Todo se remonta a septiembre de 1996, cuando después de muchos pomposos anuncios de partidos con equipos de primerísimo nivel, finalmente Millonarios terminó celebrando sus bodas de oro enfrentándose una noche de jueves contra un rival de medianísimo perfil como el Internacional de Porto Alegre en partido que terminó 0-0 con lesión grave de Édison Domínguez.
Pero lo que aquí nos interesa es que, por esos avatares propios de los partidos fuera de calendario, el Internacional terminó luciendo en su pecho el patrocinio de Cerveza Leona, misma marca que para entonces respaldaba a los azules. Hasta aquí, una anécdota más. Lo que no se sabía y que la Unidad Investigativa del Bestiario del balón fue lo que esta travesura de mercadeo le costó al equipo
Resulta que por cuenta de haber lucido, así hubiera sido por apenas 90 minutos, un logotipo tan de la entraña del FPC, una serie de acontecimientos paranormales tuvieron lugar en el seno del club. Dicen en Porto Alegre que durante unos pocos días, fuerzas que los empleados del club describieron como sobrenaturales los obligaron a incurrir en todo tipo de prácticas muy comunes por estas latitudes, pero menos frecuentes aunque no del todo desconocidas en la tierra de la samba.
Por ejemplo, aseguran por lo menos tres fuentes diferentes que pasaron por esos días por las oficinas haber visto al gerente deportivo, medio zombi, pidiendo partidos sin razón, al tiempo que decía ver puntos invisibles entre las AZ y tenía horrendas pesadillas con cuadrangulares de la muerte y fantasmas del descenso.
Coinciden los testimonios en que los de recursos humanos, por su parte, eran víctimas de súbitos ataques de narcolepsia cada vez que intentaban llenar las planillas para pagarle salud y pensión a los futbolistas, mientras que los de mercadeo aseguran que deshicieron sin razón alguna un contrato con una eficiente empresa de boletería, para cambiarlo por uno, bastante desfavorable para el club, por cierto, con una competidora que ofrecía las peores condiciones y el mayor índice de maltrato y tortura posible al hincha.
A su vez, cuentan que los de jurídica durante esos días y sin razón aparente terminaron demandando cuanto partido perdió o empató el equipo con argumentos tan traídos de los cabellos como que el rival había desentonado mientras cantaba el himno o que dos bombillos del marcador estaban fundidos.Del presidente no se supo mayor cosa pues al parecer jamás estuvo en condiciones para presentarse a la oficina, preso de una compulsión etílica que prendió todas las alarmas entre sus más allegados.
Faltaban los jugadores. Rememoran los entrevistados que de repente su umbral del dolor se vino a pique. Esto se expresó en la cancha, donde cualquier insulto, rasguño o pellizco del rival desembocaba en aterradoras escenas de gemidos, sacudones y estertores que obligaban a decenas de hinchas a encomendar sus respectivas almas a su correspondiente santo de devoción y también en la vida cotidiana, con desgarradores alaridos tras el más leve corte con una resma de papel para la impresora doméstica.
Algo más: en ese lapso ningún cambio de frente les funcionó -de hecho, tres de ellos impactaron inocentes y bellas porristas- y a todos ellos se les olvidó parar el balón. Sin excepción, cuanta bola llegaba a sus pies rebotaba descontrolada terminando la mayoría de las veces en poder del rival.
Así fueron las cosas durante un par de semanas. Aterrados con lo que ocurría, los miembros de la junta tomaron cartas en el asunto. Fue, al parecer, un franquiciario carioca del profesor Salomón el que dio con la causa del fugaz hechizo y también con la pócima para desactivarlo: «que entre los once titulares de ese día se bajen un petaco entero de Leona, cuidándose de en cada botella reservarle el primer sorbo a las ánimas benditas del purgatorio».
Hubo un momento en el que César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo fueron en la vida argentina dos figuras antagónicas del nivel de Churchill y Stalin, Ernesto Samper y Andrés Pastrana, Pelé y Maradona, Silvestre Dangond y Peter Manjarrés.
La sociedad gaucha se dividió entre Menottistas y Bilardistas, cada uno encarnaba una forma de ver el fútbol y, de paso, la vida; no había punto medio posible. De haber vivido en esa época en ese país, incluso María Emma Mejía se habría visto obligada a tomar partido.
Entre ambos DT campeones del mundo creció, como era de esperarse, un hondo abismo y una constante rivalidad por ser el más respetado de los hombres de fútbol su nación. Pero tanto tire y afloje, dimes diretes, dardos que vienen y van terminan por desgastar y obliga a replantear la estrategia.
