
De los mitos que más carrera hizo entre los amigos del fútbol durante los noventa fue el de la inminente irrupción de la empresa italiana en el ámbito futbolístico local. En una década en la que los balances de la empresa parmesana no conocían la tinta roja y la expansión a nuevos mercados era la regla, fue también cosa común que de la mano con la inversión en pasteurizadoras, descremadoras y embotelladoras invirtieran algunos pesitos también en la compra o patrocinio de algún equipo de fútbol local. El caso del parmalat, que gracias al espaldarazo de la firma de Tanzi pasó en pocos años de ser un chico del calcio a uno de los grandes de Europa, sumado al caso de Argentina –con Boca– y al de Brasil –con Palmeiras– llenaban de razones a quienes creian que el pudín, los flanes y la leche deslactosada llegarían a Colombia con un club de nuestro medio como punta de lanza para conquistar al siempre exigente paladar lácteo de los colombianos.
Los rumores en este sentido circularon por dos vertientes. La primera, daba cuenta del interés de la Parmalat por patrocinar a un equipo grande. Los rumores se concentraron fundamentalmente en Millonarios y en menor medida en Santa Fe. Sobre el primero hay que de decir que un lugar común en las disertaciones entre hinchas lamentando la nube negra que se ha posado sobre el club azul en las últimas décadas es la rasgadera de vestiduras por una supuesta negociación malograda en el último minuto que le habría garantizado a Millonarios un jugoso patrocinio durante un buen período de tiempo cortesía de los animalitos de peluche que tanto good will le han traído a la quesera italiana.
La segunda, que se apoyaba en el caso del Parma, hablaba del interés de la empresa por hacerse a a un club chico para impulsarlo y al cabo de dos o tres temporadas llevarlo a la élite del fútbol colombiano. Los protagonistas en este caso fueron el hoy desventurado Cortuluá y el hoy renombrado Lanceros de Boyacá. Quienes sostenían que el equipo corazón sería el que finalmente conquistaría el corazón de Tanzi aseguraban que la mediación de Faustino Asprilla sería más que suficiente para que el equipo del centro del Valle fuera el favorecido. En la contraparte estaban quienes –como lo certifica este artículo de la revista Deporte Gráfico– estaban convencidos de que el equipo insignia del departamento potencia lechera del país sería el elegido. Especulaciones fueron, chismes vinieron hasta bien entrada la década sin que nada se concretara. Finalmente, y sin mucho aspaviento, la firma italiana terminaría por montar su propia escuela de formación para los niños y jóvenes de la capital a cargo de viejas glorias como Juan Carlos Sarnari, Luis Gerónimo López y del gran Alonso «Cachaco» Rodríguez. Mientras esto sucedía el Lanceros pronto pasaría a ser Lanceros Fair Play, para después transformarse en el recordado «Chía Fair Play». Al Tulua, por su parte, le esperaba un camino de bienaventuranzas. .













