Fotos e idea cortesía Curramba
El mundo sigue llorando la pérdida del rey del pop, que dejó un vacío profundo entre los fanáticos que jamás podrán volver a oír su voz ni ver sus famosas coreografías. Pero para la Unidad Investigativa del Bestiario del Balón, este caso se reabrió en el momento que se determinó que no había cadáver dentro del ataúd del cantante. ¿Estaría muerto o se trataría de una simple patraña?
Gracias a nuestros contactos en las terminales terrestres del país, empezamos a atar cabos. Un informante de Rápido Ochoa presto a colaborar avisó de un amable pasajero que pidió una bolsa durante el viaje, no para vomitar, sino para ponerse como tapabocas, lo que desató las sospechas. Un ayudante de conductor vio en el parador rojo de Melgar a un muchacho que tomaba changua con un guante blanco, hecho que avivó los rumores.
La prueba reina apareció en Cali: en las duchas del terminal, una asustadiza tumaqueña gritaba incoherencias que no lo eran tanto: comentaba que un negrito vestido con corbatín y chaqueta de cuero negro se había convertido en un tigre de un momento a otro. La policía dijo que acordonaría el sector pero uno de nuestros avezados reporteros se dio cuenta que las huellas que estaban en el piso –aún mojado- eran las de un felino.
Pero pronto las huellas se borraron, así como el rastro de Michael. En la Dimayor, tras horas de registros visuales en cada una de las nóminas de los 36 equipos del profesionalismo, no había pistas válidas. Un guiño de la suerte resultó fundamental en la pesquisa porque la redacción, en vez de tomar un bus hacia Bogotá, se montó en uno que terminó varado en Valledupar. Al llegar allí, el ambiente de fútbol se respiraba en todos los lugares del sector, así que, al no haber dinero para el hotel, bueno era llegar temprano al estadio para encontrar un lugar en las graderías lo suficientemente cómodo para pasar la noche allí.
En el marco del encuentro entre Valledupar y Depor se descubrió el misterio. Un atacante, que decía llamarse Hugo Arrieta, mostró dos evidencias extrañas: su cara, aunque no era la pálida imagen del ex integrante de los Jackson Five; estaba más moreno. Al pararse en la barrera, se tomaba sus partes pudendas, pero lanzaba un grito extraño y movía la pelvis hacia adelante.
La libreta de notas ya no tenía más hojas, pero no eran necesarias para escribir. Tras un corner a favor de Valledupar que quedó en manos del portero del Depor, el DT del local gritó: “A ver, Hugo maricón, regresa rápido a marcar”.
El público se sorprendió cuando Arrieta (o Michael) se devolvió desde el área rival a la propia en cuestión de segundos, haciendo el paso “Moonwalk”.
Todo esto fue suficiente para inspeccionar el camerino y ver que no jugaba con guayos, sino con mocasines de charol. Allí, en medio de la pecueca y las toallas sucias nos reveló la verdad. Él no era Hugo Arrieta, sino Michael Jackson. Vive en Colombia desde que terminó el boom de “Dangerous” y jugó para Tolima, Pasto y otros más. Prometimos guardar el secreto pero quedaba un interrogante: ¿Por qué no ayudaba al médico que fue acusado de su homicidio y que hasta hace poco pagaba escondederos de a peso para no ser capturado?
Michael, con su voz de flautilla desafinada, respondió:
-¡Ese no es médico! Era un kinesiólogo que me infiltró mal y me jodió seis meses una rodilla. Por eso en venganza lo acusé de mala praxis…