Carlos “La Fiera” Gutiérrez


A la sazón, era un delantero que rendía en conjuntos de baja estofa y en realidad, más allá de ciertas falencias técnicas que puede tener cualquier profesional, lo más importante de Carlos “La Fiera” Gutiérrez era su pinta, más cercana a la de un luchador tailandés que a la de un jugador profesional.

Este hombre nacido en Manizales hasta ahora no tiene comprobados parientes en Mongolia o Tailandia, más allá de su evidente parecido con los habitantes de Ulan Bator o Bangkok. Siempre estuvo en boca de todos en los ochenta, porque jugaba con las medias caídas, camiseta por fuera y sus mechas al aire, casi en una de las típicas demostraciones de la rebeldía en los looks de esta década.

Su hazaña más recordada en los últimos tiempos fue marcar un gol definitivo para Santa Fe en 1990, con el que los rojos vencieron 2-1 a Atlético Nacional, un miércoles lluvioso e el que Carlos Arias le atajó un penal a René Higuita. Estuvo por clubes como Santa Fe, Cúcuta, Pereira, Caldas, Táchira y Alianza Llanos, donde en su primera presentación con los llaneros, en el marco de la primera fecha de la Copa Concasa en 1992, desperdició un penal que le atajó el arquero César Velasco en un bodrio sabatino que culminó 0-0 entre Cóndor y Alianza Llanos.
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Lucho Grau

N. de la D. Para el Bestiario es un motivo de inmensa alegría contar a partir de la fecha entre nuestros colaboradores con Andrés Salcedo. Gran periodista, incomparable locutor y ante todo, maravillosa persona.

EL ALARIDO DE LA JUNGLA (Reflexiones antropológicas en torno a Lucho Grau)

Dicen quienes los han enfrentado en el campo de batalla, que los gurkhas, los fieros guerreros de las montañas nepalesas, antes de hundir su puñal en la yugular de la víctima, lo aturden con un horrísono alarido que parece brotar de una grieta ancestral no cerrada de todo, que es como una fuga no reparable en la tubería genética, por la que aflora, resumido en un grito, lo más primitivo y primario de la especie humana.

Con una división de combatientes gurkhas en sus filas, el ejército británico ha logrado importantes victorias militares. La última de ellas, en los playones cenagosos de las islas Malvinas.

Los equipos de fútbol reproducen el modelo combativo del ejército británico: por este flanco, atacar con un escuadrón de soldados que hablan inglés de Oxford y se perfuman antes de cargar los cañones; por el centro, barrer las colinas con la meticulosa y aplomada soldadesca de Su Majestad; y, en la retaguardia, sembrar el miedo con el alarido de los últimos cazadores de la caverna.

Los gurkhas del fútbol también se limitan a obedecer la voz del instinto más antiguo, que se escapa por la grieta ya mencionada y les ordena salir a cazar, a depredar, a saltarle a la yugular al primer ser viviente que tenga el infortunio de cruzarse en su camino. A paralizarlo con un alarido, transformado, por la propia bioquímica del juego, en un codazo, en un patadón, en un escupitajo.

Claro, su formación militar es diferente a la de los temibles guerreros de Nepal. Se graduaron de matones en los ajustes de cuenta que son los partidos de fútbol callejero en nuestras ciudades.

A esos buscapleitos de barrio, el fútbol profesional les dio licencia para portar armas y les impuso las primeras insignias castrenses, con lo que, en la práctica, los autorizó para delinquir en público. Y en la tribuna y en el campo, se revivieron los viejos rituales del circo romano. El crujir de huesos pasó a ser parte de espectáculo, como en tiempos de Nerón.

En el fondo, a todos nos gustan esos matones que van sembrado selva por el campo durante los 90 minutos que dura un partido de fútbol, que, sin ellos, sería tan aburrido como una película donde todos tengan el alma buena.

