Incunable fotográfico que muestra en una misma imagen a los más adelantados “imitadores” (solamente en look) de Carlos Valderrama. La consigna para Misael Ávila y Dorian Zuluaga estaba clara: en 1987 su buena campaña con el Deportivo Pereira les iba a dar grandes cosas, tal vez un Renault 21 en Francia o un contrato eterno con Belcolor. Ninguno estuvo cerca, pero hay que decir que Misael fue doble del “Pibe” Valderrama en el comercial de los desodorantes Montpellier que hicieron famoso al ídolo de Pescaíto y en el malísimo Cali de 1988. Dorian, en cambio, regresó a Santa Fe, donde estuvo varias tardes aciagas, buscando el talento perdido.
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Claudio Ibarra
Curiosamente su arranque fue bueno con el Once Phillips: sus atajadas fueron destacadas en la segunda fecha del arranque del torneo de 1992. El Phillips se llevaba una valiosa victoria de visitante ante Independiente Santa Fe por 0-1. Los previos afirmaban que los caldistas iban a ser arrasados por la máquina santafereña que ocho días atrás destrozaba a Millonarios con un score de 7-3, pero no hubo tal. El gol de Jairo “Banano” Murillo y las voladas del rubio paraguayo evitaron el contraste manizaleño.
Pero fue flor de un día lo del “paragua” porque tenía esa extraña condición que hace que un arquero sea del común y no un fuera de serie: durante un partido atajaba tres buenas pero se hacía dos goles bobos. Y así fue durante todo 1992, cuando el Caldas (o el Phillips) quedó fuera de la disputa por los octogonales finales. Además le respiraban en la nuca el talentoso Juan Carlos Henao (aún sin operaciones y ostentando un buen mostacho) y Óscar Córdoba, que aunque esos días era suplentazo de Millonarios, finalmente ganó el puesto en el siguiente año.
Por eso se fue hacia Santa marta, a la bahía más linda de América, a broncearse sus rojas carnes mientras defendía desastrosamente el arco de Unión Magdalena. Su rendimiento precario hizo que ocupara la ya nombrada contraportada más famosa del Diario Deportivo. Al lado de Pedro Manuel Olalla, Yesid Mosquera y Néstor Pizza, fue uno de los cuatro licenciados del plantel bananero por bajo rendimiento.
Un paso corto y poco recordable por el Deportivo Pereira (atajaba con gorrita) fue el fin de la historia de un hombre que tuvo su tarde de gloria, pero después se disfrazó de villano ante sus propias limitaciones.
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La guerra de las presas
Como Pepsi y Coca-Cola, en Colombia una “batalla” entre los asaderos de pollos se desató cruel e inclemente en medio del calor de la tierra caliente y de las brasas hirvientes de los hornos.
Hace marras, el pollo era un elemento catalogado como dispositivo de lujo en las mesas colombianas, debido a su alto costo –aún se guardan rezagos de esas épocas donde decir “quién comió pollo” para explicar el alto valor de una cuenta era casi un habitué del lenguaje-. Todas las empresas dedicadas a este rubro buscaban mejorar sus recetas y hasta averiguaban secretos de la competencia para mejorar el engorde de crías o para suavizar la seca carne de la pechuga.
Pero Kokoriko fue quien, en una jugada maestra, tomó la gran delantera mediática en esta plumífera pugna por ganar el mercado cuando en 1981, gracias a la ingente gestión de Gabriel Camargo, empezó a estampar los avisos de su producto en el pecho del humilde Deportes Tolima. Tal vez si el equipo hubiera fracasado, nunca los pollos de la K se hubieran despegado del resto pero la sabia fortuna quiso que esta formación tolimense (donde jugaban Nelson y Hugo Gallego, los paraguayos Pablo Elmo, Evaristo Isasi y Cristino Centurión, el llanero Heberto Carrillo y los argentinos Oscar Héctor Quintabani y Víctor Hugo Del Río) sea aún recordada como una de las más brillantes alineaciones del vino tinto y oro en todos los tiempos.
