Fernando Varela

Proveniente de la tierra del maestro Rayo (Roldanillo, Valle del Cauca) llegó a Santa Fe a finales de los ochenta este volante de marca con la firme convicción de superar en reconocimiento a otros Varelas que para la época alguna notoriedad ya tenían en el panorama nacional (a saber: el aplicado alumno de la serie «Décimo grado»; Jairo, capo del grupo «Niche» y el rendidor jabón de barra de nombre barrigón).

Después de sobreponerse de una seria lesión que sufrió en un bestiarísimo cuadrangular que enfrentó a Santa Fe, Millonarios, la selección Bogotá y su similar de Martinica, Varela tuvo a bien coronorarse campeón nacional sub23 con la seleccíon Bogotá de «Basílico» González. Su buena actuación en el torneo juvenil sirvió para que González lo considerara como refuerzo del Deportes Tolima que en 1991 fue un tranquilo inquilino del sótano de la tabla. Para 1992 Varela regresó al Santa Fe de Jorge Luis Pinto en donde alcanzó a finales de ese año a ser presentado por algún delirante editor de la revista del club como el «nuevo Leonel Álvarez». El valluno permaneció en Santa Fe hasta el año siguiente y sin mayor aspaviento acumuló la no despreciable suma de 48 partidos y un gol con el plantel profesional.

Terminado 1993 se perdió el rastro del llamado a suceder a Leonel Álvarez en la primera línea de volantes del combinado patrio. Quizás perturbado por tamaña responsabilidad que un desubicado editor puso sobre sus hombros, Varela prefirió buscar nuevos y más sosegados caminos. Hoy el Bestiario del balón hace justicia y lo saca del crúel olvido para ponerlo en la galería de los grandes Varelas de la historia reciente del país junto al ya citado personaje de la serie de Cenpro y al hoy malogrado humorista vendedor de pócimas adelaganzantes de dudosa procedencia. .

Millos-GuayiGol

Para 1991 las vacas flacas comenzaban a pastar en predios azules. Para poder sobreaguar la díficil situación y la cada vez más agobiante falta de una liquidez que pocos años antes había sido la norma, las directivas azules se vieron obligadas a aceptar cualquier pan duro que les permitiera capotear culebras. En una de esas, la popular y bogotanísima marca de implementos deportivos Guayigol –célebre hoy por cortesía de nuestros amigos del extinto programa radial «La silla eléctrica» responsables de haber acuñado el neologismo inspirado en esta marca para referirse «a todo aquello que carezca del más mínimo asomo de buen gusto– apareció con una propuesta para patrocinar la divisiones menores del club que la directiva no pudo rechazar y que hoy se convierte en una pintoresca postal para el deleite de nuestros visitantes..

La mala hora de René

Haciendo gala de un rigor en el trabajo periodístico que hoy extrañamos en nuestra TV, el noticiero TVHoy nos presenta este completísimo informe sobre la inminente salida de René Higuita del Valladolid «de los colombianos». Sólo faltó el concepto del suplente del Getafe. .

Américo Jiménez Aguilera

Arquero bajito es malo por antonomasia. ¿Para qué lo trajeron? se preguntaban los fanáticos del Deportivo Pereira y de Unión Magdalena cuando este trabajador del fútbol, que supo morder grama cuando el Cali le clavó un 4-0 en Asunción en 1978 (atajaba en Cerro Porteño y jugaba, entre otros con Juan Manuel Battaglia) hizo su aparición entre las rarezas que han poblado nuestro fútbol. También supo arrastrar sus miserias en El Nacional de Paraguay, su país natal.

Bracicortico, pero macizo, debía ser un experto para ponerlo a batir olladas de arequipe para que no se cortara, pero diga usted, ¿enviarlo con la sencilla misión de cortar un centro? Tarea imposible. Era necesario en ese entonces contratar un circo callejero, con zanquero incluido, para que le prestara a Jiménez sus tacones de madera.

Se graduó en Colombia a punta de goleadas en contra y como si fuera poco, tras su flojísimo paso por nuestras tierras entre el 86 y 87, recaló en Chaco For Ever, de la primera división argentina donde Independiente de Avellaneda alguna vez lo volvió a aterrizar una fastidiosa tarde de octubre de 1989, cuando se comió siete goles defendiendo la valla de los chaqueños, su balance en el club de Resistencia fue pobrísimo, lo acribillaron sin piedad: 24 goles en 13 encuentros. Esa experiencia le dio el empujón necesario para abandonar el fútbol.