Y así fue como a Menotti, no sabemos en qué circunstancias, se le ocurrió una fórmula que le permitiría, al mismo tiempo, descansar un poco de tanto ajetreo, explorar nuevas dimensiones de su ser liberándose de esa camisa de fuerza que es el género entendido como algo fijo, estático, monolítico y, de paso, borrar la huella que su rival había dejado en su paso por Colombia.
El caso es que, valiéndose de su síndrome de Pertegaz, aquel que desarrolla rasgos faciales de mujer adulta mayor en el rostro de hombres mayores de 40 años,aterrizó aquí con la falsa identidad de doña Libia González. Y lo hizo tres décadas después de que el «Narigón» nos visitara, primero para dirigir al Deportivo Cali y luego a la Selección Colombia que trató, sin éxito, de sacar visa para el Mundial de España'82.
No fue difícil el tránsito, dadas las características preexistentes. Solo fue cuestión de unos minutos más de secador en las mañanas y un sobrecito de tinte ref. «negro ceniza» de L'Oreal, dos o tres nociones elementales de manejo de tacón plano y averiguar cuál era la dosis mínima de base para la cara, además de trazos básicos de pestañina solo por si alguna ocasión especial se presentara. La voz, espesa y aguardientosa, permaneció intacta, solo fue cuestión de encontrar el acento.
De esta forma, Menotti pudo relajarse, incursionar en esa aventura maravillosa que es recorrer los límites y pliegues de la sexualidad, no abandonar lo que siempre supo hacer (su programa, Kanitas al aire incluía una sección de gimnasia y pilates para los abuelitos) y, lo más importante, hacer algo de trabajo sucio para minar lo construido por Bilardo. ¿Cómo lo hizo? Fácil. Escudándose en su condición de matrona del prime time de la TV comunitaria.
Cada que podía se ubicaba estratégicamente corredores y cafeterías de estudios de grabación así como en salones de té, peluquerías, y salas de espera de consultorios, terminales y aeropuertos a echar rulo y de esa forma despotricar sin miramiento alguno de su rival. A punta de maledicencias supo hacer trizas lo poco que dejó su eterno némesis en su paso por este país, dándole vuelo a anécdotas que ya circulaban sobre mañas de sus dirigidos como salir con alfileres para fastidiar al rival que les correspondía marcar, o con Vick Vaporub para frotarle en los ojos a los centrales contrarios justo antes de un tiro de esquina todo esto por no mencionar los laxantes en el agua que gentilmente se le obsequiaba a los contrincantes.
La nueva vida de César Luis iba, pues, viento en popa. Sus metas trazadas se cumplían una tras otra. Encontró sosiego, nuevos horizontes sin dejar de destruir lo construido por Bilardo. Tan embelesado estaba con su nuevo proyecto de vida que descuidó lo elemental.
Cuentan por ahí que un día, en una pausa de una grabación, se vio en la necesidad de evacuar la vejiga y sin más ni más entró al baño de varones, donde, por pura costumbre de tantos años, se dirigió al orinal. No contaba con que una cámara de seguridad, lo registró. Aterrados, los encargados del área emitieron alaridos que convocaron a unos cuantos funcionarios más. Nadie en el centro de control daba crédito a la grabación que repitieron una y otra vez y que mostraba a doña Ligia orinando de pie. La confusión fue total. Nadie esperaba verse cara a cara con tamaña revelación. ¿Qué más podía estar ocultándoles, la hasta ese momento, entrañable y carismática señora?
Doña Ligia quedó igualmente estupefact@ al caer en cuenta de su error y de que había quedado en evidencia. Cualquier explicación no haría sino incriminarl@ más. Con dignidad, salió, recogió sus corotos y partió en un marco de total silencio. Meses después alguien en el Kanal vio una entrevista a Menotti y pensó para sus adentros «yo a este tipo yo lo he visto antes», pero no iba a hilar tan delgadito.
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Todo el mundo sabe que Millonarios en los 80 estuvo en manos de quien hoy calificaría como un «polémico emprendedor». Lo que hasta ahora poco se había ventilado es que tal espíritu contagió al resto del plantel. Y no. No malpiensen. Aquí no hay contabilidades paralelas, cuentas en las Islas Caymán ni dedos de guantes de cirugía involucrados. Dicho ánimo se concretó, por fortuna, en pequeños negocios que varios de los integrantes del plantel echaron a andar en tiempos en los que todavía no se hablaba de PYMES.
