Regla es del fútbol que los llamados a ser arqueros titulares generalmente hacen el salto de la tercería a la titularidad sin previa escala en el frío banco. A lo sumo, un breve período de transición de unos pocos meses en la suplencia antecede su llegada a la titular. Sin embargo, y para gloria de mentes retorcidas como las nuestras, hay otra senda, y es aquella que suelen recorrer aquellos que nacieron con un «12» tatuado en la espalda. Esta por lo general comprende una o más temporadas como cuarto arquero para depués si dar el gran salto a la suplencia, posición que termina, vaya uno a saber por qué, en convertir a sus detentores en seres plenos, radiantes, muy conformes con su lugar en el mundo. Si no nos creen pregúntenle a Eduardo Niño.
Pues bien, Luis Fernando Sánchez pertenece a esta estirpe de los Niños, de los Chimás, de los Anzolas. Producto de la cantera azul, tuvo su primera experiencia profesional en el recién renacido Real Cartagena de 1992 a donde llegó –harto ya de ser el cuarto arquero de Millonarios– de la mano de Juan Enrique De Brigard, adiestrador también proveniente huestes embajadores. Haciéndole un breve quite a su destino, Luis Fernando alcanzó a disputar unos pocos partidos como titular en el Real hasta que en una negra tarde (la primera de cuatro que marcaron su carrera) un gol de media cancha en un 3-0 contra el Quindío lo obligó a retomar la senda del suplente. Después de pasar el resto de la temporada protegiéndose del bravo sol de nuestro caribe en la cálida sombra que el banco cartagenero le supo proporcionar, regresó a su casa matriz para la temporada de 1993 después de arduas negociaciones con la directiva –sin ironía: Luis Fernando siempre se caracterizó por pararse fuerte ante las condiciones impuestas por los directivos, tanto que en un comienzo de temporada en esos días cuando todo es color de rosa en un artículo del Diario Deportivo en el que se presentaba uno por uno a los integrantes del plantel azul, llegado el turno de Sánchez en lugar de un comentario tipo «arquero prometedor, esperemos que este año tenga su ansiada oportunidad «el periodista sentenció: «jugador caracterizado por sus constantes problemas con la institución»–.Una vez se concretó su regreso, Sánchez se hizo cargo del puesto de tercer arquero, detrás de Eddy Villarraga y de Hernán Torres. Promediando el segundo semestre de ese año, una expulsión de Villarraga y una lesión de Torres abrieron las puertas para su ansiado debut con el buzo azul: en un anodino partido de mitad de campeonato en Bogotá contra el Unión, Luis Ferndando tuvo la oportunidad dorada de dar el gran salto de la tercería a la titularidad. Para decepción de su fanaticada, su desempeño sin ser un desastre no fue tampoco espectacular (el partido se saldó con un lánguido 1-1) y nadie lo extrañó cuando Eddy Villarraga (dos años menor que él) retomó para el partido siguiente la posición. Cada vez parecía más claro que lo suyo no era ni iba a ser tampoco la titularidad.
Después de un 1994 en donde se alejó nuevamente de la disciplina azul para una breve “terceriada” en el Huila, regresó a Millonarios en 1995 cuando la participación en Copa Libertadores obligó al club a echar mano de todos los jugadores de su propiedad. Titular del equipo alterno –posición que, en plata blanca, sigue teniendo un importante tufillo de suplencia–, Sánchez tuvo su cuarto de hora cuando supo estar en el banco azul el día en que Villarraga se rompió el ligamento cruzado anterior en un partido por la Copa Libertadores ante Nacional en Bogotá. Rebosante de ganas y ante la incredulidad de buena parte de la afición que desconocía del todo su currículum, logró mantener el arco en cero, con brillantes atajadas de por medio, constituyéndose en pilar del triunfo 2-0 que esa noche lograron los hombres de Wojtila. A la buena actuación de esa noche le siguieron otras tantas que, sin embargo, no le alcanzaron para borrarle ese «inri» de eterno suplente que ya lucía en la frente. Tanto fue así que la lesión de Villarraga en lugar de confirmar a Sánchez como su sustituto natural precipitó la llegada de Óscar Fabián Cancelarich, meta argentino que sin haber salido de inmigración ya había desbancado de la titularidad a un abnegado Sánchez que sin remilgos retomó la titularidad del equipo satélite. En estas andaba cuando terminando el primer semestre de 1995 fue requerido para ser titular en un clásico amistoso que a beneficio del narrador Carlos Arturo Rueda se disputó en el Campín, partido que habría quedado en el más cruel de los olvidos de no haber mediado una jugada de la Sánchez fue su protagonista. Fue en el último minuto del primer tiempo, un balón que no representaba mayo amenaza llegó a sus predios. Con la intención de no detener el juego, Sánchez decidió evacuar el balón con un fuerte remate, un despeje más. Sin embargo, algo falló y en lugar de impactar el manso balón, el empeine siguió derecho llevándose consigo el equilibrio y buena parte de la honra del artista quien desde el suelo vio como el otrora inofensivo balón traspasaba la raya del arco que defendía. Tan amargo fue el trago que para el segundo tiempo fue relevado por Andrés «Roque» López (si amable lector, pronto tendrá su espacio).
