Metropolitano Ciudad de Itagüí”, el estadio que con el tiempo se conoció con el nombre de “Ditaires”. Con una capacidad para albergar 12.000 espectadores cuenta además con cinco palcos con aire acondicionado, ocho cabinas para radio y televisión, alojamiento para concentraciones deportivas, pista atlética de 8 carriles en material homologado por la Federación Nacional de Atletismo y un gramado con las mejores especificaciones técnicas y de drenaje. Estas credenciales le permitieron a sus constructores asegurar en su momento que el de “Ditaires” se contaba entre los estadios más modernos del continente.

Desafortunadamente, tantos pergaminos de poco han servido pues su estado actual lo tiene más cerca de erigirse como “elefantes blancos” que como templo del fútbol antioqueño. Por esta misma senda encontramos al “Complejo ecológico y deportivo Ditaires” hoy abandonado, con piscinas sin agua y toboganes sin mantenimiento. De ecológico sólo quedan sus áreas verdes que más parecen una estepa africana poblada por fieros roedores y los desechos “biodegradables” que engalanan su predios mientras que de deportivo quedan los espontáneos carrerones de desesperados ciudadanos que lo utilizan como improvisada vía de escape ante el asedio de los amigos de lo ajeno.


Panorámica de la entrada. Es evidente el deterioro de la pintura exterior.

En cuanto a su pedigrí deportivo, el también llamado “Coloso de Itagüí” fue la casa de un equipo que trasegó muchos años por la categoría “B” del competitivo rentado profesional Colombiano sin haber partido en dos la historia de la antigua “Copa Concasa”. De esta escuadra hay que decir que era poseedora de un extraño gusto por estar cambiando de nombre cada fin de año. Hablamos del Itagüí fútbol club, o el Deportivo Antioquia, o el Deportivo Industrial de Itagüí o el Itagüí Florida Soccer. Muchos nombres distintos para un solo equipo verdadero…


Aspecto exterior de la fallida (hasta hoy) estructura de la tribuna oriental. Proyecto que aún no se concreta.

Retomando el tema de su lamentable estado actual, podemos añadir que esta obra en la cual se invirtieron cientos de millones de pesos, hoy no le presta ningún beneficio a la comunidad. Dicen las malas lenguas que fue construido de una manera inconsulta y que no fue el resultado de ningún sondeo para satisfacer las necesidades de la comunidad del municipio. Otros insisten en que mejor hubiera sido destinar esa platica para un hospital. Se podrán decir muchas cosas, lo único cierto es que ahí está el que alguna vez fuera uno de los estadios más modernos de Suramérica. Hoy el escenario es sede de esporádicos entrenamientos del DIM, de encuentros eucarísticos, conciertos musicales, de las practicas de los estudiantes de educación física del Politécnico Jaime Isaza Cadavid y de las olimpiadas especiales del municipio de Itagüí en las que toman parte personas que sufren retardo mental leve o moderado, inclusive con síndrome de down. Sin embargo, hay un uso que prevalece sobre los citados y es el de bodega y parqueadero municipal.


Aspecto interior de parte de la tribuna occidental con los jugadores del DIM posando para el Bestiario del balón.

También allí tiene asentamiento un proyecto deportivo y social encaminado a preparar, física, personal e intelectualmente a los futbolistas del departamento y del país. Hablamos de “Sueños del balón”. Sobre sus logros, basta consultar a cualquier hincha del “Poderoso de la Montaña”. Figuras como Francisco Maturana, Hernán Darío Gómez y Juan José Peláez trabajan en equipo para que este programa, que tiene la sede en el Estadio Ditaires, sea todo un éxito. Lo anterior para dejar constancia de que, contrario a lo que dicen por ahí los habladores, si ha sabido dar sus frutos la cuantiosa inversión que hace más de diez años hiciera la alcaldía de este municipio del Valle de Aburrá.

No podemos terminar sin aclarar que al momento de escribir este articulo, supimos que el Municipio de Itagüí aprobó las partidas para la reactivación del parque ecológico y deportivo Ditaires. Desde ya hacemos votos para que estos recursos no terminen alimentando sueños del balón.