Pero, bueno. Se supone que esta columna debía estar dedicada a uno de los personajes arriba descritos. Un deshumanizado guardián de la madriguera cromañona, que no desentonaría, ni en una horda de sádicos gurkhas, ni en ningún cruce de caminos de la Edad de Piedra: mi paisano Lucho Grau.

Aunque me comprometí con el director de este espacio a escribirle una nota llena de sarcástico veneno sobre Lucho, mi instinto cavernario me lo ha impedido. Lucho fue nuestro gurkha. Salió de nuestra guarida con el garrote en la mano, el brillo asesino en los ojos, un puñal en el sobaco y clavos retorcidos en los guayos. Y con el grito de la fiera primitiva pugnando por salir de su garganta.

¿Cómo podría explicar mi negativa a ridiculizar a Lucho, para que ustedes me entiendan y me disculpen?. Quizá si les cuento –o les recuerdo- un triste episodio de nuestra tragicómica historia latinoamericana.

Aburridos y berracos porque la mayor parte del dinero que los Estados Unidos enviaban como ayuda a la República Dominicana, gobernada por el corrupto y sanguinario dictador Trujillo, fuera a parar a las cuentas bancarias de su familia, unos senadores le preguntaron al entonces vicepresidente Richard Nixon (que tampoco le hacía ascos a las trampas y golpes bajos): ¿Es que no se ha dado cuenta de que Trujillo es un hijueputa?. Y Nixon, como yo ahora – perdón, otra vez, director- les respondió:
Ajá, sí, pero es nuestro hijueputa.
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Nelson “La Piraña” Díaz

Este es otro de tantos futbolistas que le debe su fama al sobrenombre. Tal vez quienes lo superaron en este rubro fueron Guillermo “Manimal” Cortés y Hernán “Chichigua” García y caso curioso, los tres eran delanteros y, para completar, de mínima eficacia.

Pues “Piraña” no era un habitual invitado a las secciones de los goles más destacados o los más espectaculares. Era más bien protagonista de la sección de bloopers que conducía Eucario Bermúdez en Noticias Uno.

Aunque no se puede ser tan duro con “Piraña” y su frondoso bozo juvenil, que mantuvo la mayor parte de su trayectoria. Una vez, en una fecha donde apenas se registraron cuatro o cinco goles en el primer semestre de 1990, Díaz por fin fue premiado con el “Gol Conavi de la fecha”, reconocimiento encomiable y sin ninguna bonificación más que la del mérito de aparecer en horario triple A los domingos en Noticias Uno, en la sección deportiva que presentaba en esos tiempos Hernán Peláez.

Lo triste fue el gol de Díaz. “Piraña” pateó al arco, el balón pegó en la base del vertical izquierdo y rebotó en la espalda de Jorge Leyva, arquero del Pereira. Gol más feo no podía existir, pero las otras anotaciones de la jornada habían sido de penal.

Después de fracasar rutilantemente en Bucaramanga, Cali, Caldas y otros conjuntos, queda la incertidumbre: tal vez si se hubiera afeitado esos vellos, ese pseudobigote, hubiera tenido la misma suerte de Mario Kempes en el mundial del ´78 que luego de quitarse el mostacho tras tres partidos sin marcar, fue el goleador de ese mundial.
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Williers Valencia

De baja estatura y prominente tórax, su presencia era la de un pichón que recién abandona el nido. Su impresionante saltabilidad que le permitía, no obstante sus 1.65, llegar sin problemas y siempre a tiempo donde “cagan las arañas” lo hizo acreedor al apodo de “el caucho”.

Este chocoano fue de esos arqueros sobre quienes los arcos del Campín ejercían algún tipo de influencia mística que permitía transformar un modesto cuidapalos de equipo de media tabla en la reencarnación de la «araña negra». Su presencia en el arco visitante del Campín era sinónimo no sólo de atajadas magistrales y por consiguiente, de una valla invicta durante los noventa minutos. También era sinónimo de una hinchada inyectada en sangre. Williers, como todos los de su estirpe, era un sensei en el difícil arte de simular lesiones, ganar tiempo y cuidar el cero a como diera lugar sin consideración alguna de los traumas y marcas que este exacerbante proceder dejaba en la psiquis de la parcial local.

