El Claralopesaurio es la mascota del Mundial Sub 20

Después de muchas disputas y escaramuzas sobre cuál debía ser la mascota de la Copa del Mundo Sub 20, hubo consenso al respecto y se eligió, como muestra la imagen, un dinosaurio con guantes llamado Claralopesaurio que fue presentado con éxito ante las autoridades teniendo como maestro de ceremonias del evento al doctor Juan Lozano (a la izquierda de la imagen, muy sonriente y alegre).

Esta especie de saurios, muy distinguida en nuestras tierras, al contrario de lo que pasó con sus primos Tiranosaurio Rex, Triceratops y demás contertulios no desaparecieron de la tierra por cuenta de la caída de un meteorito. Al contrario, los Claralopesaurios son el meteorito que está destruyendo a cómodas cuotas el territorio en el que residen. De hecho nadie garantiza que el globo terráqueo, con su gran extensión, sea capaz de aguantar el poder depredador de tan simpático macho (parece hembra pero no, no lo es).

La mascota representa la paquidermia de las obras en los estadios que servirán como sede del torneo y los guantes  con los que sostiene el trofeo simbolizan las manos incólumes ante las tentaciones que ofrece el erario.

¡Albricias! ¡Hay mascota!

No hay estadios y la 26 será maquillada por expertos escenógrafos. Pero al menos mascota sí hay.

El raro espécimen será exhibido en el Palacio de Liévano durante varios meses.

Armando "La coneja" Acosta

Una larga y agotadora discusión tuvo lugar en el seno de la redacción del Bestiario del balón llegada la hora de decidir la categoría que alojaría a nuestro nuevo homenajeado. Mientras un sector insitió en que haber sido durante años el eterno suplente de Pedro Antonio Zape en la selección Colombia era mérito suficiente para que nuestra estelar categoría «Eternos suplentes» lo recibiera en sus filas, otra facción argumentaba que nadie como él encajaba y más aun hasta ícono podría perfectamente ser de nuestra no menos estelar sección de «feos, raros y curiosos». Para terminar, una tercera y no menos recalcitrante corriente señalaba que bien se podría registrar en «pasaron de incógnitos» el paso del conejo Bugs por las canchas colombianas.

Argumentando que para el lector estaría bastante claro que se trataba de un personaje que parecía extraído del país de las maravillas de Alicia para ser depositado en la grama del Plazas Alcid de Neiva, finalmente se impuso la facción que desde el comienzo vio a este ex arquero del Medellín y del Quindío de finales de los setenta y comienzos de los ochenta, eterno suplente de Zape en la selección y técnico por 23 partidos del Atlético Huila a comienzos de los noventa, como un simpático y tierno refuerzo para los feos, raros y curiosos del Bestiario. .

Emner "Mínimo" González


(Imagen cortesía de DiabloAmericano)

Mínimo como su apodo fue el cuarto de hora de Emner. Mínimas también han sido sus apariciones en buena parte de los clubes en los que ha militado. Su mínimo cuarto de hora tuvo lugar segundos después de que un rielazo de 30 metros suyo le diera el triunfo a un Millonarios ya clasificado contra un eliminado y alicaído Quindío en la última fecha de la fase regular del apertura 2003.

Antes de esta soleada tarde bogotana, este volante se las había arreglado para abrirse paso entre las piernas de los jóvenes valores compañeros suyos en la Sarmiento Lora, todos varias cabezas más altos que él, para debutar como profesional en 1996 con los colores de Cortuluá. Sin llegar nunca a jugar más de diez partidos por temporada, consecuente con su mote y su fisionomía, Emner permaneció en el equipo corazón hasta mediados de 2003 se le apareció la virgen encarnada en Norberto Peluffo quien decidió llevarlo a Millonarios para el primer semestre de 2003. De Tuluá partió con un sólo gol en su registro (lo consiguió en el 2000) y llegó a Bogotá para vivir el climax de su carrera y de paso, no podía ser de otra forma, jugar menos de diez partidos. De Millonarios fue licenciado junto con el «Gringo» Guiran (candi-da-ta-zo) terminado el primer semestre de 2003. Suponemos que el segundo semestre de ese año lo dedicó a celebrar su gol al Quindío en los más selectos salones de la capital pues no existen registros de su accionar sino hasta 2004 cuando reforzó al recien ascendido Chicó.