Desde jugueterías hasta panaderías, muchos de los jugadores azules de entonces dividían su tiempo entre los entrenamientos y la sumadora, entre los viajes y las concentraciones y las filas para pagar impuesto de avisos y tableros. Eran, nunca mejor dicho, verdaderos «futbolistas y empresarios», inspiración, sin duda, de las actuales «modelos y empresarias».
Incluso más que el fútbol, los videos son la gran pasión de Eduardo Pimentel. Y en todas sus expresiones. Desde la tangible hasta la figurada. En cuanto a la primera, en sus años mozos se convirtió en el zar del Beta bogotano gracias a Batiamax I, su negocio de alquiler. Tiempo después, aprovechó su manía de grabar, en video, todos los partidos del Chicó para debutar como presentador de un programa en Canal Uno dedicado exclusivamente a analizar los errores de los de negro que perjudicaban a su equipo. Esto nos lleva a la segunda, que tiene que ver sus bien conocidas maquinaciones, a veces fabulaciones, sobre conspiraciones, sociedades secretas y todo tipo de fuerzas que conspiran en su contra.
Consciente de esto, a Eduardo le asaltó una preocupación -es decir, se metió un video más- por allá a finales de 1988. Duró noches en vela preguntándose: ¿será que por andar en tantos videos me quedaré sin amigos? Precavido, quiso mandarle un mensaje contundente a sus carnales y esa es la razón que explica este aviso publicado en la Revista Millos.
Los gustos son algo muy personal y en tal sentido hay que respetarlos tanto como las fobias. No obstante, hay situaciones extremas en que la presión obliga a indagar por los flancos más débiles de nuestros enemigos para aprovecharlos en nuestro favor.
Eso hicieron los jugadores del Cúcuta Deportivo que, aterrados ante la perspectiva de regresar a ese infierno de flotas con aire acondicionado dañado, El Rey León en loop al infinito reproduciéndose en la pantalla sin sonido y paradores rojos con baños fuera de servicio que es la primera B, contrataron a una agencia de detectives privados para que le hiciera seguimiento a su némesis de turno: el fantasma del descenso.
La tarea encomendada pronto rindió frutos. En una reunión ultrasecreta celebrada en los bajos del estadio Santiago de las Atalayas el truquini de turno informó: «les tengo par datos, pero como la cosa es urgente, ténganse de este: el tipo detesta, odia, pero con odio jarocho el tropipop, ahí les dejo ese trompo en la uña».
Comprometidos con la causa como estaban, los integrantes del plantel entendieron el mensaje y se pusieron manos a la obra. Contrataron un grupo élite del conservatorio de Yopal (con dos refuerzos importados de Cúcuta) y entre todos lograron que Sebastián Botero en cosa de días se metiera -hipnoterapia incluida- el curso «Guitarra para todos» mientras que hubo consenso en torno a que la voz del Kinesiologo Diego Peñaloza -dos galones de propoleo después- era la más armoniosa del plantel. La letra, a juzgar por su regular métrica, se le atribuye a Juanes.
Y así nació esta sincera pieza que no sólo ha cumplido con su misión original (hoy es muy difícil que el Cúcuta pierda la categoría) sino que ha puesto a sus intérpretes por la misma senda de otros que ya combinaron guayos y acordes como el recordado «Gamo» Estrada y, en particular, todos los que en diferentes momentos tuvieron que ver con el proyecto balompédicometalerotropical liderado por Leonel Álvarez y bautizado «The Lion’s Agony«.
Como ya es de conocimiento de nuestros lectores, desde hace varias décadas existe en el portafolio de las agencias de viajes del Sur del continente un plan hecho a la medida de los arqueros. Se llama, para los que recién llegan a sintonía, «Venga a Cali, tape en el Cali» y esta concebido para goleros que tras varios años de desgaste en concentraciones, situaciones de extrema presión, definiciones constantes desde los doce pasos con todo el desgaste físico-mental que esto implica, entrenamientos a doble jornada y demás arandelas de este ingrato oficio quieran darse una pausa, doblarle el pescuezo al super yo, dejar asomar a su niño interior y en un paradisíaco escenario como el que solo la capital del Valle puede aportar, recargar energías al tiempo que eventualmente en sus ratos libres tienen la oportunidad de pararse bajo los tres palos del arco del Deportivo Cali, eso sí, sin ningún compromiso.
