Ricardo Henao’91

«Jueegooo limpiooo, por favor señooores».

Colombia 2014

En una declaración que más parece una invitación a un pajazo mental de envergadura nacional, o mejor: un desinteresado aporte de un visitante frecuente de este espacio para que nuestra productividad laboral continúe en franco declive, el Presidente de la República anunció que candidatizará a nuestro país para ser sede del mundial 2014. El Bestiario del balón, haciendo humilde eco a la que suponemos era la intención de quien a partir de la fecha reconoceremos como un visitante frecuente de este espacio, abre este post para que todos nuestros visitantes aporten su granito de arena a esta iniciativa gubernamental de onanismo mental colectivo.

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Honrosa distinción

El Bestiario del balón, siempre preocupado por reconocer el tesón y la perseverancia de aquellos directivos que con sus ejecutorias nutren este humilde espacio, se une, sin importar que sea poco tarde, al reconocimiento de Cicrodeportes Valle a este prestante directivo. .

Gustavo "Mísil" Restrepo

Ha hecho carrera en la crónica deportiva una mentirosa distinción según la cual hay «jugadores de clubes» y «jugadores de selección». Pues bien, si decidieramos por unos instantes acogernos a esta dudosa categorización tendríamos que decir que si ha habido un «jugador de selección» en nuestro medio este no ha sido ni Carlos Valderrama, ni Ernesto Díaz, ni Mario Yepes, ninguno de ellos. Si ha habido un auténtico «jugador de selección» en Colombia este ha sido Gustavo «Misil» Restrepo. Este lateral y volante paisa, que portaba tan sonoro remoquete por una supuesta habilidad con las pelotas quietas que nadie le conoció, tuvo a bien de beneficiarse hasta el cansancio y sin mostrar mayor mérito, cual pensionado de foncolpuertos, de las convocatorias de las selecciones mayores y sub23 entre 1992 y 1996.

Agazapado siempre entre compañeros de perfil mucho más alto que el suyo como Faustino Asprilla, Diego Osorio, Hermann Gaviria y hasta el mismisimo Víctor Aristizabal y sin ser la gran cosa, «Misil» supo colarse en cuanta convocatoria, primero de la sub23 después de la mayores, anunciaban sus parceros Pacho y Hernán. Su primera aparición en el panorama nacional fue en 1992 con la selección que ese año consiguió la clasificación a los olímpicos de Barcelona. Su desempeño dejó claro, después de algunos partidos como titular, que su presencia en el combinado nacional no pasaba por sus méritos con el balón, razón por la cual no fue desafectado de una vez y para siempre de las convocatorias como sucedería con cualquier otro jugador en cualquier otra selección. No, en su caso simplemente fue relegado a la suplencia acogiéndose a esa colombianísima figura del «banco de suplentes de la selección», lugar reservado para jugadores que, como «Misil», eran también suplentes en sus equipos pero que gozaban de los privilegios de ser titulares en el corazón del técnico. De ahí en adelante, cortesía de sus ya citados parceros, Bavaria y la Federación, Gustavo pudo conocer el mundo ocupando el lugar que para él estaba reservado en el banco de la selección siendo perturbado sólo muy de vez en cuando cuando alguna necia directriz de «Pacho» o «Hernán» lo obligaba a ensuciarse los botines durante los últimos tres o cuatro minutos de algún amistoso contra las Islas Vírgenes (de esos que muy rara vez se ven en el gramado del Orange Bowl).

La desaparición del Misil del panorama curiosamente coincidió con la partida, primero de Pacho, después de Hernán del banco de la selección. Gustavo, con la serenidad que dan tres pasaportes repletos de sellos en su haber, supo que también había llegado su hora de decir adiós.

Militó, sin mayor suceso, en Nacional, Medellín, Envigado, Pereira, Once Caldas, Bucaramanga y «Cafeteros de Colombia» de la ignota «Copa Latina» de EEUU. .

Hugo Daniel Musladini

Una tarde de 1993 un empresario gaucho angustiado de plata y casi tan enhuesado como aquellos accionarios de Enron, el Grupo Grancolombiano o el Banco del Pacífico, marcó desde su teléfono en Buenos Aires para comunicarse con cualquier club que le devolviera un poco de la inversión perdida en un futbolista oscuro y plagado de falencias pero que era medianamente famoso.

Claro, es que este empresario también había sido engañado y adquirió a un muchacho solamente por referencias personales y por oír su nombre narrado por Araujo y Macaya. Entonces la idea era transferir a este Simca futbolístico y ganarse unos centavitos para que sus pérdidas no fueran tan clamorosas. Dice la leyenda que el manager engatusó a los dirigentes de un club bogotano, llamado Independiente Santa Fe, diciéndoles que este era el defensa que les hacía falta, que era un “pibito bárbaro, un fenómeno”. Y como en Santa Fe la camiseta 2 pertenecía a James Aguilar…¡pues nadie en el rojo dudó en adquirirlo!

