
Ha hecho carrera en la crónica deportiva una mentirosa distinción según la cual hay «jugadores de clubes» y «jugadores de selección». Pues bien, si decidieramos por unos instantes acogernos a esta dudosa categorización tendríamos que decir que si ha habido un «jugador de selección» en nuestro medio este no ha sido ni Carlos Valderrama, ni Ernesto Díaz, ni Mario Yepes, ninguno de ellos. Si ha habido un auténtico «jugador de selección» en Colombia este ha sido Gustavo «Misil» Restrepo. Este lateral y volante paisa, que portaba tan sonoro remoquete por una supuesta habilidad con las pelotas quietas que nadie le conoció, tuvo a bien de beneficiarse hasta el cansancio y sin mostrar mayor mérito, cual pensionado de foncolpuertos, de las convocatorias de las selecciones mayores y sub23 entre 1992 y 1996.
Agazapado siempre entre compañeros de perfil mucho más alto que el suyo como Faustino Asprilla, Diego Osorio, Hermann Gaviria y hasta el mismisimo Víctor Aristizabal y sin ser la gran cosa, «Misil» supo colarse en cuanta convocatoria, primero de la sub23 después de la mayores, anunciaban sus parceros Pacho y Hernán. Su primera aparición en el panorama nacional fue en 1992 con la selección que ese año consiguió la clasificación a los olímpicos de Barcelona. Su desempeño dejó claro, después de algunos partidos como titular, que su presencia en el combinado nacional no pasaba por sus méritos con el balón, razón por la cual no fue desafectado de una vez y para siempre de las convocatorias como sucedería con cualquier otro jugador en cualquier otra selección. No, en su caso simplemente fue relegado a la suplencia acogiéndose a esa colombianísima figura del «banco de suplentes de la selección», lugar reservado para jugadores que, como «Misil», eran también suplentes en sus equipos pero que gozaban de los privilegios de ser titulares en el corazón del técnico. De ahí en adelante, cortesía de sus ya citados parceros, Bavaria y la Federación, Gustavo pudo conocer el mundo ocupando el lugar que para él estaba reservado en el banco de la selección siendo perturbado sólo muy de vez en cuando cuando alguna necia directriz de «Pacho» o «Hernán» lo obligaba a ensuciarse los botines durante los últimos tres o cuatro minutos de algún amistoso contra las Islas Vírgenes (de esos que muy rara vez se ven en el gramado del Orange Bowl).
La desaparición del Misil del panorama curiosamente coincidió con la partida, primero de Pacho, después de Hernán del banco de la selección. Gustavo, con la serenidad que dan tres pasaportes repletos de sellos en su haber, supo que también había llegado su hora de decir adiós.
Militó, sin mayor suceso, en Nacional, Medellín, Envigado, Pereira, Once Caldas, Bucaramanga y «Cafeteros de Colombia» de la ignota «Copa Latina» de EEUU. .








.