El país conoció a Willie

rs a finales de la década de 1990 como suplente del Huila. Poco tiempo después, el país lo padecería como titular inamovible del Huila. Habiéndole dedicado sus mejores años a este modesto equipo, abandonó su nido y emprendió vuelo al sur a comienzos de 2002 con destino al Deportivo Pasto. Después de un intermitente desempeño en las primeras temporadas, Williers finalmente se consolidó en el arco pastuso. Llegó a un punto tan alto su desempeñó que a comienzos de 2004 el América preguntó por él. Lastimosamente, una serie de enredos administrativos truncaron lo que hubiera sido el pico más alto de su carrera. Esta frustrada transferencia sin duda lo marcó; no volvió a ser el mismo. Después de ser suplente de Jaime Brand Gómez en el Pasto durante buena parte de 2004, una nueva frustración truncaría su vuelo cuando a comienzos de este año, pese a ser anunciado como refuerzo, finalmente no aterrizó en el Boyacá Chicó. Se perdió su rastro hasta hace pocos meses cuando apareció súbitamente en el arco del Cúcuta Deportivo, club con el que disputa actualmente los cuadrangulares semifinales del torneo de ascenso. .

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Festus Aggú

Entre esas grandes ridiculeces que tiene el fútbol, la mayor de todas la intentó, porque ni siquiera la concretó, el Deportivo Independiente Medellín. Con bombos, platillos y tambores africanos, en 1995 el Poderoso anunció la contratación de ¡un nigeriano! Se trataba de Festus Aggú, un jovencito con 20 años, ex seleccionado de su país sub-17 y que llegaba con todos los pergaminos para ser titular en el Poderoso (Ojo, los titulares en esa campaña era Wilson Cano y Hugo Gallo, ser inicialista era fácil, hasta para un nigeriano). Hasta el comunicador del DIM, embelesado con las condiciones del morocho dijo «es más rápido que la flecha Gómez». Pues claro, quién no es más veloz que un jugador de 1.70 de estatura y 80 kilos de peso. Pero la desgracia llegó. En la primera práctica de fútbol el nigeriano se «lesionó» y nunca pudo debutar.
Un mes después, Aggú se fue de Medellín, según las malas lenguas, porque el hombre que lo había traído (el nefasto Jorge Castillo, ahora preso en Costa Rica) nunca dejó el dinero estipulado. Así, el nigeriano se largó para la segunda división del fútbol español, donde robó cámara jugando para la SD Compostela en primera división y para el CD Ourense en segunda.
Ahora el primer africano que se puso una camiseta (porque decir que jugó es un despropósito) en Colombia, se dedicó a robar en las segundas divisiones de Alemania, en clubes de poco o ningún nombre como el Fortuna Schweinfurt, Aalen, Wacker Burghausen y la segunda escuadra del medio conocido St. Pauli.
Un dato no menos importante… sus compañeros decían que «el negro huele maluco». Palabras sobran.
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Victor González Scott

Parece oriental, pero es samario hasta la médula. El “Chino” González Scott rompía canillas cual karateca criollo que era. Jugaba como defensor central y con golpes de mano, rodilla, pie o lo que fuera, se hacía imponer en su zaga.

Además de haber sido hombre del Unión Magdalena, pudo disfrutar de una plaza como Medellín, en donde a punta de codazos y entradas fuertes, se hizo un lugar de caudillo dentro del equipo.

Este samurai del Rodadero desandó sus pasos de jugador en el Real Cartagena, pero siguió vinculado al mundo del fútbol, esta vez como entrenador en la segunda división. Estuvo en el banco del club cartagenero, así como en Expreso Rojo..

Felipe Nery Franco

Colombia lo conoció por ser uno de los atacantes más raros que haya pasado por nuestras pintorescas canchas. Su facha puerca, de pelo largo y cochino, más su larga barba descuidada, le valieron que algún narrador lo bautizara como “El apóstol”.

