El podcast que lleva varios años en el top of the heart de la familia del fútbol colombiano no podía dejar pasar el evento que tiene a medio país saltando en una pata, incluida la Policía.
Espere en esta edición especial:
-La conexión Obama-Shakira-John Pineapple.
-¿Shakira nuestra Messi?
-Qué le espera a Bambuco tras el pitazo final del Mundial.Incógnita.
-Coreanos del Norte persiguen a Bambuco. Serpa por qué.
-Exclusivo: fragmentos de las clases de educación sexual en nuestras selecciones menores.
La imagen borrosa se debió a que encargados de la FIFA quisieron que el cronista no tomara imágenes de la inundada sala de prensa del Estadio El Campín durante la apertura del Mundial Sub 20. La única forma de escapar con vida ante el acoso fue sacar la tarjeta Visa (que patrocina el Mundial), exhibirla encandilando a los hombres de seguridad con el holograma de la paloma, y hablar en un inglés digno de Carolina Cruz, que a ellos se les dificultaba entender.
El Mundial ha dado para todo. Desde excesos francamente desafortunados y bien conocidos hasta la feliz colisión de dos universos paralelos: el de la farándula y el del fútbol. El resultado es esta crónica de Carlitos Vargas con los jugadores del equipo de Lara a la que el Bestiario del balón desde ya se compromete a hacerle el lobby que sea necesario para que reciba un Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.
Dicen que cada vez que Eduardo Lara sonríe, el diámetro la barriga del «Cachaco» Rodríguez pierde un centímetro. Pues bien, el buen «Cachaco» puede estar tranquilo, su patrimonio más valioso no está en riesgo. Esta imagen corresponde al más esmerado intento de Lara por sonreír de la última década, en la celebración del título de Toulón. Pero por más que se esforzó, no lo logró. Apenas alcanzó a ofrecernos un desabrido rictus.
Observe con atención este gol: la sociedad entre Velásquez (no Diego, a pesar del sombrerito enrazado con obra de arte), Schomberger (el más europeo de los bogotanos que jugaron alguna vez en el Estadio Olaya, incluyendo a Sekularac) y Chitiva (orgullo de Fontibón). Los dos últimos alcanzaron a jugar juntos en Millonarios sin que se volviera a repetir con tanta insistencia ese acople tan perfecto entre ambos jugadores. De Velásquez no se supo mucho más. #marcabogota
El «famoso Pelé» siempre ha mostrado una debilidad por las grandes corporaciones y sus chequeras generosas. La habilidad que mostró para gambetear rivales le ha faltado llegada la hora de enfrentar jugosas ofertas, como aquella que hace poco lo erigió como imagen oficial de un medicamento para la disfunción eréctil. Pero esta faceta de impulsador platino no la adquirió, como fácilmente se podría suponer, al colgar los guayos.
Desde que era jugador activo, «O Rei» ya andaba cerrando tratos con empresas como Gillete, que en 1969 lo puso a invitar fanáticos colombianos al Mundial de México y a, literalmente, «torcer la jeta» para animarlos. No es este el momento para profundizar en su potencial salino, está claro. Aun así, sí queremos utilizar esta tribuna para saber en qué andan, qué ha pasado con los ganadores de esta promoción. Cuéntennos, con toda confianza y con beneficio de inventario, qué ha sido de ustedes. ¿Concretaron su proyecto de vida? ¿Conquistaron sus metas, formaron una familia, sembraron un árbol y escribieron un libro? ¿Han estado a salvo de los caprichos del destino y en sus hogares no ha faltado ni la salud ni el dinero ni el amor?¿Aquel viaje a México marcó, para bien, por supuesto, su paso por este mundo?
Todavía hoy nadie sabe qué salió mal. Dónde estuvo el error. El caso es que a comienzos de 1985 John Edison Castaño pintaba como el gran redentor del fútbol colombiano, como el llamado a llevar de cabestro a nuestro fútbol de la inopia a la gloria.
Fue la estrella del equipo juvenil que en Asunción, a comienzos de 1985 y dirigido por Luis Alfonso Marroquín, mostró por primera vez un estilo propio, patentado, no pirateado. Pero ni el más acérrimo de los pesimistas se habría imaginado que lo que parecía la alborada de un astro era en realidad su ocaso. Pero así fue. Tras el torneo de Asunción “Castañito” –de entrada se falló con el apodo- nunca volvió a ser el mismo.
Pese a que no existían canales privados ni TV por cable, pese a esto, igual sobre su casa se posó un enjambre de reporteros. Con el mismo estilo invasor que hoy conocemos, periodistas de todas las calañas ávidos de notas de color escudriñaron hasta el último rincón de su hogar. En los corrillos callejeros de fanáticos la especulación sobre su destino inmediato encabezaba el orden del día: ¿Sería Italia? ¿España? ¿Alemania?
Eso sí, mire usted, nadie lo bautizó como “Maradonita”. La razón es que el pesado apodo ya lo llevaba sobre sus débiles hombros Alex Cortázar, otro malogrado talento tempranamente oxidado por la salina expectativa del pueblo colombiano.
Pronto fue llamado a la selección mayor. Hizo parte, junto a Navarro Montoya y al “Pibe” Valderrama de esa peculiar convocatoria que hiciera el médico Ochoa para el repechaje contra Paraguay en los estertores de la eliminatoria de México’86. Pero no brilló. Tampoco meses después en el Mundial de la Unión Soviética, su presencia en ese torneo fue tan vital como una tarjeta visa en un tour por los países de la cortina de hierro. Luego, los dolorosos y con toda: cayó en lo más profundo de la suplencia de un América que tenía con qué armar 4 equipos de primerísimo nivel. Tal vez esto, más unas dosis del cariño jarocho que recibió en sus días felices, lo llevó a conocer, con las peores guías, las realidades de la noche.
Sin que nadie lo supiera –las esperanzas depositadas en él ya se habían evaporado- involucionó: pasó de promesa cotizada a futbolista a destajo, refuerzo de cuarto renglón en la lista de anual de altas y bajas. Tuvo múltiples escalas: Nacional, Racing de Avellaneda, Santa Fe, Caldas, Cali, Quindío, Huila y, por último, Pereira. Los últimos ahorros de su efímera gloria se los gastó en una frustrada candidatura al concejo de esta ciudad en 2007.