Marcando un hito en el difícil mundo del diseño deportivo, la empresa de confecciones deportivas «in house» que para 1999 se dio el lujo de tener el Deportivo Independiente Medellín sorprendió a propios y extraños ese año al presentar este revolucionario diseño de camiseta y piyama todo en uno.
Los preparadores físicos fueron los primeros en saludar la innovación. Gracias a ella podían descansar hasta minutos antes del partido y dedicar más tiempo a planear el trabajo de la semana venidera. Al usar los jugadores esta camiseta para dormir la siesta previa, el engorroso calentamiento en el camerino era cosa del pasado pues era reemplazado con el inigualable «calorsete» natural de la siesta. Gracias también a esta innovación, los hinchas podían llegar a sus cotejos dominicales en piyama sin tener que ser blanco obligado de las burlas de sus compañeros.
Las virtudes del producto ocultaron con creces dos o tres defectos que podría llegar a tener. Un futbolista, que no quiso revelar su nombre, aseguró que sí, que en las noches conservaba como ninguna otra prenda de dormir el calor, pero que él y otros miembros del plantel temían que una inesperada combustión espontánea causada por la camiseta pusiera fin a sus días en una calurosa tarde barranquillera.
Estas voces, por fortuna, fueron minoría. A tal punto llegó el éxito del producto que las casi siempre alicaídas finanzas del «Poderoso» estuvieron incluso a punto de recibir una poderosa inyección cortesía de los contratos que con los principales clubes del mundo se disponían a firmar los paisas para proveerles esta revolucionaria prenda. Pero fue entonces cuando sucedió lo inesperado. La FIFA, como siempre defendiendo los intereses de los poderosos, acogió una petición de Adidas en la que pedían que fuese declarada irreglamentaria la prenda. Argumentaban los alemanes que permitir el uso de piyamas en la cancha abría un boquete legal que permitiría todo tipo de desafueros en la medida en que estaba comprobado que algunos seleccionados, los africanos, argüian, utilizaban piyamas de cuero mientras los noruegos preferían el tradicional mameluco. Así, sostenía la multinacional, todo estaría dado para ver en la cancha once hombres desnudos enfrentando a otros once ataviados con mamelucos y, por qué no, ridículos osos de peluche.
Como era de esperarse, la rectora del fútbol mundial acogió los argumentos de Adidas y con esto nuevamente el ingenio criollo salió perjudicado ante el poder de los perversos intereses del capital transnacional, compañero. De la revolucionaria camiseta se conservan dos ejemplares: una que se expone en el museo interactivo de las Empresas Públicas de Medellín y otra (la de la foto) que le fue vista a Iván René Valenciano mientras paseaba, en calzoncillos, a un simpático french poodle «tacita de té» por la acera de enfrente a su casa un domingo por la mañana..