Para Juan Carlos Ujueta
Esta es una historia cualquiera de un refuerzo cualquiera que una mañana de enero aterrizó en el altiplano cundiboyacense proveniente del Río de la Plata en medio de una tibia expectativa por parte de la parcial de turno que para efectos de este caso diremos que es la de Millonarios.
Como sucede siempre en estas historias, el hincha aplicado apenas se conoció el nombre del refuerzo emprendió la juiciosa tarea de averiguar por los antecedentes del llamado a cambiar el rumbo de la historia del equipo en la temporada que se asomaba. Preocupado, descubrió que en la hoja de vida del ariete el único brillo provenía de un fugaz paso por, pongamos, «Hyunday Dinos» de la ignota liga coreana. Además de esta incursión oriental, sendos pasos por, tiremos nombres, el River uruguayo, Frontera Rivera, Rentistas, Huracán Buceo, Paysandú y Bella Vista (todo esto en menos de seis años) rellenaban su currícumum vitae.
«Bueno, estuvo en Corea, algo le habrán visto los empresarios», «bue.. cuantos no han venido con trayectorias así y acá finalmente han engranado y después no han parado de meterla…». Como en cualquiera de estas historias, el porfiado seguidor maquinaba en vano cualquier cantidad de argucias para no aceptar que esta era sólo una más de las historias de refuerzos que en enero llegan al altiplano con maletas cargadas de humo.
Superados los examenes médicos de rigor, el recien llegado refuerzo le dijo a los periodistas que era un goleador, que venía con el mejor ánimo a aportar su granito de arena, que siempre había sido un anhelo para él salir de Uruguay y venir a una liga tan importante como lo es la colombiana y que en Corea no permaneció más tiempo no por razones futbolísticas sino por temas de empresarios que se escapaban de su control.
El hincha, por su parte, se aferraba a esas palabras con una fe ciega, como la de la anciana madre que aferrada a San Antonio se resiste a aceptar que su tesoro que hace rato superó el quinto piso no encontrará su anhelado príncipe azul. Como pasa siempre en estas historias, el reportero de turno, llamémoslo «Toño Cortes», optimista él, aseguró en el programa del mediodía haber visto en el nuevo refuerzo «condiciones que seguramente lo llevarán muy lejos en cuadro embajador». «Se sabe mover, tiene buena pegada» añadiría a la misma hora pero en la cadena rival otro colega, un «Tolosa», podría ser.
En los espacios virtuales de encuentro de los hinchas, aquel principio rector de nuestra justicia según el cual «todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario» encontraba su plena realización. Como siempre pasa en estos casos, uno o dos, los más cándidos, a los cuatro vientos vaticinaban: «Ya van a ver, el uruguayo la rompe porque la rompe. Le tengo una fe bárbara, me recuerda tanto a Funes cuando llegó…». Junto a ellos, los más sensatos se limitaban a darle un compás de espera: «Hay que verlo, démosle tres o cuatro partidos y hablamos. Se ve que tiene algo».
Cerraban el coro las aves de mal agüero. Aquellas voces que escépticas aseguraban que esta no era más que una historia como todas las demás. Estas eran ferozmente silenciadas por la mayoría. Su suerte, como siempre en estas historias, era la del juglar que con prontitud anuncia la inminente invasión de la ciudad y va a parar a la hoguera por vaticinar la desgracia que termina siempre por ocurrir.
Arrancó el torneo y como siempre pasa en historias de este corte, pasaron dos, tres y cuatro partidos y el nombre del refuerzo nada que aparecía en la lista de anotadores. Llegó la quinta fecha y finalmente un gol de, es hora de bautizarlo, llamémoslo «López Batalla» contra cualquier equipo, el Pasto, por ejemplo, se reportó desde el Campín. Esperamos que no se sorprenda, amigo lector, si le contamos que no había traspasado aún la raya el balón cuando el refuerzo, torsidesnudo, estaba ya trepado en la malla de la tribuna lateral norte abrazando uno por uno a los asistentes para después evidenciar extrañas contorsiones que expertos consultados interpretaron como un principio de delirio extático.
La foto que acompaña este texto, una más de nuestro archivo,podemos decir que corresponde al momento en el que «López Batalla» ya había recibido los primeros auxilios y se disponía a cubrir de nuevo su torso y a recibir la tarjeta amarilla consecuencia lógica de tan eufórica celebración, sobra decirlo muy frecuente en historias como esta.
Ida la euforia, llegó la sexta fecha y tras de ella la séptima, la octava y la novena. Para la decimocuarta, con el equipo del refuerzo en el sótano de la tabla (Millonarios habíamos dicho) y el refuerzo borrado de la titular, aquellas aves de mal agüero resucitaron de entre las cenizas para pasar pronta y dolorosa factura. «¿Si ve? ¿Qué hizo el uruguayo? ¿Ah? ¿Usted cree que si fuera de verdad bueno no se lo habrían llevado a Europa, más en Uruguay que son capaces de vender hasta un cojo?». Como siempre, los que de pesimistas habían pecado no tuvieron más remedio que descargar su frustración pegados a la malla lanzando todo tipo de vituperios al ingrato que en enero los ilusionó.
El refuerzo, en silencio, dejó el altiplano una tarde cualquiera de mayo rumbo a su añorado Río de la Plata. Nadie fue a despedirlo. Es más, para esos días ya nadie se acordaba de él. Como siempre sucede en con estas historias, su nombre y el de quinientos más sólo volvió a ser recordado por los más enfermos en noches de copas y de delirantes ejercicios de memotécnia futbolera. Es por eso y no por más, amigo y seguramente beodo lector, que la historia de López Batalla seguramente le sonó tan familiar. No por el delantero yorugua, pues al fin y al cabo su apellido y el club al que llegó puede ser removido y reemplazado, digamos, por O’Neill y Santa Fe. ..