"Lucho" Herrera

Más conocido por sus ejecutorias sobre el caballito de acero, “Lucho” Herrera registra también una dilatada trayectoria en el fútbol profesional colombiano bajo el nombre de Armando Osma. De forma paralela a su carrera ciclística, Lucho supo cuajar una carrera futbolística que, contrario a su desempeño en el mundo de las bielas, se caracterizó más bien por la intermitencia y la mediocridad. Está claro y es más que comprensible que el “jardinerito” no podía responder en todos los frentes con la misma maestría con que lo hacía sobre los pedales.

Así las cosas, no sobra recordar como muchos en su momento se preguntaron por qué en la década de 1980 Lucho no se decidía a emprender vuelo con destino a un equipo grande del viejo continente donde seguramente encontraría gregarios que le ayudarían a salir avante de los tan temidos abanicos. La respuesta es muy simple: pese a que el ciclismo era el deporte que más éxitos y glorias le reportaba, Lucho no tenía ni la más mínima intención de abandonar la actividad que cautivaba a la otra mitad de su corazón: el balompié. Mientras militara en el Café de Colombia, “Lucho” podía sin ningún problema alternar los entrenamientos entre semana con sus apariciones en los estadios del país con la verde del Cali. Las ausencias obligadas por motivo de su presencia en la Vuelta, el Tour y la Dauphiné cuando no coincidían con una para del campeonato eran fácilmente disimulables bajo la excusa de una lesión, un inconveniente familiar o una simple rabieta de su técnico, el también célebre Karol Wojtila. En todo caso, no se trataba de una pieza fundamental en el andamiaje azucarero. Ahora, si “Lucho” se hubiese animado y hubiese decido firmar para el Reynolds, el Z Peugeot o para el Toshiba, también hubiese sido preciso conseguirle un equipo francés o español de algún mínimo renombre el cual ubicar a Armando Osma, labor que estaba condenada al fracaso: una cosa era anunciar que Lucho había firmado para el Reynolds y otra, muy diferente, que el “Piripi”-sobrenombre con que se le conocía en las canchas- era el nuevo refuerzo de, diga usted, el Atlético de Madrid.


«Lucho», en un momento de gloria en las canchas.

Una vez llegó a su fin su carrera ciclistica, por allá en 1992, Lucho encontró vía libre para dedicársele de lleno a su pasión oculta. No es gratuito entonces, si se observa con cuidado, que el desempeño de Armando Osma registrara un notable ascenso justo a partir de 1993, temporada en la que pese a descender con el Tolima, Herrera aportó numerosos goles que finalmente no servirían de nada. No obstante, este buen desempeño le significó al “Piripi”un contrato con Millonarios gracias a la gestión que oportunamente hiciera su mentor en las canchas, Karol Wojtila. Ya en el ocaso de su carrera y sin dejar nunca de ser el delantero modesto que siempre fue, Lucho supo poner su granito de arena en el subtítulo que ese año conseguiría el club del que nunca negó ser un apasionado seguidor. Un gol en el último minuto contra Nacional en la final de ese año que le significó la victoria a los dirigidos por Popovic le permitió, por unos breves instantes a Lucho saborear en un gramado las mieles de la gloria que gracias a la “bici” le eran ya muy familiares.


Imagen para la posteridad: Wojtila y Herrera celebran un gol en el banco norte de El campín.

Bastante tímido, pero no menos porfiado, Osma quiso aprovechar al máximo los pocos años que le quedaban de carrera futbolística quemando sus últimos cartuchos en el recién ascendido Cortuluá y más adelante en el Atlético Huila. Su paso por el corazón del valle marcó el inicio también de una nueva etapa de fuertes conflictos en su vida cuando muchos le sugirieron seguir los pasos de Rafael Antonio Niño en la dirección técnica de equipos nacionales. Lucho supo hacerle caso omiso a esas presiones y tuvo a bien escuchar su corazón. El tiempo terminaría por darle la razón y hoy por hoy, como asistente de Luis Fernando Suárez en la selección ecuatoriana, será uno de los pocos colombianos presentes en Alemania 2006.
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Zoran Draguisevic