En el equipo de Pimentel disputó, no se sorprenda, un sólo partido y, fiel a la tendencia, salió licenciado para mediados de año para nuevamente no dejar huella de lo que pudo ser de él en el segundo semestre del año. En el 2005 bajó las escaleras y llegó al entonces próspero, hoy extinto, Pumas de Casanare. Allí rompió en dos su propia historia y disputó más de diez partidos en los que mostró las condiciones mínimas fijadas por el rutilante Bogotá F.C. para los aspirantes a reforzarlo. Así, regresó a Bogotá en el segundo semestre de 2006 y hasta hoy ha sabido mantenerse en la titular del antiguo Cóndor-Biogen junto a otros toros toreados en muchas plazas como John Mario Ramírez y Gustavo Quijano. .

Holguer Quiñónez

Un Bestiario del fútbol colombiano sin la fina estampa del mítico y no menos aguerrido central ecuatoriano podría llegar a ser tan insulso como un petaco de Buckler. Poco importó que se tratara de un país acostumbrado a los Nery Francos, a los Orlando Rojas y a los «Chinos» González Scott; cuandó Holguer llegó a reforzar al Pereira en 1992 alimentó las pesadillas de fanáticos, cronistas y atacantes rivales. Estos últimos, especialmente, palidecían y soltaban esfínteres llegada la hora de superar su marca. En Colombia permaneció hasta 1995; en la memoria de quienes hemos cultivado esa fijación por las caras lindas de nuestro rentado, permanecerá por siempre. .

Alonso “Cachaco” Rodríguez

En sus ratos libres podría asesorar a políticos que salieran “quemados” en elecciones de Senado y Cámara porque su especialidad como entrenador de fútbol, fue siempre apagar incendios.

Como si fuera un elemento de utilería en Santa Fe, cada vez que un técnico famoso fracasaba por esa extraña condición que ha dejado a los rojos bogotanos ayunando título durante más de 30 años, los dirigentes levantaban el tubo y lo llamaban a su casa, o al teléfono de los vestidores. Como si estuviera siempre listo, como un obeso pero obediente Boy Scout, el “Cachaco” acudía siempre, vestido con sudaderas anacrónicas, gorrita de larga visera y papada monumental.

Pero más allá de que siempre se le trató como “interino”, el “Cachaco fue uno de los últimos entrenadores en darle felicidad a los fanáticos santafereños, con el subcampeonato conseguido en 1979 por los cardenales, a donde llegó de urgencia para reemplazar a Leonel Montoya que fracasó con el equipo). En ese conjunto estaban James Mina Camacho, Bienvenido Arteta, Lenis Faillace, Eladio Mideros, Rubén Flotta, Moisés Pachón y Ferney Balanta entre otros.

La única vez que nuestra memoria nos deja visualizarlo como técnico en funciones fue en el Deportivo Pereira de 1988, con el que consiguió un cupo en el octogonal final de ese año.

A mediados de 1997 tuvo su última aparición bomberil en el banco cardenal en el interregno entre Pablo Centrone y Finot Castaño. Hasta hace poco estaba como entrenador de la escuela de fútbol Parmalat..

Pedro Pablo Rodríguez

Durante un par de años atajó bajo los tres palos del Deportivo Pereira, donde alternaba titularidad con Darío “El Fresco” Aguirre (Apodazo ese). Pero más allá de su presencia, mezcla de comegato con músico de Motley Crue, su verdadera hazaña es que en una misma temporada fue víctima de sus propias distracciones y recibió dos inolvidables goles de colegas suyos; de arqueros.

De estilo espectacular (volaba cuan largo era y sus mechas se alborotaban en el aire como modelo que posa en una sesión fotográfica ante un ventilador Shimasu a toda potencia), Rodríguez tuvo su primer padecimiento en el Estadio Pascual Guerrero de Cali. Miguel Calero, en esos tiempos portero de los caleños, lanzó un pelotazo de 70 metros hacia el área rival para que Ricard buscara desnivelar un juego entre Cali y Pereira, que hasta ese momento (minuto 91) sacaba un valioso empate 1-1

El balonazo largo de Calero encontró a Rodríguez en las puertas del área y estorbado por sus defensas y atacantes rivales, saltó a capturar el balón con saldo negativo. La pelota se fue rebotando mansamente hasta la línea de sentencia. Ahí Calero tomó fama de arquero goleador y Rodríguez entró en depresión profunda.

