
Mucho más que Fidel Castro, Hugo Chávez, Piedad Córdoba, Fernando Londoño o Marcelo Cezán, Francisco Maturana es un hombre de despertar amores y odios. Harto se le ha reconocido ya su aporte a nuestro fútbol en la década de los 80 y a comienzos de los 90 y harto también se le ha criticado el perfil de timador profesional que le han dado los fracasos que ha cosechado en años recientes. Héroe o villano, genio o culebrero, hay una faceta de Maturana que ha pasado de agache y es la que le da su título de odontólogo. Es bien sabido que a donde va, el buen «Pacho» carga consigo un consultorio portátil, que, como el taller del artista, es el espacio donde en sus ratos libres se reencuentra con su verdadero yo, con su niño interior, liberándose así de la tensión que trae consigo un cargo tan lleno de presiones como el de director técnico. Al respecto, alguna vez se le escuchó decir: «soy humano y sensible, nada como un tratamiento de conductos después de una tarde de insultos e incomprensiones». .







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