Contribución de YoSoyElCarlos
Recio defensa central barranquillero que fuera una institución en la zaga del Medellín de finales de los setenta y principios de los ochenta. Paso obligado de casi todo central costeño (tronco o calidoso) que se respete, el agreste mulato hizo sus primeros pinitos en el Junior, equipo en el cual comenzó a desarrollar todo el arsenal que haría historia años después. En aquellos pretéritos tiempos, lejanos aún de los Andrés Escobares, Iván Córdobas e incluso de los Luis Carlos Pereas, el Boricua resultó un obstáculo temible en todo el sentido de la palabra para la delantera rival. El caimán Sánchez, viejo zorro él, lo convocó y lo mantuvo como titular fijo para la exitosa selección subcampeona de América en el 75 donde hizo pareja con el histórico guerrero Miguel Escobar.
Fue entonces cuando el Medellín, con la particular sapiencia que siempre ha demostrado en sus contrataciones estelares, puso sus ojos en él. Hechas las gestiones, el “Boricua” debutó en el Poderoso en el 76, dando inicio a una historia de sinsabores que sólo terminaría en 1983. Por ganas, enjundia, entrega y amor a la camiseta el hincha rojo cogió con cariño al pedernal zaguero en esos años de sólo derrotas. Hay que decir, eso si, que técnicamente era tan dúctil como el papá de Jorge Bermúdez. Lento y torpe con el balón, aunque en realidad inteligente para jugar, era un martirio verlo salir jugando con el esférico. Más que un martirio, era un auténtico parto.
Sin embargo, lo que lo marcó de por vida fue su proverbial habilidad para el autogol y para generar penales. Precursor insigne de Álvaro Aponte en ese rubro, no fueron pocos los goles recibidos por el DIM en donde era directo culpable el popular “Boricua”. Partido que se respetara debía tener un gol en contra del Boricua o un penalti provocado por nuestro homenajeado. Lo curioso del hecho es que, a pesar de las puteadas, al día siguiente el fanático rojo comentaba entre risas «la que hizo el “Boricua” ayer». Sinónimo del tronco por excelencia, aportó al argot futbolístico paisa el remoquete de «Boricua» a aquel que demostraba pocas condiciones en los partidos de barrio o en los picados de los paseos de olla (su otro aporte al lenguaje futbolero criollo fue el bautizo de «Bolillo» a Hernán Darío Gómez, cuando el entonces jugador llegó un día rapado al entrenamiento del Medellín). No obstante, es necesario aclarar que no hay hincha rojo de entonces que lo recuerde con odio, más bien se le recuerda con aquella mezcla de cariño y angustia en dosis iguales. A Zárate se le quiere como se quiere al primo o al hermano díscolo.
La anécdota que resume de alguna manera su historia tuvo lugar en un juego DIM-América en el Atanasio cuando le tocó perseguir a Juan Manuel Bataglia en un contragolpe que nació en el área del América y en el que sólo el arquero se interponía entre el paraguayo y el gol. El público, angustiado de ver a Battaglia “proyectándose en velocidad”, con el Boricua persiguiéndolo, comenzó agritar: «¡tumbalo! ,¡tumbalo!, ¡tumbalo!…¡Pero no ahí!» El último grito coincidió con la falta que finalmente hizo el “Boricua” al ariete guaranì .dentro del área del Medellín. Obviamente, después del bufido de decepción general vino la unánime carcajada de resignación: ¿Y qué esperaban? Si se trata del buen Boricua, de alguna manera símbolo de aquellos años de sequías eternas, de decepciones y fracasos con nóminas rutilantes signados por la desgracia que le impedía al “poderoso” impedía ganar cualquier competición en la que hubiera algún trofeo de por medio.
El “Boricua”, por su parte, finalizó su carrera en el Cúcuta Deportivo a mediados de los 80.
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