En los bajos del costado norte del estadio se encuentra el “cuarto de San Alejo”. Lugar perfecto para almacenar los cachivaches sobrantes de la época decembrina..

Especiales del Bestiario: River Plate de Buga

Si algún día la vida lo pone en la situación de argumentar por qué nuestro nunca bien valorado rentado criollo es también un remanso de excentricidades sin parangón, orgulloso puede recordar el caso del Fiorentina que de la noche a la mañana se convirtió en River Plate. En efecto, el citado disparate tuvo lugar a mediados de 1995 cuando el proyecto Fiorentina-Caquetá hizo agua obligando a su gestor y mayor promotor, el madrugador empresario Genaro Cerquera, a recoger sus corotos y a buscar un nuevo puerto en donde anclar. Con la ficha en la mano, el empresario tuvo que recorer toda suerte de ciudades internedias con perfil de posibles sedes del «gran ascenso» hasta llegar a Buga, ciudad en la que se topó con el también próspero Henry Cubillos quien para entonces fungía como presidente del River Plate de Buga, club deportivo con un pedigree de más de 28 años dando de que hablar en el fútbol aficionado del Valle del Cauca.

Hecha la negociación, el Fiorentina –club que fuera cuna de jugadores como Leiner Orejuela, Andrés «Roque» López, Orlando «Fantastma» Ballesteros, Osman López y Alex Daza– cedió su ficha al ahora profesional River Plate de Buga y con 36 jugadores dirigidos por el profesor Alberto Suárez comenzó la aventura «millonaria» en la «ciudad señora de Colombia». Con el Hernando Ázcarate Martínez como domicilio; bajo la dirección del profesor Alberto Suárez; con el apoyo de las barras «La banda roja», «La juvenil roja», «La bastonera» y la siempre fiel «Barra de Darío»; y con Raúl Rivera, el brasilero Arnaldo Da Silva y José «Chepe» Torres como baluartes el 17 de septiembre de 1995 un empate a un gol contra Alianza Llanos en Villavicencio marcó el debut del River Plate de Buga en la primera B. A esto debemos añadirle que, según un completo informe de Deporte Gráfico publicado por esos días, el presupuesto mensual del club rondaba los 20 millones de pesos, semanalmente se recaudaba en las taquillas del Azcárate Martínez un promedio de cuatro millones, socios e hinchas del equipo colaboran con la vivienda y la alimentación de jugadores provenientes de otras regiones (interesante ítem: ¿se alcanza imaginar usted llegar a casa y encontrar apoltronado en su sala de estar al central responsable de marcar al delantero rival que supo amargarle la tarde?) y para no tener problemas con la caja menor una rifa de un Chevrolet Swift le garantizarían por lo menos 100 millones de pesos al club.


Su técnico, Alberto Suárez posa en compañía del preparador fisíco Ismael Benítez

Un notable tercer puesto en la reclasificación le permitió a los de la banda cruzada del centro del Valle clasificarse sin afugias a los cuadrangulares semifinales en el año de su debut. Le correspondió disputar el cuadrangular «A» junto con Cúcuta (a la postre campeón), Rionegro y Unicosta. Llegada esta instancia el equipo se desinfló y a duras penas alcanzó el tercer lugar con cuatro puntos, los mismos de Unicosta, colero del grupo. Para el torneo siguiente la suerte sería bien distinta: una pésima campaña les abriría las puertas de la primera C en la época en que todavía había funcionaba el ascenso y el descenso entre estas dos categorías. Exótico y efímero, el proyecto River Buga puede sacarlo de apuros llegada la hora de demostrar lo pintoresco que puede llegar a ser nuestro balompié profesional.

(En la foto, arriba, de izquierda a derecha: Raúl Rivera, Juan Carlos Agudelo, Miguel «El elegante» Mosquera Torres, José Luis Osorio, Mauricio Galindo y Diego Pizarro. Abajo: José Omar Azcárate (utilero y de alguna manera descendiente del dueño del estadio), José Torres, Walter Valencia, Javier Rodríguez, Rubén Dundo (argentino) y Alonso Rodríguez. .