Juan Pordiosero y ustedesnoexisten (en simultáneo con enunabaldosa).


Américo, con el «Grande Matecaña» en 1987. En la foto quedan en evidencia sus problemas de estatura. (Gracias, John J.).

Rubén “La jirafa” Cousillas

Fueron épocas aciagas en el arco de Millonarios. Era como si el dinero que usted amasó durante toda una vida de esfuerzos y sacrificios lo dejara en las manos del padre Abraham Gaitán Mahecha (el cura que con cuello y sotana pegó una tumbada de aquellas con la infaustamente famosa Caja Vocacional) y de Roberto Soto Prieto (aquel que en sus ratos libres no hacía como uno, reseñas de futbolistas ignotos, sino que con MS-DOS, F5 y mucho ingenio mal encauzado se robó 13.5 millones de dólares del inexpugnable Chase Manhattan Bank). Las alternativas en el arco azul eran el ya homenajeado Fabio “La Gallina” Calle y este argentino, de cara triste y rendimiento ídem.

Cousillas llegó al Puente Aéreo con su valija llena de ilusiones. Y contó que en San Lorenzo había sido titular siempre. Y ya lo decía Josef Goebbels que una mentira repetida varias veces se convierte en verdad dogmática. No contó la “jirafa” que perdió su puesto ante José Luis Chilavert primero y luego con Esteban Pogany. Lo de Chilavert, vaya y pase, ¿pero perder el puesto con Pogany? Es para nunca revelarlo. Da pena.

En Colombia solamente se recuerda como uno de sus actos más probos el penal turbio que le “atajó” a Jorge Taverna en un clásico definitivo para decidir al campeón de 1987. Porque si nos vamos al recuerdo, sus bloopers (aquella terrible goleada 4-1 de Nacional de Montevideo en donde los goles charrúas fueron todos de su cosecha personal) daban tanta rabia que hasta Eduardo Pimentel le clavó un garrotazo ante las cámaras de televisión por un gol que le regaló en el último minuto a J.J Galeano en un Millonarios-Nacional que terminó 2-2.

Tan malo fue el rendimiento del argentino que Luis Augusto García, en temeraria decisión que después generó aplausos, le dio la oportunidad a un muchachito que atajaba en las inferiores y se desempeñaba como cajero de Corpavi: Omar Franco. Y el bogotano, a diferencia de Cousillas, Soto Prieto y Gaitán Mahecha, se convirtió en el “Corpavizador” de la portería de Millonarios en el campeonato de 1988.

Tras esta fuga de capital, Cousillas volvió a su país y tapó (es un decir) en Mandiyú de Corrientes y Argentinos Juniors, que sin él, pero con su estela, poco después descendieron. Huachipato en Chile fue otro escampadero hasta que se ganó la lotería sin haberla comprado. Fue asistente de Manuel Pellegrini en San Lorenzo, River Plate y actualmente sigue tras los pasos del chileno en el Villarreal.
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Un diseño de vanguardia

Con diseño de Ricardo Pava (el del frac de Uribe) y asesoría de Edgar Perea, nuestro modelo, clon del «Gamo» Estrada, desfila para todos los bestiaristas ansiosos de buen gusto, un uniforme de organza, mezclado con mimbre dri fit, para que el sudor no haga pesada la ropa deportiva que hábilmente lleva puesta.

El fondo, una rejilla roja referencia «Bima 80´s», hace mucho más amable el entorno que nos acerca a los uniformes barriales, utilizados alguna vez por todos nosotros y que, como efectos colaterales, más allá de la belleza de su diseño, traía consigo una extraña rasquiña de sobacos que sería deseada por Charles Bukowski, un fanático de esta modalidad.

Aunque el local de Rodeo Drive no alcanzó a dar los ingresos deseados, usted puede conseguir la ropa deportiva Stadium, para sus cotejos bestiaristas, en Dosquebradas, Risaralda.
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Marcelo Fernández

Delantero brasilero, orgullo de Campinas, que después de militar en Pontepetra y Ferroviario de su país desembarcó en Santa Marta, enclave bestiarista, a comienzos de 1999 para ayudar junto al «Tyson» Hurtado, Eyner Viveros, Alberto Zamora y Eduardo Niño a ahuyentar el fantasma del descenso que por esos días ya recorría los desolados corredores del Eduardo Santos. Dos o tres chispazos de Marcelo no espantaron al fantasma, pero si le sirvieron al brasilero para asegurarse un contrato con Santa Fe para el año siguiente.

