
Si algún día la vida lo pone en la situación de argumentar por qué nuestro nunca bien valorado rentado criollo es también un remanso de excentricidades sin parangón, orgulloso puede recordar el caso del Fiorentina que de la noche a la mañana se convirtió en River Plate. En efecto, el citado disparate tuvo lugar a mediados de 1995 cuando el proyecto Fiorentina-Caquetá hizo agua obligando a su gestor y mayor promotor, el madrugador empresario Genaro Cerquera, a recoger sus corotos y a buscar un nuevo puerto en donde anclar. Con la ficha en la mano, el empresario tuvo que recorer toda suerte de ciudades internedias con perfil de posibles sedes del «gran ascenso» hasta llegar a Buga, ciudad en la que se topó con el también próspero Henry Cubillos quien para entonces fungía como presidente del River Plate de Buga, club deportivo con un pedigree de más de 28 años dando de que hablar en el fútbol aficionado del Valle del Cauca.
Hecha la negociación, el Fiorentina –club que fuera cuna de jugadores como Leiner Orejuela, Andrés «Roque» López, Orlando «Fantastma» Ballesteros, Osman López y Alex Daza– cedió su ficha al ahora profesional River Plate de Buga y con 36 jugadores dirigidos por el profesor Alberto Suárez comenzó la aventura «millonaria» en la «ciudad señora de Colombia». Con el Hernando Ázcarate Martínez como domicilio; bajo la dirección del profesor Alberto Suárez; con el apoyo de las barras «La banda roja», «La juvenil roja», «La bastonera» y la siempre fiel «Barra de Darío»; y con Raúl Rivera, el brasilero Arnaldo Da Silva y José «Chepe» Torres como baluartes el 17 de septiembre de 1995 un empate a un gol contra Alianza Llanos en Villavicencio marcó el debut del River Plate de Buga en la primera B. A esto debemos añadirle que, según un completo informe de Deporte Gráfico publicado por esos días, el presupuesto mensual del club rondaba los 20 millones de pesos, semanalmente se recaudaba en las taquillas del Azcárate Martínez un promedio de cuatro millones, socios e hinchas del equipo colaboran con la vivienda y la alimentación de jugadores provenientes de otras regiones (interesante ítem: ¿se alcanza imaginar usted llegar a casa y encontrar apoltronado en su sala de estar al central responsable de marcar al delantero rival que supo amargarle la tarde?) y para no tener problemas con la caja menor una rifa de un Chevrolet Swift le garantizarían por lo menos 100 millones de pesos al club.

Su técnico, Alberto Suárez posa en compañía del preparador fisíco Ismael Benítez
Un notable tercer puesto en la reclasificación le permitió a los de la banda cruzada del centro del Valle clasificarse sin afugias a los cuadrangulares semifinales en el año de su debut. Le correspondió disputar el cuadrangular «A» junto con Cúcuta (a la postre campeón), Rionegro y Unicosta. Llegada esta instancia el equipo se desinfló y a duras penas alcanzó el tercer lugar con cuatro puntos, los mismos de Unicosta, colero del grupo. Para el torneo siguiente la suerte sería bien distinta: una pésima campaña les abriría las puertas de la primera C en la época en que todavía había funcionaba el ascenso y el descenso entre estas dos categorías. Exótico y efímero, el proyecto River Buga puede sacarlo de apuros llegada la hora de demostrar lo pintoresco que puede llegar a ser nuestro balompié profesional.
(En la foto, arriba, de izquierda a derecha: Raúl Rivera, Juan Carlos Agudelo, Miguel «El elegante» Mosquera Torres, José Luis Osorio, Mauricio Galindo y Diego Pizarro. Abajo: José Omar Azcárate (utilero y de alguna manera descendiente del dueño del estadio), José Torres, Walter Valencia, Javier Rodríguez, Rubén Dundo (argentino) y Alonso Rodríguez. .