Mientras Kokoriko paseaba su nombre por Chile, Venezuela y Paraguay (el Tolima fue subcampeón en Colombia y accedió a la Copa Libertadores en dos ocasiones consecutivas, más exactamente en 1982 y 1983), La Riviera, PPC, Distraco, La Colonia y la Brasa Roja perdieron el espacio que con lucha habían ganado con amplios locales en, por ejemplo, la plaza de Melgar. Por un triunfo deportivo todavía es nombrado Kokoriko, que apostó y ganó.
Imagen cortesía de Diablo Americano..
Arturo Boyacá
Nunca le dijeron en la casa que era poco carismático y eso fue un error craso. Tal vez lo engañaban diciendo “Arturito, eres el más lindo y más popular de todos, así nadie te determine”. Y su trasegar por el fútbol fue un poco así: seguramente que si se suma el archivo fotográfico de todos los medios de comunicación en el país, el registro de Arturo Boyacá no supera las 15 fotos, la mitad de ellas, en formato polaroid.
Boyacá supo estudiar en Alemania los vericuetos de la dirección técnica, pero al parecer jamás aprendió el idioma nativo y de ahí sus bajísimos rendimientos como entrenador profesional. Tolima, Quindío y Santa Fe fueron sus nichos de “trabajo” e incluso, como lo indicaba su carácter mercenario, fue asistente técnico de Dragan Miranovic en Millonarios. La dupla se encargó de destruir al club azul en el aspecto deportivo. Claro, es que un serbio puteando en su idioma natal a Bonner Mosquera y Boyacá gritándole “Achtung” al “Cabezón” Rodríguez en los entrenamientos enloquece a cualquiera.
Alguna vez dijo una de las frase más brillantes que haya espetado un entrenador promedio como él. Cuestionado por su malísima campaña en Santa Fe e interrogado por un periodista que buscaba que le explicara la poca confianza que jugadores, directivos e hinchas tenían hacia él, comentó en forma brillante: “Las cosas serían diferentes si en vez de ser Boyacá, mi nombre fuera Boyakoff. Todos me creerían”.
Por la maestra declaración fue sometido a mofas infames y hasta a insinuaciones tales como que Arturo negaba sus entrañables raíces.
Pero a pesar de su paso nebuloso por el fútbol, dejó un legado académico: Una encuesta realizada por la Universidad de Compostela entre varios inmigrantes colombianos dejó como resultado un gran aporte para la lengua española al encontrarse 10 sinónimos de la expresión “Arturo Boyacá”. Anodino, baladí, gris, tibio, mediano, módico, chisga, lánguido, deslucido, promedio, fueron las respuestas de los que integraron el muestreo..
Aroma y ¡Tenga!
Varios de los conspicuos lectores del Bestiario del Balón han sido vistos en comprometedoras situaciones en el famoso café con piernas bogotano, echándose un canita al aire como cualquier buen futbolista que se respete. Sin embargo la imagen que a continuación presentamos todavía nos sorprende: Fernando “Pecoso” Castro terminó mal parqueado en esta fotografía, tomada en el local “Sex & Cream”.
Seguramente que el buen “Pecoso” estaba acompañando a una tía o a alguien de su familia a una despedida de soltera o algo así. Al menos la cara que tiene en la fotografía no delata algún disfrute, contrario a la mujer de gafas, que ríe escandalizada o la pareja que está tras el entrenador del Caldas, que comenta el vigor del bailarín (nótese la secreteadera del hombre de camisa de rayas y el ademán de “labio mordido” de su consorte.
¡Cuidado lectores del Bestiario!. Así como esta imagen ha revelado un detalle curioso en la vida de un hombre común y corriente, nuestra unidad investigativa ya ordenó poner cámaras en “Apolo´s Men”, debido a ciertos rumores maledicientes que han trastornado el PBX de nuestra redacción, con respecto a ciertas actividades extemporáneas de varios conocidos.
¡El Bestiario está vigilando!