No es común eso de los europeos en el fútbol del tercer mundo –exceptuando, cómo no, el caso mexicano-. Toparse con un pálido rubio en un campo de entrenamiento suramericano puede llegar a ser tan exótico como que una mujer holandesa de vida díscola ofrezca sus servicios en el barrio Santafé en Bogotá. Nuestro homenajeado de hoy, Zoran Draguisevic hace parte de ese exclusivo club de gente con espíritu emprendedor que al igual que el próximamente homenajeado Tomic creyeron que un apellido extraño, unos ojos claros y el recordar a su llegada a su paisano Sekularac les garantizaría por lo menos seis meses de vacaciones remuneradas en medio del trópico y sus encantos.

Así las cosas, en un reportaje que sobre las nuevas caras del América hizo el Diario Deportivo aseguró que su carrera había comenzado en el Estrella roja de Belgrado y que había continuado en Italia con sendos pasos por el Torino y el Foggia. Aseguró también haber sido víctima de la “ley Bosman” impidiéndole continuar una trayectoria que, a juzgar por su carpeta de presentación, lo llevaría en pocos años al Milan en el peor de los casos. Nos imaginamos la escena en un café de Belgrado: un oscuro traficante de especies exóticas, diamantes, uranio y harina convenciendo a Zoran, por ese entonces albañil desempleado: “tu ir a Cali allá yo conocer socios decirles que jugar Italia y que ley Bosman no te dejó mostrar más talento y condiciones. Con eso pagar pasajes poder conocer Cali mujeres bonitas, hermosas, muy hermosas”. Obediente, Zoran siguió al pie de la letra las instrucciones de su mentor y, hay que decirlo, estuvo cerca, muy cerca de lograrlo. Quizás incidió en que no coronara la mosletia que se tomó algún directivo del América por investigar sobre ese cuento de la “ley” Bosman descubriendo que si bien esta beneficiaba a los jugadores comunitarios poco o nada incidía sobre la situación de los no comunitarios.

Descubierta en parte su estrategia y temiendo una rabieta de ciertos personajes insignes de la ciudad de la que podría salir mal librado, o mejor, no salir del todo Zoran huyó pronto de Cali. Llegó a Bogotá, ciudad que le fue referenciada por propios y extraños como paraíso por excelencia del jugador extranjero no profesional. Confiando en el bagaje de la ciudad y en el color de su cabello, Zoran se presentó una mañana al entrenamiento del Santa Fe que por ese entonces era dirigido, como gran novedad, por el inefable Arturo Boyacá. Boyacá, un tipo de mundo, viajado, no se dejó meter los dedos en la boca e inmediatamente se percató de las artimañas del balcánico. Viejo zorro, Boyacá invitó más bien a Draguisevic a que le hiciera algunos arreglitos a su apartamento que tenía pendientes desde hace tiempo. Terminados esos trabajos, Boyacá le aconsejó probar suerte, como futbolista, en El Salvador no sin antes convencerlo de estampar su firma en lo que él mismo llamó: “unos papelitos que no hace falta leerlos con mucha atención”.
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Julián Martínez, la "Estrella azul"

Pregunta que nunca falta cuando coinciden por lo menos dos fanáticos y dos cervezas: «ole, y ¿qué habrá sido del pelado que ganó ese reality para escoger dizque la estrella azul?». Sin querer queriendo, el destino de Julián Martínez –ni los más enfermos recuerdan su nombre- ha sabido hacerse a un lugar entre los grandes enigmas contemporáneos: ¿es verdad que la mamá de Prince (el cantante, no el técnico) es caleña? y ¿alguién sabe qué pasó con la estrella azul? son dos preguntas que suelen ir de la mano en cualquier velada en la que aflore el tema de los mitos y las leyendas urbanas.

Ganador de “Estrella azul”, reality que en los índices de recordación popular sale mejor librado que «Protagonistas de novela 2 y 3», «Nómadas» y aquel que en el que se encerraba un lote de guarichas para que un supuesto multimillonario las escogiera, Julián Martínez tuvo sobre sus hombros la responsabilidad de demostrar que el género de los realities también podía favorecer a quienes esgrimían talentos diferentes a la talla del brasier. Desafortunadamente, esta carga pesó demasiado sobre quien sin haber debutado ya había sido primera página de El Tiempo y –especialmente entre el público femenino- era más popular que el mismo Peluffo, técnico azul en aquel entonces, y que el “Cabezón” Rodríguez.