En el Santa Fe del «Pecoso», alcanzó a disputar seis partidos en los que no fue ni la sombra de aquel jugador intermitente que a pocos deslumbró en Santa Marta. Terminado el primer semestre, Marcelo ya había abandonado el país. Fuentes consultadas en el DAS sugirieron indagar con sus similares de El Salvador, Bolivia o Ecuador para establecer cuál fue la siguiente escala del aventurero..

Andrés Villegas

Hay historias con perfil bestiarista y la de Andrés Villegas. Después de defender el arco de la selección Antioquia y de algunos clubes aficionados del país, Andrés, hijo de Rafael, conocido comentarista, llegó a Millonarios a comienzos del 2000 para una pasantía como tercer arquero en los ratos libres que le dejaban sus estudios de publicidad. Al llegar, Villegas encontró delante suyo a dos de los más connotados suplentes que ha parido nuestro rentado: Eduardo Niño y el popular Andrés «Roque» López. Con este panorama, Andrés sabía muy bien que sólo le quedaba esperar un golpe de suerte que le permitiera saltar al gramado con el once titular. Ningún sentido tenía pelear el puesto de arquero suplente contra dos decanos de la posición.

Y el golpe de suerte se llamó Copa Merconorte –añorado manantial de exquistio material para esta página–. Fue en esta copa, en un partido en el que un Millonarios ya clasificado enfrentó en Bogotá al Toluca de José Saturnino Cardozo, en el que una lesión de «Roque» López y un Eduardo Niño aferrado a su poltrona en el banco embajador -«No profe, mire que a esta edad y con este frío voy y me acatarro, más bien dele el chance al pelado que si debe tener ganas», se le escuchó decir horas antes– le permitieron a nuestro jóven practicante tener su noche como arquero de Millonarios.

Lo que sucedió esa noche fue un acto de justicia divina para con los escasos fieles que esa noche poblaron las gradas del Campín. Bastaría con decir que cinco veces tuvo que sacar Villegas el balón de su arco y que aún así su equipo no salió derrotado ni fue él el villano de la noche. Bueno es aclarar que los del Toluca fueron por lo menos cuatro goles de la más alta factura que ni el más recorrido de los goleros titulares habría podido impedir. Quizás fue por esto que las sentidas palabras de Rafael, por esos días comentarista de la «Deportiva» de Caracol, le dedicó a su hijo en el día del debut no sonaron a piadoso consuelo paternal.

Terminada la pasantía en Millonarios, de Andrés sólo volvimos a saber dos años después cuando reforzó al Combo Caracol en los 1010 del am. Hoy es una cara familiar para los televidentes que a diario lo ven en la sección deportiva del noticiero de CityTV. Lo es también de los delanteros del equipo de la redacción de El Tiempo que en diciembre estuvieron cerca de repetirle la dosis de los mexicanos con los cuatro goles que supieron encajarle en el torneo interno de la casa editorial..

De vuelta

Después de más de 48 horas de inconvenientes de todo tipo con saldo de un post perdido en el cyberespacio, estamos de vuelta. Pronto nuevo material..

Sebastián López Batalla

Para Juan Carlos Ujueta

Esta es una historia cualquiera de un refuerzo cualquiera que una mañana de enero aterrizó en el altiplano cundiboyacense proveniente del Río de la Plata en medio de una tibia expectativa por parte de la parcial de turno que para efectos de este caso diremos que es la de Millonarios.

Como sucede siempre en estas historias, el hincha aplicado apenas se conoció el nombre del refuerzo emprendió la juiciosa tarea de averiguar por los antecedentes del llamado a cambiar el rumbo de la historia del equipo en la temporada que se asomaba. Preocupado, descubrió que en la hoja de vida del ariete el único brillo provenía de un fugaz paso por, pongamos, «Hyunday Dinos» de la ignota liga coreana. Además de esta incursión oriental, sendos pasos por, tiremos nombres, el River uruguayo, Frontera Rivera, Rentistas, Huracán Buceo, Paysandú y Bella Vista (todo esto en menos de seis años) rellenaban su currícumum vitae.

«Bueno, estuvo en Corea, algo le habrán visto los empresarios», «bue.. cuantos no han venido con trayectorias así y acá finalmente han engranado y después no han parado de meterla…». Como en cualquiera de estas historias, el porfiado seguidor maquinaba en vano cualquier cantidad de argucias para no aceptar que esta era sólo una más de las historias de refuerzos que en enero llegan al altiplano con maletas cargadas de humo.