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Alejandro Richino (P.F)
Basta ver su expresión para entender que su amargura no la podía paliar ni siquiera cuando le “sacaba la leche” a los jugadores de fútbol cuando hacía las funciones de preparador físico. Ese tal vez era su gran error: le pedía tanto a los jugadores en las prácticas y calentamientos, que cuando los conjuntos que él preparaba físicamente salían al campo, lo hacían fundidos cual motor de SIMCA 1204.
Recordar el pésimo estado fìsico de la Selección Colombia en las eliminatorias hacia el 2006 cuando en el primer partido contra Brasil, el equipo se quedó sin piernas a los 45 minutos y después en Bolivia, nadie dio pie con bola en el 4-0 ante los bolivianos. No tiene nada de raro que haya hecho correr a los futbolistas los 20 pisos del hotel sheraton de La Paz, con el fin de que los pupilos estuvieran bien físicamente para jugar en el suplicio del Hernando Siles Suazo.
Fue el profesor de educación física que todos odiamos en tiempos de colegio: gesto adusto, más amargo que el mate uruguayo (lugar de su nacimiento) y con una increíble suerte para conseguir “coloca”, el nefando P.F. logró, con sus extraños métodos, pasarle una aplanadora a cualquier conjunto de atletas.
Con Luis Cubilla y Ángel Castelnoble como entrenadores, estuvo con Olimpia de Paraguay, ganador de la Libertadores del 90. Ese fue su único gran mérito, porque de resto, sus futbolistas, esos a los que le gustaba maltratar con quince tandas más de piques cortos a pleno rayo de sol, eran casi cadáveres cuando les tocaba jugar.
Francisco Maturana lo tuvo en Millonarios (herencia de Ángel Castelnoble, nada más y nada menos), y era de esperarse que esta conjunción iba a ser tan desastrosa como efectivamente lo fue: sumados los yerros de planeación del filósofo de Yondó, estaba la desastrosa preparación física de los jugadores azules, cortesía de Richino. Y con Selección Colombia los resultados en eliminatorias tanto de 2002, como de 2006, así como su gestión de P.F. en Perú y Costa Rica demuestra su capacidad para, como diría Pablo Morillo de Simón Bolívar “destruir en tres horas el esfuerzo de cinco años”.
Los jugadores lo detestaban, la prensa lo aborrecía pero él seguía ahí, como el Destroyer de “Qué nos pasa” acabando hasta con la vitalidad de un Sequoia.
Su marchita cara se fue de este país y con ella, la fuerza vital de todos los futbolistas que pasaron por sus entecadas manos. Una lástima. Toda una generación de jugadores que prometía dejó sus músculos en los entrenamientos y no en la cancha, por las exigencias de Richino, un maestro en esto de ser capataz despiadado.
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Alonso “Cachaco” Rodríguez
En sus ratos libres podría asesorar a políticos que salieran “quemados” en elecciones de Senado y Cámara porque su especialidad como entrenador de fútbol, fue siempre apagar incendios.
Como si fuera un elemento de utilería en Santa Fe, cada vez que un técnico famoso fracasaba por esa extraña condición que ha dejado a los rojos bogotanos ayunando título durante más de 30 años, los dirigentes levantaban el tubo y lo llamaban a su casa, o al teléfono de los vestidores. Como si estuviera siempre listo, como un obeso pero obediente Boy Scout, el “Cachaco” acudía siempre, vestido con sudaderas anacrónicas, gorrita de larga visera y papada monumental.
Pero más allá de que siempre se le trató como “interino”, el “Cachaco fue uno de los últimos entrenadores en darle felicidad a los fanáticos santafereños, con el subcampeonato conseguido en 1979 por los cardenales, a donde llegó de urgencia para reemplazar a Leonel Montoya que fracasó con el equipo). En ese conjunto estaban James Mina Camacho, Bienvenido Arteta, Lenis Faillace, Eladio Mideros, Rubén Flotta, Moisés Pachón y Ferney Balanta entre otros.
La única vez que nuestra memoria nos deja visualizarlo como técnico en funciones fue en el Deportivo Pereira de 1988, con el que consiguió un cupo en el octogonal final de ese año.