Dicen los que lo han tomado -y que no se cansan de recomendarlo en el voz a voz cotidiano- que el paquete incluye también paseo de olla en Pance, valera para diez noches en Juanchito con tertulia al terminar en el lenguaje de los cuerpos, foto autografiada con el mono churuco del Zoológico y, más recientemente, la opción de manejar un articulado del MIO con acceso ilimitado al pito.
Pues bien, para quienes dudan de que tal alternativa vacacional existe, les tenemos la prueba reina. Para comienzos de 1980 la revista El Gráfico entrevistó al legendario cuidapalos Hugo Gatti quien insinuó que tal vez su ciclo en Boca podría ya estar cerca de cumplirse. Ante esto el periodista le preguntó: ¿Adónde querés irte?, a lo que el «Loco» ripostó: «Al Deportivo Cali. Allá siempre hay sol, buen clima, un lindo hotel. Lo hablé con Nacha y ella está de acuerdo (habían cotizado el familiar)».
Pese a la expresa voluntad del cliente, por razones que desconocemos finalmente no hubo acuerdo con la agencia. Gatti, obstinado, pero ante todo loco y soñador, no dejó morir la ilusión. Años después, cuando ya estaba en el último de sus muchos últimos años cumplió el sueño pero muy a medias. Vino a Cali, sí. A tapar, sí, pero no con el Cali, sino con el América en el partido de despedida de Willington Ortíz. Peor es nada.
La vida del hincha está llena de grandes preguntas: ¿qué pasaría si mi equipo desciende? ¿Qué se sentirá ser hincha de X equipo? ¿Por qué si vamos perdiendo y falta un puto minuto les dio por cobrar ese malparido tiro de esquina en corto? Y entre todas estas, ¿qué harán los futbolistas en Halloween?
Sobre esta última no hay, seamos francos mayor información. Uno creería que así como un oficinista aprovecha la fecha para disfrazarse de futbolista, estos a su vez dan rienda suelta a oscuras represiones y salen a la calle ataviados con pantalones de pana, mochilas arhuacas, gafas de marco grueso, sacos con parches en los codos y cualquier otra suerte de prendas y accesorios en las antípodas de su profesión.
Pero no. No parece ser así por lo menos si nos atenemos a este hallazgo que prueba como los jugadores de la selección que disputó las eliminatorias a Francia 1998 decidieron que, como ya tenían el uniforme y además les salía gratis, lo más práctico era conseguirse una de millones de pelucas del Pibe que permanecían en el sótano de la Federación y de todos y cada uno de los estadios del país, ponérsela y salir a pedir dulces con sus amiguitos en las inmediaciones de la concentración aprovechando, por cierto, que ya no estaba Valenciano que al primer descuido se los empacaba todos.
Identifícalos y gánate una copia del libro -inédito- «Mis primeros 80 años» de Víctor Danilo Pacheco.
El reciente episodio paranormal que protagonizó James Rodríguez puso de moda el elemento fantasma en nuestro fútbol. Al del descenso, al de la promoción y al de las lesiones, tal vez los tres más reconocidos, se sumó uno que andaba traspapelado tanto en los archivos como en la memoria del hincha y que por tratarse de un episodio cómico-deportivo-dirigencial sabemos que nos corresponde a nosotros hacer cumplir el sagrado derecho a la verdad que a todos nos asiste.
Para finales de 1996 Colombia lideraba la eliminatoria a Francia 1998. La olaverdeada de Estados Unidos parecía, solo parecía, haber quedado atrás y la malsana euforia tricolor comenzaba a hacer de las suyas alimentada en parte por el siempre confiable ranking Fifa que nos tenía en un halagador séptimo lugar. En esas estaban cuando Efraín Pachón llegó a las oficinas del ente federativo con el cuento de que se había conseguido dos partidos en Asia para noviembre y que pagaban 40.000 dolaracos por cada uno. Los rivales serían Tailandia y Corea.