Apóstol, claro, de la extraña intolerancia, pues era un habitual abonado a las expulsiones. Y aunque alcanzó a meter algunos goles importantes para el Unión Magdalena y el Cúcuta (él fue uno de los jugadores motilones que logró la hazaña de colar al Cúcuta Deportivo por primera vez en los octogonales finales, año 1988) el paraguayo nunca fue un hombre descollante.


Imagen, cortesía Orlando López

Un buen día de diciembre de 1990 su presencia sorprendió al mundo entero: hacía parte de la nómina titular de Olimpia, que jugaba la final de la Copa Intercontinental de Clubes frente al Milan. Pasó como un soplo del Eduardo Santos de Santa Marta al Estadio Nacional de Tokio.

Y Nery Franco seguía exacto al de toda la vida: con el pelo grasoso y alborotado y el uniforme puerco en el himno nacional. Franco Baresi tuvo que marcarlo en un par de ocasiones y, lógico, lo borró. Pero el mundo ya había visto lo más importante de ese encuentro: la presencia omnipotente de “El Apóstol”.

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Rolando Campbell

Reconocemos no tener muchos datos sobre la trayectoria de este baluarte juniorista. Sin embargo, su desempeño en las canchas pasa a un segundo plano ante su arrolladora presencia. El día en que la Real Academia de la Lengua decida incluir la palabra «corroncho» en el diccionario esta deberá ser la foto que la ilustre, no joda. .

Hugo Tuberquia, Juan Carlos Henao y Daniel Gomez

Esta brutal trilogía permite suponer que durante mucho tiempo en Colombia el puesto de arquero le correspondía al jugador más feo de la cancha : «No hermano, usted esta muy feo, vaya y tape». También es posible conjeturar que en la década de 1990 el bigote y la «greña» eran utilizados por los arqueros para adquirir un aire de malandro apenas para ahuyentar y atemorizar delanteros. Sea lo que sea, no debe ser gratuito poder encontrar especímenes tan similares en la misma posición, en el mismo país y en la misma época. Sus integrantes son (de izquierda a derecha): Hugo Tuberquia, Juan Carlos Henao y Daniel Gomez.
El primero, Turberquia, cumple con lujo de detalles los requisitos para merecerse un espacio en el bestiario; debutó en el Cúcuta, continuó su carrera en el Envigado de donde emigró al Nacional para ser suplente de Higuita y de algunos más. Emigró a Venezuela para regresar a robar Millonarios en 2002. Robó en el Chicó en 2004 y lo hace actualmente en el Deportivo Pasto.

El segundo, Henao, si no fuera por su aspecto bien podría ser la antítesis del candidato a ingresar en el bestiario. Buen arquero, fue fiel guardián del arco del Once Caldas por más de diez temporadas. Fue uno de los grandes responsables del título que consiguió este equipo en la libertadores de 2004. Su desempeño en este torneo le permitió emigrar al Santos, equipo en el que no ha contado con mucha fortuna (eehh bueno, cumple otro requisito..).

El tercero, Gomez, fue durante varias temporadas arquero del Cucúta Deportivo. En 1999 su carrera llegó a su punto más alto al ser contratado por Santa Fe para ser suplente de Leonel Rocco. Cuando tuvo la oportunidad de reemplazar al uruguayo sus ejecutorias fueron un poco menos que desastrosas..

Alexander Lemus

Conocido como «El diablo», facilmente tiene un espacio en el top-5 de la antiestética del fútbol colombiano. Militó durante diez años en el Once Caldas (1992-2002) y fue transferido a Millonarios en 2002. En Millonarios estuvo durante el 2002 para luego desaparecer del panorama futbolístico. Fiel a su equipo de origen y de condiciones más bien modestas sobresalen en su palmarés las temporadas que jugó al lado de Francisco Foronda en la zaga del equipo de Manizales ahuyentando y atemorizando a cuanto delantero se atrevió a enfrentarlos. Se desconoce su paradero actual.

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