Su nivel bajó ostensiblemente y como parece que su destino estaba enmarcado para ser el antihéroe habitual que aparece en las grandes hazañas, recibió el primer gol de tiro libre de René Higuita en el fútbol colombiano.

El pobre Rodríguez, con lágrimas en los ojos quería revancha y la tuvo en ese mismo juego: hubo un penal a favor de su club y él, con furia, venció a Higuita y celebró el tanto como si se tratara de un gol en la final del mundo. El hecho de celebrar alocadamente, casi dedicándoselo a un ídolo como Higuita, le costó que cada vez que tocara el balón, bajaran de las tribunas chiflidos insoportables contra su figura.

El gol que hizo, además no sirvió de nada: el Pereira perdió esa noche 3-1 con Nacional. Su rastro se perdió en la Perla del Otún, donde nadie debe acordarse de él. Pero esa es nuestra misión en el Bestiario del balón: recordar los “extras” que actuaron en el fútbol de nuestro país.
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Alonso Alcíbar

Si la historia ha de premiar a algún estandarte de la integración colombo-peruana este debe ser Alonso Alcíbar. Ahora bien, si algún profesor de Aquimindia (academia de detectives del DAS) anda en búsqueda de algún caso para que sus pupilos se entrenen en el seguimiento de una persona este caso puede ser también el de Alonso Alcíbar.

De él comenzamos a saber en 1992 cuando ayudó junto con el gran «Teacher» Berrío, Carlos Meza y Wilson Cano a subir por primera vez al Atlético Huila a primera división. Del onceno opita pasó al Once Philips en donde logró hilvanar una campaña bastante aceptable en 1994. Para comienzos de 1995 su aceptable desempeño con el Once fue exageradamente recompensado cuando «Bolillo», en otra de sus ocurrencias, decidió incluirlo a última hora en la lista de viajeros para la gira de la selección mayor por Hong Kong y Australia. Avergonzado por no haberle dado mayores oportunidades de lucimiento, el buen Hernán tramitó con su compadre Pedro Sarmiento su convocatoria para los Panamericanos de Mar del Plata que se disputaban ese año.

Después de la gira y de los Panamericanos (en donde tuvo más oportunidades de jugar), se volvió a saber de Alcíbar cuando a mediados de 1996 se concretó su traspaso al Medellín, equipo en el que no logró consolidarse. Es entonces cuando aparece su primer agujero negro en su currículo: de la segunda mitad de 1997 a 1999 no hay rastro de su trasegar. Comenzando 1999 vuelve a aparecer en el Pasto que se estrenaba en primera división. En este equipo permaneció hasta mediados de ese año cuando recibió la primera llamada del Inca; esta vez para enrolarse en el Melgar de Arequipa. En el Melgar permanecería hasta comienzos de 2000 cuando después de haber disputado los primeros cuatro partidos del apertura peruano decidió regresar al Galeras para militar nuevamente con el Pasto hasta mediados de ese año. En Pasto fue mucho lo que echó de menos a la cerveza Arequipeña, a la Inca Kola, al blanco que en su ropa dejaba Ña Pancha, a la diversión que en las noches le proporcionaba «Las mil y una de Carlos Álvarez» y el análisis siempre objetivo que de su desempeeño en la cancha hacia el muy recordado Veco. Fue así como el segundo semestre de ese año encontró a Alcíbar enrolado en las filas del Sport Boys, equipo en el que permaneció hasta 2001 mostrando un desempeño bastante aceptable y reportándose con alguna frecuencia en las redes contrarias.

Terminada su vinculación a Sport Boys, hemos de deducir que engrosó el elenco de «Las mil y una» durante dos años pues no hay registros suyos para 2002 y 2003. En 2004 regresó al fútbol con Centauros de Villavicencio equipo en el que labró su transferencia al Patriotas para 2005 cuando llegó como gran refuerzo junto con Óscar Millan. En Tunja permaneció hasta finales de año pasado cuando cayó en otro agujero negro. Expertos consultados calculan que para comienzos del 2008 será inscrito a última hora por Millonarios..

Félix Ademola

“Puede retener el balón en las situaciones más difíciles. Es todo un artista del balón” dice el texto publicado en una página de internet dedicada a jugadores nigerianos. Por eso sorprende que a Felix Ademola, otro de los experimentos africanos realizados por el fútbol colombiano, le fuera tan mal en nuestro país.