Superado el cómico, casi circense, impasse, Luis Fernando se alistó para una nueva temporada en lo suyo como suplente de Cancelarich. Fue él el primer sorprendido con la inesperado viaje del gaucho rumbo a Huracán después del primer partido de la temporada 95-96, dejando al garete el arco albiazul. Así, una nueva oportunidad de abandonar el camino del suplente surgía para Luis Fernando, primero nuevamente en la línea de sucesión. Sin abandonar en ningún momento su número 12, Luis Fernando pudo entonces adueñarse del arco azul por un semestre. Se pasaron rápido esos seis meses y pronto llegaría la hora de medirse con Eddy Villarraga cuando este regresó de su lesión a comienzos de 1996. De nada sirvieron llegado el momento los partidos acumulados y las dos o tres tardes de gloria: debía abandonar la posición. Obediente, a Luis Fernando le correspondió ver desde el banco como los muchachos de Prince sorprendían llevándose un subcampeonato que no estaba en las cuentas de nadie. Amañado en su puesto natural, la siguiente oportunidad le llegaría al año siguiente cuando un mal momento de Eddy Villarraga en plena Copa Libertadores (incluido un vulgar yerro, muy del estilo del protagonizado por nuestro homenajeado en el clásico amistoso) trajo consigo otra oportunidad para Sánchez. Después de responder con lujo de detalles en los primeros partidos en que tuvo en sus manos la titular, tuvo la mala fortuna de toparse con otro pésimo chiste de la Diosa fortuna para con él. Sucedió en el partido de vuelta de la segunda fase de la Copa Libertadores de ese año. En el Centenario de Montevideo Millonarios buscaba ante el siempre aguerrido Peñarol conservar los dos goles de ventaja que había alcanzado en el partido en Bogotá. Los azules se acercaban al objetivo hasta que un centro al corazón del área motivó una salida a cazar mariposas de Sánchez . Suponemos que conciente de su error, Luis Fernando trató de enmendarlo simulando una lesión. El árbitro, un tal Robert Troxler de Paraguay, no tragó entero y dejó que la jugada continuara. Con el arco desprotegido, el «Pato» Aguilera sólo tuvo que empujarla para poner a ganar al equipo mirasol. La decisión de Troxler de no parar el partido, motivó una feroz protesta de los jugadores azules que desembocaría en la expulsión de Marcio Cruz y de John Mario Ramírez dando pie a una debacle que continuaría con dos goles más del cuadro manya. Sin embargo, gracias a un agónico penalty provocado y convertido por Ricardo»Gato» Pérez que puso el partido 3-1, la serie se definió por cobros desde los doce pasos. En la definición, Sánchez enmendó en parte su error atajando uno de los cobros. De poco sirvió, pues la mala puntería de los cobradores azules terminaría por servirle en bandeja de plata a Peñarol su clasificación a tercera ronda. Este difícil momento terminaría siendo el epílogo de la tormentosa y no menos trágica historia de Luis Fernando en Millonarios. Poco tiempo después llegaría Héctor Burguez y al puesto de Sánchez sería asumido por el popular «Roque santeiro».
Después de este desafortunado final, recalaría nuevamente en el Huila en donde, nuevamente como suplente, alcanzó a disputar ocho partidos. Finalizad su rodadita a Neiva, el siguiente registro que se tiene de su trasegar nos remite a su aparición defendiendo el arco del que fuera el primero de los Chicós en el 2001. En ese equipo, patrocinado por Prostatrón, estaba conformado por leyendas de la talla de Gustavo Quijano, Álvaro Aponte,Fredy León,Álex Daza,Raúl Ramírez y Wilmer Cabrera. Del Chicó pasaría en el 2003 al siempre exótico Pumas de Casanare. Ya de salida, seguramente no se imaginó que aún faltaba una estación en su vía crucis de tardes y noches negras. Estaba en Yopal, en las postrimerías de un hasta esa altura anodino Pumas-Bajo Cauca, con René Higuita en el arco de los antioqueños. Fiel a su estilo, promediando el segundo tiempo el «Loco» vio salido a su colega y con un globo desde su arco marcó un gol para la posteridad. Nuestro homenajeado, por su parte, volvió a las primeras planas de tabloides y noticieros despertando, nuevamente, la compasión de madres y abuelas. Superado este difícil momento (de algo le tuvieron que haber servido los viejos papelones) defendió por un año más el arco de Pumas. Hoy se le ve desfilar por diferentes torneos aficionados de la capital como delantero muy lejos del ingrato arco.¿Hace falta una explicación?
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