Julián, acosado por la prensa.

Confirmando aquello de que a la televisión no hay que creerle de a mucho, Julián no llegó de buenas a primeras al plantel profesional de Millonarios. Una vez derrotó a Mario Anchique en la final del concurso a comienzos de 2003 junto con otros siete u ocho participantes Julián fue ubicado en el equipo de primera C. Acostumbrándose cada vez más a a ser blanco de todas las miradas y comentarios, Julián tuvo también algunas esporádicas incursiones en el equipo de reservas que ese año disputaba los preeliminares de los partidos de la profesional. De su primer año en Millonarios se destacan unos minutos finales de un preliminar de un clásico entre las reservas de los dos equipos capitalinos cuando en el estadio ya había unas 20,000 personas y otros minutos que Peluffo lo dejó jugar en un amistoso contra Honduras en el país centroamericano. Esto fue lo más cerca que estuvo Julián de eliminar de una vez y para siempre el diminutivo “ita” que aparecía cada vez más acompañando a “estrella” cuando de él se hablaba en los corrillos. De acuerdo con un entrenador que lo tuvo a su cargo al ser consultado por la unidad investigativa del Bestiario, una nociva mezcla de indisciplina, lesiones y la pereza, fiel compañera de quienes crecieron más arriba de San Alberto, comenzó a hacer mella sobre Julián.


Julián, en su primer entreno con la profesional.

El 2004, que pintaba como su año definitivo, comenzó para Julián en medio de estas mismas variables. Esta siguió siendo la constante hasta mediados de año, cuando una agobiante crisis económica obligó a Millonarios a afrontar el torneo local y la Copa Suramericana con un plantel de juveniles. Para Julián esta sería su última oportunidad. Era ahora o nunca. Fue así como en ese segundo semestre, no sobra recordarlo, debutó todo aquel que pasó por el kilómetro 21 de la autopista norte con unos guayos al hombro preguntando por “lo de jugar los domingos en el Campín”. Esta promoción abrió las puertas para que debutaran Jimmy Montes, Fabio Tamayo y Jaime Rafael Morón entre muchos, muchos otros afortunados que de otra forma jamás llegarían a pisar el gramado de la 57. Tan crítico era el cuadro del paciente que llegó incluso a debutar Difilipe, pintoresco mochilero argentino que pronto recibirá su homenaje. Todos debutaron, menos Julián.

Terminó el 2004 y con él las excusas para quien a esa altura ya había hecho méritos suficientes para que el diminutivo “ita” acompañara por siempre al sustantivo “estrella”. Para el comienzo de la pretemporada de 2005 su nombre ya no apareció. Este abandonó para siempre el mundo de las vendas, el mentol y la pecueca para instalarse junto al del Tuto Barrios y al de Pepita Mendieta, en el más bien sórdido mundo de los mitos y leyendas urbanas que de cuando en vez es visitado por algunos pocos sicópatas cortesía de sendas botellas de Vatt69.
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Calendario 2006 Bestiario del balón, el mejor regalo en esta navidad

Después de una larga espera, finalmente está disponible para todos nuestros lectores el Calendario del Bestiario 2006. Por sólo $10,000* lleve a su cocina, oficina o baño a todas aquellas figuras mitológicas que han dejado su huella imborrable en nuestras psiquis. Maturana, Nery Franco, el Mustang de Jhon Mario, Penayo y muchos más estan ansiosos de entrar a ser parte de sus vidas. Incluye además todas esas fechas célebres como aquella de la patada de Arley Betancourt al juez costarricense que han construido nación y no podemos olvidar.

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Quienes ya reservaron su ejemplar, no deben llenar el formulario. Pronto los contactaremos.