A mediados de 1997 tuvo su última aparición bomberil en el banco cardenal en el interregno entre Pablo Centrone y Finot Castaño. Hasta hace poco estaba como entrenador de la escuela de fútbol Parmalat..
Facsímil de la Libertadores ´89
Estas fueron las declaraciones del réferi argentino Juan Bava en torno al juego Nacional-Danubio, válido por las semifinales de la Copa en 1989. La nota se la dio, mucho tiempo después a la Revista «El Gráfico», de donde extractamos estas líneas.
Pedro Pablo Rodríguez
Durante un par de años atajó bajo los tres palos del Deportivo Pereira, donde alternaba titularidad con Darío “El Fresco” Aguirre (Apodazo ese). Pero más allá de su presencia, mezcla de comegato con músico de Motley Crue, su verdadera hazaña es que en una misma temporada fue víctima de sus propias distracciones y recibió dos inolvidables goles de colegas suyos; de arqueros.
De estilo espectacular (volaba cuan largo era y sus mechas se alborotaban en el aire como modelo que posa en una sesión fotográfica ante un ventilador Shimasu a toda potencia), Rodríguez tuvo su primer padecimiento en el Estadio Pascual Guerrero de Cali. Miguel Calero, en esos tiempos portero de los caleños, lanzó un pelotazo de 70 metros hacia el área rival para que Ricard buscara desnivelar un juego entre Cali y Pereira, que hasta ese momento (minuto 91) sacaba un valioso empate 1-1
El balonazo largo de Calero encontró a Rodríguez en las puertas del área y estorbado por sus defensas y atacantes rivales, saltó a capturar el balón con saldo negativo. La pelota se fue rebotando mansamente hasta la línea de sentencia. Ahí Calero tomó fama de arquero goleador y Rodríguez entró en depresión profunda.
Su nivel bajó ostensiblemente y como parece que su destino estaba enmarcado para ser el antihéroe habitual que aparece en las grandes hazañas, recibió el primer gol de tiro libre de René Higuita en el fútbol colombiano.
El pobre Rodríguez, con lágrimas en los ojos quería revancha y la tuvo en ese mismo juego: hubo un penal a favor de su club y él, con furia, venció a Higuita y celebró el tanto como si se tratara de un gol en la final del mundo. El hecho de celebrar alocadamente, casi dedicándoselo a un ídolo como Higuita, le costó que cada vez que tocara el balón, bajaran de las tribunas chiflidos insoportables contra su figura.
El gol que hizo, además no sirvió de nada: el Pereira perdió esa noche 3-1 con Nacional. Su rastro se perdió en la Perla del Otún, donde nadie debe acordarse de él. Pero esa es nuestra misión en el Bestiario del balón: recordar los “extras” que actuaron en el fútbol de nuestro país.
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La prueba reina
La unidad investigativa del Bestiario del Balón encontró una de las imágenes más difíciles de registrar de nuestro fútbol en los ochenta: Carlos Fernando Navarro Montoya vestido como un colombiano más en aquel repechaje hacia el Mundial de México 1986 en el que Colombia perdió sus chances frente a Paraguay al caer 3-0 en Asunción y ganar 2-1 en Cali.
Navarro, hijo del argentino Ricardo Navarro, arquero del Caldas, defendió la portería colombiana en estos dos juegos. En esos tiempos el “Mono” se solazaba haciéndole “pistola” a los hinchas de Millonarios en los clásicos de la época contra Independiente Santa Fe y, tal vez desconfiando de sus condiciones, prefirió asegurar una foto para la posteridad, así fuera en una selección de pacotilla, antes que quedarse esperando una oportunidad en la inalcanzable Selección Argentina.
Y nosotros, como para que no se le olvide, desde esta ventana se lo recordaremos por siempre: aunque rajes de Colombia, eres un compatriota más, querido Carlos Fernando.
En la imagen. Arriba: Luis Murillo, Víctor Luna, Miguel Prince, Navarro Montoya, Jorge Ambuila, Alvaro Escobar. Abajo: John Edison Castaño, Anthony De Ávila, Carlos Valderrama, Alex Escobar, Willington Ortiz..