Claudio Ibarra

Curiosamente su arranque fue bueno con el Once Phillips: sus atajadas fueron destacadas en la segunda fecha del arranque del torneo de 1992. El Phillips se llevaba una valiosa victoria de visitante ante Independiente Santa Fe por 0-1. Los previos afirmaban que los caldistas iban a ser arrasados por la máquina santafereña que ocho días atrás destrozaba a Millonarios con un score de 7-3, pero no hubo tal. El gol de Jairo “Banano” Murillo y las voladas del rubio paraguayo evitaron el contraste manizaleño.

Pero fue flor de un día lo del “paragua” porque tenía esa extraña condición que hace que un arquero sea del común y no un fuera de serie: durante un partido atajaba tres buenas pero se hacía dos goles bobos. Y así fue durante todo 1992, cuando el Caldas (o el Phillips) quedó fuera de la disputa por los octogonales finales. Además le respiraban en la nuca el talentoso Juan Carlos Henao (aún sin operaciones y ostentando un buen mostacho) y Óscar Córdoba, que aunque esos días era suplentazo de Millonarios, finalmente ganó el puesto en el siguiente año.

Por eso se fue hacia Santa marta, a la bahía más linda de América, a broncearse sus rojas carnes mientras defendía desastrosamente el arco de Unión Magdalena. Su rendimiento precario hizo que ocupara la ya nombrada contraportada más famosa del Diario Deportivo. Al lado de Pedro Manuel Olalla, Yesid Mosquera y Néstor Pizza, fue uno de los cuatro licenciados del plantel bananero por bajo rendimiento.

Un paso corto y poco recordable por el Deportivo Pereira (atajaba con gorrita) fue el fin de la historia de un hombre que tuvo su tarde de gloria, pero después se disfrazó de villano ante sus propias limitaciones.
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Gabriel Hernán Caiafa

N. de la R. Este post es el primero de una serie escrita a cuatro manos entre nuestros colegas de «enunabaldosa» y esta redacción. Los homenajes fruto del convenio se publicarán de forma simultánea.

Un trotamundos de la redonda, un ejemplo de la perseverancia. Uno de esos tipos que pese a permanecer largo rato en la categoría máxima escapa a la memoria del futbolero medio. Estas son algunas frases que describen la trayectoria de Gabriel Caiafa.

En 1994, con 17 años debutó en la primera de Argentinos Juniors, jugando de manera intermitente hasta 1998. Luego pasó por Estudiantes de Buenos Aires en el Nacional B pero en esa divisional lograría mayor reconocimiento con la camiseta de Los Andes, en la temporada 1999/2000. Con 38 partidos y 5 tantos colaboró para el ascenso del conjunto de Lomas de Zamora a Primera. Y ese hecho le permitiría volver a jugar en la elite del fútbol argentino. Dejó su huella no solo por calzarse una horrible (por el modelo, claro) camiseta marca ED sino por convertir un gol (el único) en la victoria por 1 a 0 ante Huracán. Además, durante los seis meses que permaneció en el Milrayitas en la A jugó al lado de Cristian Muñoz, Gabriel Nasta, Lucas Bovaglio, Germán Noce, Mauricio Levato, Víctor López, Ezequiel Maggiolo, Ruben Ferrer y Oscar Monje, entre otros. La mala campaña del Apertura (apenas superó en puntos a Racing y Almagro) y la mediocre del Clausura, condenaron al equipo de Lomas a retornar al ascenso.