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Torneo de las Américas sub23

De lo exótico que se ha visto en Colombia es este torneo que tuvo lugar a comienzos de 1994 y que muy en sus comienzos se pensó como un torneo que con el tiempo se institucionalizaría junto al preolímpico como cita obligada para las selecciones sub23 del continente. Esta vaga idea, sin embargo, no tardó en diluirse y hay que decir como preámbulo de este pequeño homenaje que desde antes de que comenzara el torneo este ya olía a formol. Pese a dicho hedor, el torneo finalmente tuvo lugar en Bogotá, Armenia, Pereira y Tulúa escribiendo así una página dorada en la historia no-oficial de nuestro querido fútbol.


Colombia en Techo. Una imagen para la posteridad.

Fueron muchas las curiosidades que trajo consigo este singular evento. La mayor y más rocambolesca, sin duda, fue la presencia entre las selecciones participantes de la selección Antioquia (departamento del noroccidente colombiano). Una inesperada cancelación de último momento de la Selección de El Salvador –que a su vez ocupaba el lugar, suponemos, de Bolivia- obligó al organizador del evento, Gustavo Moreno Jaramillo, a tomarse demasiado en serio aquel esporádico reclamo de los antioqueños por la federalización. Argumentó también que asi como los galeses y los escoceses pese a ser parte del Reino Unido podían participar en competiciones internacionales con sus respectivas selecciones no veía por qué nosotros no podíamos estar a la altura de los padres del fútbol dando vida a lo que, de lejos, es uno de los hitos más altos de nuestra barbarie dirigencial y propinándole de paso la estocada final a un torneo que incluso antes de semejante despropósito ya lo agobiaban serios problemas de credibilidad.

Una vez hizo su arribo por el muelle nacional la última de las selecciones participantes, el torneo comenzó el cinco de febrero en Bogotá. Ese domingo, sin embargo, el tradicional Nemesio Camacho “El Campin” no abrió sus puertas. El escenario encargado de albergar la “fiesta sub23 de las Américas” fue el recién acondicionado estadio de Techo (antiguo hipódromo que llevaba el mismo nombre). La selección anfitriona, encargada de enfrentar en la inauguración a la siempre respetada Trinidad y Tobago, era dirigida por Pedro Sarmiento y Norberto Peluffo y contaba con futuros valores como “Guigo” Mafla, Harold Lozano, Ricardo Pérez, Oswaldo Mackenzie y Henry Zambrano junto con otros elementos de perfil más bien mediano como Miller Durán, Manuel Martínez y León Atehortúa. Un contundente 3-0 a favor de los locales marcó la inauguración del recién acondicionado estadio enclavado en el occidente capitalino. Este partido también quedó en la historia por haber sido el primero y, hasta la fecha, último partido de alguna trascendencia que se ha disputado en este pordebajeado escenario que hoy luce una gramilla junto a la cual la del Eduardo Santos es una auténtica mesa de billar.


Así tituló el Diario Deportivo después de que Colombia goleó 4-0 su «similar» de Antioquia. Y después acusan a este medio de suspicaz.

Lo que vino después fue lo típico de cuantos torneos internacionales se han disputado en este rincón del continente: un grupo descaradamente fácil para Colombia (Antioquia, Trinidad y Tobago y Ecuador) con un calendario diseñado para que fuera físicamente imposible que no llegara a disputar la final (la semifinal fue nuevamente contra Ecuador), las selecciones tradicionalmente poderosas del continente sin las figuras que todos anhelaban ver en ese momento y, para terminar, un arbitraje bastante cuestionado en el partido final en el Colombia derrotó 3-2 a la Uruguay de Víctor Púa.

Quienes dicen hablan mal de la Copa América de 2001 es porque no recuerdan la Copa de las Américas. Para torneos sobre medidas este. Sin duda.


El «Choco» Suarez en un pasaje del clásico del norte de Suramérica..

Juan Carlos Niño

Volante de marca bogotano de frondosa cabellera en sus inicios. Su trayectoria llama la atención por haber estado casi siempre en permanente declive.

