“Puede retener el balón en las situaciones más difíciles. Es todo un artista del balón” dice el texto publicado en una página de internet dedicada a jugadores nigerianos. Por eso sorprende que a Felix Ademola, otro de los experimentos africanos realizados por el fútbol colombiano, le fuera tan mal en nuestro país.
La excusa no podía ser por el caluroso y malsano clima de Ibagué, porque si de climas malsanos se habla, Nigeria, y su capital Lagos, no son precisamente remanso de descanso y paz. Entre la malaria, pobreza, y las guerras civiles de su país se crió este muchacho así que curtido sí estaba cuando pisó el césped del Manuel Murillo Toro, además lo precedía una experiencia por el Lens francés y pasos por el FC Liege de Bélgica y su despliegue habitual también lo disfrutaron los aficionados del Stationery Stores de Nigeria.
Tampoco pudo argüir temas racistas. Cuando jugó en el Tolima compartía plantel con morochos tales como Antonio Saams, Néstor Ortiz y Ramón Moreno entre otros. Pero cada vez que podía, se equivocaba. Era volante central con tendencia a romperle las costillas a cada camiseta diferente a la suya.
Metió un par de goles con los tolimenses y nuestros hábiles noteros, aprovechando su nulo español lo pusieron a que dijera “Insulso”, “Gualanday”, “Pandi”, “Icononzo” y “Venadillo” para burlarse un rato de él y obtener la cretina nota de color sobre el “nigeriano de corazón tolimense”.
Se fue en silencio tras una temporada (aquella 95/96) y recaló después en clubes de segunda y tercera división del fútbol noruego.
Se dice entre telones que seis platos de lechona y tres avenas que consumió en Flandes le acabaron el estómago y que, para justificar su fracaso, decidió echar la lora del jugador que por no decir que fracasó, termina culpando a la comida de sus desastres.
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