Fabian Domínguez

Uno más que llegada la hora de escoger el plan para las vacaciones de final de año prefirió el paquete “venga a Cali, tape en el Cali todo pago” que una semana todo incluido en Cancún. En este caso en particular, la oferta tenía un aditamento que la hacía muy difícil de rechazar: un breve paso, antes de llegar a Cali, por Santa Marta, el Rodadero, Taganga, el Parque Tayrona y, cómo no, el arco del Unión. Fue así como, animado por su paisano y colega Sergio Navarro quien unos meses antes había optado por el mismo plan, el ex arquero de Defensor Sporting y ex suplente de Miramar Misiones y Nacional de Montevideo llegó para el segundo semestre de 1997 a Santa Marta lugar en donde esperaría a que terminara la estadía de Navarro en Cali.

Del paso de Domínguez por Santa Marta, además de la visita a los atractivos turísticos de rigor quedó también un ligero altercado con el entonces técnico samario Miguel Augusto Prince. Al respecto, entrevistado por la Revista del Cali -medio que agasajó como corresponde al nuevo huésped de un arco que cada vez más posicionado más entre los grandes destinos turísticos del continente- Domínguez aseguró que, contrario a las versiones, él no era perezoso y que todo no fue más que un pequeño altercado debido a la forma de trabajar del “Nano”. Extra micrófono, Domínguez aseguró que el plan que escogió en Montevideo no decía nada sobre entrenos a mitad de semana y salidas a trotar por las mañanas. A alguien se le debió haber olvidó aclararle esto mismo a Prince.

Después de seis meses de altibajos en el arco del Unión, Domínguez finalmente desembarcó en Cali. Igual que a su antecesor, Fabián debió cargar con el rótulo de reemplazante y sucesor de Calero. De entrada hizo un llamado a la prudencia: “es muy difícil [reemplazar a Calero] porque es el mejor arquero que tiene Colombia”. “Sucesor de Calero” era un rótulo demasiado pesado para quien, igual que su antecesor, no era más que un simple veraneante.

Conclusión: seis meses fueron más que suficientes primero, para que Fabián conociera todos los atractivos turísticos que ofrece el Valle del Cauca y que previamente le había recomendado Navarro. Segundo, para que el mismo Domínguez demostrar que lo suyo era el turismo, no el fútbol y tercero, para que el arco del Cali se cotizara aun más como un codiciado destino turístico en las agencias de viajes del sur del continente.

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Un clásico de todos los tiempos

En la voz de Carlos Julio, milésimas antes de presentar los goles del Hernan Ramírez Villegas: «la belleza de la mujer pereirana también se hizo presente…». .

En días de sospechas…

Estadio Atanasio Girardot. Directivos del Nacional muestran fajos de dólares al árbitro sugieriendo que había sido comprado por el equipo rival. .

Roberto Vidales

Si el término «sangreyuca» estuviera en el diccionario esta sería la foto que lo ilustraría. Intermitente, lagunero y «pechofrío», algunos esporádicos chispazos de talento y uno que otro gol de tiro libre le permitieron permanecer varias temporadas en Santa Fe registrando también un paso por el Once Caldas en la temporada 1995/96. Una vez despedido de Santa Fe, se le metió en la cabeza que quería saber lo que se sentía jugar en el rival de patio y para su fortuna logró que le abrieran un cupo en Millonarios para el segundo semestre de 1999.

Terminó su carrera en Estados Unidos quizás el único fútbol del mundo en el que sus falencias podían pasar desapercibidas.

Según información enviada por un corresponsal, Vidales actualmente juega en el torneo interclubes para el equipo El Aguante … donde todavía es un pechofrio..

Hilmer Lozano Rhan

Delgado, muy delgado, este chocoano de tobilleras blancas debe guardar el más dulce de los recuerdos de 1997. Después de sendos pasos por Pereira, Quindío y Santa Fe, Hilmer comenzaba 1997 con la angustia del que sabe que ya no le quedan muchas oportunidades y sin la más remota sospecha de lo que estaba por venir.