La excusa no podía ser por el caluroso y malsano clima de Ibagué, porque si de climas malsanos se habla, Nigeria, y su capital Lagos, no son precisamente remanso de descanso y paz. Entre la malaria, pobreza, y las guerras civiles de su país se crió este muchacho así que curtido sí estaba cuando pisó el césped del Manuel Murillo Toro, además lo precedía una experiencia por el Lens francés y pasos por el FC Liege de Bélgica y su despliegue habitual también lo disfrutaron los aficionados del Stationery Stores de Nigeria.

Tampoco pudo argüir temas racistas. Cuando jugó en el Tolima compartía plantel con morochos tales como Antonio Saams, Néstor Ortiz y Ramón Moreno entre otros. Pero cada vez que podía, se equivocaba. Era volante central con tendencia a romperle las costillas a cada camiseta diferente a la suya.

Metió un par de goles con los tolimenses y nuestros hábiles noteros, aprovechando su nulo español lo pusieron a que dijera “Insulso”, “Gualanday”, “Pandi”, “Icononzo” y “Venadillo” para burlarse un rato de él y obtener la cretina nota de color sobre el “nigeriano de corazón tolimense”.

Se fue en silencio tras una temporada (aquella 95/96) y recaló después en clubes de segunda y tercera división del fútbol noruego.

Se dice entre telones que seis platos de lechona y tres avenas que consumió en Flandes le acabaron el estómago y que, para justificar su fracaso, decidió echar la lora del jugador que por no decir que fracasó, termina culpando a la comida de sus desastres.
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Jair "Chigüiro " Benítez

“¡Belleeeeeeza, Belleeeeeeza!”, la frase de guerra usada por Héctor “Bambino” Veira para alentar a sus futbolistas, poco o nada le cabe a este lateral que, a pesar de tener comprobadísimos problemas futbolísticos, es frecuentemente convocado a Selecciones Colombia y goza de ser un jugador cotizado en el mercado de pases.

Dueño de uno de los mejores apodos hasta ahora oídos en el mundo del fútbol, Benítez suele ocupar la franja lateral izquierda de su campo, lo que no significa que en este sector marque, ataque, o simplemente juegue.

Por eso, porque no jugaba, alguna vez Edison Mafla lo hizo aún más famoso cuando, en un partido en Bogotá cuando ambos defendían la casaca de Santa Fe le mandó un cachetadón inolvidable. El peritaje de Medicina Legal dijo que aunque Benítez quedó con la mejilla hinchada, el más afectado por la escaramuza fue Mafla, a quien hubo que ponerle 16 puntos de sutura en la palma y 31 inyecciones antitetánicas por haberse cortado con ese alambre de púas que Benítez carga en su boca.

Elegido por los periodistas de Fox Sports como el hombre más feo del fútbol argentino, empezó a despuntar su carrera en el Envigado. Santa Fe, Medellín, Cali y hasta Colón de Santa Fe supieron de sus increíbles hazañas, de sus flirteos permanentes con el sexo opuesto, pero nunca de sus proezas futbolísticas. Y es que son muy pocas. Al “Chigüi” (como le dice cariñosamente Jorge Eliécer Torres) lo sobrepasó su envase. Su facha fue más importante que su carrera.
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Norberto “Chomo” Cadavid

Como delantero nunca fue un hombre que revistiera peligro, pero su animosidad era temida por cualquier adversario, ya que, a lo David Banner en “El hombre increíble”, tenía serios problemas para controlar su temperamento, así que era mejor no hacerlo enojar.

Fue expulsado muchísimas veces por reclamarle a los árbitros o pegarle a los rivales. No era defensa, era atacante. Y su pólvora, que debía ser destinada para que explotara en las redes contrarias, en ocasiones explotaba pero en las canilleras del adversario.

Se hizo famoso a mediados de la década del ochenta por una terrible gresca que tuvo lugar en el marco de un juego entre Pereira y Junior y las imágenes de televisión lo tomaron haciéndole una trepanación de cráneo con los pies al ya debidamente homenajeado Javier Chimá. En ese entonces esta agresión fue bautizada como “La patada voladora del Chomo”.

Cadavid, que recorrió el eje cafetero mostrando su fútbol en las escuadras de esta región, aparte de breves pasos por Nacional, Tolima, América, Medellín y Bucaramanga llevó, según contaban sus conocidos, una vida disipada luego de su retiro. En el 2001 fue asesinado por un sicario en un paradero de buses en Medellín.
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