Sin embargo, para comienzos de 2001 Caiafa ya se había ido en busca de nuevos horizontes. Millonarios lo contrató y Bogotá fue su casa por seis meses. A la capital colombiana llegó como parte un paquete importado por Juan José Bellini del que también hacia parte José Manuel Moreira. Si amigo lector, el aporte de Bellini a los azules fue un paquete con dos paquetes, un metapaquete. Con algo de expectativa por parte de la parcial, Caiafa debutó contra América de Cali, partido que se saldó con un contundente 4-1 a favor de los azules. No se sorprenda, Gabriel no estuvo entre los anotadores. En la titular se sostuvo tres partidos más en los que no supo lo que era celebrar goles en el trópico. Relegado a la suplencia, sólo volvió a saltar al gramado meses después en una escandalosa derrota 3-0 de Millonarios contra Envigado en Bogotá. Sobra decirlo, su calificación ese día apenas rondó los dos puntos. Llena de motivos, la directiva azul decidió dar por terminada la incursión de Caiafa por tierras cafeteras apenas terminó el torneo apertura. Nadie se opuso.

Con los bolsillos llenos retornó al país y se olvidó del prestigio para volver a pelearla en la segunda división. Pasó 6 meses con más pena que gloria en Almagro (2001), donde cada vez que regresó lo hostigaron con insultos.

A principios de 2002 partió rumbo a Mendoza y durante un semestre defendió la casaca de Godoy Cruz como nunca lo había hecho con otra. Convirtió algunos tantos y a su salida del club confirmó que sólo volvería por la gente: “Yo cierro la puerta con la empresa, no lo hago con la hinchada de Godoy Cruz. Una cosa es la gente y el club de Godoy Cruz y otra distinta es la empresa que viene a aportar al club. Con la gente de Godoy Cruz me fui muy bien, porque nosotros lo salvamos del descenso, lo metimos en un octogonal, descendimos al clásico rival, le ganamos los dos clásicos. Acá la gente nos respondió, la empresa no”. Se fue reclamando premios por haber salvado al equipo del descenso, sin embargo por el lado de la empresa respondieron: «Gabriel Caiafa se fue de Godoy Cruz y firmó todos los papeles, ante un escribano, que certificaban que había cobrado todo. Él reclama unos premios, pero la gente que se fue de Godoy Cruz cobró todo».

Para la temporada 2002/2003 volvió a la Capital y se mudó al Bajo Belgrano para gritar un puñado de goles con la camiseta de Defensores de Belgrano, al lado de Gabriel Pereyra y José Sand. Para colmo, a mediados de 2002 inició un juicio contra Los Andes para cobrar una deuda de 50.000 pesos.

Luego de haber coqueteado insólitamente con el Milrayitas, el último semestre de 2003, lo disputó en su conocida Mendoza, pero con la camiseta de San Martín. Casi ni jugó, hizo pocas anotaciones y se fue mal, en diciembre, y a su manera, reclamando una deuda junto a Aníbal Roy González.

Otra vez armó las valijas, aunque esta vez para irse un poco más cerca. Contó con el visto bueno de Néstor Clausen y se sumó a The Strongest de Bolivia donde se consagró campeón del Torneo Clausura 2004. Durante el Torneo Apertura convirtió 5 goles, en el Clausura mermó su rendimiento goleador pero convirtió su penal en la final.

Luego de salir campeón en Bolivia tuvo que empezar a remarla otra vez. Quedó libre y durante seis meses entrenó en el CEFAR (Centro de entrenamiento para Futbolistas de Alto Rendimiento).

Para la temporada 2005/2006 y tal vez por la recomendación de algún amigo rabino o simplemente para sumar millas en su tarjeta de crédito viajó hasta Israel para incorporarse al Hapoel Raanana de la segunda división. Según lo que se pudo averiguar jugó poco y se fue rápido. Se desconoce si pisó algún restaurante kosher o escuchó Matisyahu.

A mediados de 2006 fichó con el Portuguesa de Venezuela desechando una oferta del Deportivo Santamarina de Tandil. En su primer torneo convirtió 4 goles siendo el segundo goleador de su equipo, pese a que las lesiones le impidieron jugar con continuidad. Se cree que los domingos de partido se levanta temprano junto a sus compañeros para ver el programa “Aló Presidente”.