Hugo Daniel Musladini arribó a Bogotá, con un “robo” muy bien montado: a finales de los 80 fue transferido desde San Martín de Tucumán a Boca Juniors, donde fue titular en varias ocasiones, por petición de César Luis Menotti, que lo tildó como “el clon de Passarella”.

Passarella fue a Fiorentina e Inter. Musladini, que era un verdadero dechado de defectos, vino a jugar al recordado nefasto santa Fe de Roberto Perfumo al lado de “rodillones” ilustres como el también zaguero argentino Mario Ballarino (ex San Lorenzo) y el paraguayo Medardo Robles.

Y el debut de Musladini demostró cuán equivocados estuvieron los directivos cardenales al contratarlo: ingresó en el minuto 70 en su primer partido en El Campín contra Nacional y a los cinco minutos fue expulsado por mandarle un patadón a Matamba.

Musladini actuó un par de veces más pero tenía lesionado hasta el orgullo y pronto dejó nuestras tierras. Mientras tanto el empresario, feliz contó los billetes de aquella transacción tan favorable como las de aquel pillo que vende un carro que está impecable por fuera, pero hecho miseria por dentro. Musladini era eso: un Mercedes Benz con motor de Oltcit.
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Alexis Gamero

En abril de 2003 el siempre genial Pacho sorprendió al país futbolísitico incluyendo en una de las convocatorias de esa peculiar modalidad de robo llamada «microciclos» a un tal Alexis Gamero, defensa de un Cúcuta Deportivo que por ese entonces padecía las duras y las maduras en nuestra querida divisional de ascenso. Cuando se supo la noticia, muchos creyeron que el de Alexis era un caso similar al del ya homenajeado Christian Tamayo y que el Norte de Santander, orgulloso, ponía a disposición de la patria a su «niño maravilla». Pocos días después de conocerse la convocatoria quedó claro que no era ni niño –para ese entonces ya cargaba con 25 abriles a cuestas– y que maravilla era un adjetivo que sólo le cabía al empresario que en complicidad con Pacho había orquestado tamaña manguala.

Escarbando en su curriculum vitae, encontramos que este mismo Alexis registra breves pasos por Mineros y Unión Lara de Venezuela junto con una oportunidad de probarse en 1998 con San Lorenzo de Almagro que no alteró el normal discurrir de la vida en Boedo. Cinco años después tuvo la oportunidad de descollar con la selección y nada pasó con él. Alexis, con el apoyo de su pool de empresarios, tuvo todo para figurar junto a figuras del talante de Jose Fernando Santa, Gustavo Restrepo, Álex Viveros y Giovanny Hernández en el top 5 de las mentiras mejor vendidas de nuestro fútbol y simplemente no fue capaz, se cansó de desperdiciar oportunidades. Habiendo tanto jugador necesitado en nuestro medio, Alexis hizo la del joven adinerado que le pide al mendigo que no le hable de comida porque acaba de comer.

A comienzos de este año fue despedido del Cúcuta. Agradecemos cualquier información que pueda conducirnos a su paradero..

Luto santafereño

A comienzos de 2002 el Santa Fe sufrió la sensible pérdida de su máximo inversionista, César Villegas asesinado por las tradicionales fuerzas oscuras esta vez en la persona de dos pistoleros que lo abordaron a la salida de su oficina. En señal de luto por la muerte de su mecenas, el equipo bogotano vistió un uniforme negro con blanco diseño de la casa francopereirana «Patrick» en el partido que disputó contra América en Bogotá pocos días después del insuceso. Pocas semanas después la camiseta estuvo también a disposición de los aficionados en las estanterías de los almacenes de ropa deportiva de la capital.

Sin querer queriendo, desde el más allá el célebre «Bandi» aportó unos pesitos más a las casi siempre alicaídas arcas cardenales. .

Edilberto Salazar

Sobrio y elegante volante de creación que después de descollar en Cooperamos Tolima y en Rionegro llegara a Santa Fe a comienzos de 1999 para conformar junto a Gustavo del Toro y Nelson «Tyson» Hurtado, entre otros, un inolvidable combo que supo dejar huella en la memoria de los dependientes de las licorerías de Pablo VI y Rafael Núñez, barrios residenciales de la capital en los que estos valores santafereños protagonizaron toda suerte de excesos y desmanes.

Su irregular desempeño en la cancha, distante del que se le observara en los estancos, le valió el tiquete de regreso a la siempre inhóspita división de ascenso criolla como refuerzo del Cúcuta Deportivo. Su regreso a la primera B sería fugaz gracias a que a comienzos de 2000 el Deportivo Pasto lo trajo de regreso a la primera división como refuerzo para esta temporada.