La primera noticia que tuvo de él fue su convocatoria junto a Eddy Villarraga a la selección juvenil de Juan José Pelaez en 1988. Como buen bogotano su puesto en el onceno nacional no estaba en el gramado ni en la banca; fue en la tribuna donde, por más que lo intentó, no logró sobresalir. Años más tarde hizo parte de la selección preolímpica que consiguió en Paraguay el cupo a los olímpicos de Barcelona. Dos coincidencias marcaron ambas convocatorias: la primera, sólo pudo ser titular en un partido las dos veces contra Paraguay. La segunda, que llegada la hora de la convocatoria para el evento al que se había conseguido la clasificación: el mundial de Arabia y los olímpicos de Barcelona su nombre no apareció por ningún lado.

Como se advertía, en sus primeros años el joven Juan Carlos se perfilaba como una de las grandes promesas del fútbol bogotano de finales de la década de 1980. Su convocatoria al preolímpico de 1992 después de un final de temporada bastante aceptable en 1991 alimentó un poco más esa esperanza. Una campaña más bien mediocre en 1993 fue el primer presagio de lo que estaba por venir. Su rendimiento intermitente se tradujo entonces en una estadía de un año en Neiva, todos los gastos pagos, para jugar con el Huila al año siguiente. Fue en la tierra del Sanjuanero donde Juan Carlos cuajó la que sería su última temporada medianamente aceptable. De regreso a Millonarios en 1995 parecía, una vez más, que este iba a ser el año de su consolidación. La suerte, sin embargo, definitivamente no estaba de su lado y una lesión comenzando la temporada fue el final de lo que parecía ser su despegue definitivo. Tratando de hacerle un quite al destino, Juan Carlos decidió hacer historia y una vez se recuperó de la lesión se convirtió , junto con el vallecaucano Juan Pablo Arango, en el primer colombiano en incursionar en el fútbol chino. De su breve paso por oriente hay que rescatar la entrevista que en una anodina mañana sabatina le concedió a la siempre acuciosa Claudia Helena Hernández en el programa “Por los campos del deporte” de Antena 2. Después de agradecerle de todas las formas a Claudia Helena que lo hubiera llamado, la conversación entre periodista y futbolista aventurero adquirió tintes dramáticos: “dígale a mi familia que estoy vivo”, “no aguanto comerme una culebra más” se le escuchó decir.

Meses más tarde Juan Carlos regresaría para comenzar ahora si en serio un descenso que llegaría a niveles que ni el más pesimista se pudo haber imaginado. Su carrera los siguientes años se repartiría entre el Huila y Millonarios y se caracterizaría por el enorme cariño que por el profesó la tribuna. Limitado, sinsangre, torpe, burdo, son adjetivos que se quedan cortos a la hora de describir su magro desempeño en esas oscuras temporadas que le sirvieron sólo para consolidarse como un referente que nunca falta llegada la hora de hablar de los grandes troncos albiazules de los últimos años.

En 1999 tuvo lugar su último regreso a la escuadra embajadora cortesía de Luis Augusto García.
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Christian Tamayo

A comienzos de 1998, meses antes del mundial de Francia, el «Bolillo» sorprendió al país futbolístico incluyendo en la convocatoria para un partido amistoso contra San Lorenzo a un tal Christian Tamayo. Se trataba de un jovencito de Palmira, del registro del Boca Juniors de Cali, que no había debutado aún como profesional y que ni siquiera había hecho parte de selecciones juveniles. En ese momento se dijo que semejante excentricidad era parte de una nueva tendencia que se imponía en el fútbol mundial que consisitía en «ir acercando» a la selección mayor a futuras promesas para que adquirieran roce internacional, supieran qué era una concentración y aprendieran a lidiar con la prensa deportiva. Fue así como los áulicos de «Bolillo» hicieron ver este suceso como algo perfectamente normal que además nos ponía a la vanguardia mundial en el tema de manejo de jóvenes valores. Fuera lo que fuera, el país entero puso sus ojos en quien tenía que ser un superdotado, un niño aventajado que hacía historia al ser el primer jugador que sin haber debutado como profesional ya hacía parte de una selección mayor.Una vez más, el país tenía motivos para creer que se estaba ante el advenimiento de un fenómeno.