KeyserSoze con la colaboración de siempreconusted.
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Alejandro Richino (P.F)

Basta ver su expresión para entender que su amargura no la podía paliar ni siquiera cuando le “sacaba la leche” a los jugadores de fútbol cuando hacía las funciones de preparador físico. Ese tal vez era su gran error: le pedía tanto a los jugadores en las prácticas y calentamientos, que cuando los conjuntos que él preparaba físicamente salían al campo, lo hacían fundidos cual motor de SIMCA 1204.

Recordar el pésimo estado fìsico de la Selección Colombia en las eliminatorias hacia el 2006 cuando en el primer partido contra Brasil, el equipo se quedó sin piernas a los 45 minutos y después en Bolivia, nadie dio pie con bola en el 4-0 ante los bolivianos. No tiene nada de raro que haya hecho correr a los futbolistas los 20 pisos del hotel sheraton de La Paz, con el fin de que los pupilos estuvieran bien físicamente para jugar en el suplicio del Hernando Siles Suazo.

Fue el profesor de educación física que todos odiamos en tiempos de colegio: gesto adusto, más amargo que el mate uruguayo (lugar de su nacimiento) y con una increíble suerte para conseguir “coloca”, el nefando P.F. logró, con sus extraños métodos, pasarle una aplanadora a cualquier conjunto de atletas.

Con Luis Cubilla y Ángel Castelnoble como entrenadores, estuvo con Olimpia de Paraguay, ganador de la Libertadores del 90. Ese fue su único gran mérito, porque de resto, sus futbolistas, esos a los que le gustaba maltratar con quince tandas más de piques cortos a pleno rayo de sol, eran casi cadáveres cuando les tocaba jugar.

Francisco Maturana lo tuvo en Millonarios (herencia de Ángel Castelnoble, nada más y nada menos), y era de esperarse que esta conjunción iba a ser tan desastrosa como efectivamente lo fue: sumados los yerros de planeación del filósofo de Yondó, estaba la desastrosa preparación física de los jugadores azules, cortesía de Richino. Y con Selección Colombia los resultados en eliminatorias tanto de 2002, como de 2006, así como su gestión de P.F. en Perú y Costa Rica demuestra su capacidad para, como diría Pablo Morillo de Simón Bolívar “destruir en tres horas el esfuerzo de cinco años”.

Los jugadores lo detestaban, la prensa lo aborrecía pero él seguía ahí, como el Destroyer de “Qué nos pasa” acabando hasta con la vitalidad de un Sequoia.

Su marchita cara se fue de este país y con ella, la fuerza vital de todos los futbolistas que pasaron por sus entecadas manos. Una lástima. Toda una generación de jugadores que prometía dejó sus músculos en los entrenamientos y no en la cancha, por las exigencias de Richino, un maestro en esto de ser capataz despiadado.
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Rubén Dos Santos

Como complemento a nuestra estelar sección «Venga a Cali, tape en el Cali» , y ante el abundante material que la directiva azucarera se ha empeñado en proporcionarnos, la redacción del Bestiario del balón está considerando la posibilidad de inaugurar la sección «Venga a Cali, juegue en el Cali». Por lo pronto, y mientras fluyen los conductos regulares, nos corresponde dedicarle un espacio a Rubén Dos Santos, lateral izquierdo uruguayo que disfrutó de una agradable temporada en la sultana del Valle entre julio y diciembe de 1997 vistiendo, siempre y cuando la guía se lo permitiera, la camiseta del Deportivo Cali.