No contaba Hilmer con que la fortuna quiso que el día en que se cerraban las inscripciones para la copa de 1997 Millonarios se diera cuenta de que faltaba llenar un cupo y que este preferiblemente debía ser un lateral izquierdo. El dueño de esa posición, Edison Domínguez, recién volvía de una lesión y era mejor tener una segunda opción. Fue así como los directivos azules, seguramente después de agotadas todas las opciones, contactaron a un viejo compadre que resultó ser el dueño del pase de Hilmer. Algo sorprendido pero ante todo incrédulo este, suponemos oscuro, personaje accedió sin remilgos a poner a disposición de Millonarios a cada vez más devaluado jugador. En silencio, con la prudencia necesaria para que esta rebuscada contratación de última hora no generara mayor revuelo entre la hinchada Hílmer apareció una tarde entre los suplentes azules en un partido en Tuluá ingresando para el segundo tiempo. Esto sirvió para que los hinchas más meticulosos en su labor inmediatamente prendieran las alarmas. No en vano se trataba de un jugador que en su momento había sido desechado por Santa Fe y que para mediados de febrero aún no se había ubicado en ningún equipo. Pero estos eran una minoría, la mayoría simplemente lo confundió con un joven valor recién ascendido de la primera C.

La copa de 1997 comenzó bien para Millonarios. La victoria en Cali 2-1 y la que vino después contra Nacional en el Centenario de Montevideo no estaban en las cuentas ni del más optimista. Después vino una derrota contra Peñarol, empate contra el Cali en Bogotá y una nueva victoria contra Nacional en Bogotá que aseguraría la clasificación. Como siempre sucede cuando un equipo logra alcanzar un buen nivel, hasta los más limitados sacan a relucir lo mejor de sus escasas virtudes. Hilmer fue uno de ellos. Por una banda que no era la suya, la izquierda, Hilmer logró cuajar cuatro o cinco partidos bastante aceptables. Pero más que esta seguidilla, lo que confirmaría que esos meses de 1997 eran los de Hilmer fue su convocatoria a uno más de los miles de amistosos contra El Salvador en Nueva York En efecto, Hilmer hizo parte de un invento que por aquella época solucionó graves problemas de liquídez de nuestros directivos: una selección Colombia “B” dirigida por Juan José Peláez. Así, en cuestión de ocho meses, Hílmer pasó de entrenar en un parque bogotano a ser seleccionado nacional. Poco importa que fuera seleccionado “B”; total a sus nietos Hilmer no les dirá “yo fui selección Colombia B”. Simplemente dirá “yo fui selección Colombia”.

El tiempo siguió su curso y 1997 se fue apagando y con él también se fue diluyendo el cuarto de hora de Hilmer. Al año siguiente saldría de Millonarios rumbo al Tolima, en dónde su nivel fue el del Hílmer de Santa Fe, Quindío y Pereira. Cinco partidos disputó en 1999, última temporada de la que se le conserva registro. Datos irrelevantes si se tiene en cuenta que ha había pasado 1997 y a Hilmer ya se le podía identificar por llevar consigo la tranquilidad de quienes ya han cumplido su misión..

Nelson “La Piraña” Díaz

Este es otro de tantos futbolistas que le debe su fama al sobrenombre. Tal vez quienes lo superaron en este rubro fueron Guillermo “Manimal” Cortés y Hernán “Chichigua” García y caso curioso, los tres eran delanteros y, para completar, de mínima eficacia.

Pues “Piraña” no era un habitual invitado a las secciones de los goles más destacados o los más espectaculares. Era más bien protagonista de la sección de bloopers que conducía Eucario Bermúdez en Noticias Uno.

Aunque no se puede ser tan duro con “Piraña” y su frondoso bozo juvenil, que mantuvo la mayor parte de su trayectoria. Una vez, en una fecha donde apenas se registraron cuatro o cinco goles en el primer semestre de 1990, Díaz por fin fue premiado con el “Gol Conavi de la fecha”, reconocimiento encomiable y sin ninguna bonificación más que la del mérito de aparecer en horario triple A los domingos en Noticias Uno, en la sección deportiva que presentaba en esos tiempos Hernán Peláez.