Especiales del Bestiario: El mito Parmalat

De los mitos que más carrera hizo entre los amigos del fútbol durante los noventa fue el de la inminente irrupción de la empresa italiana en el ámbito futbolístico local. En una década en la que los balances de la empresa parmesana no conocían la tinta roja y la expansión a nuevos mercados era la regla, fue también cosa común que de la mano con la inversión en pasteurizadoras, descremadoras y embotelladoras invirtieran algunos pesitos también en la compra o patrocinio de algún equipo de fútbol local. El caso del parmalat, que gracias al espaldarazo de la firma de Tanzi pasó en pocos años de ser un chico del calcio a uno de los grandes de Europa, sumado al caso de Argentina –con Boca– y al de Brasil –con Palmeiras– llenaban de razones a quienes creian que el pudín, los flanes y la leche deslactosada llegarían a Colombia con un club de nuestro medio como punta de lanza para conquistar al siempre exigente paladar lácteo de los colombianos.

Los rumores en este sentido circularon por dos vertientes. La primera, daba cuenta del interés de la Parmalat por patrocinar a un equipo grande. Los rumores se concentraron fundamentalmente en Millonarios y en menor medida en Santa Fe. Sobre el primero hay que de decir que un lugar común en las disertaciones entre hinchas lamentando la nube negra que se ha posado sobre el club azul en las últimas décadas es la rasgadera de vestiduras por una supuesta negociación malograda en el último minuto que le habría garantizado a Millonarios un jugoso patrocinio durante un buen período de tiempo cortesía de los animalitos de peluche que tanto good will le han traído a la quesera italiana.

La segunda, que se apoyaba en el caso del Parma, hablaba del interés de la empresa por hacerse a a un club chico para impulsarlo y al cabo de dos o tres temporadas llevarlo a la élite del fútbol colombiano. Los protagonistas en este caso fueron el hoy desventurado Cortuluá y el hoy renombrado Lanceros de Boyacá. Quienes sostenían que el equipo corazón sería el que finalmente conquistaría el corazón de Tanzi aseguraban que la mediación de Faustino Asprilla sería más que suficiente para que el equipo del centro del Valle fuera el favorecido. En la contraparte estaban quienes –como lo certifica este artículo de la revista Deporte Gráfico– estaban convencidos de que el equipo insignia del departamento potencia lechera del país sería el elegido. Especulaciones fueron, chismes vinieron hasta bien entrada la década sin que nada se concretara. Finalmente, y sin mucho aspaviento, la firma italiana terminaría por montar su propia escuela de formación para los niños y jóvenes de la capital a cargo de viejas glorias como Juan Carlos Sarnari, Luis Gerónimo López y del gran Alonso «Cachaco» Rodríguez. Mientras esto sucedía el Lanceros pronto pasaría a ser Lanceros Fair Play, para después transformarse en el recordado «Chía Fair Play». Al Tulua, por su parte, le esperaba un camino de bienaventuranzas. .

Especiales del Bestiario: Colombia sub20 vs. River Plate, Torneo de la Esperanza 1993

Algo poco frecuente en las delegaciones argentinas que han visitado este país es la falta de espirítu deportivo e hidalguía a la hora de asumir las derrotas. Una rarísima excepción a la entereza con la que los hermanos gauchos suelen asumir sus derrotas cuando ocurren en esta esquina privilegiada de Suramérica ocurrió a comienzos de 1993 durante el Torneo de la Esperanza celebrado en el Valle del Cauca. Este torneo (el mismo en el que participó el ya mítico Real-Kokoriko) reunió equipos juveniles de Europa y América y sirvió como fogueo para la selección Colombia sub20 que se preparaba para el mundial de Australia de la categoría.

Las imágenes que acompañan este texto corresponden al último partido de la primera fase disputado en Buga entre la selección Colombia y los juveniles de la banda cruzada. Una serie de decisiones arbitrales que no fueron del agrado de los gauchos generaron una reacción algo desmedida por parte de los impetuosos juveniles riverplatenses que, liderados por Matías Biscay, se enfrentaron no con el juez, ni con los juveniles colombianos sino con el pueblo vallecaucano (con el refuerzo de la fuerza pública) que atendió la invitación de los argentinos para ingresar a la cancha y dar inicio a un memorable derroche de puños, patadas y mordiscos.