Antes de venir a Cali, Rubén militó en Peñarol, Central Español y Defensor Sporting, club en el que alcanzó algo de notoriedad cuando le marcó dos goles en dos partidos a Peñarol por la Libertadores de 1996. No dudamos que fueron esos quince minutos de fama los que facilitaron su temporada caleña que terminaría a finales de 1996 cuando corto de fondos y decidió dar por terminados sus días de azueto y enrolarse en Bellavista cuando apenas despuntaba 1998. De seis meses en Olimpia de Paraguay, de otros seis en Bellavista, de seis más en Paysandú para luego volver a Bellavista y de ahí, como los elefantes, a terminar la carrera en Peñarol, club donde comenzó nos habla la bitácora de un jugador que tenía todo el perfil de haber sido propiedad no de Peñarol ni de Bellavista sino de Avis o Hertz. Son pocos los registros que se conservan de su paso por Cali no hablen de recorridos por la hacienda La María y de talleres didácticos en el Museo Rayo. Uno de ellos, un texto de Carlos Fernando Forero «Cafefo» publicado en la Revista del Cali, se destaca por su acidez e ironía, características que nunca han sido las de esta casa. Pese a esto, y por considerarlo un documento con algún valor histórico lo reproducimos a continuación: «Nunca pudo tener regularidad. Fue constante salida por su zona, la izquierda. No es ningún dechado de perfección. De 37 centros que ensayó sólo acertó 18. Dos balones estrelló en los palos. Por su sector, equios como el Unión hicieron fiesta en el Pascual Guerrero. Además, los recuperadores zurdos son fatales y eso desnudó más al uruguayo». .

Marcelo "Pato" Guerra

A la hora de escribir la historia de los refuerzos de madera que han anclado en los equipos capitalinos bastaría un sólo formato en el que «Arsenio Benítez» o «Silverio Ramón Penayo» podrían llenar el mismo espacio en blanco sin alterar el hilo narrativo del texto. Ambas son historias con un sorprendente discurrir paralelo: no hay que olvidar, por ejemplo, que los ya citados Benítez y Penayo fueron casi contemporáneos, como también lo fueron Cotera y Tomic o Catagena y Lobinho. Dos caminos tan paralelos tenían que tener un punto de encuentro y este tiene nombre propio: Marcelo «Pato» Guerra.

Al llegar a Millonarios en el segundo semestre de 2000 hubo un dato de su frondosa hoja de vida (Wanderers, Progreso, Peñarol, Aucas, de nuevo Peñarol): la anterior escala del «Pato» había sido en «Juventud de las piedras», de la segunda división charrúa. Al salir a flote este dato, muchos temieron que el nuevo refuerzo azul fuera, en efecto, de piedra. A otros, más optimistas, los reconfortó que «El pato» no viniera de «Juventud leñadora».

Un gol de tiro libre al Huila y uno en el parque estadio no fueron suficientes para garantizar la continuidad del tibio mediapunta uruguayo. Así, cuando muchos creían que «El pato» había emprendido su regreso a la República Oriental, una hábil gambeta de su vivaz empresario lo dejó instalado en Santa Fe, como gran refuerzo de los rojos para el segundo semestre del año. En Santa Fe, Marcelo sólo aportó argumentos para demostrar cuán acertada fue la decisión de los directivos azules al dejarlo ir. Hay que decirlo, eso sí, Guerra hizo historia al tiempo que aportó su granito de arena en el siempre noble propósito de construir lazos de hermandad entre las hinchadas; nunca un refuerzo foráneo había concretado la gesta de fracasar en ambas orillas el mismo año. «El pato» lo logró y por eso hoy es un personaje con una popularidad que muchos envidian en la capital.

A finales de 2000 regresó a su país natal en donde trasegó por el siempre glorioso Tanque Sisley, Rentistas y Sudamérica. Marcado –e inspirado– por la genial movida de su empresario cuando lo puso en Santa Fe, regresó a Colombia a finales de 2005 con la idea en mente de conseguir como empresario la dicha que en la cancha le fue negada.


Exclusiva del Bestiario: «El pato» con Yohner Toro haciendo sus primeros pinitos como empresario..