Finalmente el partido contra San Lorenzo, como es costumbre, se perdió y Christian no debutó. Todo lo dicho sobre esa «nueva tendencia» cayó en saco roto pues para las siguientes convocatorias no hubo más sorpresas de este tipo quedando más que demostrado que la convocatoria de Christian no fue sino uno más entre los exóticos caprichos del técnico que, en todo caso, no estuvo excento de suspicacias. De Christian nada se volvió a saber y, para ser sinceros, era bastante predecible que la sal que sobre el vertieron los acusiosos reporteros que dieron cuenta de su temprana convocatoria surtiera su infalible efecto. Sin conocer cual fue la verdadera motivación del Bolillo para hacerle tremendo daño a una jóven promesa el hecho es que Christian debió haber quedado eternamente agradecido para con Hernán.
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Camiseta riverplatense del Tolima

Contribución de un corresponsal.

En 1982, el Deportes Tolima era sensación en el fútbol colombiano. Y parece que ese cambio de chico a grande tuvo algo que ver con el uniforme. Ya en 1981 se había eliminado la combinación vinotinto y oro para usar un uniforme negro y amarillo con un logo de Kokoriko que era más grande que el número.

Pero en ese año 82, Tolima, en esa costumbre tan colombiana de querernos parecer a los extranjeros, decidió romper del todo con sus colores. Se puso una camiseta tricolor que en su momento fue la alternativa para River Plate pero que, justo por esos años, archivó en el closet durante varios lustros: las gruesas rayas rojas y blancas eran separadas por una negra mucho más delgada. Todo hay que decirlo: el Tolima se veía raro.

Con esa camiseta, el equipo fue subcampeón, repitió Copa Libertadores y luego el uruguayo Baudilio Jáuregui, que había jugado en River, mantuvo la camiseta durante dos temporadas más. Curiosamente, cuando el equipo volvió a su tradicional atuendo, también regresó a la cola.

En una de esas maniobras desesperadas para evitar el descenso, Tolima trajo de nuevo a Jáuregui en el 92. Jáuregui desempolvó la camiseta, pero la cábala no sirvió y el equipo se salvó del descenso de vainas. La costumbre de copiar lo de afuera ganó la pelea en el 93 y Tolima jugó con un uniforme «igualito» al que usaba la Roma por ese entonces. Fue histórico: Tolima descendió. .

Juan Carlos Gruesso

Contribución de Goncolo

Transcurría el final de la década de 1970 y dos jugadores se disputaban el puesto de crack del Colegio Leonístico de Cali. Ozma, un humilde y talentoso delantero de Yumbo, Valle que estudiaba en un colegio privado gracias a que las directivas le regalaban el costo de la matrícula y el flamante Juan Carlos Gruesso hijo de una familia más acomodada. A Ozma lo apodaban «cucaracho» pero a Gruesso nadie se atrevía a ponerle remoquete alguno porque era uno de los «papitos» o niños bonitos que hacía suspirar a más de una.

Cuando se armaban dos equipos en los recreos siempre estaban uno en un lado y el otro en el contrario por aquello de equilibrar las cosas. Ambos soñaban con llegar al fútbol profesional pero solo Gruesso lo logró quien sabe por que azar del destino… o de la pinta.Lo cierto es que rápidamente las historias de Gruesso entrenado y haciendo goles en las inferiores del otrora «glorioso» Deportivo Cali lo convirtieron en el orgullo del colegio.

Ya para 1984 la «promesa» goleadora del Cali estaba listo para debutar. El equipo profesional acababa de vivir una desastrosa temporada y había contratado a Pedro Nel Ospina con la esperanza de volver por la senda del título. El recién estrenado presidente Nelson Garcés Vernazza había iniciado su incumbencia con una poda en la que habían quedado fuera del equipo jugadores como Javier Solarte, Ricardo César Ruiz Moreno, Rafael Humberto Bravo, César Arce Valverde, Carlos ’Tribilín’ Valencia, Wilman Conde y el ’Cococho’ Alvarez.

Era la hora del crack, la revelación, la promesa goleadora, entre otros calificativos con los que la entusiasta prensa caleña le vendía sueños a la alicaída afición. Mao y Rentería no se cansaban de alabar su «impresionante físico» y la potencia de su arranque demoledor.De las canteras emergieron junto a Gruesso jugadores como Héctor Ruiz, Carlos Enrique ’Gambeta’ Estrada y Oscar Eduardo Ibarra. También habían llegado como refuerzos los colombianos Luis Murillo (Tolima) y José Flórez (Tolima), junto con los argentinos Juan Domingo Patricio Cabrera (Vélez Sarsfield) y Roberto Benito Vega (Nueva Chicago). Estos últimos dignos también de un homenaje por su improductividad absoluta.