Lo triste fue el gol de Díaz. “Piraña” pateó al arco, el balón pegó en la base del vertical izquierdo y rebotó en la espalda de Jorge Leyva, arquero del Pereira. Gol más feo no podía existir, pero las otras anotaciones de la jornada habían sido de penal.

Después de fracasar rutilantemente en Bucaramanga, Cali, Caldas y otros conjuntos, queda la incertidumbre: tal vez si se hubiera afeitado esos vellos, ese pseudobigote, hubiera tenido la misma suerte de Mario Kempes en el mundial del ´78 que luego de quitarse el mostacho tras tres partidos sin marcar, fue el goleador de ese mundial.
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Luis Cubilla

De dilatada trayectoria como entrenador de Olimpia, Nacional de Uruguay, Defensor Sporting, Newell´s Old Boys, Peñarol, Danubio, Guaraní, Cerro Porteño, Libertad, Sol de América, River Plate, Talleres de Córdoba, Racing Club, Nacional de Medellín, la selección uruguaya de fútbol entre otros y Comunicaciones de Guatemala, escribió una de las historias de pillaje más recordadas en Colombia. (su peregrinar demuestra que es bastante hábil a la hora de engañar dirigentes)

El recién ascendido Centauros de Villavicencio decidió echar la casa por la ventana y su lema era llegar a las posiciones más altas del fútbol suramericano, incluso, hasta a jugar en Tokio la Copa Intercontinental de Clubes. Los dirigentes llamaron al múltiple campeón de Copa Libertadores con Olimpia para que dirigiera los destinos de los llaneros y el viejo Cubilla se unió a la disciplina de los celestes durante poco menos de un mes, cuando, fugazmente, despareció con 30.000 dólares que había cobrado por anticipado. Al final Centauros regresó a segunda división.

Una anécdota que lo pinta de cuerpo entero la contó el “Piojo” López, dirigido suyo en Racing: “Cuando entré al vestuario Cubilla me puteó diciéndome “López, ¡qué carajo hace usted jugando de 3!”. Yo le respondí: “Pero si usted me dijo que jugara allí”.

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Buzo a rayas de Carlos Leonel Trucco

Fue un pionero Trucco. A finales de la década de 1980 y a comienzos de la década de 1990 se inmortalizó gracias a este peculiar diseño que más parece una camiseta de algodón tipo polo manga larga referencia “prisionero”. No hay que olvidar que esta era una época en la que los arqueros solían conformarse con el buzo que llegaba como parte de la dotación que compraba el equipo, no había llegado todavía la época de la vanguardia en la moda de las piolas. El caso es que algo debía tener el argentino nacionalizado boliviano con este diseño, pues a todos lados donde iba se limitaba a pedirle a su mujer antes de comenzar cada temporada que le descosiera el escudo viejo para ponerle el del equipo al que recién había llegado. .

Omar Franco

Pocos, muy pocos, pueden contar una historia como la de Franco. Comenzó como tercer arquero de Millonarios a finales de la década de 1980. Un buen día, seguramente mientras planchaba el buzo número 22, le dijeron que tenía que ir esa noche al Campín a tapar contra Wanderers por la copa de 1988 ante la ida de Cousillas y la lesión del ya homenajeado Fabio «La Gallina» Calle. Omar debutó esa noche e inmediatamente se vio favorecido por esa ley natural del fútbol que dice que un suplente siempre será suplente, pero que a un tercer arquero el día que se le da la oportunidad siempre responderá. Su buen desempeño le permitió a Franco encargarse del arco azul durante el resto de la oscura temprada de 1988 que terminaría coronando al equipo albiazul, con Franco en el arco, campeón. El ícono de ese título fue justo la imagen de Omar arrodillado en la gramilla del metropolitano esperando a que terminara el partido en Bogotá. Dato adicional: para esa época era el arquero más jóven en salir campeón en Colombia.