Cristian Torres

Delantero chileno que llegó a Millonarios en el segundo semestre de 1993 procedente de La serena como parte del mismo paquete del que también hacían parte Jose Ferreira «Neto» y Junior Da Silva. Llegó referenciado como un gran cabeceador, virtud respaldada por su nada despreciable estatura. Pese a que el paquete estaba conformado mayoritariamente por cariocas, transcurridas pocas semanas después del desembarco en Bogotá quedó claro que el elemento chileno predominaba. De Cristian podemos decir que un gol, de cabeza contra el DIM en Bogotá, en la última fecha del finalización 1993 fue su gran aporte a la causa azul.

Para 1994 el gran «Moisa» Pachón adquirió para el Cúcuta el mismo paquete ahora al alcance del equipo motilón gracias a la baja de Neto. En la frontera se repitió la historia de la capital y hoy, ningun parque de la capital nortesantandereana lleva el nombre del espigado delantero chileno pese a que más de un gol si hizo mientras vistió la rojinegra. Después de Cúcuta regresó a su tierra, al O´Higgins para más señas, de donde emigraria nuevamente, esta vez a México donde pasó con más gloria que pena por el León, el América y el Monterrey. .

Ángel David Comizzo

El “Flaco” o “Locomizzo” (de los peores apodos espetados alguna vez por Mario Alfonso Escobar, solo comparable con el de Jairo “Picardía” Castillo), se bajó en Cali para hacer historia en el América de 1993 que conducía Francisco Maturana. Y a fe que su huella quedó impresa, aunque no de la manera que él quería, tras su paso por canchas colombianas.

Repasemos: Wilmer Cabrera le metió dos autogoles en un mismo partido, Santa Fe aprovechó todas las ventajas que daba en los centros cruzados y le metió un inolvidable 5-2 en Cali, durante su debut atajó un penal al “Teacher” Berrío y luego se fue expulsado del campo por agresión, igual que en un juego en Ibagué contra Tolima y en otro contra Sporting Cristal en Copa Libertadores…

Su pelo, liso, brillante y sedoso como el de los comerciales de Pantene, se alborotaba cada vez que caía dentro de su portería, doblegado ante esa patética y común adversidad de verse derrotado con la camiseta de los “Diablos Rojos”.

En una entrevista a Clarín habló de su paso por Colombia y de una frustrada (por él) transferencia a Millonarios en 1988: «Fui por cinco meses al América para jugar la Copa Libertadores. Era un gran equipo y fue la base de la selección colombiana que goleó 5-0 a la Argentina. Ahí conocí a Pacho Maturana, un gran técnico y un gran tipo. Llegué a River, por la insistencia del Flaco Menotti, yo me iba a Millonarios de Bogotá; ya tenía todo arreglado. Pero apareció la diosa fortuna y una madrugada, a las cuatro arreglé mi incorporación con Santilli. Ese mismo día viajaba a Colombia…”

Su mejor partido en nuestro país está enmarcado entre los enfrentamientos bizarros de la historia de la Copa Libertadores: fue en El Campín, en un juego de desempate en posiciones de la fase inicial de grupos de Copa Libertadores entre América y Nacional. Ganaron los rojos 4-2 en un partidazo donde se lesionó de gravedad el célebre «Canino» Caicedo y Wilson Pérez le metió un gol de setenta metros a Omar Franco.

¡Ojo! ¡su mejor partido y le hicieron dos!
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Teobogo Moloi

En medio de gran expectativa por lo que se denominó el «boom» de los africanos en Colombia y atraído por la leyenda del Dorado, Teobogo desembarcó en Manizales proveniente del Kwa Stars de Zimbawe a mediados de 1995 en compañía de su carnal Leo Morula gracias a una desinteresada gestión del empresario José Castaño. Tenía la misión de confirmar el buen momento que por ese entonces vivía el fútbol del país de Mandela y de paso abrir la trocha por la que llegarían su coterráneos

a inundar nuestros planteles y a copar las posiciones que hasta el momento habían sido patrimonio de los del Río de Plata.