Fue así como una tarde de cuya fecha no quiero acordarme le llegó la oportunidad a Gruesso ante la ausencia por lesión de uno de los delanteros del equipo. Era la hora de demostrar que tanto halago tenía sustentación. El titular del diario El País al día siguiente del partido fue elocuente: “¡Un grueso error!”Empezó en el profesionalismo con el pié izquierdo y se fue diluyendo la promesa de la misma manera que «cucaracho» había visto diluir sus ilusiones de llegar al profesionalismo ante la realidad de tener que trabajar para mantener a su madre y hermanos.Mao y rentería compartieron (cada uno por su lado) adjetivos descalificadores contra la novel promesa, que evidentemente fue otra de las promesas incumplidas del fútbol colombiano.

No se supo mucho de Gruesso hasta que hace un par de años ya como técnico, llevó al Valle del Cauca al Campeonatato Nacional sub 21. De allí pasó a dirigir las reservas del América. Ojalá y como director técnico no cometa los gruesos errores que lo marginaron de la gloria.A esto hay que añadir que a Gruesso se la pusieron difícil pues de entrada se le habló de él como el reemplazo de Carlos Amaro Nadal, uruguayo que si tuvo un paso exitoso por el equipo constituyéndose en figura e ídolo para los caleños. Un partido fue suficiente para que quedara claro que su parecido con el uruguayo en ningún caso pasaba por lo futbolístico.
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Fabian Domínguez

Uno más que llegada la hora de escoger el plan para las vacaciones de final de año prefirió el paquete “venga a Cali, tape en el Cali todo pago” que una semana todo incluido en Cancún. En este caso en particular, la oferta tenía un aditamento que la hacía muy difícil de rechazar: un breve paso, antes de llegar a Cali, por Santa Marta, el Rodadero, Taganga, el Parque Tayrona y, cómo no, el arco del Unión. Fue así como, animado por su paisano y colega Sergio Navarro quien unos meses antes había optado por el mismo plan, el ex arquero de Defensor Sporting y ex suplente de Miramar Misiones y Nacional de Montevideo llegó para el segundo semestre de 1997 a Santa Marta lugar en donde esperaría a que terminara la estadía de Navarro en Cali.

Del paso de Domínguez por Santa Marta, además de la visita a los atractivos turísticos de rigor quedó también un ligero altercado con el entonces técnico samario Miguel Augusto Prince. Al respecto, entrevistado por la Revista del Cali -medio que agasajó como corresponde al nuevo huésped de un arco que cada vez más posicionado más entre los grandes destinos turísticos del continente- Domínguez aseguró que, contrario a las versiones, él no era perezoso y que todo no fue más que un pequeño altercado debido a la forma de trabajar del “Nano”. Extra micrófono, Domínguez aseguró que el plan que escogió en Montevideo no decía nada sobre entrenos a mitad de semana y salidas a trotar por las mañanas. A alguien se le debió haber olvidó aclararle esto mismo a Prince.

Después de seis meses de altibajos en el arco del Unión, Domínguez finalmente desembarcó en Cali. Igual que a su antecesor, Fabián debió cargar con el rótulo de reemplazante y sucesor de Calero. De entrada hizo un llamado a la prudencia: “es muy difícil [reemplazar a Calero] porque es el mejor arquero que tiene Colombia”. “Sucesor de Calero” era un rótulo demasiado pesado para quien, igual que su antecesor, no era más que un simple veraneante.

Conclusión: seis meses fueron más que suficientes primero, para que Fabián conociera todos los atractivos turísticos que ofrece el Valle del Cauca y que previamente le había recomendado Navarro. Segundo, para que el mismo Domínguez demostrar que lo suyo era el turismo, no el fútbol y tercero, para que el arco del Cali se cotizara aun más como un codiciado destino turístico en las agencias de viajes del sur del continente.

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