Superados los examenes médicos de rigor, el recien llegado refuerzo le dijo a los periodistas que era un goleador, que venía con el mejor ánimo a aportar su granito de arena, que siempre había sido un anhelo para él salir de Uruguay y venir a una liga tan importante como lo es la colombiana y que en Corea no permaneció más tiempo no por razones futbolísticas sino por temas de empresarios que se escapaban de su control.

El hincha, por su parte, se aferraba a esas palabras con una fe ciega, como la de la anciana madre que aferrada a San Antonio se resiste a aceptar que su tesoro que hace rato superó el quinto piso no encontrará su anhelado príncipe azul. Como pasa siempre en estas historias, el reportero de turno, llamémoslo «Toño Cortes», optimista él, aseguró en el programa del mediodía haber visto en el nuevo refuerzo «condiciones que seguramente lo llevarán muy lejos en cuadro embajador». «Se sabe mover, tiene buena pegada» añadiría a la misma hora pero en la cadena rival otro colega, un «Tolosa», podría ser.

En los espacios virtuales de encuentro de los hinchas, aquel principio rector de nuestra justicia según el cual «todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario» encontraba su plena realización. Como siempre pasa en estos casos, uno o dos, los más cándidos, a los cuatro vientos vaticinaban: «Ya van a ver, el uruguayo la rompe porque la rompe. Le tengo una fe bárbara, me recuerda tanto a Funes cuando llegó…». Junto a ellos, los más sensatos se limitaban a darle un compás de espera: «Hay que verlo, démosle tres o cuatro partidos y hablamos. Se ve que tiene algo».

Cerraban el coro las aves de mal agüero. Aquellas voces que escépticas aseguraban que esta no era más que una historia como todas las demás. Estas eran ferozmente silenciadas por la mayoría. Su suerte, como siempre en estas historias, era la del juglar que con prontitud anuncia la inminente invasión de la ciudad y va a parar a la hoguera por vaticinar la desgracia que termina siempre por ocurrir.

Arrancó el torneo y como siempre pasa en historias de este corte, pasaron dos, tres y cuatro partidos y el nombre del refuerzo nada que aparecía en la lista de anotadores. Llegó la quinta fecha y finalmente un gol de, es hora de bautizarlo, llamémoslo «López Batalla» contra cualquier equipo, el Pasto, por ejemplo, se reportó desde el Campín. Esperamos que no se sorprenda, amigo lector, si le contamos que no había traspasado aún la raya el balón cuando el refuerzo, torsidesnudo, estaba ya trepado en la malla de la tribuna lateral norte abrazando uno por uno a los asistentes para después evidenciar extrañas contorsiones que expertos consultados interpretaron como un principio de delirio extático.

La foto que acompaña este texto, una más de nuestro archivo,podemos decir que corresponde al momento en el que «López Batalla» ya había recibido los primeros auxilios y se disponía a cubrir de nuevo su torso y a recibir la tarjeta amarilla consecuencia lógica de tan eufórica celebración, sobra decirlo muy frecuente en historias como esta.

Ida la euforia, llegó la sexta fecha y tras de ella la séptima, la octava y la novena. Para la decimocuarta, con el equipo del refuerzo en el sótano de la tabla (Millonarios habíamos dicho) y el refuerzo borrado de la titular, aquellas aves de mal agüero resucitaron de entre las cenizas para pasar pronta y dolorosa factura. «¿Si ve? ¿Qué hizo el uruguayo? ¿Ah? ¿Usted cree que si fuera de verdad bueno no se lo habrían llevado a Europa, más en Uruguay que son capaces de vender hasta un cojo?». Como siempre, los que de pesimistas habían pecado no tuvieron más remedio que descargar su frustración pegados a la malla lanzando todo tipo de vituperios al ingrato que en enero los ilusionó.

El refuerzo, en silencio, dejó el altiplano una tarde cualquiera de mayo rumbo a su añorado Río de la Plata. Nadie fue a despedirlo. Es más, para esos días ya nadie se acordaba de él. Como siempre sucede en con estas historias, su nombre y el de quinientos más sólo volvió a ser recordado por los más enfermos en noches de copas y de delirantes ejercicios de memotécnia futbolera. Es por eso y no por más, amigo y seguramente beodo lector, que la historia de López Batalla seguramente le sonó tan familiar. No por el delantero yorugua, pues al fin y al cabo su apellido y el club al que llegó puede ser removido y reemplazado, digamos, por O’Neill y Santa Fe. ..