Y no era fácil sobresalir en esta categoría donde tenemos jugadores que hacen hogueras para ahuyentar espíritus malignos, otros que por nada del mundo pisarían primero la cancha con el pie izquierdo y aquellos que usan los calzoncillos al revés (con las costuras hacia afuera, como el gran René)con el fin de espantar malas energías. Pero la del «Chomo» Cadavid cuando estaba en el Quindío de 1990 -en el que, como vemos, hizo su práctica antes de graduarse como arquero Óscar Córdoba- de cantar el himno con el guayo derecho a un metro de distancia no tiene parangón.
Antes de que irrumpieran los canales privados se veían más niños interiores aflorar en los consejos editoriales de los noticieros. Por ejemplo: un buen día de 1990 en la antesala de un clásico a Juan Carlos González se le ocurrió que era una buena idea llevar a una figura de cada equipo, el «Pollo» y el «Pocillo, ambos Díaz, y ponerlos a saltar al campo, saludar e incluso celebrar un hipotético gol vestidos «de paisanos» (y en el caso del Pollo con chaqueta de cuerina que seguramente haría parte de su atuendo en una presentación que ofrecería esa misma noche bajo su identidad paralela).
Al final, el resultado se vio algo forzado pues los personajes no logran convencer no obstante los destellos de Díaz Pollo quien evidentemente tenía mucha más experiencia histriónica que su rival por las razones ya expuestas. Quizás habría hecho falta algo más: que lucieran ajustado y sugestivo vestido de baño, que al saltar a la cancha se encontraran con los pesados payasos del festival del hueco o que el guión incluyera una fractura de tibia y peroné. Aun así, son preferibles estos intentos dramáticos fallidos a las ferias de humo e insoportable labia que caracterizan las notas previas a los partidos de hoy.
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Todo el mundo sabe que Millonarios en los 80 estuvo en manos de quien hoy calificaría como un «polémico emprendedor». Lo que hasta ahora poco se había ventilado es que tal espíritu contagió al resto del plantel. Y no. No malpiensen. Aquí no hay contabilidades paralelas, cuentas en las Islas Caymán ni dedos de guantes de cirugía involucrados. Dicho ánimo se concretó, por fortuna, en pequeños negocios que varios de los integrantes del plantel echaron a andar en tiempos en los que todavía no se hablaba de PYMES.
Desde jugueterías hasta panaderías, muchos de los jugadores azules de entonces dividían su tiempo entre los entrenamientos y la sumadora, entre los viajes y las concentraciones y las filas para pagar impuesto de avisos y tableros. Eran, nunca mejor dicho, verdaderos «futbolistas y empresarios», inspiración, sin duda, de las actuales «modelos y empresarias».
Alrededor de este evento hay una verdad de a puño. Y es que de no ser por la comunidad colombiana residente en Estados Unidos el fútbol colombiano difícilmente habría clasificado a tres mundiales seguidos en los 90. Ellos, con sus dólares invertidos estoicamente en cientos de miles de insulsos partidos amistosos la mayoría contra Honduras fueron quienes hicieron viable lo que de otra forma no habría dejado de ser un sueño, un bello sueño.
Ahora sí a lo que vamos. Decir Copa Marlboro es decir arcos con rueditas, colombianos en guayabera y ombliguera repartiendo codazos en la tribuna del Orange Bowl con tal de asomarse en la transmisión que verían sus familiares en la patria, partidos en diamantes de béisbol con vastas zonas de la cancha en arena o en su defecto, en canchas de fútbol americano con sus respectiva demarcación intacta -pesadilla de cualquier juez- y vallas de Chibcha Night Club en Queens junto a las de Gloria Envía. Decir Copa Marlboro es recordar las épocas en que se mezclaban peras con manzanas, esto es: jugaban, para dicha de cualquier infante que a los 4 años su cerebro todavía no le permite distinguir entre clubes y combinados nacionales, las Chivas Rayadas contra Colombia, Millonarios o Santa Fe versus la selección de Estados Unidos.
Para los que recién llegan, para los nacidos después de 1990 -o a consecuencia de los festejos futboleros de 1989 y 1990- les contamos que la Copa Marlboro fue un torneo de ribetes místicos pues comprendía dos competencias en una sola copa. Misterio que, como el de la trinidad católica, es bastante insondable. De hecho, la redacción tardó todo un retiro espiritual en más o menos descifrar que la Copa Marlboro fue el nombre que le dieron a la Copa Miami en 1987, cuando esta llegó a su segunda edición. Así, Copa Marlboro y Copa Miami fueron dos en uno solo hasta 1990 cuando la Marlboro desaparece y la Miami continúa hasta 2001, año en que tuvo y no tuvo lugar su última edición, pues fue cancelada.