Su descollante debut -al título se le añade que en sus 30 primeros partidos com profesional Millonarios no perdió- fue premiado con un puesto en la banca para 1989 año en que llegó Sergio Goycoechea a cuidar el arco azul. Suplente en 1989, retomó la titular en 1990 año en el que Millonarios no clasificó por primera vez en mucho tiempo a las finales. Al año siguiente fue a dar al banco del Nacional como suplente de Jose Fernando Castañeda. Al equipo verde llegó ante la ida de Higuita al Valladolid en donde debutó el el 18 de agosto contra el Once Philips cuando la titular jugaba en España un partido amistoso contra el Valladolid. En el equipo verde repetiría la performance que había mostrado en Millonarios: un día se le dio la oportunidad, la aprovechó y al final de año estaba dando la vuelta olímpica en el Atanasio con un 22 estampado en la espalda de su vistoso buzo violeta intenso. Su buen desempeño fue otra vez premiado con un cómo butaco en la banca del Atanasio para la temporada siguiente. Higuita había vuelto y no había Franco ni buzo violeta que valiera. De nada sirvió el chispazo que experimentó el 11 de abril de 1993 cuando le atajó un penal a Ricardo Chicho Pérez en un clásico montañero, cuando el partido iba 4-3 en favor de los verdes en tanto que el 21 de julio del mismo año, luego de una tunda 4-0 del Junior en Barranquilla, Omar perdió una vez más la titular con «Chepe» Castañeda, para no volver jamás.

Dos decepciones tan fuertes, tan seguidas y tan iguales habían minado ya irreversiblemente el espíritu de Franco. Deambuló después sin mayor suceso por el Tolima y el Santa Fe. Equipo en el que, luciendo un buzo a colorinches con el 30 en la espalda, tuvo su última y malograda oportunidad como profesional.

Con la colaboración de fusilero..

Gustavo Díaz

Más conocido como el «crédito de Honda», este delantero protagonizó a finales de la década de 1990 una sucesión de exóticas excursiones en el exterior.

Despuntó en la delantera del Cóndor a mediados de la década de 1990 lo que le valió engrosar en 1995 una delantera santafereña que aún no se reponía por la reciente partida del «Tren» Valencia. Nunca mostró mayor cosa pese a las múltiples oportunidades con que contó. Para verdades, los números: 14 goles en 75 partidos, Mejor quizás que Jeffrey, Penayo o Liberman pero no lo suficiente como para que el estadio de Honda llevara su nombre. Hasta acá, nada extraordinario ni paranormal. Lo que llama la atención en la carrera de este modesto delantero son las dos incursiones que registra (también entre 1995 y 1998) en el fútbol europeo. En efecto, todo parece indicar que este jugador, a diferencia de otros, conoció la fórmula para ganarse el cariño del entonces mayor accionista de Santa Fe Cesar Villegas. En últimas hizo bien Gustavo. En lugar de dedicar su tiempo libre a perfeccionar aspectos de su fundamentación o de su técnica con el balón quiso más bien dedicar este tiempo a ganarse los afectos de don César. No tardó mucho tiempo en darse cuenta de que había tomado la decisión correcta: sin mayores argumentos futbolísticos jugó algunos partidos en la liga griega (en el Ethnikos de El Pireo) y pudo tomarse sendas fotos en el Partenón y en las playas de Mykonos para envidia de los compañeros suyos que creyeron que quedarse después de los entrenos era el secreto para llegar a Europa.

Años más tarde, en el primer semestre de 2001, cuando el Cheché Hernández y Samuel Calderón llegaron al verde con una constelación de estrellas detrás: Martín Zapata, Néstor Salazar, Jorge Salcedo, entre otros.

A llegar se le escuchó decir: “Nacional es un equipo grande, con jugadores de mucha categoría y vengo con la intención de triunfar”, sentenció con la tranquilidad de tener sus derechos deportivos en la mano.

Poco tiempo después debió salir por la puerta de atrás con rumbo a Pasto en dónde tampoco supo darle motivos a los concejales de Honda para que impulsaran lo del cambio del nombre al estadio. Su último intento fue en el Chicó, cuando este equipo militaba en la primera B.

Con la colaboración de fusilero..