Aplicando la criollísima máxima de que «plata sí hay, lo que toca es agarrarla», inmediatamente se dio vía libre al emprendimiento. No obstante, el sonido de la registradora mental les impidió oír a quienes advirtieron que la gira se cruzaba con el partido en La Paz por la sexta fecha de la serie previa al Mundial. Una vez cayeron en cuenta no se asustaron. Recordemos que el arte de aplazar partidos de fútbol ocupa renglón privilegiado en la lista de expresiones de nuestro patrimonio inmaterial, de ahí que, confiados, los «popes» de la Federación llamaron a Pachón
-«Hermanolo, si sos bien despalomao vos, eh, no te diste cuenta que la vueltica donde los turcos, ¿los turcos? eehh jajajajaj, donde las geizas, ¿sí son geizas? ¿geishas? ¿ya las cuadraste? ¿cuántas nos tenes por beneficiario? JAJAJAJAJA, bueno, esa vueltica se nos cruza con el partido en La Paz, decíles que les caemos más tarde, que estamos demorados, que los picaditos los jugamos una semanita después. Vení, vení, traete limoncito, brindá por eso»
Pero no contaban, y Pachón no les había dicho según informó en su momento Semana, que el margen de folclor admitido en esta transacción era mínimo. En el medio había nada menos que un agente Fifa que de entrada les advirtió que cualquier incumplimiento se les iría hondo y hondo era sanción de 200 millones de la época y, lo más grave para estos récordmen de la viaticación, uno o dos años sin amistosos para la selección, hecho que obligaría a clausurar el Orange Bowl y a dejar sin trabajo durante 24 meses a la selección de Honduras que, sin duda, alcanzó a alistar demanda.
Tan oscuro panorama hizo que cundiera el pánico. Pero nunca más de lo debido, pues los entonces dirigentes eran tan emprendedores como recursivos. Esto permitió que uno de ellos sugiriera: «Aahh, mameyhermaaaano, mandamos a cualquier rejuntao y qué, qué van a saber que no son los que son, y si joden pues llevamos pelucas del Pibehermano, ¿vos guardaste alguna? y se la ponemos a cualquiera de estos y sale, es más, pintá con marcador otras dos de negro y se las clavamos a dos pelaos y decimos que uno es René, otro Leonel, ¿vos crees de verdad que esos turcos se la pillan? naaaaaaaahhhh qué vaaaaa, si lo importante es que vaya la titular del comité, a encender a taponazos a esas geyzas, ¿sí son geyzas? ¿gaishas?, bueno, golfas en todo caso, JAJAJAJAJAJ»
Y así fue. Mientras la titular de la selección regresaba de empatar con Bolivia, la titular del Comité Directivo de la Fedefútbol atravesaba el pacífico ansiosos por dejar lo mejor de sí en los diversos escenarios de la noche tailandesa, para lo cual, precavidos, habían prestado sendos kimonos en sus Foto Japón más cercanos «para usar ¡sin nada debajo! JAJAJAJAJA». En el mismo avión, por cierto, iban 18 jóvenes incautos que había logrado reunir Javier Álvarez, superando las reticencias de sus padres quienes no entendían a qué selección se los llevaban si la de verdad estaba en Bolivia. «Mijo, en cualquier caso, prométame que por nada del mundo va a soltar el pasaporte», le advirtieron a más de uno.
El pánico escénico pronto pasó factura. El primer partido terminó con derrota 3-1 contra la siempre complicada selección tailandesa, mientras que en el segundo fueron cuatro los que nos empacaron los coreanos, frente a un solitario descuento de nuestra parte obra de Juan Guillermo Villa extra escogido para jugar con la falsa cabellera de Leonel Álvarez. Versiones sin confirmar señalan que en el tercer tiempo, a cargo de la plana dirigencial, maratonistas etílicos y todos con doctorado en filología del lenguaje de los cuerpos además de gratas revelaciones en la siempre difícil prueba del masaje tailandés, se pudo remontar apenas simbólicamente marcador.
Así formaron contra Corea: Darío Aguirre; Diego Alzate, Rafael Vásquez, Osman López, Brahaman Sinisterra; Alexánder Orrego, Rubén Darío Velásquez -que para entonces no había debutado como profesional-, Ancizar Valencia, Jhon M. Ramírez; Wálter Escobar y Hugo Gallo. Entraron Ricardo «Gato» Pérez por Gallo (14 ST), Juan Guillermo Villa por Jhon Mario Ramírez (18 ST) y Misil «Soy jugador de selección, los clubes son poca cosa para mi» Restrepo por Velásquez (26 ST).
Nadie, por supuesto, iba a tener la lucidez de interpretar lo ocurrido como una señal, nadie iba a sugerir que los siete goles en dos partidos que le hicieron a Javier Álvarez en su falso debut como DT nacional bien podían ser un signo de los tiempos, un augurio de tiempos peores que se aproximaban como en efecto ocurrió.