Pero hay más: la Copa Marlboro se extendió a otras ciudades, lugares en los que fue, hasta donde sabemos, sólo Marlboro, sin fundirse con otras competencias. Así, cada año se jugaba la de la capital de la Florida y una, dos o hasta tres más en Nueva York, San Antonio y Los Ángeles, entre otras locaciones. Ahora vemos dónde hicieron su máster en diseño de competencias nuestros siempre creativos «popes» del FPC.
Y dio para todo. En sus anales figuran toda suerte de delicias para el hincha obseso. Estas van desde el premio a Carlos Karabín -defensa de fugaz e irrelevante paso por el Millonarios campeón de 1987- como mejor jugador del torneo de aquel año, la venganza del 4-4 contra la Unión Soviética -en 1990 cuando Colombia derrotó por penales a los soviéticos tras empatar a cero en el tiempo reglamentario- hasta la participación de un tal «Equipo olímpico irlandés» que otros medios registraron como el Dundalk, sin que hasta hoy se haya podido llegar a un acuerdo.
El catálogo incluye también la no menos peculiar figura de los partidos de exhibición post campeonato como los de 1989 en Toronto (en el que una ignota escuadra local, «Toronto Italia» perdió con el Benfica») y San José, California. Sobra decir que desde ya hacemos votos porque los encargados de diseñar la Liga Postobón 2013 no se cuenten entre los visitantes del Bestiario y la lectura de este post les prenda su lamparita Coleman.
Al hacer el balance, se puede decir que la competición le dejó muchas cosas a Colombia. Y de todo tipo. En lo deportivo, Millonarios se llevó la de 1987, Nacional no se quedó atrás y levantó la de 1988 edición Miami mientras que Santa Fe cerró el ciclo ganador obteniendo de nuevo la de Miami de 1989. América no se quiso quedar atrás y participó dos veces, sin éxito, en 1989 en lo que algunos llamaron «the little malediction of the garabat».
Los tres clubes colombianos campeones derrotaron, curiosamente a la selección norteamericana del legendario Tony Meola cuando en el equipo de este país se hablaba español y en los viajes muchos convulsionaban acechados por malos recuerdos al pasar el avión sobre la frontera con México. Por cierto, más de un compatriota al cruzarse con el caristmático golero en algún mall intentó sin éxito sacarlo de casillas por esos días con un sonoro «Tony, the Dimayor tu papá».
Por su parte, la selección, que incluía jugadores de Millonarios, Nacional y Santa Fe creando un galimatías futbolero pues varios de estos futbolistas ganaron varias veces un mismo torneo un mismo año pero con diferentes colores y sin cambiar de equipo, salió campeona de una de las tantas que se jugaron en 1990 tras derrotar en la final a las Chivas Rayadas y subcampeona de otra en 1990 tras perder contra el Atlas.
En lo social, las cartulinas de los inmigrantes -distanciados muchos por razones personales de la «migra»- con mensajes en clave para sus seres queridos en el Norte del Valle y el Eje Cafetero fueron fundamentales para la felicidad y tranquilidad de cientos de miles de familias colombianas. En lo económico, dicen los que saben que quedaron abismos del ancho del cañón del Chicamocha entre los dólares que percibían los clubes por la participación y lo que ellos acá a la Dian le decían que les habían dado. Pero en estos asuntos es mejor no profundizar porque el fútbol debe ser motivo de alegría, una excusa para que este país tan agobiado asome su cara más amable y siempre sonriente (?).
Y para Millonarios, el eterno arrepentimiento por haber aceptado subirse a esa excursión de 1987 pues si bien ganó, el «Nano» Prince levantó la Copa y cosechó comentarios positivos como el del ex «Naranja mecánica» Johan Neeskens asegurando que hacía años no veía un «forward» de las características de Óscar Juárez, fue en este viaje que sobre los azules cayó la tonelada de sal larga vida que hasta hoy los tiene en agobiante sequía campeonil.
Incluso más que el fútbol, los videos son la gran pasión de Eduardo Pimentel. Y en todas sus expresiones. Desde la tangible hasta la figurada. En cuanto a la primera, en sus años mozos se convirtió en el zar del Beta bogotano gracias a Batiamax I, su negocio de alquiler. Tiempo después, aprovechó su manía de grabar, en video, todos los partidos del Chicó para debutar como presentador de un programa en Canal Uno dedicado exclusivamente a analizar los errores de los de negro que perjudicaban a su equipo. Esto nos lleva a la segunda, que tiene que ver sus bien conocidas maquinaciones, a veces fabulaciones, sobre conspiraciones, sociedades secretas y todo tipo de fuerzas que conspiran en su contra.