Armado sólo con un audaz empresario, Edilberto llegaría a comienzos de 2001 a Millonarios protagonizando un fichaje que despertara sendas dudas entre la parcial y gran regocijo en el gremio de las cigarrerias, perfumerias y licorerias. De regreso en la capital, su desempeño –en las canchas– fue ligeramente inferior al que hacía dos años había mostrado en el rival de patio. Licenciado por bajo rendimiento, fue a parar al Deportes Tolima en el segundo semestre, equipo que a su vez le sirvió como trampolín para un triunfal regreso a Pasto para comienzos de 2002. Agotado ya el mercado local, su vivaz empresario decidió entonces enfilar baterías hacia el sur siendo el siempre hospitalario rentado peruano el elegido.

En la tierra del Inca vivió su cuarto de hora en un cuadro con los pergaminos del Deportivo Wanka, en donde diez goles en 21 partidos le permitieron, por primera y única vez en su carrera, hacerse acreedor a los mimos de la afición. Su gran suceso en Wanka le permitió ascender algunos peldaños y llegar al Alianza Atlético de Sullana, equipo en el que volvío a ser el mismo volante con esporádicos chispazos de algo que en el rentado peruano y en la primera B colombiana alcanza a recibir el calificativo de talento. Cuatro goles en 26 partidos le sirvieron a Edilberto para recalar en el ya extinto Estudiantes Grau equipo en el que fue testigo de la huída a mitad de temporada de su cuadro directivo dejando el equipo en manos de unos pocos filántropos que decidieron quedarse para terminar la temporada sin recibir a cambio nada diferente a la indiferencia de la parcial y uno que otro reconocimiento a su abnegación por parte de la crónica deportiva. Una mala temporada de su empresario le obligó a Edilberto a figurar en la lista de los filántropos.

Este desaire de su representante fue subsanado de una manera que ni el mismo Edilberto en el más agudo de sus delirios habría alcanzado a imaginar. En efecto, gracias a una maniobra que sentó un precedente que tardará décadas en ser siquiera igualado entre los empresarios criollos, su inescrupuloso agente logró instalarlo en el Millonarios del «Pecoso» Castro valiendose de la vieja táctica del «refuerzo-de-ultima-hora-tocó-este-por-que-no-había-más». El balance de su segundo regreso a las toldas albiazules reúne todos los requerimientos para dar inicio al respectivo proceso penal: sólo apareció en el último partido en Bucaramanga, cuando ya se había consumado la eliminación azul para recibir 15 minutos después de su ingreso una muy merecida tarjeta roja consecuencia de un infame guadañazo que supo propinarle a un joven valor bucaro. No sobra aclarar que la precisión en la patada fue la misma que mostró cada quince días ante el cajero de la sucursal bancaria en la que cobraba su generoso salario. Infinitamente agradecido con su empresario y con su futuro asegurado huyó sin dejar rastro alguno. Expertos en la materia auguran no obstante que la parcial azul todavía no ha visto el último regreso de Edilberto. Apreciación con la que coincide su ahora potentado empresario..

Juan Carlos Docabo

El Junior de Barranquilla en 1991 necesitaba un arquero con las suficientes condiciones como para adueñarse de un puesto que tradicionalmente ha sido ocupado por mano de obra foránea y donde se quemaron pseudoproyectos criollos como Javier Chimá, Calixto Chiquillo, Leonidas De La Hoz y en tiempos recientes Carlos Pérez.

Algún directivo comentó por lo bajo que había visto un par de portadas de la Revista El Gráfico en 1989 donde habían mencionado a un tal Docabo que pintaba bien. Juan Carlos entonces era una de las más grandes promesas en el arco de San Lorenzo de Almagro pero su carácter indomable lo había relegado a temporadas larguísimas en la banca. Eso terminó atrofiando este proyecto porque, sin que nadie lo supiera, el buen arquero pero de personalidad muy fuerte, recaló poco tiempo después en Vélez Sarsfield en donde también tuvo problemas por agarrarse con todo el mundo.

No cabe duda entonces que un atarvancito argentino, de topo en la oreja y actitud de James Dean tenía poco futuro en Barranquilla y así fue. Sus actuaciones fueron muy malas y terminó yéndose una triste tarde de 1991 en la que el Deportivo Independiente Medellín goleó 4-0 al Junior con cuatro tantos de Jorge Daniel Jara, tres de ellos colaboración exclusiva del gaucho.

Después deambuló por Temuco (Chile), Chacarita, Estudiantes, Perugia y Viterbese de Italia y se dio el lujo de ser campeón con Vélez Sarsfield en 1994 (como suplente, claro) de la Copa Libertadores de América.
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