Tres goles para el Once y algunos pincelazos fue el saldo final de la breve incursión de Moloi por canchas colombianas. Un buen día, cuando no completaba todavía los seis meses de aventura colombiana, alzó sus corotos y en silencio emprendió su regreso a su Suráfrica natal. Su ejemplo fue seguido por todos los demás particípes del «boom» africano. Todos menos Oyié

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Norberto Ortega Sánchez

Fue uno de los últimos refuerzos “afamados” que contrató Millonarios antes de caer en el torbellino de los Moreira, Caiaffa, Esteban González y Ze Clei. Pero a pesar de sus comprobados pergaminos, Ortega, a quien conocíamos de la transmisión de añejos partidos del fútbol argentino emitidos por el canal 11, ni se acercó a esas imágenes gloriosas en su paso por Colombia.

Ortega Sánchez (a quien Marcelo Araújo bautizó como “Orteguita”, sin saber que poco después el único Orteguita conocido sería Ariel), llegó en la nefasta “Administración Feoli” en el segundo semestre de 1992, reemplazando al paquetazo de Jorge Manuel Díaz, pero su exceso de peso y las dificultades para acostumbrarse a la altura bogotana hicieron de su tránsito en la capital un suplicio para él y los fanáticos que lo acusaban de haberse “restado un par de años” dada su precaria condición capilar, que no dejaba ver los juveniles 28 años que tenía, sino unos 36 abriles muy bien puestos.

La prensa capitalina promocionó en aquel entonces el duelo Pibe Valderrama-Ortega Sánchez en la previa de un juego Millos-Medellín. Y Ortega parecía ganarle la partida al mono pescaitero tras marcar un golazo. Sin embargo el Pibe dejó en claro quién era más tras echarse en el hombro al terrible DIM de ese año (fue 14 en la tabla) y ser la figura del partido. Además Valderrama se dio el lujo de hacerle a Ortega Sánchez un túnel similar al que Juan Román Riquelme le haría años después a Mario Yepes en un famoso Boca-River.

El saldo que dejó Ortega en nuestro fútbol fueron dos goles marcados a Van Stralhem (poca cosa, lógicamente) y millonarias cuentas sin pagar en balines de oxígeno.

Hay que aclarar. No era mal jugador pero en Colombia le fue mal, cosa que no ocurrió cuando jugó para Tigre, San Lorenzo, Racing, Vélez Sarsfield, Argentinos Juniors y Platense.
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Emerson Panigutti

Si el supuesto atacante (de goles pocón por acá) hubiera dicho que era el cantante de Vilma Palma e Vampiros y que su viaje a Ibagué en Cootransfusa se debía a una serie de recitales que iba a brindar junto a su banda, siguiendo un itinerario Girardot-Espinal-Flandes-Venadillo, hasta le hubieran hecho recibimiento de estrella.

Pero fue honesto y este ex Ferrocarril Oeste reveló que era Panigutti y futbolista y se puso la gloriosa vino tinto y oro del Deportes Tolima en 2002 donde apenas se recuerda un gol (golazo, para ser sinceros) que le metió de media vuelta al América de Cali en el Pascual Guerrero, juego que concluyó 2-2. Pero fue tan poco ortodoxa su media vuelta que pareció haber anotado ese tanto de “chiripa”, como decían las señoras que en Ibagué se abanicaban en las puertas de las casas cuando veían al juglar argentino caminar las calurosas calles tolimenses en busca de un vasito de avena para paliar su sed goleadora.

Hace poco fue un tris famoso por las transmisiones de los juegos de Copa Libertadores, donde también se alineó con el Deportivo Táchira y lugar en el que se dio el lujo de hacerle un gol de chilena a Rogerio Ceni, de Sao Paulo. No sirvió de nada su gol porque los venezolanos cayeron 4-1.

Si quiere saber algo más de la trayectoria de este “corazón valiente” del fútbol, es bueno consultar su página oficial en internet: www.emersonpanigutti.8m.com.