Consciente de esto, a Eduardo le asaltó una preocupación -es decir, se metió un video más- por allá a finales de 1988. Duró noches en vela preguntándose: ¿será que por andar en tantos videos me quedaré sin amigos? Precavido, quiso mandarle un mensaje contundente a sus carnales y esa es la razón que explica este aviso publicado en la Revista Millos.
Los gustos son algo muy personal y en tal sentido hay que respetarlos tanto como las fobias. No obstante, hay situaciones extremas en que la presión obliga a indagar por los flancos más débiles de nuestros enemigos para aprovecharlos en nuestro favor.
Eso hicieron los jugadores del Cúcuta Deportivo que, aterrados ante la perspectiva de regresar a ese infierno de flotas con aire acondicionado dañado, El Rey León en loop al infinito reproduciéndose en la pantalla sin sonido y paradores rojos con baños fuera de servicio que es la primera B, contrataron a una agencia de detectives privados para que le hiciera seguimiento a su némesis de turno: el fantasma del descenso.
La tarea encomendada pronto rindió frutos. En una reunión ultrasecreta celebrada en los bajos del estadio Santiago de las Atalayas el truquini de turno informó: «les tengo par datos, pero como la cosa es urgente, ténganse de este: el tipo detesta, odia, pero con odio jarocho el tropipop, ahí les dejo ese trompo en la uña».
Comprometidos con la causa como estaban, los integrantes del plantel entendieron el mensaje y se pusieron manos a la obra. Contrataron un grupo élite del conservatorio de Yopal (con dos refuerzos importados de Cúcuta) y entre todos lograron que Sebastián Botero en cosa de días se metiera -hipnoterapia incluida- el curso «Guitarra para todos» mientras que hubo consenso en torno a que la voz del Kinesiologo Diego Peñaloza -dos galones de propoleo después- era la más armoniosa del plantel. La letra, a juzgar por su regular métrica, se le atribuye a Juanes.
Y así nació esta sincera pieza que no sólo ha cumplido con su misión original (hoy es muy difícil que el Cúcuta pierda la categoría) sino que ha puesto a sus intérpretes por la misma senda de otros que ya combinaron guayos y acordes como el recordado «Gamo» Estrada y, en particular, todos los que en diferentes momentos tuvieron que ver con el proyecto balompédicometalerotropical liderado por Leonel Álvarez y bautizado «The Lion’s Agony«.
Como ya es de conocimiento de nuestros lectores, desde hace varias décadas existe en el portafolio de las agencias de viajes del Sur del continente un plan hecho a la medida de los arqueros. Se llama, para los que recién llegan a sintonía, «Venga a Cali, tape en el Cali» y esta concebido para goleros que tras varios años de desgaste en concentraciones, situaciones de extrema presión, definiciones constantes desde los doce pasos con todo el desgaste físico-mental que esto implica, entrenamientos a doble jornada y demás arandelas de este ingrato oficio quieran darse una pausa, doblarle el pescuezo al super yo, dejar asomar a su niño interior y en un paradisíaco escenario como el que solo la capital del Valle puede aportar, recargar energías al tiempo que eventualmente en sus ratos libres tienen la oportunidad de pararse bajo los tres palos del arco del Deportivo Cali, eso sí, sin ningún compromiso.
Dicen los que lo han tomado -y que no se cansan de recomendarlo en el voz a voz cotidiano- que el paquete incluye también paseo de olla en Pance, valera para diez noches en Juanchito con tertulia al terminar en el lenguaje de los cuerpos, foto autografiada con el mono churuco del Zoológico y, más recientemente, la opción de manejar un articulado del MIO con acceso ilimitado al pito.
Pues bien, para quienes dudan de que tal alternativa vacacional existe, les tenemos la prueba reina. Para comienzos de 1980 la revista El Gráfico entrevistó al legendario cuidapalos Hugo Gatti quien insinuó que tal vez su ciclo en Boca podría ya estar cerca de cumplirse. Ante esto el periodista le preguntó: ¿Adónde querés irte?, a lo que el «Loco» ripostó: «Al Deportivo Cali. Allá siempre hay sol, buen clima, un lindo hotel. Lo hablé con Nacha y ella está de acuerdo (habían cotizado el familiar)».
Pese a la expresa voluntad del cliente, por razones que desconocemos finalmente no hubo acuerdo con la agencia. Gatti, obstinado, pero ante todo loco y soñador, no dejó morir la ilusión. Años después, cuando ya estaba en el último de sus muchos últimos años cumplió el sueño pero muy a medias. Vino a Cali, sí. A tapar, sí, pero no con el Cali, sino con el América en el partido de despedida de Willington Ortíz. Peor es nada.