Más conocido por sus ejecutorias sobre el caballito de acero, “Lucho” Herrera registra también una dilatada trayectoria en el fútbol profesional colombiano bajo el nombre de Armando Osma. De forma paralela a su carrera ciclística, Lucho supo cuajar una carrera futbolística que, contrario a su desempeño en el mundo de las bielas, se caracterizó más bien por la intermitencia y la mediocridad. Está claro y es más que comprensible que el “jardinerito” no podía responder en todos los frentes con la misma maestría con que lo hacía sobre los pedales.
Así las cosas, no sobra recordar como muchos en su momento se preguntaron por qué en la década de 1980 Lucho no se decidía a emprender vuelo con destino a un equipo grande del viejo continente donde seguramente encontraría gregarios que le ayudarían a salir avante de los tan temidos abanicos. La respuesta es muy simple: pese a que el ciclismo era el deporte que más éxitos y glorias le reportaba, Lucho no tenía ni la más mínima intención de abandonar la actividad que cautivaba a la otra mitad de su corazón: el balompié. Mientras militara en el Café de Colombia, “Lucho” podía sin ningún problema alternar los entrenamientos entre semana con sus apariciones en los estadios del país con la verde del Cali. Las ausencias obligadas por motivo de su presencia en la Vuelta, el Tour y la Dauphiné cuando no coincidían con una para del campeonato eran fácilmente disimulables bajo la excusa de una lesión, un inconveniente familiar o una simple rabieta de su técnico, el también célebre Karol Wojtila. En todo caso, no se trataba de una pieza fundamental en el andamiaje azucarero. Ahora, si “Lucho” se hubiese animado y hubiese decido firmar para el Reynolds, el Z Peugeot o para el Toshiba, también hubiese sido preciso conseguirle un equipo francés o español de algún mínimo renombre el cual ubicar a Armando Osma, labor que estaba condenada al fracaso: una cosa era anunciar que Lucho había firmado para el Reynolds y otra, muy diferente, que el “Piripi”-sobrenombre con que se le conocía en las canchas- era el nuevo refuerzo de, diga usted, el Atlético de Madrid.
«Lucho», en un momento de gloria en las canchas.
Una vez llegó a su fin su carrera ciclistica, por allá en 1992, Lucho encontró vía libre para dedicársele de lleno a su pasión oculta. No es gratuito entonces, si se observa con cuidado, que el desempeño de Armando Osma registrara un notable ascenso justo a partir de 1993, temporada en la que pese a descender con el Tolima, Herrera aportó numerosos goles que finalmente no servirían de nada. No obstante, este buen desempeño le significó al “Piripi”un contrato con Millonarios gracias a la gestión que oportunamente hiciera su mentor en las canchas, Karol Wojtila. Ya en el ocaso de su carrera y sin dejar nunca de ser el delantero modesto que siempre fue, Lucho supo poner su granito de arena en el subtítulo que ese año conseguiría el club del que nunca negó ser un apasionado seguidor. Un gol en el último minuto contra Nacional en la final de ese año que le significó la victoria a los dirigidos por Popovic le permitió, por unos breves instantes a Lucho saborear en un gramado las mieles de la gloria que gracias a la “bici” le eran ya muy familiares.
Imagen para la posteridad: Wojtila y Herrera celebran un gol en el banco norte de El campín.
Bastante tímido, pero no menos porfiado, Osma quiso aprovechar al máximo los pocos años que le quedaban de carrera futbolística quemando sus últimos cartuchos en el recién ascendido Cortuluá y más adelante en el Atlético Huila. Su paso por el corazón del valle marcó el inicio también de una nueva etapa de fuertes conflictos en su vida cuando muchos le sugirieron seguir los pasos de Rafael Antonio Niño en la dirección técnica de equipos nacionales. Lucho supo hacerle caso omiso a esas presiones y tuvo a bien escuchar su corazón. El tiempo terminaría por darle la razón y hoy por hoy, como asistente de Luis Fernando Suárez en la selección ecuatoriana, será uno de los pocos colombianos presentes en Alemania 2006.
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