Consumada la debacle deportiva, quedaba el desquite en Western Union. Confiados en que los 80.000 dolaracos estarían esperándolos a su regreso, volvió la delegación solo para encontrarse que el girito estaba embolatado. Y entonces los reproches: «Hermano, ¿vos estás seguro que les diste bien la cédula?¿Vos ya revisaste en monigrán, en güesteriunion?, Preguntá en adpostal, quien quita, ¿tenés moden? metete a interné a ver si aparece ahí.» Aahhhh berrionda vida… ¿Será que a estos vergajos les dio por pitufear y van a mandar el billete pedaceado?
La plata se embolató, cosa que dejó al Comité descuadrado al punto que, para cubrir ese hueco, para pagar la fisioterapia de recuperación activa post masaje tailandés no tuvieron reparo en embarcarse en otra aventura similar un año después. De nuevo, un amistoso metido entre dos fechas de eliminatoria.
Pero esta vez el escenario era más cercano, Nueva York, lo que limitaba el margen de acción y los hacía más propensos al escrutinio. De ahí que optaran por una escuadra incluyente. Los adultos mayores tuvieron su cuota: Jairo Ampudia, así como los niños y niñas de Colombia gracias al llamado de Giovanni Hernández . Ambos tuvieron su oportunidad en el segundo tiempo. Ampudia, no hizo otra cosa que posar para un fotógrafo personal que contrató -faltaba más- para registrar cada segundo de este momento Kodak de su ya declinante trayectoria.
Aprovecharon también para llevar a los originales René y Leonel con la siempre taquillera excusa de hacerles un homenaje, además de un titular de la escuadra auténtica como Harold Lozano Lesionado (su segundo apellido).
El encargado ahora de dirigir sería Juan José Peláez, escogido entonces por ser el asistente de Hernán, pero sobre todo por su bigote al que sendas gotas de camomila en pleno vuelo le darían el mismo tono del de su jefe. Esto, sumado a otras gotas, pero estas de limón para aclarar temporalmente sus ojos, aniquilarían cualquier duda que pudieran tener los empresarios sobre la verdadera identidad del DT.
Decíamos que la nómina estuvo marcada por la inclusión. Fue una de esas «mezclas de juventud y experiencia» que tanto gustan por estos lares. Saltaron a la cancha René Higuita, Flaminio Rivas, «Chaca» Palacios, Alexis Mendoza y John Wilmar «Pelusa» Pérez; Leonel Álvarez, Hárold Lozano, Jhon Mario Ramírez, Arley Betancourt, Ricardo «Gato» Pérez y Luis «la Puya» Zuleta. Ampudia y Hernández entraron en el segundo tiempo, mientras que Óscar Fernando Cortés fue el último en tener su «palomita». El marcador final, en línea con el ánimo del encuentro, fue un fraternal 2-2.
Como siempre, no sobra recordar que aprender de los errores no ocupa renglón alguno en la lista de virtudes de los colombianos, de ahí que es altamente probable que pronto volvamos a tener selecciones fantasmas. La próxima tendrá la ineludible misión de incluir al gran marginado de las dos anteriores, borrado aun pese a su condición de integrante natural de cualquier convocatoria del tercer tipo: el «Fantasma» Ballesteros.
Sin hacer méritos para, diga usted, un apartaestudio en el parnaso de los más grandes del fútbol colombiano de todos los tiempos, el buen Alonso «Pocillo» López alcanzó a ganarse una pieza en el corazón de los hinchas azules, por cuenta de sus catorce años de servicio ininterrumpido en la banda izquierda de Millonarios, aportes que le permitieron tenerla escriturada durante todo este tiempo. Tan instalado estaba que el día de diciembre de 1985 cuando se consumó su salida este, dicen, clavó una bandera de Colombia y puso a sonar el himno en una grabadora Hitachi de doble casetera para impedir ser desalojado de un predio que había ocupado quieta y pacíficamente en término incluso superior al fijado por la ley.
Muchas veces jugador de selección, para 1984 ya tenía el sol a sus espaldas. No obstante, todavía le quedaba algo de gasolina, combustible que se consumió en los segundos que duró este abrazo en plena Caminata de la Solidaridad de ese año con quien por no sabemos qué razón en algún momento decidió ensañarse con la divisa embajadora.
¿Qué vino tras el malevo gesto de O Rei? Un título perdido en la última fecha, un licenciamiento, un fracaso en una eliminatoria y, por último, el fin de su carrera con más pena que gloria dos años después. Una lástima que no quiso hacerle caso al niño que tuvo un instante de clarividencia segundos previos a la foto como bien lo demuestra su rostro, convulsionado al saber ya lo que vendría para su ídolo local.