Un agente del orden intenta reducir al enardecido riverplatense

La velada terminaría en la estación de policía más cercana a donde fue conducido buena parte del plantel de River Plate para responder por los cargos de lesiones personales y daño en bien ajeno. Fue necesaria la intervención del cónsul para liberar a los muchachos de los cargos y permitir así su rapido regreso Buenos Aires. Las reacciones al día siguiente fueron de antología: acusaciones de «malcriados» y «patanes» surgieron por doquier; hubo amenazas de elevar sendas denuncias ante la la CONMEBOL, la FIFA y la OTAN; el país entero de pie mostró su indignación ante el infantil proceder de quienes habían sido acogidos con los brazos abiertos en esta tierra cálida, hospitalaria y madrugadora. Hasta el obispo de Buga aseguró que la excomunión podría caer sobre estos enemigos de la moral, el civismo y las buenas costumbres. Voces delirantes llegaron incluso a sugerir el alistamiento de un escuadrón de nuestros vetustos Mirages para que se desplazaran al sur a resarcir la honra de la nación.

Una semana después, superado ya el diferendo binacional, nada se volvió a saber de las amenazas que hablaban de llevar el caso ante la FIFA ni mucho menos de las denuncias penales. Todo pasó rápidamente a ser un desvirolado episodio más entre tantos que han tenido como escenario nuestros gramados que hoy el Bestiario, fiel a su misión, rescata del cruel olvido.

P.D. Según la leyenda, en esta nómina figuraba el «Burrito» Ortega. Sin embargo, hemos podido confirmar que no había ningún Ortega en la delegación..

Especiales del Bestiario: Dinastía Riosucio

El Bestiario del balón, siempre preocupado por rescatar la historia no oficial del fútbol colombiano, da inicio a una serie de especiales sobre equipos que por diferentes razones hoy no nos acompañan. El encargado de inaugurar la saga es el Deportes Dinastía Riosucio, club que en representación de este municipio caldense tuvo el honor de hacer parte del selecto club de 10 equipos que en 1991 inauguraron el torneo de ascenso conocido hasta 1997 como «Copa Concasa».

Fundado en 1989, su primera participación en el ascenso –bajo la dirección técnica de Heberto Carrillo– terminó con un decoroso quinto puesto y con dos valores que más adelante darían de qué hablar en el medio: Juan Carlos Henao y David «Cachaza» Hernández. Para 1992, el aceptable desempeño de la primera temporada dio paso a la debacle. El punto más algido de la temporada tuvo lugar el 19 de julio de 1992 cuando el Atlético Huila, con un potente ataque comandado por el gran «Teacher» Berrío, atendió al disminuido equipo caldense con un 10-0 que hasta hoy sigue siendo la goleada más abultada en la historia de la categoría. A este dato hay que añadirle que los dos enfrentamientos anteriores entre estos dos equipos, el 10 de mayo y el 28 de junio, habían terminado 5-0 y 6-1 respectivamente, siempre a favor de los opitas. Cabe aclarar también que el arco de Dinastía ya no estaba a cargo de Juan Carlos Henao, quien a comienzos de año fue llamado por el Once Caldas para ocupar el puesto de tercer arquero. Nada pudieron hacer José Rivas, José Reales y Arturo Candanosa, tres de los mártires de ese año, para ayudar a a salir al Dinastía del sótano de la B, locación que no abandonó durante todo el torneo.


Emblema que inmortalizó al Dinastía

Para finales del 92, el sueño de ver los grandes del fútbol colombiano desfilando por el Municipal de Riosucio había terminado de la peor forma. Sin embargo, a manera de consolación, el Municipal si vio desfilar en 1993 lo más selecto de la Copa Mustang cuando el Once Caldas fue su inquilino en el tiempo que le tomó al antiguo Fernando Londoño renacer como el Palogrande que hoy conocemos..