Una tarde de 1993 un empresario gaucho angustiado de plata y casi tan enhuesado como aquellos accionarios de Enron, el Grupo Grancolombiano o el Banco del Pacífico, marcó desde su teléfono en Buenos Aires para comunicarse con cualquier club que le devolviera un poco de la inversión perdida en un futbolista oscuro y plagado de falencias pero que era medianamente famoso.
Claro, es que este empresario también había sido engañado y adquirió a un muchacho solamente por referencias personales y por oír su nombre narrado por Araujo y Macaya. Entonces la idea era transferir a este Simca futbolístico y ganarse unos centavitos para que sus pérdidas no fueran tan clamorosas. Dice la leyenda que el manager engatusó a los dirigentes de un club bogotano, llamado Independiente Santa Fe, diciéndoles que este era el defensa que les hacía falta, que era un “pibito bárbaro, un fenómeno”. Y como en Santa Fe la camiseta 2 pertenecía a James Aguilar…¡pues nadie en el rojo dudó en adquirirlo!
Hugo Daniel Musladini arribó a Bogotá, con un “robo” muy bien montado: a finales de los 80 fue transferido desde San Martín de Tucumán a Boca Juniors, donde fue titular en varias ocasiones, por petición de César Luis Menotti, que lo tildó como “el clon de Passarella”.
Passarella fue a Fiorentina e Inter. Musladini, que era un verdadero dechado de defectos, vino a jugar al recordado nefasto santa Fe de Roberto Perfumo al lado de “rodillones” ilustres como el también zaguero argentino Mario Ballarino (ex San Lorenzo) y el paraguayo Medardo Robles.
Y el debut de Musladini demostró cuán equivocados estuvieron los directivos cardenales al contratarlo: ingresó en el minuto 70 en su primer partido en El Campín contra Nacional y a los cinco minutos fue expulsado por mandarle un patadón a Matamba.
Musladini actuó un par de veces más pero tenía lesionado hasta el orgullo y pronto dejó nuestras tierras. Mientras tanto el empresario, feliz contó los billetes de aquella transacción tan favorable como las de aquel pillo que vende un carro que está impecable por fuera, pero hecho miseria por dentro. Musladini era eso: un Mercedes Benz con motor de Oltcit.
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